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A los ojos de muchos israelíes y sus defensores alrededor del mundo
(incluso aquellos que pudieran criticar algunas de sus políticas) Israel es, al
final del día, un benigno estado democrático, que busca la paz con sus vecinos
y garantiza la igualdad a todos sus ciudadanos.
Aquellos que sí critican a Israel, asumen que si hubo algo que se hizo
de modo equivocado en esta democracia fue debido a la guerra de 1967. Para esta
perspectiva, la guerra corrompió una sociedad honesta y trabajadora, ofreciendo
dinero fácil en los territorios ocupados, permitiendo a grupos mesiánicos
entrar en la política israelí, y sobre todo volviendo a Israel una entidad de
ocupación y opresión en los nuevos territorios.
El mito que dice que un democrático Israel fue puesto en problemas en
1967 pero continúa siendo una democracia es propagado incluso por algunos
académicos notables, palestinos y pro-palestinos, aunque no cuenta con base
histórica.
Israel antes de 1967 no era una democracia
Antes de 1967, Israel
definitivamente no podía haber sido retratado como una democracia. […] El
estado sometió a un quinto de su población a un dominio militar basado en
draconianas regulaciones de emergencia del mandato británico que denegaban a
los palestinos todo derecho básico, humano o civil.
Los gobernadores militares locales eran los dueños absolutos de las
vidas de aquellos ciudadanos: podían diseñar leyes especiales para ellos,
destruir sus casas y medios de subsistencia, y enviarlos a la cárcel cuando
fuera que lo sintieran necesario. Sólo a fines de los 1950s emergió una fuerte
oposición judía hacia estos abusos, la cual eventualmente alivió la presión
sobre los ciudadanos palestinos.
Para los palestinos que vivieron en el Israel de preguerra y aquellos
que viven en Cisjordania y la Franja de Gaza después de 1967, este régimen
permitió incluso a los soldados de menor rango en el IDF [Israel Defence
Forces] dirigir (y arruinar) sus vidas. Ellos quedaban desamparados si
dichos soldados, o sus unidades o comandos, decidían demoler sus casas o
retenerlos durante horas en un punto de control, o bien encarcelarlos sin
juicio. No había nada que ellos pudieran hacer.
En todo momento, desde 1948 hasta hoy, ha habido algunos grupos de
palestinos sufriendo dichas experiencias.
El primer grupo en sufrir bajo dicho yugo fue la minoría palestina
dentro de Israel. Esto comenzó en los primeros dos meses de estatalidad, cuando
fueron o desplazados hacia guetos tal y como la comunidad palestina Haifa
viviendo en el monte Carmelo, o expulsados de los pueblos que habitaron durante
décadas, como Safad. En el caso de Isdud, la población competa fue expulsada
hacia la Franja de Gaza.
En el campo la situación fue incluso peor. Varios movimientos Kibbutz
codiciaban la tierra fértil que se hallaba bajo las villas palestinas. Esto
incluía el Kibbutsismo socialista (Hashomer Ha-Zair) que estaba declaradamente
comprometido con la solidaridad binacional.
Tiempo después que las batallas de 1948 habían aminorado, habitantes en
Ghabsiyyeh, Iqrit, Birim, Qaidta, Zaytun, y muchos otros, fueron engañados para
abandonar sus hogares por un período de dos semanas (el ejército afirmaba necesitar
esas tierras para entrenamiento) sólo para encontrarse a su regreso con que sus
pueblos habían sido eliminados o entregados a otros.
El estado de terror militar
es ejemplificado por la masacre de Kafr Qasim en octubre de 1956 cuando, en vísperas de la operación Sinaí,
49 ciudadanos palestinos fueron asesinados por el ejército israelí. Las
autoridades alegaron que se encontraban regresando tarde a casa desde su
trabajo en momentos en que se había impuesto un toque de queda en la villa. No
obstante, esta no era la verdadera razón.
Pruebas más recientes muestran que Israel había considerado seriamente
la expulsión de palestinos de toda el área conocida como Wadi Ara y el triángulo
en que la villa se emplazaba. Estas dos áreas (la primera, un valle que conecta
con Aufula en el este y con Hadera en la costa mediterránea; la segunda
expandiendo la periferia oriental de Jerusalén) fueron anexadas a Israel bajo
los términos del acuerdo de armisticio con Jordania en 1949.
Como hemos visto, Israel siempre fue receptivo a adicionarse territorio,
pero no al aumento de la población palestina. Así, en cada coyuntura en que el
estado de Israel se expandía ponía su vista en cómo restringir la población
palestina en las áreas recientemente anexadas.
La operación ‘Hafarfert’ (‘topo’) fue el código de un conjunto de
propuestas para la expulsión de los palestinos cuando una nueva guerra estalló
con el mundo árabe. Muchos estudiosos piensan hoy que la masacre de 1956 fue
una práctica para ver si la población del área podía ser intimidada para que la
abandonara.
Quienes perpetraron la masacre fueron llevados a juicio gracias a la
diligencia y tenacidad de dos miembros del Knesset [Parlamento de Israel]:
Tawaq Tubi del Partido Comunista, y Latif Dori del partido sionista de
izquierda Mapam. Sin embargo, los comandantes responsables del área recibieron
solamente pequeñas multas. Esta fue otra prueba de que al ejército se le
permitía quedar impune de los asesinatos cometidos en territorios ocupados.
Esta crueldad sistemática no solamente muestra su cara en un evento
importante como una masacre. Las peores atrocidades pueden ser encontradas
también en la presencia cotidiana y mundana del régimen.
Los palestinos en Israel aún no hablan mucho acerca del período previo a
1967, y los documentos de ese tiempo no revelan el cuadro completo.
Sorprendentemente, es en la poesía que encontramos indicios de cómo era vivir
bajo dominio militar.
Natan Alterman fue uno de los poetas más famosos e importantes de su
generación. Tenía una columna semanal, llamada ‘La Séptima Columna’, en la cual
comentaba los eventos acerca de los cuales había leído o escuchado. Algunas
veces omitía detalles de fechas o incluso los lugares de esos eventos, pero
daba al lector la información suficiente para entender a lo que se refería.
Generalmente, expresaba sus ataques en forma poética:
“Las noticias aparecieron brevemente por
dos días, y desaparecieron. Y a nadie parece importarle, y nadie parece saber.
En la lejana villa de Um al-Fahem, los niños (debiese decir ciudadanos del
estado) jugaban en el barro
Y uno de ellos parecía sospechar de uno de
nuestros valientes soldados que le gritaba: Deténganse!
Una orden es una orden
Una orden es una orden, pero el niño necio no
se detuvo. Arrancó
Así que nuestro valiente soldado disparó, no
es de extrañar, e impactó y mató al niño.
Y nadie habló de eso.”
En una ocasión, escribió un poema acerca de dos ciudadanos palestinos
que fueron baleados en Wadi Ara. En otra instancia, contó la historia de una
mujer palestina muy enferma que fue expulsada junto a sus dos hijos, de tres y
seis años, sin explicación, y enviada al otro lado del rio Jordan. Cuando trató
de regresar, ella y sus niños fueron arrestados y encarcelados en Nazaret.
Alterman deseaba que su poema acerca de la madre remeciera corazones y
mentes, o al menos provocara alguna respuesta oficial. Sin embargo, una semana
más tarde escribió:
“Y este escritor asumió erróneamente
Que o la historia sería negada o explicada Pero
nada, ni
Una palabra”
Existe más evidencia de que
Israel no era una democracia antes de 1967. Este estado seguía una política de
tirar a matar hacia los refugiados que trataban de recuperar sus tierras,
cultivos y labranzas, y escenificó una guerra colonial para derrocar al
gobierno de Nasser en Egipto. Sus fuerzas de seguridad fueron también de
gatillo fácil, asesinando a más de 50 ciudadanos palestinos durante 1948 y
1967.
La subyugación de las minorías en Israel no es democrática
La prueba de fuego de cualquier democracia es el nivel de tolerancia que
está dispuesta a extender hacia las minorías que viven en ella. En este
respecto, Israel está muy lejos de ser una verdadera democracia.
Por ejemplo, después de las nuevas adquisiciones territoriales, se
decretaron muchas leyes asegurando una posición superior para la mayoría: las
leyes que gobiernan a los ciudadanos, las leyes que se preocupan de la
propiedad de la tierra, y la más importante de todas, la ley de retorno.
Esta última garantiza
ciudadanía automática a todo judío del mundo, no importa donde nació. En
particular, esta ley es
flagrantemente antidemocrática, pues vino acompañada de un rechazo total al
derecho de retorno de los palestinos, reconocido internacionalmente en la
Resolución 194 de la Asamblea General de la ONU en 1948. Este rechazo
rehúsa el permiso a los ciudadanos palestinos de Israel unirse con sus familias
inmediatas o con aquellos que fueron expulsados en 1948.
Negar a la gente el derecho a retornar a su patria, y al mismo tiempo
ofrecer este derecho a otros que no tienen conexión con esta tierra, es un
modelo de práctica no democrática.
Encima de esto, hubo un estrato más en la negación de los derechos del
pueblo palestino. Casi toda discriminación contra los ciudadanos palestinos de
Israel es justificada por el hecho de que ellos no sirven en el ejército. La
asociación entre derechos democráticos y deberes militares es mejor comprendida
si revisitamos los años formativos en los que quienes diseñaron la política de
Israel estuvieron tratando de adoptar la decisión acerca de cómo tratar a un
quinto de su población.
Ellos asumieron que los ciudadanos palestinos no querían unirse al
ejército de ningún modo. Esto fue puesto a prueba en 1954, cuando el ministro
de defensa de Israel decidió llamar a aquellos ciudadanos palestinos elegibles
para conscripción a ser parte del ejército. El servicio secreto aseguró al
gobierno que hubo un rechazo generalizado del llamado.
Para su gran sorpresa, todos los convocados fueron a la oficina de
reclutamiento, con la venia del Partido Comunista, la fuerza política más
grande e importante en la comunidad en ese tiempo. El servicio secreto explicó
luego que la razón principal fue el aburrimiento adolescente con la vida en el
campo, y su deseo por algo de acción y aventura.
A pesar de este episodio, el ministro de defensa continuó vendiendo una
narrativa que describía a la comunidad palestina como renuente a servir en el
ejército.
Inevitablemente, a su tiempo, los palestinos se volvieron de hecho
contra el ejército israelí, el que se había transformado en su opresor
perpetuo, pero la explotación que hace gobierno de esto como un pretexto para
la discriminación arroja enormes dudas acerca de la pretensión de este estado
de ser una democracia.
Si eres un ciudadano
palestino y no sirves en el ejército, tus derechos a asistencia gubernamental
como trabajador, estudiante, padre o parte de una pareja, son tremendamente
restringidos. Esto afecta a la vivienda
en particular así como al empleo (donde un 70% de toda la industria israelí es
considerada como área sensible para la seguridad, y en consecuencia cerrada
para todos esos ciudadanos en tanto lugar para encontrar trabajo).
El supuesto subyacente del
ministro de defensa no fue sólo que los palestinos no deseen servir, sino que
ellos son potencialmente un enemigo interno en el que no se puede confiar. El problema con este argumento es que en
toda guerra importante entre Israel y el mundo árabe la minoría palestina no se
comporta como se espera. Ellos no forman una quinta columna o se levantan en
contra del régimen.
Esto, no obstante, no los ayuda: a esta fecha son vistos como un
problema ‘demográfico’ que necesita ser resuelto. El único consuelo es que aún
hoy muchos políticos de Israel no creen que la vía para resolver ‘el problema’
sea la transferencia o expulsión de los palestinos (al menos no en tiempos de
paz).
La política de tierras de Israel no es democrática
La afirmación de ser una
democracia es también cuestionable cuando uno examina la política
presupuestaria que rodea la cuestión de la tierra. Desde 1948, los consejos locales y las
municipalidades palestinas han recibido muchísimo menos financiamiento que sus
contrapartes judías. La falta de tierra, acompañada de la escasez de
oportunidades de empleo, crea una realidad socioeconómica anómala.
Por ejemplo, a la comunidad palestina más acomodada (la villa de Me’ilya
en la alta Galilea) le va peor que a la población judía más pobre en el Negev.
En 2011, el Jerusalem Post reporteó que ‘el ingreso judío promedio era un 40 a 60% más alto que el
ingreso árabe promedio entre los años 1997 y 2009’.
Hoy, más del 90% de la tierra es propiedad de la Fundación Nacional
Judía (Jewish National Fund, JNF). Los terratenientes no pueden involucrarse en
transacciones con ciudadanos no judíos, y la tierra pública es priorizada para
el uso de proyectos nacionales, lo que significa que esos nuevos asentamientos
judíos están siendo construidos mientras difícilmente hay algún nuevo
asentamiento palestino. Así, a
pesar de que ha triplicado su población desde 1948, la mayor ciudad palestina
(Nazaret) no se ha expandido ni un kilómetro cuadrado, mientras que el poblado
construido sobre ella, Alto Nazaret, ha triplicado su tamaño en base a la tierra expropiada a propietarios
palestinos.
Otros ejemplos de esta política pueden ser encontrados en villas
palestinas a lo largo de Galilea, revelando la misma historia: cómo han sido
reducidos en un 40%, algunas veces incluso un 60% desde 1948, y cómo nuevos
asentamientos judíos han sido construidos sobre tierra expropiada.
En otros lugares esto ha dado inicio a verdaderos intentos de
‘judaización’. Después de 1967, el gobierno de Israel pasó a preocuparse acerca
de la falta de judíos viviendo en el norte y sur del estado, y planeó entonces
incrementar la población en aquellas áreas. Dicho cambio demográfico necesitaba
la confiscación de tierra palestina para la construcción de colonias judías.
Peor fue la exclusión de ciudadanos palestinos de estos asentamientos.
Esta violación flagrante de los derechos de un ciudadano a vivir dondequiera
que él o ella deseen continúa hasta hoy, y todos los esfuerzos de las ONGs de
derechos humanos en Israel para desafiar este apartheid han finalizado hasta el
momento en un total fracaso.
La Corte Suprema de Israel sólo ha sido capaz de cuestionar la legalidad
de esta política en un par de casos individuales, pero no en principio. Imagine
usted si en el Reino Unido o en los Estados Unidos los ciudadanos judíos (o,
por qué no, católicos) fueran impedidos por ley de vivir en ciertas villas,
barrios, o quizás pueblos completos… ¿Cómo una situación así puede
reconciliarse con la noción de democracia?
La ocupación no es democrática
Así, dada su actitud hacia dos grupos palestinos –los refugiados y la
comunidad en Israel- el estado judío no puede, bajo ninguna extensión de la
imaginación, ser supuesto como una democracia.
Pero el desafío más obvio a ese supuesto es la despiadada actitud israelí hacia un tercer
grupo de palestinos: aquellos que han vivido bajo su dominio directo e
indirecto desde 1967 en Jerusalén Oriental, Cisjordania y la Franja de Gaza.
Desde la infraestructura legal establecida al comienzo de la guerra, a través
del poder absoluto e incuestionado de los militares dentro de Cisjordania y
fuera de la Franja de Gaza, y hasta la cotidiana y rutinaria humillación de
millones de palestinos, la ‘única democracia’ en el Medio Oriente se comporta
como una dictadura del peor tipo.
La principal respuesta de Israel, diplomática y académica, a esta última
acusación, es que todas estas medidas son temporales: ellas cambiarán si los
palestinos, dondequiera que están, se comportan ‘mejor’. Pero si uno investiga
acerca de los territorios ocupados (sin mencionar el vivir allí), uno entenderá
cuán ridículos son estos argumentos.
Los políticos de Israel, como hemos visto, se encuentran determinados a
mantener viva la ocupación por todo el tiempo que el estado judío se mantenga
intacto. Es parte de lo que el sistema político israelí considera el status
quo, que es siempre mejor que cualquier cambio. Israel controlará la mayor
parte de Palestina y, en tanto que siempre incluirá una población palestina
sustancial, esto sólo puede ser llevado a cabo por medios no democráticos.
Además, y a pesar de toda la evidencia en contra, el estado israelí reclama que la
ocupación es una ocupación ilustrada [enlightened occupation]. El mito aquí es que Israel vino
con buenas intenciones a conducir una ocupación benevolente, pero fue forzado a
tomar una actitud más ruda por causa de la violencia palestina.
En 1967, el gobierno trataba Cisjordania y la Franja de Gaza como una
parte natural de ‘Eretz Israel’, la tierra de Israel, y su actitud ha
continuado desde entonces. Cuando uno observa el debate en esta materia entre
los partidos de izquierda y derecha en Israel, sus desacuerdos han sido acerca
de cómo alcanzar esta meta, no acerca de su validez.
No obstante, entre el público más amplio existió un genuino debate entre
quienes pueden ser denominados los ‘redentores’ contra los ‘guardianes’. Los
‘redentores’ creen que Israel ha recuperado el corazón ancestral de su patria y
no podría sobrevivir en el futuro sin ella. En contraste, los ‘guardianes’
discuten que los territorios debiesen ser intercambiados por paz con Jordania,
en el caso de Cisjordania, y con Egipto en el caso de la Franja de Gaza. No
obstante, este debate público tuvo poco impacto sobre la forma en que los
principales políticos se encontraban resolviendo cómo dominar los territorios
ocupados.
La peor parte de esta
supuesta ‘ocupación ilustrada’ ha sido el método del gobierno para gestionar
los territorios. Al principio el área fue dividida entre espacios ‘árabes’ y
potencialmente ‘judíos’. Aquellas aéreas
densamente pobladas de palestinos devinieron autónomas, atendidas por
colaboradores locales bajo dominio militar. Este régimen fue reemplazado por una
administración civil sólo en 1981.
Las otras áreas, los espacios ‘judíos’, fueron colonizados con
asentamientos judíos y bases militares. Esta política fue orientada a dejar a
la población de ambos, Cisjordania y la Franja de Gaza, en enclaves desconectados,
sin espacios verdes ni posibilidad alguna de expansión urbana.
Las cosas sólo empeoraron cuando, muy poco después de la ocupación, Gush
Emunim [movimiento extraparlamentario de derecha, religioso y ultranacionalista
que reclamaba soberanía israelí sobre toda el área] comenzó a asentarse en
Cisjordania y la Franja de Gaza, diciendo que estaba siguiendo un mapa bíblico
de colonización antes que el gubernamental. En tanto ellos lograron penetrar
poblaciones palestinas densamente pobladas, el espacio dejado para estos
habitantes se encogió aún más.
Lo que cualquier proyecto de colonización necesita primariamente es
tierra; en los territorios ocupados, esto es alcanzado sólo a través de la
expropiación masiva de tierra, la deportación de la gente desde el lugar en que
han vivido por generaciones, y su confinamiento en enclaves con hábitats
difíciles.
Cuando uno vuela sobre Cisjordania, se puede observar claramente los
resultados cartográficos de esta política: cinturones de asentamientos que
dividen la tierra y tallan las comunidades palestinas en comunidades pequeñas,
aisladas y desconectadas. Los cinturones de judaización separan las villas unas
de otras, de los pueblos, y a veces atraviesan una villa por dentro.
Esto es lo que académicos llaman una geografía del desastre, no menos
importante desde que estas políticas se volvieron un desastre ecológico
también, al secar las fuentes de agua y arruinar algunos de los paisajes
palestinos más hermosos.
Más aún, los
asentamientos se transforman en el caldo de cultivo para que el extremismo
judío crezca de manera descontrolada: las principales víctimas de lo cual son
los palestinos. Así, el asentamiento en Efrat ha arruinado el sitio
patrimonial mundial del Valle de Wallajah cerca de Bethlehem, y la villa de
Jafneh cerca de Ramallah (que fuera famosa por sus canales de agua fresca)
pierde su identidad como atracción turística. Estas son sólo dos ejemplos
pequeños entre un centenar de casos similares.
Destruir casas palestinas no es democrático
La demolición de casas no es un fenómeno nuevo en Palestina. Como con
muchos de los métodos más bárbaros de castigo colectivo usados por Israel desde
1948, éste fue originalmente concebido y ejercido por el gobierno del mandato británico
durante la gran revuelta árabe de 1936-39.
Este fue el primer levantamiento palestino contra una política pro-sionista
del mandato británico, y tomó al ejército de ese imperio tres años el
sofocarlo. En el proceso, durante los múltiples castigos colectivos impuestos
sobre la población local demolieron cerca de 2 mil casas.
Israel echó abajo casas prácticamente desde el primer día de su
ocupación militar en Cisjordania y la Franja de Gaza. El ejército voló cientos
de casas cada año, en respuesta a varios actos emprendidos por miembros de
familias individuales.
Desde violaciones menores a reglas militares hasta la participación en
actos violentos en contra de la ocupación, los israelíes fueron ágiles en
enviar sus bulldozers a exterminar no sólo edificaciones físicas sino también
lugares de vida y existencia. En el gran área de Jerusalén (dentro de Israel)
la demolición fue también un castigo por la extensión sin licencia de una casa
ya existente o bien por no pago de las cuentas.
Otra forma de castigo colectivo que ha regresado recientemente al
repertorio israelí es la obstrucción de casas. Imagine que todas las puertas y
ventanas de su casa son bloqueadas con cemento, mezcla y piedras, de modo que
usted no puede regresar a ella ni recuperar nada que no haya retirado a tiempo.
He buscado arduamente en mis libros de historia con el fin de encontrar otro
ejemplo, pero no he hallado evidencia alguna de que práctica tan despiadada
haya sido practicada en algún otro lugar.
Aplastar la resistencia palestina no es democrático
Finalmente, bajo la ‘ocupación ilustrada’ se ha permitido a los colonos
formar bandas de vigilantes para hostigar a la gente y destruir su propiedad.
Estas bandas han cambiado sus métodos con el tiempo.
Durante los 1980s, ellas usaban terror real: desde herir a líderes
palestinos (uno de ellos perdió sus piernas en un ataque de aquéllos) hasta
contemplar la explosión de las mezquitas de Haram al-Sharif en Jerusalén.
En este siglo, se han visto involucrados en el acoso de palestinos
diariamente, arrancando sus árboles, destruyendo sus parcelas y disparando
azarosamente sobre sus casas y vehículos. Desde el 2000, se han reportado mensualmente al menos
cien de estos ataques en áreas como Hebron, donde los 500 colonos, con la colaboración silenciosa
del ejército israelí, hostigan de una forma aún más brutal a los vecinos
que viven a sus alrededores.
Entonces, desde el
comienzo mismo de la ocupación se ha dado a los palestinos dos opciones:
aceptar la realidad de permanente encarcelamiento en una mega-prisión por un
tiempo muy largo, o arriesgarse ante el poderío del ejército más fuerte de
Medio Oriente. Cuando los palestinos sí resistieron (como lo hicieron en
1987, 2000, 2006, 2012, 2014, y 2016), fueron apuntados como si fueran soldados
y unidades de un ejército convencional. Así, pueblos y villas fueron
bombardeados como si se tratara de bases militares, y civiles desarmados fueron
baleados como si fuera un ejército en un campo de batalla.
Hoy sabemos demasiado acerca de la vida bajo la ocupación, antes y
después de Oslo, como para tomar en serio el reclamo de que la no resistencia
asegurará menos represión. Los
arrestos sin juicio, como lo han experimentado tantos a lo largo de los años;
la demolición de miles de casas; el matar y herir a inocentes; el drenaje de pozos
de agua; son todos testimonios de uno de los regímenes más crueles de nuestros
tiempos.
Amnistía Internacional
documenta anualmente la naturaleza
de la ocupación de un modo comprehensivo. El siguiente párrafo es del reporte
2015:
“En Cisjordania, incluyendo Jerusalén Oriental, las fuerzas israelíes
cometen las muertes ilegales de civiles palestinos, incluyendo niños, y
detienen a miles de palestinos que protestan en contra o se oponen de otros
modos a la continua ocupación militar de Israel, tomando a cientos en
detenciones administrativas. La tortura y otros malos tratos son aún extendidas
y son cometidos con impunidad.
Las autoridades
continúan promoviendo asentamientos ilegales en Cisjordania, mientras restringen seriamente la libertad
de movimiento de los palestinos, ajustando aún más las restricciones en medio
de la escalada de violencia desde octubre, la que incluyó ataques de palestinos
sobre civiles israelíes y la aparente ejecución extra judicial por fuerzas
israelíes. Los colonos israelíes en Cisjordania atacaron a palestinos y sus
propiedades con virtual impunidad. La Franja de Gaza permaneció bajo un bloqueo
militar israelí que impuso castigo colectivo sobre sus habitantes. Las autoridades
continuaron demoliendo casas palestinas en Cisjordania y dentro de Israel,
particularmente en villas beduinas en la región de Negev/Naqab, desalojando por
la fuerza a sus residentes.”
Consideremos esto por etapas. Primero, asesinatos, o lo que el reporte
de Amnistía llama ‘muertes ilegales’: cerca de 15 mil palestinos han sido muertos ‘ilegalmente’
por Israel desde 1967. Entre ellos había 2 mil niños.
Encarcelar palestinos sin juicio no es democrático
Otra característica de la ‘ocupación ilustrada’ es el encarcelamiento sin juicio. Uno
de cada cinco palestinos en Cisjordania y la Franja de Gaza ha sufrido esta
experiencia.
Es interesante comparar esta práctica israelí con políticas similares en
los Estados Unidos en el pasado y presente, por cuanto críticos al movimiento
por el boicot, la desinversión y las sanciones (BDS movement) reclaman
que las prácticas en ese país son aún peores. En efecto, el peor ejemplo de
Estados Unidos fue el encarcelamiento sin juicio de 100 mil ciudadanos
japoneses durante la Segunda Guerra Mundial, con 30 mil detenidos luego bajo la
llamada ‘guerra del terror’.
Ninguna de esas cifras se aproxima al número de palestinos que han
experimentado dicho proceso, incluyendo tanto al muy joven, al viejo, como al
encarcelado por largo tiempo.
Ser arrestado sin juicio es una experiencia traumática. No saber los
cargos contra uno, no tener contacto con un abogado y difícilmente contacto
alguno con tu familia, son algunas de las preocupaciones que te afectan como
prisionero. Más brutalmente, muchos de estos detenidos son usados como medio
para presionar a la gente a colaborar. Esparcir rumores o avergonzar a la gente
a causa de su orientación sexual (real o supuesta) son también métodos usados
frecuentemente para movilizar complicidad.
Respecto a la tortura, el confiable sitio web Middle East Monitor publicó
un horrendo artículo describiendo los doscientos métodos usados por los
israelíes para torturar palestinos. La lista está basada en un reporte de la
ONU y otro reporte de B’Tselem, una organización israelí de derechos humanos.
Entre otros métodos, se incluyen golpes, encadenamiento de prisioneros a
puertas o sillas por horas, vertimiento de agua fría y caliente sobre ellos,
desmembramiento de dedos, y retorcimiento de testículos.
Israel no es una democracia
Lo que cuestionamos aquí
entonces no es sólo la afirmación de Israel de estar manteniendo una ocupación
ilustrada, sino también su pretensión de ser una democracia. Dicho comportamiento hacia millones de
personas bajo su dominio devela la mentira de tales artimañas políticas.
No obstante, aunque grandes secciones de las sociedades civiles a lo
largo del mundo rechazan la pretensión de Israel de ser una democracia, sus
elites políticas (por varias razones) lo tratan aún como un miembro del
exclusivo club de estados democráticos. En muchos sentidos, la popularidad del
movimiento BDS refleja las frustraciones de esas sociedades con las políticas
de sus gobiernos hacia Israel.
Para muchos israelíes estos contraargumentos son irrelevantes en el
mejor de los casos, maliciosos en el peor. El estado de Israel se aferra a la
imagen de que es un ocupante benevolente. El argumento de la ‘ocupación
ilustrada’ propone que, de acuerdo al ciudadano judío promedio en Israel, a los
palestinos les va mucho mejor bajo la ocupación y que no hay razón en el mundo
para resistirla –y ni hablar de hacerlo por la fuerza. Si eres un defensor
acrítico de Israel en el exterior, tú aceptas estos supuestos también.
No obstante, existen
secciones de la sociedad israelí que sí reconocen la validez de algunos de los
reclamos hechos aquí. En los 1990s, con varios grados de convicción, un
número significativo de académicos, periodistas y artistas judíos expresaron
sus dudas acerca de la definición de Israel como una democracia.
Requiere algo de coraje el desafiar los mitos fundacionales de la propia
sociedad y del propio estado. Por esto unos pocos de ellos se replegaron más
tarde de esta posición valiente y retornaron a acatar la línea general.
Sin embargo, por un momento durante la última década del siglo pasado,
ellos produjeron trabajos que desafiaron el supuesto de un Israel democrático.
Retrataron a Israel como parte de una comunidad diferente: la de las naciones
no democráticas. Uno de ellos, el geógrafo Oren Yiftachel de la Universidad de
Ben-Gurion, describió a Israel como una etnocracia, un régimen que gobierna un
estado étnicamente mixto con una preferencia legal y formal por un grupo étnico
por sobre todos los otros. Otros fueron más lejos, etiquetando a Israel como un
estado apartheid o un estado de asentamiento colonial.
Brevemente, cualquiera sea la descripción que estos académicos críticos
ofrecieron, entre ellas no estaba la de ‘democracia’.
Ilan Pappe es historiador y activista
socialista israelí. Es profesor del College of Social Sciences and
International Studies de la Universidad de Exeter, director del European Centre
for Palestinean Studies, y co-director del Centre for Ethno-Political Studiesde
Exeter. Más recientemente, es autor del libro Ten Myths About Israel.