Nazanin
Armanian
www.publico.es
/ 190517
“¡Asesino,
torturador, ladrón, corrupto, misógino, pirómano, belicista, mentiroso y
estafador!” Así son definidos los candidatos a ocupar el sillón presidencial de
la República Islámica (RI) no sólo por las fuerzas de oposición (todas
ilegalizadas) sino por los propios candidatos, que en una lucha encarnizadas
han aireado los trapos sucios de su rival ante la mirada de los ciudadanos, que
estupefactos son testigos de una nueva fase de la atomización de la RI, cuya
instalación en 1979 puso un
penoso fin a una grandiosa revolución progresista, por la justicia
social, libertad e independencia del país.
Para
descifrar los entresijos de esta campaña, su significado para la sociedad iraní
y su lugar de Irán en la escena internacional, hay que tener en cuenta los
siguientes datos:
La
RI que no es una república donde los ciudadanos son iguales ante la ley, sino
una versión singular de Apartheid con
la venia de Dios, en el que, por ejemplo, no pueden presentarse como candidatos en las elecciones presidenciales:
+
La mitad de la población, o sea, las mujeres;
+
Las minorías religiosas, entre ellos los 18 millones de musulmanes sunnitas
baluches, kurdos, turcomanos, árabes, persas, así como los cristianos, judíos,
zoroastrianos, budistas y bahaíes;
+
Los no creyentes y ateos;
+
Los críticos, disidentes políticos, cientos de
miles de ex presos políticos, y los actuales activistas encarcelados,
que llevan varias semanas en huelga de hambre, entre ellos Atena Daemi,
condenada a 11 años por criticar la pena de muerte que cada día arranca la vida
de unas 3 personas, incluidos los menores. O la pintora Atena Farahani que
cumple una condena de 14 años por una ilustración satírica sobre las
autoridades, o el clérigo Hosin Brouyerdi que lleva 11 años encerrado por
denunciar el abuso de la religión por los hombres de sotana que gobiernan el
país.
El candidato,
además de ser hombre y chiita debe ser leal al “líder” Ayatolá Alí Jamenei, que
ocupa el cargo inventado por Jomeini del Welayt-e Faghi (Tutela del jurista
islámico). Él es designado por una élite religiosa afín, que no por los
ciudadanos y ostenta los
poderes de un monarca absolutista: ejerce todos los poderes,
determina la política exterior e interior, y tiene facultad de vetar las
decisiones de los órganos electos, como la presidencia y el parlamento, e
incluso suspender dichas instituciones. El presidente debe ejecutar sus
órdenes, y responder ante él que no ante los ciudadanos.
Los
candidatos pertenecen a las facciones y familias de la RI, y se agrupan en los
partidos religiosos-chiitas. Los partidos políticos, cuya función es representar
los intereses de distintas clases sociales, están prohibidos, entre los cuales
están: el partido Tudeh (comunista, fundado en 1920); el Partido Democrático de
Kurdistán (1945), y otros partidos de las minorías étnicas que componen hasta
el 55% de la población iraní donde los persas son la minoría mayoritaria; la
Organización Democrática de la Mujer Iraní (1951) cuya dirigente Maryam Firuz,
condenada a muerte por el Sha, pasó 9 años en la cárcel y 13 más en el arresto
domiciliario hasta su muerte en 2008; el Frente Patriótico, fundado por el
Primer Ministro Mosadeq, el artífice de la nacionalización de la industria
petrolífera en 1952; La organización islamista de Muyahedines de Pueblo (1965),
y la organización socialista de Fedaines del Pueblo (1971).
Así,
los obreros, campesinos, estudiantes, y el resto de la sociedad iraní están
convocados a votar que no a elegir a su representante.
¿Quién será el
presidente?
Tanto
Hasan Rohani como Ebrahim Raisí son de derecha islamista, sacerdotes y hombres del
sistema. Para este sufrido pueblo, la elección entre uno y otro
-salvando las distancias- se asemeja a escoger entre Emanuel Macron o
Marine Le Pen para los franceses, y con un determinante matiz: que en la
RI es el “Líder” y los guardianes islámicos quienes deciden sobre el nombre que
saldrá de las urnas. No existe ningún mecanismo de control sobre las mismas,
las papeletas, el recuento de los votos y su lectura. Con el recuerdo vivo del fraude electoral del 2009,
el equipo de Rohani está en estado de alerta por el temor a otro golpe de Estado palaciego,
ya que es el favorito de un 70% de los electores.
También
están vigilantes millones de sus votantes, dispuestos a ocupar las calles,
evitando el triunfo de Raisí, el hombre de la ultraderecha fundamentalista,
respaldado por Jamenei y los militares, que tras acabar con los reformistas,
pretenden eliminar a los “moderados”. De allí, la amenaza de Jamenei de que
aplastaría cualquier “tensión” durante y después del proceso electoral. Pero,
Rohani no es fácil de roer: acusó
a su rival de haber dirigido el comité de inquisición que en el verano del 1988
llevó a cabo la orden de Jomeini de ejecutar a 4,482 presos políticos, en su
gran mayoría marxistas. Pero, ha escupido hacia arriba: su propio ministro de
Justicia, el ayatolá Pur Mohamadi formaba parte de aquel “Comité de Matanza”.
Así,
las elecciones en Irán sirven para tres cosas: que el pueblo conozca las
maneras de ajustar cuentas con el poder; que sea la única oportunidad de que
puedan echarse a las calles, puesto que es ilegal manifestarse contra los
representantes de Alá en la tierra; y para que la RI se presente ante el mundo
como una república democrática.
Según
la prensa oficial, la mitad del electorado está indeciso, y un tercio no va a
votar. La mayoría de los partidos de la oposición han pedido el boicot, entre
ellos el partido Tudeh, y los seis partidos kurdos; argumentan que la jugada de
la RI de forzar al pueblo de elegir entre “el mal y el peor” es una habitual
artimaña del poder para bajar el nivel de las reivindicaciones populares y
sacar rentabilidad de su desesperación, colocándoles entre la espada y la
pared.
Economía: el telón
de Aquiles de la RI
El
desempleo del 31% de los jóvenes, y la pobreza del 45% de la población (ambos
datos oficiales) y el incesante cierre de talleres y fábricas es la principal
preocupación de todas las facciones. Al reducirse la amenaza de un ataque
militar de Estados Unidos, el temor al estallido social pone en peligro a la
RI. La propuesta de Rohani es reducir el gasto en ayuda directa a los
necesitados para invertir en los proyectos estructurales (¿por qué no lo hizo
en su mandato?). Mientras Raisí, como buen clérigo que es, ofrece limosnas en
efectivo a los pobres, y de allí no sale.
Que
la economía de Irán no despegue no es por falta de inversiones extranjeras
(debido a las amenazas de Trump y la incertidumbre que genera su estrategia
respecto a Irán), que a pesar de la renuncia de Teherán al programa nuclear, no
llegan como se esperaba. El salvaje neoliberalismo, unido a una corrupción
monumental, un sistema político medieval que pide ser islamista y leal al
régimen para ocupar un puesto de trabajo, así como el dominio de los militares
–como denuncia el mismo presidente de la RI-, impiden que el pueblo, el
verdadero dueño de la primera reserva mundial del gas y la cuarta de petróleo,
viva dignamente.
La
cúpula militar controla el ministerio de Petróleo, el de Seguridad y el de
Cultura, y la Radio Televisión pública, entre otras instituciones. El
presidente Rohani (al igual que Ahmadineyad) ha sido criticado por beneficiarse
de las sanciones económicas y buscar la guerra con Estados Unidos para asaltar
también al poder político. En 1992 la RI reformó la Constitución para
privatizar las empresas nacionalizadas al principio de la revolución del 1979,
cediéndolas al clérigo y los militares.
De
hecho, los 45 mineros que murieron en una explosión de mina de carbón, el 2 de
mayo trabajaban en la mina propietaria de basiy «Reclutas» (grupo paramilitar
creado a la imagen de los “camisa negras” italianos), según la denuncia de
Rohani.
Allí
no sólo el nivel de seguridad era cero, sino que varios de los fallecidos no
habían cobrado sus salarios desde hacía meses, y todos con contratos
temporales. El régimen mientras se sienta en la mesa para negociar con Estados
Unidos, el antiguo Gran Satán, prohíbe los sindicatos y se niega a sentarse a
escuchar a los trabajadores. Un gravísimo error de cualquier régimen que al
prohibir los partidos y organizaciones que funcionan como intermediarios entre
el poder y la ciudadanía, se tendrá que enfrentar con los trabajadores de forma
directa.
Irán en los planes
de Trump
Formar
un equipo cuyo principal rasgo es ser
iranófobo, o elegir como destino de sus dos primeras visitas
oficiales a Arabia Saudí (el mismo día de las elecciones de Irán) e Israel, y
la creación de la OTAN árabe, es una advertencia a Irán. Trump atiza el fuego de una guerra regional. A
Trump le da igual quién ocupe la presidencia en Irán ya que son los militares
quienes deciden sobre la política exterior, el programa nuclear o la guerra
en Siria o Irak.
La
posibilidad de que haya una segunda vuelta en las elecciones presidenciales
sirve a Jamenei para tomar la temperatura de la calle: a más presencia de los
partidarios de Rohani, mayor probabilidad de que el actual presidente renueve
el mandato, y se retrocedan los planes del “Líder” y su guardia pretoriana,
ansiosa de enfrentarse a las tropas de Estados Unidos, aunque cueste la
iraquización de Irán.