Lucía Luna
www.proceso.com.mx / 050517
Todas las guerras
son abominables. Pero sin duda a ojos del mundo hay guerras de primera y de
segunda. Y la que actualmente libran Estados Unidos y Arabia Saudita contra
Yemen pertenece a esta última categoría. Sin importar la magnitud del costo
humano.
El pasado 25 de
abril, la Oficina de Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos
Humanitarios (OCHA) alertó que siete millones de yemeníes atrapados en los
frentes de guerra corren el riesgo de morir de hambre. Eso, sin contar con que
la vida de más de un millón de niños está en peligro por su alto grado de
desnutrición y que cada 10 minutos muere un menor de cinco años a causa de enfermedades
evitables.
Sometido a ataques
“quirúrgicos” por parte de Washington, y a constantes bombardeos y al bloqueo
de sus puertos por una coalición sunita encabezada por Riad, el país más pobre
del mundo árabe está a punto del colapso: la infraestructura sanitaria funciona
al mínimo, lo mismo que escuelas, mercados, mezquitas y toda clase de servicios
de asistencia social. Ocho millones de personas carecen de agua potable y tres
millones han tenido que abandonar sus hogares y sus precarios medios de subsistencia.
En conjunto, la
OCHA calcula que dos tercios (19 millones) de los habitantes de Yemen necesitan
“ayuda y protección urgentes”, y para ello se requiere de un mínimo de dos mil
100 millones de dólares. Pero en vísperas de la celebración en Ginebra de una
conferencia de donantes para la castigada nación, apenas se había recaudado
poco más de un 15%.
La escuálida
respuesta internacional no sólo es económica, sino también política e
informativa.
El 29 de enero, la
primera operación militar del nuevo gobierno de Donald Trump fue dirigida
precisamente contra Yemen, donde se ubican bases de la rama de Al Qaeda en la
Península Arábiga (AQPA). Además de los “objetivos terroristas”, hubo numerosas
bajas civiles.
Pero el ojo
mediático muy pronto giró hacia el ataque con gas venenoso en Siria y el
consiguiente bombardeo punitivo de Estados Unidos contra una base aérea del
régimen de Bashar el Asad. Luego vino el lanzamiento de “la madre de todas las
bombas” en la frontera de Afganistán con Paquistán, y ya nadie se acordó de los
yemeníes.
De hecho, el
operativo en Yemen tuvo repercusión mediática porque se salió de la norma de
los ataques con drones llevados a cabo por los gobiernos de George W. Bush y
Barack Obama -unos 150 desde 2002–, que también cobraron un sinnúmero de
víctimas civiles. Tanto, que el gobierno de Saná pidió cancelarlos en 2014,
aunque después volvieron con renovada intensidad.
Pero ahora se
trató de una incursión militar en toda regla… que resultó un fiasco:
Según el Comando
Central de Estados Unidos en Oriente Medio (CENTCOM), decenas de efectivos de
las fuerzas especiales de la marina –los famosos SEALS– descendieron ese día
sobre la sudoriental localidad de Yakla y atacaron varias construcciones donde
presuntamente se ocultaban miembros de AQPA. Antes, una veintena de helicópteros
Apache y drones había sobrevolado la zona y bombardeado una escuela, una
mezquita y una cárcel, supuestas bases de los terroristas.
Pero lo que los
marinos encontraron al bajar, fue un bastión reforzado con minas,
francotiradores y un nutrido contingente de combatientes. Aparte, les falló un
helicóptero. Lo que sobrevino fue un enfrentamiento, en el que murió un infante
de marina y seis resultaron heridos; y en el otro bando se contó una treintena
de muertos, la mitad mujeres y niños.
Fuentes militares
estadunidenses confiaron a la agencia Reuters que el
operativo se llevó a cabo “sin la suficiente información, apoyo de tierra o
preparativos de respaldo”. Y el International Crisis Group (ICG), a través de
su especialista en Yemen, April Alley, consideró que era “un ejemplo de lo que
no se debe hacer”, porque apenas afecta a los yihadistas y en cambio alimenta
el resentimiento de los yemeníes contra los estadunidenses.
Críticas
Pero lo que sin
duda causó más ruido mediático, fue que el padre de William Owens, el infante
de marina muerto, se negara a encontrarse con el presidente Trump para la
entrega de los restos mortales de su hijo. “¿Por qué tuvieron que poner en
marcha esta estúpida misión, cuando no llevaban ni una semana en el gobierno?”,
le dijo a The Miami Herald. Para él, veterano de guerra, se trató
de una inútil exhibición de fuerza.
Por lo que toca a
la muerte de civiles yemeníes, ésta recibió la condena habitual de políticos
críticos y organismos de derechos humanos. Pero lo que esta vez le dio un
realce diferente, es que entre los niños caídos se encontraba Nora, la hija de
ocho años del predicador de origen estadunidense Anuar al Awlaki, quien regresó
a Yemen para convertirse en uno de los principales líderes de AQPA y fue
abatido por un dron de Estados Unidos en septiembre de 2011.
Con su inglés
fluido, Al Awlaki fue acusado de promover la yihad desde el
sur de Yemen. A su influencia se atribuyen, entre otros, el fallido intento de
estallar un avión antes de la Navidad de 2009, los bombazos en el maratón de
Boston y el tiroteo en Fort Hood. Nora, por lo demás, no era el primer vástago
de Anuar que moría por fuego estadunidense. En octubre de 2011 su hijo
Abdulrahman, de 16 años, murió cuando un dron atacó el feudo familiar de los Al
Awlaki, donde estaba de visita.
Menos ruidosa pero
más letal ha sido la ofensiva emprendida en marzo de 2015 por Riad y una
coalición de países árabes del Golfo, que realiza bombardeos indiscriminados,
sin respetar instalaciones civiles.
Daños
Médicos Sin
Fronteras (MSF), que ha perdido cuatro de sus hospitales en estos ataques, ha
contabilizado siete mil 600 muertos y atendido unos 56 mil heridos; pero dice
que sólo se trata de una “fotografía parcial” porque hay lugares a donde no
puede llegar y otros de donde la población no puede salir.
El Fondo de
Naciones Unidas para la Infancia (UNICEF), por su parte, habla de mil 400 niños
muertos y dos mil 140 heridos, aunque también considera que el número real “es
mucho más elevado”. Y afirma que al menos dos mil escuelas no pueden ser
utilizadas porque fueron destruidas, dañadas o se utilizan para fines de
guerra.
La confrontación
empezó después de que a principios de 2015 los rebeldes huthis expulsaran del
país al presidente Abd Rabbo Mansur Hadi, quien buscó protección en Arabia
Saudita. Mansur Hadi sucedió a Alí Abdalá Saleh, quien gobernó Yemen durante 33
años y fue derrocado al calor de la llamada “primavera árabe”, en 2011.
Los huthis, de
confesión zaydí (una derivación del chiismo) y que reivindican una zona
autónoma en el norte de Yemen, ya se habían enfrentado a lo largo de los años
al menos seis veces con el gobierno de Saleh. Y volvieron a hacerlo con Mansur
Hadi. Sólo que –¡oh paradoja!– esta vez lo hicieron acompañados por el propio
Saleh y un amplio sector del ejército yemení que se mantuvo leal a él, por lo
que la maniobra fue vista como un golpe de Estado.
Sin embargo, la
monarquía saudita creyó ver en la asonada algo más: al ser los huthis próximos
al chiismo, detrás de ellos debía estar Irán, país con el que mantiene una
pugna por el control regional. No hay pruebas de que Teherán ayude militarmente
a los huthis, ni tampoco a Saleh y sus fuerzas (sunitas); pero la narrativa de Riad
justificó la campaña de guerra y aun el apoyo de potencias occidentales.
Según círculos
militares, Estados Unidos provee de combustible en pleno vuelo a los aviones de
la coalición encabezada por el reino saudí, para que sin desvíos puedan dar en
el blanco sobre sus objetivos yemeníes. Y Gran Bretaña le vende armas,
incluidas las proscritas bombas de racimo, sin que nadie proteste. Este
comercio ha sido valorado en unos cinco mil millones de dólares.
En el campo
diplomático, los intentos de mediación de la ONU no han avanzado. Sólo
prevalece una resolución del Consejo de Seguridad, que exige a los huthis
retirarse a su feudo del norte de Yemen y entregar las armas pesadas. Ellos,
que representan un tercio de la población yemení, no están dispuestos a hacerlo
sin obtener nada a cambio.
En cuanto al
combate al terrorismo, después del cruento operativo de enero corrió la versión
de que Yemen habría retirado a Estados Unidos la autorización para realizar más
ataques. Pero el gobierno en el exilio, reconocido internacionalmente, lo negó,
aunque reclamó airadamente las bajas civiles. Washington, por su parte,
intensificó sus ataques con drones en forma inusitada: 40 en un mes.
Nada indica que
las acciones militares en Yemen terminen a corto plazo. Ni tampoco el
sufrimiento del pueblo yemení.