Entrevista por Alver Metalli
www.tierrasdeamerica.com/12-140417
José “Pepe” Mujica con su esposa, la senadora
Lucía Topolansky
Fue el primer presidente latinoamericano que
recibió en audiencia el Papa argentino, su vecino de enfrente. Desde
Montevideo, donde vive con su esposa senadora, lleva poco menos de tres horas
de catamarán cruzar el Río de la Plata y llegar a Puerto Madero, y desde allí
se puede ir caminando hasta el domicilio de Bergoglio, frente a la Plaza de
Mayo.
Cuando Mujica era presidente, entre marzo de
2010 y el mismo mes de 2015, nunca recorrió ese trayecto. Prefirió esperar y
voló 12.000 kilómetros para llegar a Roma, llevando de regalo el libro de un
amigo en común con el Papa argentino que iba a visitar, el historiador y
filósofo uruguayo Alberto Methol Ferré, fallecido en noviembre de 2009. “Nos
abrió la mente”, comentó Mujica cuando se lo entregaba. “Nos ayudó a pensar”,
le contestó Bergoglio con una sonrisa de entendimiento.
Una hora de conversación y un breve comentario
al salir retrataron el encuentro entre los dos rioplatenses, el Papa y el
Presidente: fue como hablar “con un amigo del barrio” le dijo Mujica a un
periodista; “un hombre sabio” hizo saber el Papa a través de su vocero. El ex
presidente de Uruguay de ochenta y un años, con un pasado guerrillero, nunca
más perdió de vista al Papa argentino. Hasta el día de hoy.
Delante del micrófono admite que no recuerda qué
estaba haciendo o dónde se encontraba aquel 13 de marzo, hace cuatro años. “Uno
de mis muchos defectos es no recordar las etapas que he atravesado”, se excusa.
“Sobre todo ahora que ya no tengo mucho tiempo por delante y trato de concentrarme
en las claves de los tiempos que vendrán”. Pero asegura que sí tiene muy claro
“la sorpresa gigantesca que nos llevamos”.
El plural mayestático refleja una manera de ser
reservada y propia del hombre de campo. “Nos parecía difícil que la iglesia tuviera
tanta audacia renovadora como para elegir a un latinoamericano, y sobre todo un
personaje tan singular y un poco contestatario de la filosofía concreta que
habían aplicado los últimos papas. Era un viraje, un cambio global de toda la
orientación de la iglesia hasta ese momento.
Lo que habla de la sabiduría y de los
misteriosos recursos de esa realidad tan vieja que es la iglesia católica,
apostólica y romana. Supo dar un viraje muy fuerte en la lucha por su
credibilidad en un momento de fenomenal crisis en el mundo. Cuando su peso
histórico y social estaba siendo jaqueado desde muchos ángulos, la iglesia –
con el nuevo papa – se dio cuenta de que su suerte se empezaba a jugar en el
mundo pobre y la causa de los pobres, y trató de retomar lo más hondo del viejo
mensaje cristiano”.
¿Por qué viejo?
Viejo no en el sentido peyorativo, sino más bien
en el sentido de la eternidad, por lo menos de eternidad humana. Yo me
considero un admirador político de la Iglesia católica, apostólica y romana.
¿“Admirador político”?
Sí, admiro el trabajo de la iglesia católica, la
obra civilizadora gigantesca que realizó en términos humanos a pesar de sus
defectos. La lengua y la presencia de la iglesia católica en América Latina son
las dos columnas vertebrales de la formación de nuestro modo de ser. No
reconocerlo es señal de superficialidad.
Los pueblos latinoamericanos, sobre todo los
pobres, son masivamente creyentes, y a lo largo de toda nuestra historia la
iglesia tuvo una enorme participación en la construcción de nuestras
nacionalidades. La iglesia está profundamente entrelazada con nuestras raíces.
Lengua e iglesia son las dos cosas que más nos unen.
Que yo tenga mis dudas como creyente, es otra
historia. La cuestión de fondo es cómo es la gente de mi pueblo, de mi
sociedad, quiénes somos los latinoamericanos, y eso lo debo entender y respetar.
Por eso cuando a la iglesia le disputan su espacio, la legitimidad de su
presencia, no puedo ser neutral, me siento amigo, como institución y como
historia. Yo sé que a la Iglesia se le pueden reprochar muchas cosas, pero es
mucho más lo que debemos reconocerle. Porque en definitiva, lo que habría para
cobrarle son los defectos de los hombres, no de la iglesia, no de la
institución.
¿Y a usted de dónde le viene esta sabiduría, esa
tradición? ¿De sus padres, su historia, las experiencias que tuvo…? Porque no
es común escuchar hablar así a un político de izquierda que fue presidente del
país más laico de América Latina.
Siempre fui un aficionado a la historia de
nuestra Latinoamérica, y mirara donde mirase, me encontré con la iglesia por
todos lados. Desde la época de la revolución y del nacimiento y afirmación de
las ideas republicanas. En todas las gestas emancipadoras americanas siempre
hubo la pluma de un sacerdote detrás del pensamiento de los libertadores.
Porque los sacerdotes eran un caudal de formación universitaria, del
pensamiento de su época; eran los que conocían la filosofía antigua y el
pensamiento moderno, el humanista y el científico, y lo retransmitían. Es muy
difícil concebir a nuestro Artigas sin algunos curas que tenía al lado.
En las épocas más duras, más primitivas, la
iglesia tuvo un rol de santuario, de conservación de la sabiduría primitiva de
la civilización greco-romana que se conservó en los monasterios, y de alguna
manera en un mundo duro y de barbarie y de guerra, como fue el feudalismo,
mantuvo encendida la mechita de la civilización. Después vinieron otros
tiempos, pero la historia de la iglesia, a lo largo de los siglos, fue como un
protector para recoger y conservar parte de esa vieja sabiduría que había
acumulado el dolor la humanidad. La transmitió, con mayor o menor conciencia,
como una espora del futuro.
¿No hubo ningún sacerdote que influyera en
usted?
Probablemente sí. Tuve muchos amigos entre los
frailes conventuales franciscanos, algunos de ellos vivían en Italia hasta hace
poco. En definitiva, estoy convencido de que lo más fundamental del hombre es
la fe. Vivimos en tiempos de ciencia, pero si me quitas la fe, no existe la
sociedad. Es un acto de fe si voy a un banco, pongo unos pesos y me dan un
papelito, porque yo creo que me los van a devolver cuando se los pida. Tengo
mercadería, la vendo porque me la van a pagar; es un acto de fe, ¿yo cómo sé si
me lo pagan? Toda la sociedad está construida sobre la fe. El día que
derrumbemos la fe estamos terminados.
La pregunta sigue planteada. ¿Esta actitud suya,
crítica y valorizadora de lo que es la iglesia en la historia de la humanidad,
de lo que es la fe para la vida de los latinoamericanos, del pontificado de
Francisco, tiene su origen en los estudios que hizo, en el conocimiento que
maduró a través de los años o hay algo más en su experiencia personal?
Ambas cosas. Desde el punto de vista histórico,
cuanto más atrás miro en la historia de los grupos humanos siempre me encuentro
con gente que cree en algo que va más allá de su propia vida. Que es
sobrenatural. Considero que el hombre es el animal más utópico que existe.
Porque necesita creer en algo, en algo no tangible, no cuestionable, en algo
que está más allá de él mismo. Creer es una característica antropológica del
hombre. La evolución de las religiones es el desarrollo adulto de esa
necesidad.
Ayuda a bien morir, dijo una vez…
Estuve internado en la sala de hospital y vi
morir gente. Y muchas veces pensé que si la religión cumple con la función de
ayudar a bien morir, ¡bendita sea la religión! En el dilema de la vida y muerte
necesitamos creer en algo más allá, que no se corrompe. ¡Cuidémosla,
prestémosle atención a la religión! Yo, con mis límites, no la puedo
cuestionar. Por eso la respeto.
La religión es un servicio humano, una necesidad
humana. Respeto la actitud religiosa del hombre en general, es cierto, pero yo
soy de Occidente, nací en América Latina. La imagen que aquí sembraron de Dios
tiene un rostro cristiano, apostólico, romano. Y eso ha penetrado profundamente
en millones y millones de latinoamericanos. ¡Quién soy yo con mis dudas delante
del universo para cuestionar el valor que éste tiene! Tengo que respetarlo.
Por eso le decía que soy un admirador político
del rol de la iglesia católica. ¡Claro, me pueden tirar a la cara los defectos
de este o de aquel, los límites de una persona o de otra. ¡Pero de qué nos sorprendemos!
Si está formada por hombres y los hombres somos eclécticos, pecadores, llenos
de errores. ¿Qué culpa tiene la iglesia?
¿Se puede decir sin retórica, sin que parezca
una exageración dialéctica, que estos cuatro años del Papa Bergoglio han cambiado
la historia?
Yo creo que son una ventana abierta. Él es un
formidable luchador social. Por la igualdad, por la misericordia, por el
derecho a la compasión, por tratar de hacer entender que la fraternidad es
vital entre los hombres, por darse cuenta de que triunfar en la vida no es
acumular riquezas.
Es una lucha dura la suya, y sé que muchos no
van a estar de acuerdo. Pero está dando pasos civilizadores y ante el tribunal
de la historia tendrán mérito y reconocimiento.
Cuando éramos jóvenes luchábamos por el poder.
Que en su aspecto digno es la lucha para mejorar la civilización a la que
pertenecemos. No para crear un mundo perfecto, sino para ir subiendo escalones
de humanidad. Yo al Papa lo veo como un luchador formidable que usa todo su
peso institucional para golpear nuestra conciencia, para convocar a la
sociedad, para mostrar que es posible un mundo un poco mejor. Pero también
depende de nosotros. Por eso me considero amigo ideológico del Papa, y lo
acompañaré en todo lo que pueda. Tengo mucha confianza en lo que hará, mucha
confianza.
Cuando fue a visitarlo en mayo de 2015, poco
antes del viaje que hizo el Papa Francisco a Cuba en el mes de septiembre de
ese año, Raúl Castro dijo: “si sigue así, me hago católico…”. Era una broma,
por supuesto. ¿Usted diría algo así?
Yo soy un acólito del Papa. Mis dudas con Dios
son filosóficas. O tal vez yo creo en Dios. Tal vez, no sé… O tal vez como me
estoy acercando a la muerte, lo estoy necesitando…
A Marcelo Figueroa, actual director de la
edición argentina del Observatorio Romano que se acaba de inaugurar, usted le
habló de lo que lo une a Bergoglio. “Creo que por caminos muy distintos ambos
percibimos el drama humano y las condiciones de ese drama humano que está a la
base de América Latina y también del mundo. Es inevitable una identificación
con Francisco”. ¿Cuál es ese drama humano, esa tragedia que está a la base de
América Latina? ¿Dónde lo ve?
Está en una cultura funcional a la ganancia que
ha creado el propio sistema capitalista. Esa cultura que se ha difundido con
fuerza por todas partes y nos convierte a todos en compradores desesperados.
Tenemos que consumir. Consumir y comprar, siempre cosas nuevas y distintas,
como si ese fuera el desiderata de la felicidad humana, y no nos damos
cuenta de que cuando compramos cosas estamos pagando con el tiempo de nuestra
vida; en cierto sentido, junto con el dinero que hace falta para comprar, nos
gastamos también nosotros. Después nos damos cuenta de que no nos queda tiempo
para los afectos, para la fraternidad, para el que está enfermo, para las cosas
que no dan ganancias. Pero que dan el gusto de vivir.
La vida no debe ser una carga. La vida debe ser
un mensaje de felicidad. No hay que confundir la idea de felicidad, que es un
equilibrio profundo, con la idea simplista de placer. La felicidad en el fondo
implica la libertad: qué hago, qué elijo, si tengo tiempo en mi vida para hacer
aquellas cosas que tienen un significado. Pero si tengo que trabajar, trabajar
y trabajar para pagar cuotas y cuotas y cuotas, y el auto no me sirve porque
tiene que ser más nuevo y más grande, y después que tengo la casa, necesito la
casa en la playa para ir a bañarme, y después me tengo que desesperar porque
necesito un hombre que me ayude a cuidar lo que tengo porque si no me roban… Y
cuando me quiero acordar, se me fue la vida y no me quedó tiempo…
Y yo no quiero que a mi hijo le falte nada, como
me faltó a mí… Sí, pero le faltás vos, no tenés tiempo para andar un par de
horas con tu hijo de la mano y llevarlo a un partido de fútbol… Tiempo para las
cosas más elementales de la vida. Para los afectos, los afectos humanos. Ésa es
la trampa de nuestro tiempo. Y casi sin darnos cuenta nos volvemos incapaces de
compadecernos del clamor de los demás; ya no lloramos ante el drama de otro o
no nos interesa ayudarlo a sobrellevarlo, como si eso fuera una responsabilidad
de alguien más que no tiene nada que ver con nosotros. Perdemos la calma y nos
ponemos nerviosos si el mercado ofrece algo que todavía no pudimos comprar,
mientras todas las vidas truncadas por la falta de posibilidades parece un mero
espectáculo que no nos altera.
Mejor pobres que alienados…
No estoy haciendo una apología de la pobreza,
estoy hablando de sobriedad. Vivir con lo necesario, con lo imprescindible.
Pero tener tiempo para gastar en cosas que sin perjudicar a otros generan
sentimientos, solidaridad, amistad. Es muy elemental lo que estoy diciendo, y
creo que el mensaje cristiano, en el fondo, no puede estar muy apartado de eso.
No puede ser que este mundo sea un valle de
lágrimas para ir después al paraíso. No. Ni valle de lágrimas ni paraíso. Acá
está todo, y si hay un más allá, la raíz está acá. Hoy la idea de triunfar
coincide con la de acumular riquezas. Sea como sea. ¡Pero si al final nos
iremos desnudos de este mundo como vinimos! No le encuentro mucho sentido a esa
manera de vivir, a esa obsesión por poseer. Me parece que el mensaje cristiano
recoge el viejo principio griego: nada en demasía.
No está dicho que no vuelva a intentarlo en
2020, cuando Tabaré Vázquez termine el mandato que heredó de sus manos en 2015.
Hay tiempo, y mientras tanto “el presidente más pobre del mundo”, como lo llamó
por primera vez un diario estadounidense experto en construir y derribar
íconos, el presidente que dona una buena parte de su sueldo para beneficencia y
que circula en un Volkswagen de museo, no rechaza las invitaciones que le
llegan de todo el mundo. Para hablar de sí mismo, de su país, Uruguay, de cómo
ve la vida desde sus ochenta y un años cumplidos en mayo, de la América Latina
“por construir”.
Los latinoamericanos hemos logrado nuestros
estados pero todavía tenemos que construir la nación”, afirma en tono
tranquilo. “Una nación es algo que va más allá de nuestras fronteras políticas,
que nos necesita a todos, porque en un mundo que se está achicando y apretando
cada vez más, para existir tenemos que unirnos, tenemos que acentuar nuestra
interdependencia para conservar nuestra independencia”.
Más dependencia para una mayor independencia: el
juego de palabras requiere algunas aclaraciones, que Mujica saca de una mochila
de conocimientos históricos mucho más amplia de lo que parece. “Insisto mucho
en los fundamentos sobre los que nos apoyamos, las dos raíces de nuestro ADN:
la lengua y la tradición de la Iglesia católica. Con la primera pensamos,
soñamos, proyectamos, escribimos poesías y hacemos matemática; con la segunda
introducimos en este circuito los significados propios de la herencia religiosa
que hemos recibido”.
¿Qué significa construir la nación?
No quiere decir borrar la frontera o la bandera.
Eso es secundario. Es construir un alero que nos proteja, donde todos tengan
reparo y sombra. Europa lleva muchos años tratando de alcanzar una integración.
En su historia hubo guerras, enfrentamientos, divisiones, y llegó un momento en
que un puñado de gobernantes tuvieron la sabiduría y la audacia de decir:
dejemos de matarnos y construyamos una casa común.
Este tema de la integración de América Latina
era muy importante para Alberto Methol Ferré, un compatriota suyo muy apreciado
por el Papa Francisco, como usted pudo comprobar en su viaje a Roma, cuando le
regaló el libro La
América Latina del Siglo XXI.
Claro, por eso Methol Ferré era mi amigo. Yo
pienso en clave metholiana, y el Papa también. Methol era un personaje
heterodoxo con una libertad de pensamiento fenomenal, un tipo de una tremenda
audacia intelectual, cosa difícil de encontrar en el clima de dogmatismo
intelectual contemporáneo.
Methol Ferré consideraba que la integración era
una necesidad histórica de América Latina para no caer en lo que él llamaba “el
coro de la historia” y poder tener protagonismo en un mundo de estados continentales…
No se puede hacer por una imposición militar o
política, porque nunca realiza una verdadera integración. Debe ser el
convencimiento de las mutuas conveniencias lo que acerca y da origen a
proyectos comunes. Los latinoamericanos debemos aprender que para no pertenecer
al coro de la historia y ser verdaderamente independientes debemos depender
cada vez más los unos de los otros.
Allí está China, cada vez más dentro de nuestro
horizonte latinoamericano. El imperio más viejo de la tierra, con una tradición
milenaria y un conjunto de culturas, acostumbradas a ser chinas, pero que son
muchas. Al lado está la India, un estado multinacional de proporciones enormes.
Y Europa, que está construyendo una gigantesca unidad, que tendrá
contradicciones y retrocesos, pero sigue avanzando en la dirección correcta.
¿Qué hacemos nosotros en un mundo así? ¿Nos balcanizamos? Tenemos que pensar
mucho y a fondo en estas cosas, ver lo que tenemos en común. Me siento un
francotirador de esta lucha.
¿Cómo se ve el nuevo presidente de Estados
Unidos desde el sur de América?
Es un florecimiento del ultranacionalismo
dominador. El nacionalismo es una fuerza importante para perpetuar la identidad
de los pequeños países, el hipernacionalismo de los grandes países, en cambio,
es una herramienta imperial peligrosísima porque tiende a desequilibrar el
mundo y a crear conflictos.
Lo que más me duele es que anunció que piensa
aumentar hasta 4000 millones de dólares el presupuesto militar. Inmediatamente
tuvo la respuesta del parlamento chino, que decidió aumentar 7 puntos el suyo.
¡Estamos locos! ¿Estamos gastando 2 millones de dólares por minuto en el mundo
en presupuestos militares y queremos aumentarlo todavía más? Estamos locos. El
hombre nunca tuvo tantos recursos como hoy para enfrentar los fantasmas del
hambre y la desnutrición, de la falta de agua y de las enfermedades, pero los
está malgastando.
El hombre puede crear ríos nuevos, hace treinta
años que existen proyectos de ese tipo, puede comunicar, a través del Sahara,
el Océano Índico con el Atlántico y crear una sucesión de mares interiores que
aumenten la eco-transpiración, contribuyan a mitigar el clima y aumentar el
nivel pluviométrico del África Subsahariana; el hombre puede cuidar la meseta
del Tibet, donde nacen los cuatro ríos principales que sostienen a la
humanidad, puede hacerlo, tiene los recursos y tiene la ciencia, pero no se
pone de acuerdo, malgasta, tira el dinero. Prefiere rechazar a los pobres, a
los emigrantes, que se ahoguen en el Mediterráneo, en vez de emplear recursos
para generar desarrollo en África para que la gente no tenga que emigrar.
Ésa es la lucha del Papa.
Usted dijo en las Naciones Unidas, en septiembre
de 2013, pocos meses después de la elección de Bergoglio, que “Nuestra época es
portentosamente revolucionaria, como no ha conocido la historia de la
humanidad, pero no tiene conducción consciente, política, tiene una conducción
simplemente instintiva”
Lo confirmo. Nos está dirigiendo el mercado, los
negocios…
¿En este sentido se puede decir que esta
conducción consciente la está marcando el Papa?
En el sentido de que está marcando una línea, la
línea de la responsabilidad colectiva. Todavía estamos razonando y reaccionando
como países, pero en este momento tenemos la obligación de pensar como especie.
Hay que empezar a cuidar el barco con el que navegamos en el universo: la
tierra. Es una responsabilidad global. La globalización existe pero para lo
financiero, para el negocio, para el mercado; no hay globalidad para las
decisiones que tienen que ver con el equilibrio y la necesidad de preservar la
tierra y la vida.
También tenemos responsabilidad sobre todas las
vidas no conscientes. El universo, o Dios, nos han dado la consciencia para
interpretar los fenómenos de la vida; tenemos la responsabilidad de hacerlo,
como hermanos mayores; tenemos que cuidar la vida, la vida en el sentido más
genérico del término. Y sin embargo la estamos depredando. Aunque sabemos cada
vez mejor lo que hay que hacer, o habría que hacer. Hace treinta años que los
hombres de ciencia nos dijeron lo que está pasando y lo que va a pasar. Y no
pudimos corregirnos.
Usted recomendó la lectura de la encíclica Laudato si’ poco después de que fuera
publicada por el Papa, precisamente por la manera como trata estos temas…
Exacto. Por eso me siento amigo y compañero del
Papa y de su lucha en estos frentes.
Los mexicanos y los centroamericanos se sienten
agredidos por Trump, por su política antimigratoria. Tienen buenas razones para
sentirse amenazados; sus economías dependen enormemente de su poderoso vecino.
¿Pero esto no podría ser también una oportunidad? Quiero decir, México, que en
cierto sentido es la frontera de Estados Unidos con América del Sur, y la misma
América Central, se verán obligados a integrarse más con el resto de América
Latina, como ocurrió con Venezuela, a mirar más hacia el sur, a intensificar
las relaciones con esa parte del continente de la que progresivamente se fueron
alejando.
Si, si, si… Probablemente aprenderemos más del
dolor que de la bonanza. Y probablemente pagaremos un alto precio por este
proceso. Nosotros tenemos que estar más cerca de México y de América Central. Y
ellos de nosotros. Nuestros gestos en defensa de México hasta este momento han
sido demasiado débiles. El problema de México es un problema de todos nosotros.
La agresión no termina en la frontera, empieza en la frontera.
Y tenemos que acercarnos a África. Tenemos una
idea estereotipada de África. La aristocracia de Nigeria consume carne inglesa
y quesos franceses. Es un disparate. Es como besar la mano del amo. Tenemos que
acercarnos mucho más al dolor del sur y acercarnos los latinoamericanos entre
nosotros.
Colombia. Otra guerrilla que deja las armas, la
última si excluimos el ELN en fase de negociación. El balance histórico es de
tres guerrillas derrotadas militarmente, los montoneros en Argentina en los años
’80, los tupamaros en Uruguay y Sendero Luminoso en Perú en los años ’90, dos
que triunfaron y tomaron el poder, la cubana en 1959 en plena guerra fría, y la
sandinista en 1979. Y por último tres guerrillas que por medio de la
negociación embocaron el camino de la política y la participación social, la
salvadoreña del Frente Farabundo Martí, en 1992, la guatemalteca de la Unidad
Revolucionaria Nacional Guatemalteca en 1996 y el Movimiento Zapatista de
Liberación Nacional de México en 1996. Y ahora las Farc en Colombia…
Transformar un conflicto que se trata de
resolver con las balas, en lucha política es un gran negocio. Es muy dolorosa
la historia de Colombia. Por eso la solución no termina con los acuerdos con la
Farc. Es más hondo el problema. La construcción de la paz en Colombia es un
proceso que empieza con las Farc pero después significa eliminar el
paramilitarismo, significa llevar la civilización a la selva, significa
recordar 12 millones de campesinos pobres, cuya única alternativa hasta ahora
es plantar coca porque los otros productos no los pueden vender, significa
reconocer que el 60% de la propiedad rural no tiene títulos, que hay 21, 22
millones de trabajadores de los cuales solo se podrá jubilar un millón. Y si
todo eso no se resuelve, son gérmenes de violencia que pasan al futuro.
Pero si no se empieza por la paz, todo lo demás
es imposible. La paz es importante, un paso sin el cual no se pueden dar los
otros, pero hay que ser conscientes de que es apenas el primer capítulo. Porque
hay un enorme problema de injusticia social. La guerra empezó por una falta de
equidad, no lo olvidemos, y sobre todo por la intolerancia entre liberales y
conservadores.
Al principio las Farc eran pequeñas zonas donde
se refugiaban liberales perseguidos por los conservadores, hasta que fueron
aplastados militarmente y llegaron a la conclusión de que debían transformarse
en ejército. En ese momento empezó la historia de las Farc. Yo hablé tres o
cuatro veces en Cuba con la dirección de las Farc sobre estas cosas y hablé con
el presidente Santos. Tenemos que agradecerle al Papa por lo que hizo.
A propósito, ¿escuchó que irá a Colombia en
septiembre?
Sí. Hace bien. Muy bien.
Otro frente de la diplomacia de Francisco es
Venezuela. Pero las cosas no están yendo bien, al contrario. Parece una especie
de Vietnam donde ningún mediador logra alcanzar ningún resultado… ¿Cómo ve el
futuro de Venezuela?
Venezuela está pagando el precio de una
deformación histórica. Paradójicamente a Venezuela la está matando el petróleo,
su principal riqueza. Hace muchos años que Venezuela se transformó en un país
importador de comida y de trabajo, y vendedor de petróleo. Abandonó el campo –que
se empobreció– y se fue a vivir a las ciudades y a la costa. Venezuela se quedó
prácticamente sin campesinos. Tiene una tierra prodigiosa, tiene ríos y aguas
extraordinarias, una energía extraordinaria, pero la masa del pueblo se
acostumbró a vivir directa o indirectamente de la renta petrolera.
Más allá de los fenómenos políticos actuales,
éste es el problema de fondo.
La comida hay que producirla cerca de la cocina.
E incluso lo que se acopia en la despensa hay que ponerlo no lejos de la
cocina. Vivir importando alimentos y vendiendo petróleo es una distorsión y un
peligro. Se puede importar un poco, pero el grueso de los alimentos hay que
producirlos en casa. Para hacer eso hay que tener políticas agrarias,
comprometerse con el campo, con la tierra. Un país rentista tarde o temprano se
derrumba.
Yo me puse a ayudar la lechería de Venezuela.
Les llevé personalmente vacas lecheras, unas princesas. Pero ordeñan las vacas
una vez al día, cuando con la misma vaca podrían obtener el doble de leche. Hay
lugares donde se corta el pasto con un machete, ¡ni siquiera llegó la guadaña!
¡Por favor!
¿Puede imaginar a Cuba sin los Castro, visto que
para Raúl se acerca el momento de jubilarse?
Sí me la imagino. Es una apuesta difícil, pero
es un partido que hay que jugar. Los dirigentes de la revolución apuestan al
nivel moral e ideológico del pueblo cubano. Tienen un punto a su favor que yo
he comprobado. Los cubanos han exportado médicos a todas partes del mundo. Son
poquísimos los que desertaron. Los médicos cubanos de las misiones en el
exterior cobran su sueldo y mandan una parte del dinero a su familia en Cuba.
Es uno de los principales ingresos de la isla. Sin duda tendrán que liberalizar
las relaciones, la participación política, y tendrán que hacer cambios.
El cubano hoy es el pueblo más cultivado de
América Latina. Mucho más que todos los demás. Yo tengo fe en que la revolución
cubana vaya madurando y ampliando el horizonte. Se puede estar de acuerdo con
algunas cosas y en desacuerdo con otras, pero hay una regla de oro: nunca
imponer algo desde afuera. Hay que apostar a que la gente vaya cambiando y
transformando sus cosas. Todas las experiencias de producir cambios
provocándolos desde afuera, terminaron en desastres colosales. Así ocurrió en
Libia, Afganistán, Irak, Siria… No olvidemos que en la vida también se puede
cambiar para peor; entonces, cuidado con meterse desde afuera.
¿Ha sabido que algunos
miembros de la Comisión por la Memoria de la provincia de Buenos Aires viajan a
las Malvinas?
No tengo dudas de que históricamente las
Malvinas son argentinas. Casi diría que son uruguayas. La marina española del
Atlántico Sud funcionaba en Montevideo y era la que atendía las Malvinas, y
hasta llevaron indios charrúas, está registrado en la documentación. Su
majestad británica siempre se caracterizó por apropiarse de los mejores puntos
marítimos para sus necesidades navieras y de comercio, y un día, aprovechando
las contradicciones se adueñó del archipiélago declarándolo territorio de
ultramar. Ahora en las Malvinas hay un pueblo de tradición inglesa.
Yo creo que Argentina cometió un error táctico
cuando pretendió conquistar manu militari algo que puede pertenecerle. No
tuvo la sabiduría de los pueblos viejos. Hubo una época en que los mongoles
conquistaron China, se instalaron y fueron emperadores. Pero era tan fuerte la
civilización china que terminó absorbiéndolos, los convirtió en chinos. Fue una
cuestión de tiempo. Argentina, en vez de batallones militares debió haber
mandado equipos de fútbol, hospitales… en fin, apuntar a una asimilación
civilizadora. Tenía todas las ventajas. Si no se conquistan los corazones no se
conquista realmente nada.