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Indígenas tohono
o’odham protestan con danzas contra Trump en Sonora (México) el 25 de marzo
(PEDRO PARDO / AFP)
Cuando la patrulla
fronteriza llegó a la reserva de los tohono
o’odham (pueblo del desierto), en el sur de Arizona en el 2013, y anunció
un plan para construir 22 torres de vigilancia con tecnología de punta, Josh
García dio por hecho que su pueblo daría luz verde al plan. “Somos muy pasivos,
tímidos y decían que las torres nos protegerían”, dice.
Pero, de cualquier
manera, García, profesor de adolescentes que nació en la reserva hace 36 años,
preparó una serie de presentaciones para explicar su oposición al plan a los
cerca de 30.000 habitantes de la reserva. “Aparte del impacto medioambiental
dije que sería una violación de nuestra soberanía; y comparé la situación con
la de los palestinos. Para mi sorpresa mucha gente me apoyó”, explica.
Si resulta
sorprendente que parte del pueblo tohono o’odham, que vive desde hace milenios
en el desierto de Arizona y Sonora (México), se sienta identificado con los
palestinos, hay que decir que hay una explicación: la empresa que se hizo con
el contrato multimillonario para construir las torres es Elbit Systems, la
multinacional israelí de defensa, que también participó en la construcción del
muro en Palestina.
Elbit –cuyo lema
corporativo es “cualquier amenaza en cualquier momento”– era uno de los
expositores en la Border Security Expo, la muestra empresarial de tecnologías
de seguridad fronteriza celebrada en abril en San Antonio. Allí, el visitante a
la feria podía hacerse una foto de infrarrojos con la tecnología Nighthawk que
Elbit utiliza en las torres ya instaladas en la frontera cerca de Nogales.
Elbit, junto a otra empresa israelí, Magal Security Systems –que también
construyó el muro que cerca la hacinada franja de Gaza–, pretenden rentabilizar
el presupuesto que el presidente Donald Trump pide para la construcción de un
nuevo muro. Si se acaba construyendo, incluiría los 120 kilómetros de la
reserva de los Tohono o’odham, colindantes con México.
Verlon Jose, vicepresidente de la
Nación Tohono O'odham, camina a lo largo de muro en la frontera entre los
Estados Unidos y México en la reserva de Tohono O'odham (Rick Wilking /
Reuters)
Los participantes
en la Border Security –principalmente multinacionales de defensa, como Northop
Grumann, General Atomics o Elbit Systems–, coincidieron en que la promesa
electoral de Trump de construir una barrera de hormigón, comparable con la gran
muralla de China, no tiene mucho sentido. Lo que se debe hacer, según dicen, es
ampliar el actual “muro virtual”, una red de vallas, unidades móviles, torres
robóticas y muros pequeños, todos ellos equipados con sensores subterráneos,
cámaras de alta potencia, y drones.
Gracias a su
experiencia en Palestina, Elbit y Magal son líderes mundiales en esa área
tecnológica. Elbit sustituyó a Boeing, que incumplió las condiciones de un
contrato por 1.000 millones de dólares para el control de la frontera cerca de
Nogales. “Trump está creando nuevas vibraciones en el sector”, dijo Bezahel
Machlis, el consejero delegado de Elbit el mes pasado en Tel Aviv.
Las torres que se
quiere construir en el territorio de los tohono o’odham son estructuras de
acero de 30 metros de altura. Equipadas con cámaras de infrarrojos, fuertes
focos, sensores y aparatos de radar. Estarán conectadas por una red de carreteras.
Al detectar en las pantallas de un centro de operaciones cualquier actividad
delictiva, bien sea inmigrantes bien sea traficantes de drogas, los agentes de
la guardia fronteriza podrán acceder rápidamente al lugar y detenerlos.
Por este motivo,
la policía sostiene que ayudarán a proteger a las comunidades aisladas de los
tohono o’odham, que habitan localidades de apenas cien o doscientas personas,
cada una a diez o veinte kilómetros de distancia. Les protegerán de los
narcotraficantes, que controlan parte del territorio en el lado mexicano, y de
los grupos de inmigrantes y coyotes que cruzan la reserva. Algunos pueblos de
la reserva apoyan el proyecto. Otros no. En cualquier caso, la construcción de
las torres se ha retrasado dos años.
Salvando las
distancias, hay similitudes entre los tohono o’odham y los palestinos.
“Nosotros ocupábamos un territorio enorme antes de que llegasen los europeos, y
lo único que queda ya es la reserva; ahora incluso esta zona está siendo
invadida por la patrulla y poco a poco perdemos más trozos”, explica García.
Aunque pocos
miembros de la tribu viven ya en México, un muro cortaría nítidamente la tierra
histórica de un pueblo transfronterizo. Hasta hace sólo 80 años, los tohono
o’odham aún mantenían la vida que llevaban hace un milenio, compaginando el
cultivo de maíz, frijoles y calabaza con la caza y la recogida de frutas.
“Hemos sido un
pueblo bastante nómada –cuenta García–, incluso en tiempo de mis abuelos.
Tenían diferentes campamentos y aldeas. Uno para el verano, donde trabajaban la
tierra durante los meses del monzón, y otro para el invierno, donde guardaban
el ganado. Y también mantenían campamentos para cazar, principalmente conejos,
y recoger diferentes clases de alimentos. Por supuesto, no había una frontera
en un sentido permanente o físico. Si ellos necesitaban ropa o café o lámparas
de queroseno, iban a México a comprarlos; mi abuelo, por ejemplo, hablaba
perfectamente el español además del o’odham y también el inglés”.
Pero a mediados
del siglo pasado, todo empezó a cambiar. Muchos tohono o’odham dejaron el campo
y fueron a trabajar a Phoenix. Luego, se pusieron en marcha políticas de
asimilación forzosa para los indígenas. “Mandaron a los niños al internado,
algunos a Pensilvania, otros, como mi madre, a Tucson, donde había una escuela
presbiteriana –añade García–. Había bastantes abusos; intentaron modernizarnos,
que hablásemos inglés en vez de nuestro idioma”.
Ni tan siquiera
ahora, cuando las tiendas y los restaurantes en Tucson comercializan artesanía
y cocina indígena mexicana, se dan clases de o’odham en la reserva. La pérdida
se ha agravado por el cambio climático. “Cultivábamos con agua de lluvia. Y
últimamente la tierra se ha vuelto mucho más seca y el clima, mucho más
cálido”, dice García.
Finalmente, llegó
la seguridad fronteriza. “La patrulla empezó a actuar en plan fuerte en la
década de los años ochenta, cuando llegaba gente de Centroamérica, huyendo de
las guerras. Fue dramático para nosotros porque, de repente, se establecieron
controles en la reserva. Recuerdo que nos obligaban a bajarnos para registrar
el coche. Son casi mis primeros recuerdos”. Curiosamente las primeras vallas se
erigieron en el lado mexicano. “Los propietarios mexicanos pusieron una valla
para que los miembros de la tribu no pudieran cruzar; también hay mucho racismo
en el lado mexicano”, dice.
Hasta la fecha, la
valla de acero que se ha construido en los alrededores de Nogales no entra en
el territorio de los tohono o’odham. Pero las torres de vigilancia de Elbit
Systems pueden constituir el primer paso a la construcción del muro tecnológico
y militarizado en el territorio. “Incluí estas fotos en las presentaciones que
hice en las comunidades y la gente se dio cuenta de lo que se trata”, dice
García, enseñando en su portátil una imagen de una torre de vigilancia de Elbit
en Cisjordania, patrullada por soldados israelíes que apuntan hacia la cámara
con sus ametralladoras.