Nazanin Armanian
www.publico.es / 300717
Imagínense un
campo de concentración con dos millones de personas, sin posibilidad de salir.
Piensen en unos carceleros que entre otros objetivos estudian el comportamiento
humano en situaciones al límite y para ello recurren al uso cotidiano del
terror, la tortura y aislamientos durante un largo periodo de tiempo; privación
de alimentos y medicamentos; derruir las viviendas (teniendo en cuenta que el
ser humano es madriguera), destruir el resultado de su durísimo trabajo
(aplicando una ‘ecocidia’ sistemática y arrancando unos 2.000.000 de árboles
frutales después de golpear y asesinar a decenas de mujeres y hombres
campesinos); impedir que reciban agua y luz suficientes, que trabajen, que
tengan ocio, que se relajen sometiéndoles a diferentes grados de estrés;
lanzarles toneladas de bombas, misiles y sustancias químicas como el fósforo
blanco, no sólo para eliminar la población sobrante del campo, sino también
para analizar el estado de shock y el complejo sentimiento de dolor y
sufrimiento de los supervivientes al ver con impotencia el cuerpo destrozado de
sus hijos, de sus seres queridos delante de sus ojos.
A estos
experimentos iniciados hace 10 años en Gaza, como en un macabro reality show, los israelíes han añadido
uno nueva prueba: simular la Edad de Piedra, cortándoles las horas de
electricidad de 7 a 2,5 horas al día, para ver cómo conservarán los bancos de
sangre o como se mantendrán con vida los recién nacidos en las incubadoras, los
enfermos de cáncer o los pacientes en diálisis; cómo aguantarán el calor
asfixiantes de este verano sin ventiladores o conservarán los alimentos sin
nevera, o cómo depurarán el agua para lavarse, cocinar, regar sus cultivos,
etc.
Los destartalados
generadores de los hospitales no han podido salvar la vida de una veintena de
pacientes, entre ellos Yara, una bebé de tres años. La única planta de energía
de Gaza cerró en abril por falta de combustible, y desde entonces, Israel se ha
convertido en su proveedor de electricidad.
Pero Tel Aviv,
aunque es el principal responsable de esta tragedia, no es el único. La nueva
medida ha sido solicitada por la Autoridad Palestina (AP) que así pretende
castigar a Hamas por el impago de las facturas de luz de Gaza. El castigo
colectivo está a la orden del día… Aquí hay un pulso entre la burguesía
palestina por el poder a expensas de millones de compatriotas desharrapados: se
trata de la lucha de clase en el medio de un movimiento nacional de liberación
contra el colonialismo israelí. [¿cómo se “come” esto?]
Para
no olvidar los orígenes de la crisis
El bloqueo
significa que los soldados de ocupación impidieran a Rula Ashtiya, a punto
de dar a luz, y su marido el paso para llegar a un ambulatorio. Dio a luz
tirada en el suelo y ante las miradas indecentes de aquellos hombres armados.
El bebé murió y sólo entonces le dejaron ir a pie al hospital en Nablus, con su
hijo muerto en los brazos. Esta es la punta de Iceberg de la brutalidad del
bloque, de los inhumanos métodos utilizados por el régimen israelí, que al puro
estilo del Estado Islámico, lava el cerebro de sus soldaditos de 18 años,
convirtiéndolos en monstruos.
Los
objetivos de Israel
Israel, un pequeño
punto en el mapa que, para ser una potencia regional hegemónica, además de las
armas y el dinero que recibe de los aliados occidentales, necesita territorio,
petróleo y agua, y estos elementos están en las tierras vecinas. De hecho,
Israel ha sido el principal ganador de las guerras de EEUU contra Irak, Libia y
Siria y las sanciones y amenazas que sufre Irán. Ahora pretende matar
lentamente a los olvidados palestinos de Gaza, para quienes el debate ha dejado
de ser “un estado o dos”, sino cómo conseguir agua y pan.
El proyecto de
gran Israel pretende “fabricar” palestinos enfermos, mutilados, analfabetos,
incapaces en el presente y futuro a proteger sus derechos sobre su tierra.
Acosando a la población, Israel pretende forzar a los líderes palestinos a la
rendición total por las buenas, si no, provocar una Intifada, y conseguirla por
la guerra. La tentación de quedarse con el
gas de Gaza en el Mediterráneo y trazar el gaseoducto para el 2025 es
irresistible: de allí, en parte, el silencio cómplice de Bruselas.
Aunque sea un
Estado de apartheid, ninguna potencia le trata a Israel como a un “paria”
¡Hasta se le considera un estado democrático a pesar de ser regido por los
intereses de un grupo religioso-étnico con una ideología arcaica! Si a veces
Occidente le critica por los asentamientos, se debe a una estrategia de
distracción con el fin de no exigirle la desocupación o el levantamiento del
bloqueo. Es lo que Obama hizo antes de marcharse, mientras se negaba a exigir a
Israel a cumplir la legalidad internacional y le asignaba una ayuda militar
valorada por 38.000 millones de dólares.
Tiempos atrás, los
presidentes de EEUU que temían un acercamiento de los árabes a la Unión
Soviética se imponían a un Israel desbocado: en 1956 después de la crisis de
Suez, Dwight Eisenhower amenazó a su pequeño aliado con castigos económicos si
no se retiraba del Sinaí; Gerard Ford en 1975 se negó a proporcionar más armas
al Estado judío hasta completar su salida del territorio egipcio; Carter en
1977 le exigió evacuar El Líbano, y acudir a Camp David, si quería más bombas y
misiles.
Hoy Israel no está
bajo ninguna presión, y salvo que las estrellas se alinearan para que se
formara a nivel internacional un movimiento progresista que pare los pies a los
pequeños y grandes países imperialistas, poco se puede hacer, incluso para
salvarle de sí mismo y hacerle entender la lógica de los vasos comunicantes.
Para Netanyahu el costo de un acuerdo de paz es mucho mayor que mantener la
situación actual, debido a la oposición de los ultra ortodoxos y colonos judíos
y una creciente presencia de la extrema derecha religiosa en el seno del
ejército.
Matar por el
bloqueo no escandaliza a la opinión pública mundial, todo lo contrario: puede
presionar a los regímenes árabes, incluyendo Arabia Saudí, para un acercamiento
a Israel para ‘solucionar el conflicto’.
En las próximas
semanas la tensión puede convertirse en conflicto, cuando Israel empiece las
excavaciones alrededor de la Franja de Gaza para crear una barrera subterránea
y evitar que Hamas construya túneles transfronterizos. Obviamente, Israel está
provocando una nueva Intifada, mientras Hamas espera un milagro que rehabilite su
legitimidad.
No hay un
conflicto israelo-palestino, sino una política sionista diseñada para
acabar con una población desarmada y secuestrada. Los partidos políticos y
movimiento sociales progresistas deben incluir en su agenda política el
objetivo de poner fin al bloqueo a Gaza.
Propuso Ayelet
Shaked, la diputada israelí, “matar a todas las madres palestinas para que
dejen de parir ‘pequeñas serpientes’”, ignorando que las ‘soluciones
finales’ finalmente estallan en la cara de sus ideólogos.