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“Narendra Modi por fin hizo público su amor por Israel”, así
narra la prensa judía el aterrizaje del primer ministro indio en Israel del 4
de julio. Una visita histórica por dos motivos: es la primera vez que un máximo
dirigente indio pone los pies en este país al que siempre había considerado una
potencia ocupante de los territorios palestinos, y también porque se ha negado
a tener encuentro con palestinos.
Es comprensible que un fanático hinduista como Modi se negara a dar la
mano a los fanáticos islamistas de Hamas, que además pertenecen a la Hermandad
Musulmana que respalda a los extremistas de Cachemira, pero ¿por qué no a
Mahmud Abbas? Hasta Donald Trump tuvo que saludarle en Belén cuando en mayo
pasado viajó a Israel.
Los palestinos, sorprendidos y decepcionados, en una concentración
frente a la Oficina del Representante de la India cerca de Ramallah portaban
carteles que decía “No a la cooperación con el estado de ocupación” y “Devolver
a la India a la era de Gandhi”.
Este es el segundo golpe que reciben los palestinos en un mes, después
de que Qatar pidiera a los líderes
de Hamas a abandonar Doha, por las presiones de EEUU-Arabia Saudí.
¿Cuestión de realpolitik? ¡No! Es que el señor Modi, un supremacista
hinduista profundamente anti-islámico comparte ideología con su colega
Netanyahu, un supremacista judío.
El giro a la derecha en la política exterior de la India empezó con la
desintegración de la URSS en 1991 y el Nuevo Orden Mundial levantado por EEUU
sobre los escombros de Irak y de Yugoslavia. Como consecuencia, las
organizaciones antiimperialistas como el Movimiento de los No Alineados, del
que la India dirigido por el marxista Jawaharlal Nehru, y la Yugoslavia de
Josip Broz, «Tito», fueron fundadores, recibieron un duro golpe. Es justo este
año cuando Delhi abre su embajada en Tel Aviv.
Desde entonces, la derecha india ha ido acercándose a Israel a expensas
de Palestina: en 2015 y 2016 se abstuvo de votar las resoluciones de la ONU de
condena a Israel por crímenes de guerra en la Franja de Gaza y pisar los
derechos palestinos, a pesar de que según la Comisión Económica y Social para
Asia Occidental de la ONU Israel impone el Apartheid a los palestinos, como la segregación racial de Sudáfrica
hasta 1994.
Lo que el gobierno hinduista busca en Israel es:
a) Un socio no árabe-ni musulmán en una región inestable. Ve que hasta los terroristas del Estado
Islámico respetan a Israel, por lo que decide apostar por el caballo ganador, abandonando a
Palestina.
b) Apuntarse al negocio de la lucha contra el “terrorismo islámico” como
el enemigo común, y gastar millones de dólares en tecnología antiterrorista
israelí. Si bien las conexiones de este terrorismo con Israel son públicas, el gobierno indio ocultó un importante dato sobre el atentado del 26 de diciembre del
2008 de Bombai en el que murieron ocho judíos: que los terroristas no atentaron
en la Eliyahoo, la gran sinagoga oficial judía, sino en el local de la
corriente Chabad -Lubavitch que se oponen al Estado israelí, por ilegítimo.
c) Poder influir sobre las decisiones políticas de EEUU, a través de
Israel, ahora que con el gobierno de Trump obsesionado con Irán, India pierde el peso
estratégico que le daba la “doctrina Obama” de contener a China.
Es anecdótico que el capitalismo más brutal de la India, santificado por
las élites de cientos de pequeños grupos religiosos que se han unido para
neutralizar la gestación de una revolución socialista, lo que exporta a Israel
sea justamente parte de toneladas de pelo que ofrecen gratis los 25.000 fieles
a diario al dios Vishnu. Los brahmán así consolidan el dominio de los rabinos
sobre las mujeres practicantes judías a las que se exige cubrirse su cabeza con
el velo o con una peluca.
La misma India que construye bombas nucleares y naves espaciales,
alberga al 30% de los seres humanos que viven en la extrema pobreza. En 2012,
murieron 1,4 millones de niños antes de cumplir los 5 años; 300.000
agricultores arruinados se han quitado la vida en la última década. Esta pobreza
organizada por el poder es el motivo de que algunas familias de Pilibhit (Uttar
Pradesh) abandonan a sus ancianos en la reserva de los Tigres para que una vez
mutilados o devorados, pudiesen recibir una compensación estatal. La última
víctima, en mes de julio, fue una mujer de 55 años.
Lo que busca el gobierno israelí en la visita de Modi y en la India es:
1) Ampliar sus relaciones con
las potencias no occidentales como Rusia, China, e India, ahora que ha perdido parte
del apoyo de los gobiernos europeos (salvo Alemania) gracias al éxito de la campaña
de Boicot,Desinversión y Sanciones (BDS). Delhi puede convertirse
en un aliado estratégico para Israel.
2) Mostrar que la política de aislar al gobierno de Netanyahu fracasa, y
países amigos de la India como Sri Lanka, Nepal y Bangladesh pueden ser los
siguientes en reconocer el estado israelí.
3) El mercado de 1.300 millones de personas. Ahora que Irán, con el fin
de las sanciones, puede competir con los productos israelíes (y turcos), la
India es toda una tentación. Modi ha invitado a las empresas israelíes
participar en la iniciativa ‘Made in India’, aprovechando la mano de
obra esclava de los indios (incluidos millones de niños) explotados en los
oscuros sótanos-fabricas del país.
4) Siendo India el primer importador de armas del planeta, podrá
aumentar su participación en el negocio de armas-guerras. Actualmente Israel
destina el 41% de sus productos militares a la India. En febrero le vendió un
sistema de misiles tierra-aire por 2.600 millones de dólares, y acaba de
firmar la venta de una fábrica de misiles. A China no le ha sentado nada bien
esta relación militar indo-israelí sobre todo porque EEUU impide a Tel Aviv
esta cooperación con China.
5) Cooperar con Hollywood y poder colar, entre baile y baile de
las mujeres indias, mensajes subliminales que normalicen las políticas del
mini-imperialismo israelí en la zona; lo mismo que hace Hollywood.
Con los pies en la tierra
Mientras un Israel que se presenta como el rey de la tecnología ignora la
lógica de los vasos comunicantes, aún se puede confiar en la sabiduría milenaria de los indios. El
propio Modi, a pesar de que se moría de ganas de tener a su lado a EEUU,
rechazó la propuesta de Obama de formar una alianza contra China. Aplicó el
dicho catalán de “Val més un veí a la porta que un parent a Mallorca”
(Vale más tener buena sintonía con el vecino –sobre todo si es poderoso-, que
tener a una superpotencia como amiga en la otra punta del planeta).
Modi, en este camino, ha tenido que gestionar un difícil equilibrio y
tomar sus precauciones:
*No pretende destruir las relaciones indio-palestinas. En mayo pasado invitó
a Mahmud Abbas a Delhi, en calidad del “presidente de Palestina”.
*Ya sabe que las élites de los países islámicos no consideran a Israel
la principal amenaza a su seguridad (¡y eso a pesar del activo aunque oculto
papel de Israel en desmantelar los estados de Irak, Libia y Siria!). Para
Arabia Saudí el enemigo es Irán, para Yemen y Qatar es Arabia Saudí, y para
Siria es Turquía. Por lo que aprovecha el despiste de sus colegas “musulmanes”
y su pérdida de sensibilidad hacia la amenaza israelí.
*Arabia, Qatar y Emiratos Árabes Unidos no le criticarán por abrazar a
Israel ya que mantienen contactos secretos con Tel Aviv coordinando sus
estrategias anti-iraníes. Y a pesar de que los países “musulmanes” han
defendido a Pakistán en su conflicto con la India, la dependencia de los indios
al petróleo, así como la presencia de varios millones de sus trabajadores en
dichos países determinan su trato hacia los árabes. Éstos ya ven a India como
un interesante actor geopolítico (es miembro de BRICS y de la OCS), y ahora que Rusia se acerca a Irán, India
puede ser un buen aliado.
“Irán no dictará a la India con quien debería tener amistad –dijo el embajador iraní en la India-, y
la India no debería permitir que sus amigos dicten cómo deben ser sus
relaciones con Irán“. A Modi no le interesa provocar a Teherán, y no sólo
porque su país acoge a la segunda población más grande de chiítas del mundo
después de Irán, sino también porque Irán es un contrapeso al enemigo paquistaní.
Ahora que China vive una historia de
amor con Pakistán, instalándose
en el puerto de Gwadar, los indios han invertido en el puerto iraní de
Chabahar, como una ruta de tránsito hacia Asia Central para sus productos,
evitando la ruta terrestre a través de Pakistán.
Ahora bien, la amenaza más grave para la paz en la región puede venir de
la cooperación entre los servicios de inteligencia de los dos países,
controlados por fanáticos extremistas hinduistas y judíos, en una región que ya
soporta ocho conflictos y guerras abiertos.