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Los rohingyas se hunden en el olvido

www.rebelion.org / 070717

Aung San Suu Kyi, Premio Nobel de la Paz 1991, que es la figura política más importante de su país, Myanmar (antes Birmania), desde finales de marzo de 2016 ocupa los ministerios de Exteriores, Energía, Educación y la Oficina de la Presidencia, además de ser una de las figuras más protegidas por el Departamento de Estado y la prensa internacional a nivel mundial, se ha visto obligada a impedir el arribo a su país de una misión de las Naciones Unidas (ONU) para investigar las denuncias de asesinato, torturas y discriminación de la minoría ética musulmana rohingya, (Ver: Los Rohingya más allá del mar) con una población cercana al millón de personas, en el remoto estado noroccidental Rakhine, donde viven hacinados en campos de concentración, despojados de todo tipo de derechos políticos y sociales, incluido trabajar, vivir en pareja y tener hijos. En esos campos la mayoría de los pobladores sufren de hepatitis B o C.

El gobierno birmano volvió a negar las acusaciones de estar sometiendo al pueblo rohingya a un genocidio. Aunque recientes denuncias han demostrado que el gobierno birmano en febrero último perpetró una nueva matanza de menores, ejecutados con cuchillos y machetes, en un nuevo capítulo de las operaciones de limpieza étnica en el área de la provincia de Rakhine que incluyó por parte de las fuerzas de seguridad golpizas, desapariciones, violaciones colectivas, torturas y asesinatos, también perpetrados contra la población adulta. La gente de Birmania, que es un país de mayoría budista, ha visto durante mucho tiempo a los rohingyas como inmigrantes ilegales de Bangladesh (Ver: Rohingya, sin derecho a nombre).

Se calcula en cerca de 80.000 los rohingyas que desde Rakhine huyeron a Bangladesh el año pasado tras las operaciones del ejército birmano. Por lo que en marzo la UE pidió que una misión examinara las denuncias de abusos en el norte del país.

Hace más de dos años los medios internacionales relataron con detalle los padecimientos de este grupo racial y religioso originario de Bangladesh que desde hace por lo menos diez siglos está instalados en la antigua Birmania (Ver Rohingya, la deriva constante).

Tras el estallido los enfrentamientos en 2009 y 2012 entre musulmanes y budistas, que fue la eclosión de décadas de hostigamientos por parte de la larga y sangrienta dictadura militar, el fundamentalismo budista del grupo 969 y el ultranacionalista e islamófobo Ma Ba Tha, (asociación patriótica de Myanmar), recientemente ilegalizada, aunque ya actúa encubierta bajo otro nombre, la persecución a la minoría rohingya obligó a muchos de sus integrantes a lanzarse al mar en una desesperada huida sin rumbo prefijado en embarcaciones improvisadas y obsoletas.

Así fue como miles de niños, ancianos, mujeres y hombres arriesgando sus vidas intentaron llegar a países como Tailandia, Filipinas, Malasia e Indonesia, de donde también fueron rechazados por las autoridades que les impidieron atracar, quedando al garete y sin víveres, de aquellos nada se sabe tampoco.

Jamás se conocerá el número de muertos de la gran huida de 2015, acontecimiento que tras varias semanas de atención de la prensa se terminó hundiendo en la nada sin que los rohingyas tuvieran una respuesta humanitaria más allá de algún urgente y fallido encuentro de países de la región.
Las autoridades de Naypyidaw consideraron “exagerado” el informe de la ONU y negaron cualquier tipo de acusación tras haber destruido los vestigios de las matanzas.

Mientras dan como buena la investigación encabezada por el exteniente general y actual vicepresidente Myint Swe, un hombre de la línea dura del ejército puesto en el cargo para monitorear al presidente Htin Kyaw, un civil de máxima confianza de Aung San Suu Kyi.

A su vez, el mes pasado, la señora Suu Kyi, en Bruselas, sostuvo frente a los cuestionamientos de la Unión Europea que no aceptará la resolución de la ONU y el envío de una comisión investigadora: “La desconfianza entre las dos comunidades (budista y musulmana) se remontaba al siglo XVIII y que lo que su país necesitaba era tiempo” y que: “La resolución de la ONU había creado una mayor hostilidad entre las diferentes comunidades”.

Recién llegados de toda la vida

La comunidad de Myanmar, de amplia mayoría budista un 89% de los cerca de sesenta millones de habitantes, ha considerado desde siempre a los rohingyas inmigrantes ilegales provenientes de Bangladesh. Asentados en el norte de la provincia de Rakhine y que constituyen apenas un 4% del total de la población y que las diferentes dictaduras militares que asolaron el país convirtieron en el enemigo jurado.

En 1982 la dictadura militar dividió a la población en tres estamentos, los ciudadanos de pleno derecho de la Unión de Myanmar, los reconocidos por asociación y otra por naturalización. Siendo los musulmanes de Rakhine considerados inmigrantes ilegales, llamados “bengalíes”, a pesar de que su presencia se remonta a siglos atrás.
A los rohingyas se les otorgó una tarjeta temporal conocida como “tarjeta blanca”, que a pesar de ser considerados como ciudadanos de segunda clase, se les permitía votar. En 2014, el gobierno birmano puso en marcha un proceso de verificación de la ciudadanía de las poblaciones musulmanas y se comprometió a naturalizar a las personas que se registran como bengalíes pero no como rohingyas.

Aunque a partir del 31 de marzo de 2015 las tarjetas blancas perdieron validez dejando a la comunidad rohingya en un estado de inmigrantes ilegales, a pesar de poder constatar varias generaciones en el país.

El poderos ejército de Myanmar, conocido como Tatmadaw, desde 2009 ha organizado la Border Guard Force (BGF) que actúa particularmente en la frontera norte, donde existe una fuerte presencia de cárteles del opio, Myanmar es el segundo productor mundial de opio detrás de Afganistán, junto a un importante grupo de organizaciones armadas separatistas unas veinte en todo el país como las Kachin Independence Army (KIA), T’ang National Liberation Army, National Democratic Alliance Army (NDAA) Shan State Army (SSA) Myanmar National Democracy Alliance Army (MNDAA) o la Shan State Arm. Que por momento junto al Tatmadaw y los cárteles del opio conforman alianzas netamente “comerciales”.

Esta situación ha convertido el norte del país en una de las regiones más controladas y permite abiertamente el abuso constante contra los rohingyas, que siguen huyendo de Myanmar sin encontrar refugio en ningún lugar. Por ejemplo Kutupalong es el mayor campamento de refugiados rohingyas de Bangladesh, apenas cruzando el río Naf, límite natural entre ambas naciones, con una población aproximada de 70.000 personas a las que se niega el rango de refugiados y que son denominados “ciudadanos indocumentados de Myanmar”.
Los rohingyas siguen flotando en la burocracia y el desinterés de las grandes potencias que esperan, como todo el mundo, que finalmente se hundan en el olvido.


Rohingya, la deriva constante


Con la presencia de diecisiete países y organizaciones internacionales comenzó el día veintinueve en Bangkok, capital de Tailandia, la esperada reunión para analizar y ¿resolver? la crisis del pueblo rohingya. La reunión, que no tuvo rango de ministerial, duró tan solo unas horas y sin duda dio la razón a aquellos observadores que habían pronosticado su inutilidad.

Más allá de algunos discursos y exposiciones que hablaron de ir al fondo de la cuestión y todo el palabrerío habitual en estos casos: la nada misma. Los representantes de Afganistán, Australia, Bangladesh, Birmania, Camboya, India, Indonesia, Irán, Laos, Malasia, Nueva Zelanda, Pakistán, Papúa, Filipinas, Sri Lanka, Vietnam y Tailandia y los observadores de Estados Unidos y Suiza, más los delegados de las agencias de Naciones Unidas para los refugiados, las migraciones y contra el crimen, han vuelto a sus casas con las manos vacías sin contar la adquisiciones en los duty free.

Como hemos informado en “Los rohingyas más allá del mar”, este pueblo musulmán sunita, originario de Bangladesh, pero establecido desde hace siglos en el estado birmano (actual Myanmar) de Rakhine, obligados por las persecuciones del gobierno birmano, se han lanzado al mar intentado dejar atrás las permanentes humillaciones a las que son sometidos por la mayoría budista del país y las estrictas leyes que coartan sus derechos más elementales.

La cifra que se manejaba hace apenas quince días era tan incierta como la sigue siendo hoy mismo, se hablaba entonces de entre siete y veinticinco mil almas que habían optado por lanzarse al mar en todo tipo de embarcaciones, casi siempre piloteadas por inescrupulosos traficantes de personas.

La cifra oficial, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR) y la Organización de las Naciones Unidas para las Migraciones (OIM), es de tres mil los miembros de la etnia rohingyas y también bengalíes, que siguen a la deriva  entre el golfo de Bengala, el mar de Andamán y el estrecho de Malaca, en el sudoeste asiático.

El desorden de la crisis ha sobrepasado por mucho la acción de las autoridades de los países involucrados, sus prefecturas y marinas no han podido dar (o no han querido dar) la cifra actual de los miembros de esta etnia que todavía sigue sin encontrar un lugar seguro donde refugiarse. La situación se hace todavía más apremiante, ya que las condiciones climáticas en el mar de Andamán están empeorando. Según los informes meteorológicos se están presentado fuertes vientos y olas de hasta dos metros, anunciando la temporada de monzones.

La reunión convocada por Tailandia, a principios de mes, después de haber descubierto varias fosas comunes en campos clandestinos para inmigrantes en Songkhla en el sur del país, donde detuvieron cerca de cincuenta miembros de la banda de traficantes. El hecho puso en alerta a las autoridades tailandesas e intentando curarse en salud, Bangkok decidió denunciarlo.
Por su parte Birmania adelantó que no asistiría a ninguna reunión, ni iba aceptar que se plantee la cuestión de los rohingya. Naypyidaw ni siquiera les reconoce la ciudadanía birmana. En el último censo publicado en agosto pasado, donde se constataron ciento treinta y cinco grupos étnicos y casi cincuenta y un millones y medio de habitantes, de los sesenta que se creía, quedaron fuera del censo el millón cien mil rohingyas.

Birmania cuenta con una gran agente de prensa que atenúa en mucho la condena internacional y es nada menos que la Nobel de la Paz 1991, Aung San Su Kyi, hoy diputada, que junto a su gobierno ignora los reclamos de la minoría rohingya. Quizás su silencio se deba a las elecciones del mes de noviembre, donde el tema rohingya, sin duda pesará en contra de quien lo trate.

Las autoridades birmanas tienen como política de estado asistir a cualquier evento en que se pueda pronunciar la palabra “rohingya”.

¿Cuándo comienza un genocidio?

El destino de estos desesperados puede ser variado, pero nunca envidiable, en algunos casos se les promete pasaje y trabajo en Malasia o Singapur, una vez que han pagado su pasaje son embarcados y después se deshacen de ellos a como dé lugar. En muchos casos sencillamente después de terminar de quitarles lo poco de valor que llevan, la tripulación los abandona. En otros casos son obligados a lanzarse al mar, y en otros son secuestrados e internados en campos de concentración, establecidos en Tailandia, por bandas de delincuentes que luego piden rescate a sus familias, en algunos casos han llegado a pedir dos mil dólares, para los rohingyas una cifra imposible de alcanzar, y por la que quedarán endeudados por años. Está comprobada la vinculación entre los secuestradores y algunos oficiales del ejército tailandés, que han permitido el establecimiento de estos campamentos.

Muchas de las naves que ingresaron a aguas tailandesas fueron detenidas y remolcadas por las autoridades a alta mar y allí abandonadas. En esa dirección el primer ministro y jefe de la junta militar tailandesa, Prayuth Chan-ocha, advirtió que su país no tenía capacidad para acoger inmigrantes indocumentados y que temía que robaran empleos a los tailandeses, lo que provocó una ola de xenofobia contra los rohingyas y pedidos de que no se les permita ingresar al país. Existen denuncias que la marina tailandesa después de entregar víveres a uno de los tantos barcos varados repletos de inmigrantes amenazó con abrir fuego si no se alejaban de la costa.

En sentido inverso, pescadores indonesios han denunciado haber encontrado lanchas a la deriva con docenas de personas insoladas, deshidratadas, heridas e incluso muertas, perdidos en alta mar, las que han remolcado a tierra firme. Así es como ya se han registrado la llegada a las costas de las provincias indonesias de Aceh y a la isla de Langkawi de varios miles de rohingyas.

Sobrepasado por la crisis humanitaria, los gobiernos de Malasia e Indonesia en espera de la finalmente inocua reunión de Bangkok, se habían reunido de urgencia en la capital de Malasia, Kuala Lumpur, el día veintiuno para acordar dar refugio temporal a los migrantes. Con algunos condicionamientos como el apoyo económico de la comunidad internacional y el “reasentamiento” (palabra muy usada por estos días en el sudeste asiático) y la repatriación de los migrantes en un año.

Otros países involucrados han tenido diferentes actitudes. Filipinas, uno de los pocos de la región signatario de la Convención sobre los Refugiados de la ONU, anunció que aceptará siete mil por un año. Mientras que Tailandia solo se comprometió a no seguir regresando los barcos a alta mar.

El ministro del Interior de Malasia, Ahmad Zahid Hamidi, ha reconocido que en la localidad de Padang Baesar, en el norteño estado de Perlis, fronterizo con Tailandia, fueron halladas una treintena de fosas comunes cada una con entre tres y cuatro cadáveres. Aunque se estima que todavía se pueden hallar más tumbas. Las próximas temporadas de lluvias, que ya se aproximan, harán crecer la jungla, que no tardará en borrar cualquier vestigio de campo de detención y de tumbas. Malasia, de mayoría musulmana, ha recibido cincuenta mil rohingyas en los últimos años.

Por su parte, el gobierno de Bangladesh, anunció que tiene previsto enviar a miles de inmigrantes rohingyas a la isla de Hatiya, en el golfo de Bengala. Mientras el primer ministro australiano, Tony Abbott, a la pregunta de un periodista sobre la posibilidad de recibir migrantes declaró: “No, pues no, pues no”.

Sin duda la diplomacia internacional y particularmente Naciones Unidas, deben estar muy atentos que el número de muertos no alcance al genocidio, como para mantener tranquilas sus conciencias.


Rohingya, sin derecho a nombre


Hace apenas un año, los titulares de la prensa del mundo, durante algunas semanas, pusieron su atención en el drama de los rohingyas (*), un pueblo sin país, una minoría musulmana de confesión sunnita de un millón de miembros, de habla bengalí.
Originarios de una región de Bangladesh, fronteriza con Birmania, donde comenzaron a instalarse entre los siglos VII y VIII, cuando comerciantes árabes musulmanes se asentaron en el antiguo estado de Arakán la actual provincia de Rakhine, el oeste del país, a lo largo de la frontera occidental con Bangladesh e India, uno de los más pobres de Birmania o Myanmar.

Durante la guerra por la liberación de Bangladesh en 1971, importantes contingentes de rohingyas huyen hacia Birmania, donde, desde siempre han padecido toda clase de arbitrariedades de mano de los diferentes gobiernos birmanos.

La etnia Rohingya siempre fue considerada ajena a la sociedad birmana, de absoluta mayoría budista con más de un 90% de los 60 millones de habitantes, ya que ni siquiera son racialmente sudasiáticos, sino bengalíes. La diferencia de raza, lengua y dioses fueron las razones de ser estigmatizados y sometidos a un silencioso apartheid por el que fueron excluidos, segregados y despreciados.

Estas políticas desembocaron en campañas de exterminio o limpieza étnica, impuesta por los diferentes gobiernos birmanos lo que generaron dos grandes éxodos en 1978 y en 1992.

En el marco de ese apartheid los rohingyas, tiene prohibido casarse con personas de otras etnias, viajar sin permiso de las autoridades, y son obligados a vivir hacinados en campos de desplazados como el ghetto de Aungmingalar y otros a lo largo del país. No pueden poseer ni tierras, casas o animales. No se les permite tener más de dos hijos, en muchos casos las mujeres rohingyas son sometidas a abortos clandestinos. Las parejas sólo pueden vivir juntas si estuvieran casadas, para lo que deben cumplir con diez requisitos burocráticos y el pago de elevados impuestos. La política represiva permite a las fuerzas de seguridad métodos arbitrarios para el control poblacional, como el registro de hogares en el cual obligan a las mujeres rohingyas a amamantar a sus hijos en presencia de los policías para comprobar que son las madres biológicas y controlar el número de integrantes por familia. Con estas condiciones, sin ningún apoyo internacional, privados de cualquier derecho viven perseguidos por el fantasma del exterminio.

Liderados por el monje budista Ashin Wirathu, la banda terrorista 969, (por los 9 atributos de Buda, los 6 atributos de sus enseñanzas y los 9 atributos de la orden de Buda), centran sus acciones contra la minoría musulmana. El grupo aprovecha de los prejuicios contra los rohingyas para alentar el fantasma de “la conspiración islámica para la toma del poder”, acusándolos de multiplicarse más rápido que los bamar, para desplazarlos étnicamente.

En mayo de 2015, los cables internacionales comenzaron a mencionar que cientos de embarcaciones repletas de pasajeros comenzaron a lanzarse al mar en búsqueda de refugio.

Nunca se ha podido conocer el número exacto de cuantos han huido y cuántos han naufragado en el mar de Andamán. Solo en las primeras semanas de la huida algunas fuentes estimaron entre 7 y 25 mil en un número desconocido de precarias e inseguras naves a la deriva, sin agua, ni comida. Desde entonces, mayo 2015, las cifras también han naufragado por el descuido o la culpa.

Después del naufragio

Poco más se ha sabido a lo largo de este último año del destino de los miles de almas que se lanzaron al mar, huyendo de lo que consideraban un genocidio anunciado.

En su momento se generaron algunas reuniones de países del área, como: Australia, Bangladesh, Birmania, Camboya, India, Indonesia, Malasia, Nueva Zelanda, Filipinas, y Tailandia entre otros con el fin de superar la crisis, sin conseguir más que alguna declaración de buenas intenciones.

El primer ministro y jefe de la junta militar tailandesa, Prayuth Chan-ocha, había advertido entonces que su país no tenía capacidad para acoger inmigrantes indocumentados y que temía que robasen empleos a los tailandeses, lo que provocó una ola de xenofobia contra los rohingyas y pedidos de que no se les permita ingresar al país. Existen denuncias que la marina tailandesa, amenazó con abrir fuego si no se alejaban.

El gobierno de Bangladesh, sin reconocer la remota relación con los rohingyas birmanos, los ha concentrados en algunos centros como el de Nayapara, que no son más que un conjunto de casuchas, montadas sobre barriales, sin ningún tipo de instalación sanitaria. El gobierno amenazó con reinstalar a unos 35 mil rohingyas en la isla de Thengar Char, que se sumerge completamente durante la marea alta, sin carreteras, ni diques de contención. Solo Indonesia y Malasia cedieron a la presión internacional y autorizaron en la condición de un “reasentamiento”, en el plazo de un año.


Las últimas informaciones acerca del pueblo Rohingya, hablan de un incendio en Rajine al oeste de Birmania el martes tres de mayo que destruyó parte del campamento de refugiados de Baw Du Phan II, que abarcó unas 50 tiendas, donde se calcula, viven seis familias, en cada una y de una manifestación frente a la embajada de los Estados Unidos, en Rangún, la antigua capital birmana, a finales del mes de abril, para acompañar el pedido “no oficial” por parte del gobierno para que los Estados Unidos, dejé de denominar como rohingyas, a esa comunidad, que ya no solo carecerán de patria y derechos, sino también de nombre.