Víctor M. Toledo
www.jornada.unam.mx/310117
Trump contra los mexicanos. Trump contra los europeos
(y especialmente contra la canciller alemana y contra la OTAN) y contra los
musulmanes (especialmente los de Irak, Irán, Libia, Somalia, Sudán, Siria y
Yemen). Trump contra los palestinos y contra los negros (recuérdese que
cuestionó por meses la nacionalidad de Obama). Trump en favor de la tortura
(véase su entrevista para ABC). Trump contra los inmigrantes y los refugiados.
Trump contra las mujeres (y notablemente contra las más libres, valientes e
inteligentes, como la actriz Meryl Streep o la cantante Madonna). Trump contra
la prensa y los periodistas (a quienes considera los seres más deshonestos
del mundo). Trump, contra la ciencia y contra humanidad futura porque declara
que los impactos de la civilización industrial sobre el equilibrio ecológico
del planeta son falsos, y el calentamiento global una ficción. ¡Trump contra el mundo! ¿Quién
puede garantizar que estamos ante un individuo mentalmente sano?
A sólo 10 días de haberse
convertido en presidente del imperio más poderoso de la historia (en lo
económico, lo tecnológico y lo militar), Donald Trump se sigue comportando como
candidato; es decir, es incapaz de matizar su cambio de posición, y arremete
contra todo y contra todos los que se oponen a sus decisiones o a sus creencias.
A la afirmación de Paul
Krugman, premio Nobel de Economía, de que el nuevo presidente y su equipo no
son sino niños mimados jugando con armas cargadas, ha seguido la
declaración y diagnóstico
del siquiatra John D. Gartner, reconocido profesor de la Escuela de
Medicina de la Universidad Johns Hopkins. El profesor Gartner, rompiendo un
principio del código de ética establecido por la Asociación Estadunidense de
Siquiatría, decidió hacer pública su opinión acerca del estado mental de Trump. Según él, el presidente
45 de Estados Unidos “…está peligrosamente enfermo
mentalmente y es temperamentalmente incapaz de funcionar como presidente”,
porque presenta síntomas de comportamiento antisocial, agresividad, paranoia,
grandiosidad, manipulación, egocentrismo y especialmente de narcisismo maligno.
Esta última enfermedad, descubierta por el siquiatra Otto Kernberg en 1984, se
caracteriza por un deseo patológico de grandiosidad y búsqueda del poder, gozo
sádico y una ausencia de conciencia.
Estupefacto, el mundo se
pregunta una y otra vez cómo es que Trump ha logrado escalar hasta el puesto
más alto, cómo logró saltar todos los mecanismos de seguridad, de un
sistema democrático que se supone estaría exento de disrupciones y anomalías.
La misma pregunta puede hacerse en torno a otros dirigentes actuales y pasados.
Los sicópatas explícitos o
implícitos que han llegado al poder parecen cada vez más frecuentes. Ahí están
Berlusconi (Italia), Kim Jong-un (Corea del Norte), Abdalá Bucaram (Ecuador), y
tantos dictadores y presidentes africanos o asiáticos.
México no se queda atrás: todo mundo supo de la
dependencia de Vicente Fox por los barbitúricos y de Felipe Calderón por el
alcohol.
Las mayores tragedias de la humanidad se han provocado por la toma del poder
por la locura. La lista es larga a través de la historia.
Pero, en realidad, el examen siquiátrico no habría
que hacerlo a Trump (o solo a él), sino a los 61 millones de estadunidenses que
lo favorecieron con su voto. La locura no sólo está en un individuo,
sino en todos aquellos ciudadanos incapaces de detectar lo sano de lo
patológico, de distinguir los valores y de tomar decisiones colectivas
congruentes.
Como ha sucedido a lo
largo de la historia humana, se trata de poner en la balanza el egoísmo
(individual, familiar, grupal) de una parte y el altruismo y la solidaridad por
lo colectivo de la otra. Al menos la mitad de una sociedad que se considera la
más desarrollada, avanzada o civilizada, optó por lo primero. El fenómeno Trump
ha propiciado que el escenario se derrumbe.
Estados Unidos, la cumbre
del mundo libre, capitalista, individualista y triunfador, ha mostrado su
verdadera cara. La bonanza material, el consumismo, la tecnología y el confort,
que deberían gestar una sociedad madura en cuanto a su propia gobernanza, ha
dado lugar a una turbulencia cuyas consecuencias nadie puede prever. Mientras,
el poder de la locura puede llegar tan lejos como se lo deje(mos). Mientras, los códigos nucleares que pueden activar instantáneamente 50
misiles y en menos de una hora extinguir millones de vidas, estarán al alcance
de las manos de una mente insana.
El sistema de comando y
control nucleares pone extrema presión sobre cientos de operadores militares,
pero una demanda total sobre el presidente de Estados Unidos. Y en medio de una
crisis ese sistema puede generar información incierta, confusión y aún errores
o fallas, según lo advierte Bruce G. Blair, profesor sobre temas de seguridad
de la Universidad de Princeton y fundador de Global Zero