José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/24.02.17
Una
teología de la desigualdad, nunca definida pero claramente aplicada, se
encuentra bien formulada en el vigente Código de Derecho Canónico de la Iglesia
católica.
En el Código, como sabemos, las mujeres no son
iguales en derechos a los hombres. Ni los laicos son iguales a los clérigos. Ni
los presbíteros tienen los mismos derechos que los obispos. Ni los obispos se
igualan con los cardenales. Y conste que no hablo de los
poderes inherentes al gobernante, sino de los derechos que son propios de las
personas. Ya sé que todo esto necesitaría una serie de precisiones jurídicas y
teológicas, que aquí no tengo espacio para explicar. Para lo que en esta
reflexión quiero indicar, valga lo dicho como mera introducción a la teología
de la desigualdad en la Iglesia.
Como punto de
partida, no olvidemos que la religión es generalmente aceptada como un sistema
de rangos, que implican dependencia, sumisión y subordinación a superiores
invisibles (W, Burkert). Superiores que se hacen visibles en jerarquías que
hacen cumplir los rituales de sumisión, según las diversas religiones y sus
estructuras correspondientes.
En el caso de la Iglesia católica, durante los tres primeros siglos, las
originales comunidades evangélicas fueron derivando hacia un “sistema de
dominación”, con las consiguientes desigualdades, que todo sistema de
dominación produce, y que quedó establecido en la antigüedad tardía (J.
Fernández Ubiña, ed.).
Este sistema,
como es bien sabido, alcanzó
la cumbre de su fortaleza en su expresión máxima, la “potestad plena”
(ss. XI al XIII). Un poder que se ejercía conforme a la normativa del Derecho
romano (Peter G. Stein), que no reconoció la igualdad “en dignidad y derechos”
de mujeres, esclavos y extranjeros.
Como es
lógico, este sistema, no ya basado en las “diferencias”, sino en las
“desigualdades”, sufrió el golpe más duro, que podía soportar, en las ideas y
las leyes que produjo la Ilustración, concretamente en la declaración de los derechos
del hombre y del ciudadano, que aprobó la asamblea francesa, en 1789. Un
documento que fue denunciado y rechazado por el papa Pío VI. Lo que fue el
punto de partida del duro enfrentamiento entre la Iglesia y la cultura de la modernidad.
Un enfrentamiento que se prolongó durante más de siglo y medio, hasta después
de la segunda guerra mundial.
Naturalmente,
esta legislación y esta forma de entender la presencia de la Iglesia en la
sociedad se tenía que justificar desde una determinada teología. La teología de la desigualdad,
que el papa León XIII recogió de una tradición de siglos, para rechazar las
enseñanzas de los socialistas, que, a juicio de aquel papa “no dejan de
enseñar… que todos los hombres son entre sí iguales por naturaleza”
(Enc. Quod Apostolici. ASS XI, 1878, 372). Cuando en realidad, para León XIII, “La desigualdad,
en derechos y poderes, dimana del mismo Autor de la naturaleza”. Y tiene
que ser así, “para que la razón de ser de la obediencia resulte fácil, firme y
lo más noble” (ASS XI, 372).
Así, el
papado de aquellos tiempos pretendió aplicar a la sociedad civil el principio
determinante del sistema eclesiástico, que quedó formulado por el papa Pío X,
en 1906: “En la sola jerarquía residen el derecho y la autoridad necesaria para
promover y dirigir a todos los miembros hacia el fin de la sociedad. En cuanto
a la multitud, no tiene otro derecho que el de dejarse conducir y, dócilmente,
el de seguir a sus pastores” (Enc. Vehementer Nos, II-II. ASS 39 (1906) 8-9). La teología de la desigualdad
quedó bien formulada, como una teoría y una práctica que, con otras palabras,
ya había sido formulada desde Gregorio VII (s. XI) y afianzada por Inocencio
III (ss. XII-XIII).
Uno de los
componentes determinantes de la cultura es la religión. Por eso, una cultura
como es el caso de lo que ha ocurrido en occidente durante tantos siglos, la
teología de la desigualdad ha marcado la mentalidad, el derecho, la política,
las costumbres y las convicciones, de la cultura occidental, mucho más de lo
que seguramente imaginamos.
El contraste con esta teología está en el
Evangelio. Jesús quiso, a
toda costa, la igualdad en dignidad y derechos de todos los seres humanos.
Por eso se puso de parte de los más débiles, de los más despreciados, de los
más desamparados. Esto supuesto, yo me pregunto por qué hay tanta gente de la
religión –o muy religiosa– que no disimula su rechazo y hasta su enfrentamiento
con el papa Francisco.
Más aún, yo
me pregunto también si el profundo malestar, y hasta la indignación, que se
está viviendo ahora mismo en España, no tendrá algo (o mucho) que ver con la
teología de la desigualdad y sus defensores, los clérigos de alto rango. Es
más, yo me atrevo a preguntar si España está preparada, en este momento, para
aguantar un cambio tan radical, en nuestras leyes, jueces y fiscales, que no
fueran los “robagallinas”, sino los más altos dirigentes de la política y de la
economía los que se echaran a temblar.
¿Es o no es importante la teología de la
desigualdad? En todo caso, yo no tengo soluciones. Ni esa es mi tarea en la vida. Me limito a plantear preguntas,
que nos obliguen a todos a pensar.