Naomi Klein *
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Alejémonos para tener una
visión más amplia de lo que ahorita ocurre en Washington. Las personas que ya
poseen una porción absolutamente obscena de la riqueza del planeta, cuya parte
crece año tras año –según el último conteo, ocho hombres son dueños de la mitad del mundo–,
están empeñados en obtener más. Las figuras centrales en el gabinete de Donald Trump no sólo son
ultrarricos, también obtuvieron su dinero causando daño a los más vulnerables
del planeta y al planeta mismo, a sabiendas de que lo hacían. Parece que
ese es un requisito para trabajar ahí.
Está el banquero-chatarra Steve Mnuchin, el elegido de Trump para
ser secretario del Tesoro,
cuya máquina de
ejecuciones hipotecarias sin ley echó de sus hogares a decenas de miles de
personas.
Y pasando de hipotecas
chatarra a alimentos chatarra llegamos a quien Trump eligió para ser secretario del Trabajo, Andrew Puzder. Como ejecutivo en jefe
de su imperio de comida chatarra, no le era suficiente pagar a los trabajadores
un salario abusivo, con el cual no podían vivir. Varias demandas también acusan
a su compañía de robarles salarios a sus trabajadores, al dejar de pagarles por
su trabajo y horas extra.
(N de la T: Después de la
publicación original de este artículo, Puzder se retiró porque no reunía los votos
suficientes en el Senado para ser ratificado como secretario del Trabajo.)
Y pasando de la comida
chatarra a la ciencia chatarra, ahí está la elección de Trump para secretario de Estado, Rex Tillerson. Como ejecutivo en jefe de Exxon,
su compañía financió y
expandió la ciencia chatarra y cabildeó ferozmente, tras bambalinas, contra
acciones internacionales para combatir el cambio climático. En parte
debido a estos esfuerzos el mundo perdió décadas, durante las cuales deberíamos
de haber estado dejando nuestro hábito de consumo de combustibles fósiles; en
vez, aceleramos enormemente la crisis climática.
Debido a estas decisiones,
innumerables personas en este planeta ya están perdiendo sus hogares, por las
tormentas y los crecientes niveles del mar; ya hay quienes mueren a causa de
las olas de calor y las sequías, y millones verán desaparecer sus tierras
debajo de las olas. Como siempre, los más pobres, mayoritariamente negros y
morenos, son los primeros y más afectados.
Hogares robados. Sueldos robados. Culturas y países
robados. Todo inmoral. Todo con altas ganancias.
Pero la reacción popular
era cada vez mayor. Y por eso esta pandilla de ejecutivos en jefe –y los
sectores de los cuales provienen– estaban justificadamente preocupados de que
la fiesta llegaba a su fin. Estaban asustados. Banqueros como Mnuchin recuerdan
el colapso financiero de 2008 y las discusiones acerca de la nacionalización de
la banca. Presenciaron el levantamiento del movimiento Ocupa y luego la
resonancia del mensaje antibanquero de Bernie Sanders durante su campaña.
Jefes del sector
servicios, como Andrew Puzder, están espantados con el creciente poder de la
Lucha por 15 dólares (N de la T: movimiento por el pago de 15 dólares la
hora),
la cual ha ido obteniendo victorias en ciudades y estados en todo el país. Y si
Bernie hubiera ganado en la sorprendentemente cerrada primaria, la campaña
podría haber tenido un defensor en la Casa Blanca. Imagine qué tan aterrador es
eso para un sector que depende de la explotación laboral para mantener los
precios bajos y las ganancias altas.
Y nadie tiene más motivos
para temer el ascenso de los movimientos sociales que Tillerson. Debido al
creciente poder del movimiento global contra el cambio climático, Exxon está
bajo fuego en todos los frentes. Los oleoductos que transportan su petróleo son
bloqueados no sólo en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Las campañas de
desinversión se esparcen como fuego, provocando incertidumbre en los mercados.
Y en este último año la Comisión de Bolsa y Valores y varios fiscales generales
estatales investigaron engaños cometidos por Exxon.
Que no quede duda: las
acciones contra el cambio climático representan una amenaza existencial para
Exxon. Las metas de temperatura en el acuerdo climático de París son
incompatibles con quemar el carbono que compañías como Exxon tienen en sus
reservas, y que es fuente de su valor en el mercado. Por eso los accionistas de
Exxon plantean preguntas cada vez más duras acerca de si están a punto de
quedarse con un montón de acciones inútiles.
Este es el telón de fondo
del ascenso de Trump al poder: nuestros movimientos comenzaban a ganar. No
estoy diciendo que eran suficientemente fuertes. No lo eran. No estoy diciendo
que estaban suficientemente unidos. No lo estaban. Pero definitivamente algo
estaba cambiando. Y en vez de arriesgarse a la posibilidad de un mayor
progreso, esta pandilla de portavoces de los combustibles fósiles, comerciantes
de comida chatarra y prestamistas depredadores se unieron para asumir el
control del gobierno y proteger su mal habida riqueza.
Seamos claros: esta no es una transición pacífica del
poder. Es una toma empresarial del poder. Los intereses que desde
hace mucho le han pagado a ambos partidos para que acaten sus órdenes, se
cansaron de jugar el juego. Al parecer, todas esas cenas con políticos, todo
ese adular y esos chantajes legales insultaban su sensación de ser poseedores de
un derecho divino.
Así que ahora quitaron al
intermediario e hicieron lo que todo mandamás hace cuando quiere que algo se
realice bien: lo lleva a cabo él mismo. Exxon para la Secretaría de Estado. Hardee’s para la
Secretaría del Trabajo. General Dynamics para la Secretaría de la Defensa. Y
los tipos de Goldman básicamente para el resto.
Tras décadas de privatizar
a pedazos el Estado decidieron ir por el gobierno. La última frontera final del
neoliberalismo. Por eso Trump y sus nominados se ríen de las débiles objeciones
a los conflictos de interés: todo es un conflicto de interés, ese es el punto.
¿Qué hacemos al respecto? Primero, siempre
recordemos sus debilidades, hasta cuando ponen en práctica su crudo poder. La
razón por la cual cayó su máscara, y ahora presenciamos un mandato empresarial
sin disfraces, no es porque las empresas se sintieron todopoderosas; es porque
les entró pánico.
Es más, la mayoría de los estadunidenses
no votó por Trump. Cuarenta por ciento se quedó en sus hogares, y entre quienes
votaron una clara mayoría lo hizo por Hillary Clinton. Él ganó dentro de
un sistema muy amañado. Aún dentro de este sistema, él no ganó. Clinton y el
establishment del Partido Demócrata perdieron. Trump no ganó con abrumador
entusiasmo y grandes cifras. Ganó porque Hillary tenía números reducidos y
falta de entusiasmo. El establishment del Partido Demócrata no creyó que fuera
importante hacer campaña ofreciendo mejoras tangibles para las vidas de las
personas. Prácticamente no tenían nada que ofrecer a la gente cuya vida ha sido
diezmada por los ataques neoliberales. Pensaron que podían hacer campaña sólo
con el miedo a Trump, y no funcionó.
Estas son las buenas
noticias: Todo esto hace que Trump sea increíblemente vulnerable. Este es el
tipo que llegó al poder diciendo la más atrevida y descarada mentira,
vendiéndose como defensor del hombre trabajador, que finalmente iba a
enfrentarse al poder e influencia empresariales en Washington. Una parte de su
base ya tiene el remordimiento del comprador, y cada vez van a ser más.
¿Algo más a nuestro favor?
Esta administración va contra todos a la vez. Hay reportes de un presupuesto de
choque y temor: será recortado en 10 billones de dólares a lo largo de 10 años,
reducirán todo, desde programas contra la violencia de género, para las artes,
apoyos a la energía renovable, a la colaboración comunitaria en la seguridad.
Queda claro que esta estrategia de guerra relámpago nos abrumará. Pero podrían
terminar sorprendidos: podría unirnos bajo una causa común. Y si la escala de
las marchas de las mujeres es un indicador, fue un buen comienzo.
Construir coaliciones
robustas en tiempos de una política aislada es un trabajo duro. Hay dolorosas
historias que deben ser enfrentadas antes de poder progresar. Además, buscar
fondos y el activismo de celebridades suelen confrontar a la gente y los
movimientos en vez de promover la colaboración.
Sin embargo, las
dificultades no pueden ceder el paso a la desesperanza. Cito un dicho popular
de la izquierda francesa: Los tiempos exigen optimismo; guardemos el pesimismo
para mejores tiempos. Personalmente, no puedo armarme de optimismo. Pero en
este momento, cuando todo está en riesgo, podemos y debemos localizar nuestra
más firme determinación.