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Las evidencias
científicas que respaldan la teoría del Antropoceno son cada día más robustas
y contundentes, y probablemente sea cuestión de tiempo que el término acabe
siendo formalmente aceptado por la comunidad científica internacional
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Hasta tal punto estamos
los seres humanos alterando actualmente los procesos biogeofísicos y
biogeoquímicos esenciales de nuestro planeta que muchos investigadores sugieren
que estamos ya inmersos en una nueva unidad formal dentro de la escala temporal
geológica de la Tierra: el
Antropoceno, una nueva
época geológica dentro del periodo Cuaternario en la cual los humanos
estaríamos sobrepasando con nuestras actividades los umbrales de seguridad de
varios parámetros ambientales claves para el correcto funcionamiento de la
ecosfera.
Pese a no haber sido aún
reconocido formalmente por la comunidad científica internacional, lo cierto es
que la noción de Antropoceno está penetrando con muchísima fuerza en la
literatura científica de todo el mundo. Según apuntan sus defensores, uno de los
mayores éxitos de este nuevo término radica, precisamente, en su capacidad para
albergar geológicamente y de forma satisfactoria la situación de excepción
ecológico-social en la que nuestro planeta se halla en los inciertos albores
del siglo XXI.
Con el objetivo de
clarificar la validez científica del Antropoceno, en el año 2008 se presentó
una propuesta a la Comisión
Internacional de Estratigrafía para evaluar si este
concepto tenía o no mérito científico como una nueva unidad geocronológica de
la Tierra; y, si lo tuviese, resolver cuándo habría comenzado.
Tras varios años de
intenso trabajo, las certidumbres científicas cosechadas por el Grupo de Trabajo sobre Antropoceno (GTA)
respecto a la validez científica del término han sido bastante convincentes. Igualmente
notables han resultado ser los avances obtenidos respecto al momento histórico
en el cual situar el comienzo de esta nueva época geológica (o, lo que es lo
mismo, dónde establecer la frontera geológica entre el Holoceno y el
Antropoceno). Como veremos a continuación, son tres las propuestas que, a día
de hoy, cuentan con un mayor respaldo científico al respecto.
La primera de ellas,
conocida como la teoría del “Antropoceno temprano”, emplaza el inicio de esta
nueva época geológica en el Neolítico, con la domesticación de especies y el
desarrollo de la agricultura y la ganadería. Según apunta esta hipótesis, el
cambio sociocultural que supuso pasar de organizarse alrededor de pequeños
grupos nómadas de cazadores-recolectores a constituir asentamientos humanos
basados en las actividades agropecuarias conllevó una modificación del sistema
biofísico global (expresada fundamentalmente a través de los cambios de uso del
suelo y del aumento de las concentraciones de gases de efecto invernadero en la
atmósfera) que, según sostienen sus principales defensores, podría ser
considerado como el inicio del Antropoceno.
La segunda teoría sobre el
comienzo del Antropoceno sitúa su inicio hacia finales del siglo XVIII y
principios del XIX, con el arranque de la Revolución Industrial. Esta hipótesis
fue la que originalmente defendieron los padres del término
Antropoceno allá por el año 2000, argumentando que los efectos de las
actividades humanas se hicieron claramente perceptibles a escala global a
partir de este momento (sobre todo aquellos relacionados con las
concentraciones atmosféricas de CO2 y CH4 detectadas en los
testigos de hielo glaciar).
Estudios recientes han puesto de
manifiesto como los productos asociados a las actividades extractivas -como los
materiales de construcción o los metales procesados- representarían otro
importante marcador estratigráfico que señalaría un cambio notorio en las
características de los depósitos antropogénicos durante el inicio de la
Revolución Industrial.
Por último, la tercera
gran teoría sobre el inicio del Antropoceno sostiene que éste comenzó a
mediados del siglo XX, con el fenómeno de rápidas e intensas transformaciones
sociales, económicas, científicas, tecnológicas y biofísicas que tuvieron lugar
a escala planetaria tras el final de la Segunda Guerra Mundial. Según sus
defensores, este fenómeno, conocido como la Gran Aceleración, habría
impulsado un fuerte incremento poblacional y un potente aumento en el consumo
per cápita de recursos que, junto al posterior proceso de globalización
económica, habrían sumido al planeta Tierra en un nuevo estado de cambios
drásticos inequívocamente atribuible a las actividades humanas.
De entre estas tres
grandes hipótesis, las últimas
investigaciones realizadas
por el GTA se inclinan a ubicar el inicio del Antropoceno hacia mediados del
siglo pasado,
es decir, con el comienzo de la Gran Aceleración.
Las razones principales
que han llevado a estos investigadores a descartar las opciones del Neolítico y
de la Revolución Industrial como el inicio formal del Antropoceno han sido,
fundamentalmente, que ambos acontecimientos sucedieron -cada uno de ellos por
separado- de manera diacrónica en todo el planeta, y, como es sabido, los
límites cronoestratigráficos en geología han de establecerse siempre en base a
medidas sincrónicas globales. Así, el proceso por el cual los seres humanos
fuimos desarrollando la agricultura y la ganadería durante el Neolítico no fue
un fenómeno que sucediese de forma simultánea en todas las regiones del planeta
sino que estuvo separado por miles de años.
Estudios recientes
desarrollados sobre horizontes edáficos vinculados a
las primeras prácticas agropecuarias así lo sugieren. Del mismo modo, la
Revolución Industrial, aun tratándose de un proceso mucho más comprimido en el
tiempo que la neolitización, fue también un evento diacrónico en el espacio
y en el tiempo que, para el caso de muchos países, realmente no termina de
producirse hasta mediados del pasado siglo.
De este modo, las
principales averiguaciones científicas reunidas durante los últimos años
parecen indicar que fue el excepcional aumento de las actividades humanas
acontecido desde mediados del siglo XX lo que, definitivamente, habría sumido
al planeta Tierra en una nueva época de cambios rápidos, intensos y
globalizantes que representaría el inicio de la Gran Aceleración y, con ello,
el comienzo del Antropoceno.
Lo interesante de todos
estos cambios es que, además de tener la capacidad global de modificar la
dinámica “natural” del planeta, habrían ido originando con el paso de los años
diversos registros estratigráficos reconocibles para la geología. Tal y como
apuntan los trabajos realizados por el GTA, entre las principales
transformaciones antropogénicas asociadas a registros estratigráficos
detectables encontraríamos:
i) la dispersión mundial
de isótopos radiactivos procedentes
de las pruebas nucleares que se iniciaron a mediados de la década de los cuarenta
;
ii) la alteración global
del ciclo del nitrógeno ocurrida a
partir de la intensificación agrícola facilitada por el uso masivo de
fertilizantes artificiales;
iii) la creación y
dispersión planetaria de nuevos materiales fabricados por el ser humano, como
los plásticos y las fibras
sintéticas;
iv) la difusión global de
contaminantes vinculados a las actividades industriales, incluidos los contaminantes orgánicos persistentes y los metales pesados;
vi) la modificación humana
del sistema climático mundial debido al aumento acelerado de los niveles atmosféricos de CO2 a partir,
fundamentalmente, de mediados del siglo XX ; y
vii) la alteración de los
depósitos y flujos de materiales pétreos granulados correspondiente tanto al transporte deliberado de materiales (minería,
construcción, urbanización) como al efecto indirecto producido por las grandes presas fluviales.
De entre todas estas
transformaciones antropogénicas, son varias las que habrían logrado imprimir,
según los geólogos, un sello estratigráfico detectable sobre el planeta; sellos
todos ellos que podrían ser utilizados formalmente como pistoletazo de salida
del Antropoceno.
Sin embargo, y tal y como
apuntan las últimas investigaciones del GTA, el evento más apropiado para
situar el nacimiento oficial del Antropoceno sería la primera detonación
nuclear, llevada a cabo en el desierto de Alamogordo, en Nuevo México,
el 16 de julio de 1945.
Según argumentan estos científicos, los isótopos radiactivos liberados a partir
de los primeros ensayos nucleares (ensayos que alcanzaron su máximo de
emisiones a comienzos de la década de los sesenta) habrían modificado para
siempre, y de un modo sincrónico, el registro químico-estratigráfico global de
nuestro planeta, siendo de este modo el candidato idóneo para representar
geológicamente el comienzo del Antropoceno.
Las evidencias científicas
que respaldan la teoría del Antropoceno son cada día más robustas y
contundentes, y probablemente sea cuestión de tiempo que el término acabe
siendo formalmente aceptado por la comunidad científica internacional. Hasta
entonces, no cabe duda de que se trata de un concepto útil y consistente cuyo
enorme potencial mediático-reflexivo puede contribuir positivamente -tanto
desde el punto de vista político como cultural- a una mayor toma de conciencia
global sobre la delicada situación socio-ecológica en la que se encuentra
nuestro planeta y nuestra especie en los albores del nuevo milenio.
Este artículo ha sido escrito en base a un
artículo más extenso del mismo autor: Aguado, M. (2017). Llamando a las puertas del Antropoceno. Iberoamérica Social:
revista-red de estudios sociales VII, pp. 42-60.