José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/180217
Los problemas, que hoy más
preocupan a clérigos y laicos que actualmente se interesan por los asuntos de
la Iglesia, ¿son los problemas más graves que tiene le Iglesia en este momento?,
¿son esos los problemas que hay que afrontar cuanto antes?
Creo que es urgente
afrontar estas preguntas porque no sé si lo más apremiante, en este momento, es
aclarar si los divorciados vueltos a casar pueden o no pueden recibir la
comunión. Como tampoco sé si no admite espera posible el hecho de que cuatro
cardenales (y algunos grupos integristas) estén en desacuerdo con el papa
Francisco. Por supuesto, es un asunto muy grave la cantidad abrumadora de
abusos de menores, el hecho de que el Vaticano ni ha firmado, ni pone en
práctica, los derechos humanos. Ni los puede poner mientras siga en vigor el
actual Derecho Canónico. Con las enormes consecuencias que todo esto entraña.
No sé si estoy en lo
cierto al plantear estas preguntas y estas dudas. En cualquier caso, a mí me
parece que, debajo de estas cuestiones, hay un problema de fondo que nos
asusta. Y nos asusta de verdad. Me refiero a la relación que tiene, mantiene y
vive esta Iglesia, que tenemos, con el Evangelio de Jesús.
No estoy dudado de si la
Iglesia cree o no cree en el Evangelio. Eso, por supuesto, está fuera de duda.
Es más, si el Evangelio ha llegado hasta nosotros, eso se lo debemos a la
Iglesia, que lo ha creído y lo ha enseñado a lo largo de los siglos. Pero es que
el problema no está en si la Iglesia cree o no cree en el Evangelio. El
problema está en si la Iglesia vive o no vive el Evangelio.
Más en concreto, a mí me
parece que el problema está en si la Iglesia, tal como la vemos y la vivimos,
“sigue” o “no sigue” a Jesús. Porque no olvidemos esto nunca: el problema más
grave, que planteó Jesús (según los evangelios) fue el problema del
“seguimiento”. De manera que incluso la fe, en Dios y en Jesús, se hace
imposible cuando se divorcia y se desentiende del seguimiento de Jesús.
Y lo que yo veo, tanto en
la Jerarquía como en los fieles, es que la Iglesia vive preocupada por la
fidelidad de los cristianos a la fe. La fidelidad al seguimiento de Jesús no le
quita el sueño a nadie. Y conste que, concretamente en los evangelios
sinópticos, mientras que la fe se menciona 36 veces, del seguimiento se habla
57 veces.
Y es que la fe, como
conjunto de creencias y prácticas religiosas, se puede reducir fácilmente a un
asunto privado y a una serie de costumbres que integramos en nuestra vida sin
demasiados problemas. Mientras que el seguimiento de Jesús, si nos atenemos a
los relatos de los evangelios que lo explican, exige – como punto de partida –
fiarse de Jesús hasta tal punto, que se renuncia a lo más fundamental (familia,
trabajo, dinero, seguridad, proyectos…) porque asumir la forma de vida de Jesús
es más determinante que todo lo demás.
¿No estamos haciendo en la
Iglesia una especie de componenda entre fe y seguimiento, que termina no siendo
ni lo uno ni lo otro? Me temo que estamos – y vamos a seguir – angustiados por
temas marginales, mientras que, al problema capital de la Iglesia, nunca nos
atrevemos a hincarle el diente.
Y así, nos interesan una
serie de asuntos secundarios, al tiempo que la relación de fondo entre la
Iglesia y el Evangelio, ahí está. Y seguirá estando hasta que el “ser o no ser”
obligue a tomar en serio el problema que de verdad nos urge. Como urge un
salvavidas al que se está ahogando.