Nelly
Luna Amancio
www.cpalsocial.org/080217
El
cambio climático y la deforestación están destruyendo la economía e
incrementando el hambre del pueblo awajún, en la región Amazonas. La reducción
de los cultivos, el ingreso de nuevas plagas, las alteraciones del clima y la
minería informal han empobrecido a las comunidades ubicadas en las cuencas de
los ríos Cenepa, Marañón y Santiago, y alterado los roles que la mujer indígena
cumplía en la familia. Los planes de adaptación no contemplan fondos
suficientes para enfrentar el impacto económico.
Los
apuros de Natividad Chijiap
Hace tanto calor que la tierra tiembla al mediodía.
No hay viento ni sombras ni ruidos ni mosquitos que alteren esa turbación
infinita que impone el sol a esta hora en la comunidad awajún de Achu, en la
región Amazonas. Las pocas mujeres que transitan parecen almas arrancadas de
algún espejismo. Delgadas, caminan despacio, regresan de sus chacras con la
canasta de yuca colgada de su cabeza. No hablan. “El calor es insoportable,
antes no era así, qué será”, se lamenta desde la sombra Natividad Chijiap, una
mujer de 40 años y cinco hijos, en esta alejada comunidad oculta entre rabiosos
ríos de la Amazonía nororiental del Perú.
Es
hora del almuerzo y Natividad y sus hijos comen su dieta habitual: yuca
sancochada y un poco de arroz. Esta semana su marido no ha pescado ni cazado
nada. “Antes habían más animales”. Antes. La mujer recuerda los sajinos que los
viejos cazaban en el monte y los enormes zúngaros que sacaban del río. Ajena a
los informes científicos que hablan del calentamiento global y sus impactos en
la economía indígena, Natividad Chijiap lanza una certeza que la está matando
de hambre: “las yucas salen chiquitas y casi no hay animales para comer, no sé
qué más van a comer mis hijos”. La anemia crónica afecta al 70% de los niños
awajún.
Un
grado más
Los
estudios sostienen que un grado más basta para agitar aún más el clima del mundo
y alterar para siempre la vida de miles de indígenas. No hay escenario posible
con un grado más de temperatura en el mundo que no augure malas noticias para
las casi 1.700 comunidades indígenas de la Amazonía peruana: periodos extensos
de sequía, reducción en la producción de sus cultivos, pérdida de algunos
frutos, ausencia de peces y animales de monte, incremento de enfermedades
tropicales y plagas cada vez más resistentes. Los cambios de temperatura en el
clima han agudizado la vulnerabilidad de las comunidades, sobre todo en
regiones como Amazonas, una de las más pobres del Perú.
Los
científicos dicen que si el calentamiento global persiste el 2050 la Amazonía
perderá el 80% de sus bosques. “En los últimos tiempos todo ha cambiado, hay
más calor, más zancudos, más gente enferma, menos animales, dicen que es cambio
climático”, se queja don Sabino Petsa, uno de los awajún más viejos y
respetados de Yutupis, comunidad río Santiago, en la provincia de Condorcanqui,
Amazonas.
Sabino
Petsa conoce el impacto que provoca los cambios en el clima.
Sabino
Petsa es hombre y viaja con frecuencia a la ciudad.
La
información sobre estos temas llega en castellano.
Sabino
Petsa habla castellano.
Su
esposa, no.
El
lado vulnerable del impacto climático tiene rostro de mujer.
La
angustia de Rebeca Awannash
La
fuerza de Rebeca Awannash Taisin contrasta con su aparente fragilidad y pequeño
tamaño: usa un machete más grande y pesado que sus torneados brazos. Retira la
mala hierba de su chacra de la comunidad de Achu y con sus manos remueve la
tierra. No hay pausas en su trajín. En la tradición indígena la mujer cosecha
la chacra, extrae la yuca, alimenta a sus hijos y es la piedra angular de la
salud familiar. Pero en los últimos años ninguna de estas cosas Rebeca Awannash
las puede garantizar. Y eso la angustia. “Las yucas que salen son más pequeñas,
lo que sale nomás comemos”, dice la awajún de 48 años y 4 hijos. Los alimentos
fundamentales de la dieta indígena son cada vez más escasos.
Los
infiernos de Condorcanqui
De
todas las regiones de la selva peruana, Amazonas es una de las más vulnerables
a los impactos del cambio climático. La región arrastra problemas sociales,
ambientales y económicos que acentúan los impactos sobre la mujer indígena en
estas alejadas tierras. “Muchas mujeres sufren de anemia, no comen bien, pero
además vienen con enfermedades de transmisión sexual que sus esposos les han
contagiado”, dice Gladys Castillo, obstetra de la comunidad de Yutupis.
A
la falta de comida, sobre todo en la provincia de Condorcanqui, se suma la mala
calidad del agua. La minería informal que se realiza con dragas en el río
Santiago remueve el lecho del río y vierte mercurio sobre las quebradas. Edwin
Montenegro, dirigente regional de la Amazonía nororiental, estima que el
impacto de esta actividad afecta a más de 50 mil indígenas. La fiebre del oro
ha atraído a más migrantes y alterado el empleo local. Los hombres se van a
trabajar a la minería o a la ciudad y las mujeres se quedan cuidando la chacra,
los hijos.
La
permanente migración ha acelerado la deforestación y la presencia de
enfermedades de transmisión sexual. Condorcanqui es la provincia con la mayor
tasa de VIH y sífilis en población indígena. Y la mala calidad del agua ha
convertido a Amazonas en una de las 5 regiones con la mayor tasa de
enfermedades diarreicas.
Adaptarse
sin presupuestos
La
pequeña comunidad de Achu se encuentra a un día en bote de Nieva, la localidad
más importante de Condorcanqui, el último lugar al que llega la ruta por
carretera, la única ciudad cercana a la que las comunidades pueden llevar sus
plátanos y yucas para venderlas. Pero pocos lo hacen. La producción es muy
reducida y las ventas apenas compensan el costo del traslado en bote. La
agricultura en la región Amazonas es de subsistencia. “Nosotros hemos pedido
que nos traigan fertilizantes y químicos contra las plagas, pero no nos hacen
caso. Queremos mejorar las chacras y no podemos”, se queja el apu Laureano
Yagkug.
Sin
cultivos ni chacras saludables la presión para conseguir alimentos para su
familia se incrementa sobre la mujer indígena. La estrategia frente al cambio
climático se ha concentrado en la conservación de los bosques, pero existen
escasos planes locales y regionales con presupuestos específicos para
diversificar la actividad productiva de las comunidades. Los planes van
dirigidos a los hombres, pero no a las mujeres, qué va a pasar con ellas cuando
aquí ya no haya animales ni chacras, moriremos”, dice Edwin Montenegro,
dirigente awajún de Amazonas.
La
lluvia llega cuando quiere
–
¿En Lima no llueve?
–
No
–
¿Y de dónde toman agua?
Lucila
Tsejem -como la mayoría de las mujeres indígenas awajún- no conoce la capital
del Perú. Nunca ha ido más allá de la desembocadura del río Santiago. La lluvia
define su orden y su vida: le dice cuándo hay que sembrar, cuándo cosechar,
cuándo podría haber más peces en los ríos, define sus alegrías cuando la lluvia
es suave o sus tristezas, cuando esta destruye las casas. “La lluvia llega
ahora cuando quiere, hace más calor y hay más plagas”.
Un
estudio del Ministerio del Ambiente del 2012 señala que “el cambio climático
está alterando la distribución de las plagas y enfermedades de animales y
plantas, pero es difícil prever todos sus efectos”. ¿Cómo afecta estos cambios
a la mujer awajún? “En la tradición Amazónica, la mujer tiene un papel
hegemónico; pero cuando la industria extractiva se instala en alguna zona, la
gestión de recursos se altera, se prioriza el desempeño laboral de los hombres
y se destruye el rol de la mujer”, explica el antropólogo Willie Guevara.
Ya
no es lugar para niños
–
¿No se quieren llevar a un niño de 12 años? Ya sabe trabajar
–
Los niños necesitan estar con sus padres.
–
No, los niños necesitan hablar castellano, estudiar. Aquí no se puede.
Mientras
el padre del niño lanza ese pedido desesperado, la madre escucha en silencio,
sentada a su costado. “Cada vez es más difícil encontrar alimentos y pagar los
estudios. Los niños necesitan aprender castellano, necesitan comer, estudiar,
aquí ya no se puede”, continúa el padre. Los niños de Achu reciben el desayuno
escolar, pero muchos no toman la leche porque les cae mal. Luego, durante el
almuerzo, y solo si hay suerte (y la suerte llega cada dos o tres semanas), la
yuca irá acompañada de algún pedazo de gallina o pescado asado. “No solo los
niños tienen anemia, las madres también, a veces se desmayan cuando están
trabajando”, dice el apu de Achu, Laureano Yugkag.
Diez
de los distritos más pobres del Perú se encuentran en la región Amazonas, cuyas
tasas de pobreza alcanzan al 65% y 90% de las familias. En las comunidades de
los ríos Santiago y Cenepa, como Achu, las familias sobreviven con los únicos
200 soles (60 dólares) al mes que reciben del programa de apoyo social Juntos.
El
fin de los tiempos
Amazonas
es un territorio accidentado de cerros abruptos, ríos bravos y valles
estrechos. Los awajún -que nunca fueron conquistados por los Incas ni los
españoles- han habitado el territorio hace cientos de años. Los actuales
dirigentes calculan sus tierras en más de 4 millones de hectáreas, pero solo
los 2,2 millones están tituladas. En la cuenca del Río Santiago hay 68
comunidades, pero apenas 28 están tituladas.
“Antes
los hombres trabajaban en la caza y la pesca, pero ahora todos quieren trabajar
en Nieva o la minería y descuidan la familia”, dice Sabino Petsa -“Petsa, como
el pájaro pequeño de alas negras y pecho rojo”-. El hombre de 73 años -fundador
de la comunidad de Yutupis- se rasca la cabeza tratando de recordar cómo era el
antes que le contaban sus padres y abuelos. Los años estrangulan su memoria:
“antes no había problemas de comida”.
Las cifras del aislamiento
El
último censo de 2007 estimó en 55.300 habitantes a los awajún.
En
Amazonas, el gobierno regional ha destinado alrededor de 975 mil soles en
programas de prevención de desastres, reforestación y conservación de la
biodiversidad biológica. Gran parte de este presupuesto destinado al pago de
planilla.
En 15 años la región Amazonas perdió 55.570
hectáreas de bosques, lo equivalente a 50 veces el distrito de San Isidro, en
Lima, o 185 veces el Central Park de Nueva York.
Un
estudio del economista Roger Loyola calculó que las pérdidas económicas
acumuladas por muertes asociadas al clima representarían el 2030 por lo menos
US$66 millones.
Casi
50% del área geográfica de Amazonas está ocupada por pueblos indígenas. En la
cuenca del Río Santiago hay 68 comunidades, pero solo 28 están tituladas.
La
Amazonía ocupa el 60% del territorio peruano, pero el presupuesto que se
destina a sus siete regiones más importantes (Loreto, Madre de Dios, Ucayali,
San Martín, Huánuco, Cusco y Amazonas) representa solo el 13% del total
nacional.