José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/08.02.17
No obstante la crisis
religiosa, que estamos viviendo, son bastantes los cristianos que se ponen
nerviosos si se les habla de innovaciones o cambios en la liturgia de la misa y
demás sacramentos.
Esta postura es
comprensible. Lo que seguramente no saben quienes defienden esta posición -y la
defienden no sólo con energía sino incluso con indignación– es que, sin darse
cuenta, quienes adoptan tal postura de forma intolerante, en el fondo, lo que
hacen es aceptar y –sin saberlo- reafirmar una de las ideas típicas de Sigmund
Freud.
Así lo explica un autor
tan documentado como es Gerd Theissen, comentando un texto importante del
volumen 7º de las “Gesammelte Werke” (p. 129-131) de Freud. El rito se constituye en un fin
en sí, que se contrapone al caos, que es lo más opuesto al orden. Por eso los ritos sirven para
defenderse del caos. O, en otras palabras, los ritos sirven para
defenderse del miedo, que precipita al individuo en un caos psíquico. Estas
ideas han sido desarrolladas por Víctor Turner y Rolf Gehelen.
De ahí que, para no pocas personas,
cambiarles los ritos y, sobre todo, quitar el ritual o su lenguaje (por
ejemplo, el latín) es quitarles un factor fundamental de su seguridad en la
vida o en su relación con Dios.
Pero, es claro, las
personas que se meten de lleno en este proceso y, por eso, se aferran a la
exacta observancia de los ritos, aparte del miedo inconsciente que eso entraña,
tiene una consecuencia religiosa y social que nos aleja del Evangelio más de lo
que imaginamos. ¿Por qué Jesús tuvo tantos conflictos con los maestros de la
Ley, con los fariseos y con los sacerdotes? Siempre la misma historia: porque
no observaba el sábado, no ayunaba, no cumplía los rituales de pureza cultual,
andaba con malas compañías (pecadores, publicanos), tenía amistades peligrosas…
Y todo esto, ¿por qué? La respuesta más clara y
más directa la dio Jesús
cuando explicó lo que será verdaderamente decisivo en el juicio final. No será la observancia de los
“ritos” religiosos, sino la relación que cada cual tiene con la felicidad o el
sufrimiento de las “personas” (Mt 25, 31-46).
Cuando el Señor de la
Gloria venga a pedir cuentas a cada cual, a nadie le va a preguntar si dijo la
misa en latín o en otra lengua, si cumplió con las normas litúrgicas al pie de
la letra, si ayunó o dejó de ayunar, etc.
O el Evangelio es mentira
o la liturgia le preocupa a Dios bastante menos que al clero y sus más fieles
adeptos. Lo que al Dios de Jesús le interesa no es la fiel observancia de los
ritos, sino que tengamos sensibilidad para dar de comer al que pasa hambre,
para estar con el enfermo, para acoger al extranjero, para interesarse por los
que están en la cárcel.
Muchas veces me pregunto
por qué en el Vaticano hay una Sagrada Congregación que vigila la observancia
de los ritos. Y por qué no hay otra Congregación Sagrada que se preocupe por
los millones de criaturas que sufren más de lo que humanamente se puede
soportar.
Comprendo que todo esto
ponga nerviosos y hasta indigne a algunos cristianos. Pero quienes se ponen
nerviosos, al leer esto, ¿no se preguntan por qué hay tantas personas en la
Iglesia que no tolerarían ver las parroquias y los templos sucios, descuidados,
desordenados, abandonados, misas que no las dice el cura, sino el sacristán; o
misas que el cura dice en mangas de camisa…, pero resulta que esas mismas personas no pierden el sueño
sabiendo que cada día se mueren de hambre más de 30.000 personas? ¿No será
verdad que nuestra exactitud en la observancia y en el cumplimiento de los
ritos sagrados nos sirve de “calmante espiritual” que tranquiliza nuestra
conciencia?