El intento
de golpe de Estado que lideró un grupo de oficiales medios del ejército turco
la noche del 15 de Julio, que tuvo su epicentro en Estambul y Ankara, y que fue
fácilmente derrotado por sectores leales al presidente islamista Recep Tayyip
Erdoğan, liderados por las fuerzas policiales, representa una nueva muestra de
la profundidad de la crisis que recorre al Estado turco, país miembro de la
OTAN y pieza clave en la disputa por la hegemonía en el Medio Oriente.
Mientras que
los aliados de Erdoğan en EEUU y la UE llaman a defender la “democracia” turca
en contra de la aventura golpista, lo cierto es que la militarización del país
es un hecho de hace meses, particularmente desde la intensificación de la
campaña militar en contra de los kurdos, que ha destruido miles de vidas y
pueblos enteros en la región del suroriente del Estado turco.
Tampoco hay mucha democracia que defender, ya que Erdoğan ha venido ampliando cada vez más su poder y control sobre el aparato estatal, purgando a sus enemigos en el Estado y el ejército, amordazando a la prensa, persiguiendo a la oposición política y encarcelando a los críticos.
Todo esto,
mientras el miedo se apodera de los ciudadanos en medio de un incremento de los
atentados explosivos que se han cobrado cientos de víctimas (el más reciente
apenas hace una semana, en el aeropuerto internacional de Estambul), muchos de
ellos por la proliferación de islamistas, y de una crisis económica sin
precedentes, agudizada a partir del enfrentamiento con Rusia en Noviembre del
pasado año a raíz del derribo de un avión militar ruso, por fuerzas turcas,
mientras se encontraba en operaciones en Siria.
A raíz de
esto, Rusia decretó una serie de sanciones económicas devastadoras para la
economía turca, que pusieron de rodillas al presidente turco, quien después de
bravuconear por unos meses, terminó pidiendo perdón sin condiciones a Putin[C1] . Erdoğan y
su partido, el AKP, fomentaron un ambiente de terror y violencia, mediante el
cual se impusieron en las elecciones del 2015, en segunda vuelta. La campaña
electoral del año pasado, lejos de ser democrática, estuvo marcada por la
persecución a la izquierda, en particular al partido pro-kurdo HDP, y por la
polarización promovida mediante el recurso al terror y al miedo.
Abdullah Gul, un allegado a Erdoğan y socio del AKP, dijo, estúpidamente, que Turquía no es un país latinoamericano, al hacer referencia al golpe militar. La realidad, sin embargo, es que Turquía tiene más golpes de Estado que muchas de las repúblicas latinoamericanas que él caricaturiza en su comentario: hubo golpes en 1960, en 1971, en 1980, y el llamado golpe “post-moderno” de 1997, cuando el gobierno presionó la renuncia de un antecesor y asociado político de Erdoğan que recién había ganado las elecciones.
El ejército,
a diferencia de la policía que es leal al gobierno y más afín con su islamismo,
se ha considerado a sí mismo como el guardián de los valores republicanos y
seculares con los que fue fundada la República de Turquía en la década del ’20
por Mustafá Kemal Atatürk, y siempre ha mirado con desconfianza al islamismo
político que comenzó a levantar su cabeza y hacerse sentir fuerte desde los
‘90.
El islamismo político coge fuerza con el surgimiento de los llamados “tigres de Anatolia”, empresarios que emergen con la apertura económica experimentada desde los años ‘80, los cuales vienen de las ciudades de la Turquía profunda y que reflejan una mentalidad conservadora y religiosa en toda regla. Este islam político exacerba la tensión existente con la elite secular y occidentalizante, asentada en las principales ciudades turcas (Izmir, Estambul, Ankara) y ligada a las profesiones liberales, a la burocracia estatal y al ejército.
Desde el
2010 que Erdoğan ha venido purgando sectores del Ejército, sacando a los
sectores más recalcitrantes de kemalistas y reemplazándolos con sectores más
afines a su proyecto político, que mezcla el autoritarismo de Kemal, con el
conservadurismo islamista, con una pizca de neoliberalismo y con sus sueños de convertirse
en Califa y proyectar la sombra del imperio otomano nuevamente sobre el Medio
Oriente.
En su lugar,
ascendieron una serie de oficiales ligados al clérigo Fethullah Gülen, entonces
aliado de Erdoğan, aunque en 2013 ambos rompieron. Son, al parecer, estos
sectores medios en el Ejército, no la vieja guardia kemalista-secular, quienes
habrían estado detrás de este golpe.
La pobremente organizada y fallida intentona[C2] de golpe militar fue descrita por el presidente turco Erdoğan “como un regalo de Dios”. Es fácil ver por qué dijo esto: desde ya ha comenzado la purga en el Ejército y, si logra cambiar su doctrina y su composición, el pilar central, bastión republicano del Estado turco, habría mutado para imponer su propio proyecto islamista.
Hay quienes
han dicho que el presidente turco por fin ha tenido su propio “incendio del Reichstag[C3] ”, el cual
utilizará como la excusa perfecta para seguir imponiendo su proyecto
autoritario y silenciar las voces críticas tanto en lo doméstico como en el exterior.
Mientras su actitud errática y agresiva, estaba ganando creciente hostilidad en
la comunidad internacional, que temen que sus acciones sigan desestabilizando
la región y puedan llevar la crisis del Medio Oriente a las puertas mismas de
Europa, la aventura de los militares ha logrado que gane, momentáneamente, el
respaldo inequívoco de la llamada “comunidad internacional”.
Y también
logrará silenciar cualquier crítica que pudieran hacer a la creciente
militarización, censura, persecución y purgas que promueva en retaliación, no
contra los golpistas, sino contra todos los sectores que potencialmente
pudieran representar un contrapeso a su poder absoluto.
Pero si la
“comunidad internacional” guarda silencio, los pueblos del mundo tenemos el
deber moral de solidarizarnos con el movimiento popular turco[C4] y kurdo y
alzar la voz ante el autoritarismo que recorre al Estado turco y que bombardea,
encarcela, asesina y amordaza a nuestros hermanos y hermanas. Tenemos el deber
moral de solidarizarnos con los que luchan por una alternativa al
nacionalismo-militarista y al islamismo-político, y no hemos de permitir que
esta alternativa basada en la libertad, la justicia social, la igualdad, sea
ahogada en sangre.
Erdoğan hoy
se cree invencible, pero su victoria es pírrica, su barco está en franco
naufragio y esta intentona golpista fue solamente un síntoma más de esa crisis.
[C1]¿En qué cambia esto la relación con los kurdos?
[C2]¿Por qué fue tan mal organizada si venía del ejército que se supone
bien organizado?
[C3]Me parece que por aquí va la explicación más “lógica” del intento de
golpe.
[C4]Generalización sin base. ¿Por qué la gente apoyó a Erdogan en las
calles?