Entrevista con Antonietta Potente
Pablo Pombo
www.cpalsocial.org/020716
Ante los anuncios sobre el papel de las mujeres en la Iglesia.
Reproducimos la entrevista publicada por Vatican Insider a sor Antonietta
Potente.
«No está en juego
que seamos admitidas o no como diaconisas o sacerdotisas, sino que está en
juego, según mi opinión, el cambio estructural en la comunidad de los
creyentes. De una pirámide a la circularidad». Y la que piensa así es una
mujer. La teóloga moral sor Antonietta Potente es una dominica de 57 años que
ahora vive en Turín pero que pasó 18 años en Bolivia, en donde experimentó una
forma de vida comunitaria con los campesinos indígenas. Profesora de Teología
moral en el Angelicum de Roma, en la Facultad teológica de la Italia Central en
Florencia y en la Universidad Católica de Cochabamba (Bolivia), también fue
miembro de la Conferencia Latinoamericana de los Religiosos y colabora con el
Instituto ecuménico de teología andina de La Paz.
La entrevistamos al margen de la conferencia sobre las mujeres en las
Escrituras que pronunció durante la presentación del Informe 2015 de la
asociación Orizzonti-Maidan, de la que se ocupan las Misiones de los Camilianos
de Turín.
Según su opinión, ¿podrían tener un papel mayor las mujeres en la
Iglesia con el magisterio de Papa Francisco?
Admito que Papa Francisco ha dado otra clave de lectura a todo, y que
también ha rescatado un poco a las mujeres, que han sido ignoradas durante
mucho, mucho tiempo. No digo por siglos, porque creo que en el primer siglo tenían más protagonismo del que tienen hoy. Pero
luego caímos en la sombra, no se nos ha dado un sitio en realidad, era más bien
como el lugar de Sara, que se queda dentro de la tienda y observa y escucha
desde ahí. Yo creo que en este momento, como está sucediendo en relación con
otras cuestiones, como las parejas de divorciados que se han vuelto a casar, la
cuestión de los homosexuales, las uniones civiles, yo creo que ahí también se
está dando algo. Pero lo que sinceramente me inquieta un poco es que, como sea,
nosotras las mujeres siempre tenemos que esperar a que los hombres se pongan de
acuerdo para decidir si nos admiten o no. Entonces creo que, al final, todavía
no se reconoce por completo que desde siglos tenemos nuestras estrategias
propias.
¿Qué le parece el debate que se creó alrededor de la posibilidad de
estudiar el caso de las diaconisas?
La cuestión de las diaconisas, que son roles, me parece un poco como eso
de las «cuotas rosa» de los partidos políticos: a ver cuál partido tiene más
mujeres. Lo que se debería hacer es esta presencia alternativa, esta lectura
alternativa que nosotras hacemos de la historia desde hace siglos. Y también,
un poco, dejarse criticar por las mujeres. Si
sigue habiendo mujeres que siempre dan razón a todo, no cambiará nada. Se
necesita una crítica verdadera, porque no está en juego que seamos admitidas o
no como diaconisas o sacerdotisas, sino que está en juego, según mi opinión, el
cambio estructural en la comunidad de los
creyentes. De una pirámide a la
circularidad, porque, a pesar de Papa Francisco, todavía existe.
También ese clericalismo tantas veces denunciado por el Papa…
No está bien este sentirse pastores que mandan, investidos de algo mucho
más grande de lo que es la investidura cotidiana de muchas mujeres y hombres. Y
luego creo que si se admitieran las mujeres al sacerdocio habría que admitir
también a todos los laicos que ya se reconocen en una vocación de este tipo. No
veo cuál sea el problema. Pero si la Iglesia sigue con esta estructura, si las
comunidades siguen con esta estructura, me parece difícil. Tanto respecto a las
mujeres, a su presencia en el ámbito de la formación o a ejercer determinados
ministerios. Creo que el gran obstáculo es esta gran estructura que existe
desde hace siglos.
En la relación final del sínodo sobre la familia se lee que «la
presencia de los laicos y de las familias, en particular la presencia femenina,
en la formación sacerdotal favorece el aprecio por la variedad y la complementariedad
de las diferentes vocaciones en la Iglesia». ¿De esta manera podrían encontrar
mayores espacios las mujeres en la vida de las comunidades en general?
Sí, por ejemplo en América Latina esto se daba mucho. La mayor parte de
los estudiantes en la facultad en la que enseñaba en Bolivia eran seminaristas
o religiosos que después habrían sido llamados al sacerdocio. El problema es
que probablemente somos pocas voces con respecto a lo que es el resto de la
formación. Yo soy muy crítica…
Usted vivió casi 20 años con los campesinos aymaras de Bolivia. ¿Qué
pueden aprender los laicos y la Iglesia en general de las mujeres indígenas?
Podrían aprender mucho. Ellas,
las mujeres, tienen una gran capacidad estratégica y de existencia. Me parece que
se parecen a esas mujeres bíblicas, que en los momentos más desesperados de un
pueblo logran encontrar estrategias particulares de vida, de vida concreta, es
decir no solo de ideas y de palabras.
Al final de cuentas, las que se ocupan de la economía allá son las
mujeres, tanto la economía informal como la economía reconocida. Es cierto que
si uno ve superficialmente, en las reuniones comunitarias parece que hablan
solo los hombres y que las mujeres no participan. Pero viviendo allí, a mí me
pareció lo contrario. Las mujeres tienen una fuerza, y luego no es solo como
rol, sino también como pensamiento, porque el pensamiento en la cultura
indígena es femenino. No digo femenino excluyente, porque en su cultura hay un
equilibrio neto, incluso en el cuidado de la tierra.