Robert Fisk
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El Colegio
de Teología de Cercano Oriente de Beirut se alberga en un aburrido edificio
gris y café cerca del mar Mediterráneo. Hace unos días el público, reunido en
su teatro subterráneo, fue testigo de una de las más notables conferencias
recientes sobre el islam antiguo y moderno, que –se advirtió ampliamente– pudo
haber provocado que cualquier tonalidad de detractor religioso estuviera
soplando y resoplando afuera, en la apropiadamente llamada calle Juana de Arco.
El orador
fue el doctor Tarif Khalidi, uno de los más notables académicos del islam y
traductor de la más reciente edición en inglés del Corán, cuyas obras
anteriores sobre Jesús en la historia musulmana son tan recomendables como su
nueva antología de literatura árabe.
El título de
su conferencia era suficiente para sacudir al mundo: ¿Necesita el islam un
Martin Luther King? La respuesta breve de Khalidi a esta pregunta fue: Sí, por
favor, entre más Luthers haya mejor, a pesar de la violenta denuncia contra el
islam de Luther. No quedó claro quién era peor para Luther, el turco terrible o
el Papa terrible, y si va uno a criticar a cualquier religión más vale hacerlo
en esa magnífica cascada que era su retórica.
Khalidi
recordó la condena de Lucrecio a todas las religiones: Es tanto el mal al que
la religión puede urgir a la humanidad. El mal ha sido muy obvio en estos días.
Obvio para todas las religiones monoteístas, insistió Khalidi, entre ciertas
sectas llamadas fundamentalistas y apocalípticas en Estados Unidos, entre
colonos judíos racistas y fundamentalistas, entre miembros de Daesh (Isis) y
otros aterradores grupos que están en nuestro vecindario.
Khalidi,
palestino de abundante barba cuyo inglés tiene la precisión de T. S. Eliott,
llamó a nuestra época actual la edad de la desiluminación, que debe llevarnos a
estudiar cómo y por qué las religiones de vez en cuando pueden perderse y
confundir el camino al paraíso con el del infierno.
Cada 100
años en la historia del islam, observó Kahlidi, surge un renovador de la fe –un
mujaidín– que insufla a la religión con nueva vida. Las dos grandes alas del
islam comenzaron sus carreras como movimientos reformistas: los sunitas
pusieron énfasis en la importancia de la unidad de la comunidad, mientras los
chiítas dieron mayor importancia a la integridad de los gobiernos. Cada
ramificación de estas alas fue una forma de reconstrucción que ahora semeja dos
grandes árboles con numerosas ramas.
¿La tarea
más importante hoy? Desempacar las ideas del Isis y mostrar por qué y cómo este
camino lleva al infierno.
Solía haber
un genuino, si bien imperfecto, mosaico de tolerancia en el mundo islámico,
señaló Khalidi, pero la ruptura y el desgarramiento de la tolerancia debe
juzgarse como una farsa, una anomalía, una aberración histórica de proporciones
épicas que tiene antecedentes propios.
Examinó a la
rama Azariqa del siglo VII y al movimiento Khawarij del siglo XII.
Mucho antes
de que existiera el Isis, Azariqa condenaba a muerte a los infieles (kafir). El
Azariqa necesitaba reclutas de su movimiento para matar a un prisionero para
así probar su sinceridad. Consideraban legítimo matar a las esposas e hijos de
sus enemigos, así como esclavizar a personas y violar a mujeres de religiones y
sectas diferentes.
Khalidi se
mostró un tanto aliviado por la tendencia que el Isis comparte con sus
ancestros de disgregarse violentamente debido a su “literal y muy selectiva
manera de usar la sagrada escritura tanto del Corán como del Hadith (los dichos
del profeta Mohamed), así como su total indiferencia a la historia del islam,
por no mencionar la filosofía islámica, la teología o las disertaciones del
Corán”.
El máximo
horizonte del pensamiento especulativo del Isis parece ser apocalítico y por
ello la invitación a realizarlo mediante dramáticos actos de suicidio, mismos
que los Khawarij llamaban vender su alma a Dios.
Debo agregar
que la relevancia de esta cátedra teológica en Beirut fue dolorosamente
evidente menos de 48 horas después, cuando no menos de ocho atacantes suicidas,
casi seguramente del Isis y al menos ocho de ellos sirios, se hicieron estallar
a unos mil 600 kilómetros de donde estábamos, en la aldea cristiana libanesa de
Qaa.
La filosofía
y la realidad violenta siempre están cerca una de otra en Líbano. Pero Khalidi
también habló de dialéctica, de argumentos que los académicos musulmanes antes
de la historia moderna discutían abiertamente sin imponer conclusiones finales,
pues solían escribir Dios lo conoce mejor, en referencia a las escrituras
sagradas.
En tiempos
recientes ha habido cambios radicales, señaló Khalidi. El islam se invocó desde
arriba, lo que permitió a los sacerdotes modernos poner conclusiones y visiones
terminantes, como el islam prohíbe esto pero permite aquello o el islam predica
esto y aquello. Es una visión que se presta a interpretar literalmente los
textos en vez de argumentar: “Están felices desde los púlpitos lanzando fatwas
en los terrenos y temas más absurdos, pero enfurecen si se les cuestiona”.
El
estudioso, así, se convierte en predicador. Ignora la filosofía, la teología y
la racionalidad. El Corán tiene todas las respuestas.
Este fue,
probablemente, el punto más sensible de Khalidi: “La retórica de Daesh (Isis)
es simplemente la forma más virulenta y violenta de esta forma de apropiarse de
la autoridad, pero la multiplicación de fatwas lanzadas por los ulemas en
países totalitarios es un fenómeno igualmente pernicioso. Lamentablemente, ante
la necesidad de reconstrucción, existe una proliferación de institutos y
universidades que enseñan los rudimentos básicos de la ley y gradúan
rápidamente a los futuros clérigos que tienen un conocimiento muy parcial de
las ramas del islam. Esto es particularmente cierto entre religiosos sunitas,
aunque dudo que los chiítas estén entrenados de manera más amplia y profunda”.
Esta
temática sería fuerte en el contexto de cualquier sociedad, ya no digamos en el
moderno (si es que se le puede llamar así) Medio Oriente. Pero lo mejor fue el
poderoso argumento de Khalidi sobre la educación, que también se refleja en
nuestro mundo Occidental. Dijo que el currículum islámico es tan desolador porque
las humanidades, en general, están bajo estado de sitio en la mayoría de las
universidades del mundo. Historia, filosofía, literatura. Éstas son disciplinas
y departamentos que desesperadamente tratan de sobrevivir al diluvio universal
de carreras más orientadas hacia los negocios, la medicina, la ingeniería o las
ciencias de la computación. Debemos reconocer que las humanidades son cruciales
en la formación del intelecto crítico y escéptico... Cuando degradamos y
empobrecemos a las humanidades, podemos confiar en que el fanatismo prosperará.
Ahí lo
tienen: Khalidi divide a los pensadores musulmanes entre aquellos que
consideran que el Corán es el final del conocimiento y quienes opinan que es
sólo el principio del conocimiento.
El Corán
debe usarse para cuestionar el mundo, para confrontar sus misterios, sostiene
Khalidi. El lenguaje coránico debe tratarse como Matthew Arnold nos aconsejó
tratar el lenguaje bíblico: de manera fluida, transitoria y literaria; no de
forma rígida, fija y científica. Khalidi quiere un comité de intérpretes, una
mesa redonda de Martin Luthers.
En su
conferencia dijo mucho, mucho más, sobre esta valiente vena. El eslogan el
islam es una religión y un Estado se ha convertido en el favorito de clérigos
musulmanes ambiciosos. Ninguna religión conocida por Khalidi, salvo en Irán, ha
dejado de distinguir la diferencia entre el César y Dios, y el islam no es la
excepción.
Amén por
eso.