Víctor M.
Toledo
www.jornada.unam.mx/190716
¿Cuál es la
diferencia entre un testigo de Jehová, una familia fanática del islam, un grupo
de jaredíes (judíos ultraortodoxos) y un premio Nobel? Después del 30 de junio
pasado la respuesta podría ser… ninguna. Con la carta en que 110 laureados con
el Premio Nobel denostaron a Greenpeace, acusándola de criminal, y defendieron
a las gigantescas corporaciones que producen los alimentos transgénicos, se
firmó un testamento que confirma el carácter intolerante y dogmático de amplios
sectores de la academia, o su complicidad con los intereses corporativos. Nunca
un conjunto de especialistas connotados, formados en las exigentes normas de la
investigación científica, habían patinado tan bajo y mostrado tal nivel de
fanatismo en nombre de la ciencia.
La carta, claro
está, fue promovida por dos conocidos genetistas galardonados con el Nobel que,
además, son empresarios biotecnológicos: Richard Roberts y Phillipe Sharp. Fue
firmada mayoritariamente por premiados en medicina, química y física, algunos
economistas, y extrañamente por la escritora austriaca Elfriede Jelinek,
aguerrida feminista y anarcocomunista. Entre los firmantes destacan James
Watson, codescubridor del ADN, quien fue defenestrado por su instituto por sus
ideas racistas, y el mexicano Mario Molina, asesor de Coca-Cola y otras
empresas. La carta se basa en tesis y argumentos falsos o sesgados agrupables en
seis grandes temas:
1) ¿Por qué
Greenpeace? Sorprende que la misiva esté dirigida contra
la más importante organización ambientalista del orbe, no obstante que han sido
cientos de científicos, individualmente o en grupo, los que han cuestionado la
tecnología de los organismos genéticamente modificados, u ofrecido pros y
contras de manera objetiva. Por ejemplo los 400 investigadores convocados por
Naciones Unidas, la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad (UCCS)
de México, los 300 científicos de la Red Europea de Ciencia con Responsabilidad
Social y Ambiental, un grupo de destacados investigadores de la Royal Society
de Inglaterra y otras. La carta hace ver tramposamente que se trata de una
batalla entre creyentes (científicos consagrados) y herejes (ambientalistas
emotivos). Ver respuesta de Greenpeace.
2)
¿Transgénicos contra el hambre? Una vez más se utiliza la idea
falsa de que los cultivos transgénicos han sido diseñados para abatir la falta
de alimentos suficientes, es decir, que son un medio de salvación contra el
hambre. Ésta ha sido una afirmación utilizada en la propaganda de las corporaciones.
Este dogma se rebate porque ni el arroz, soya o maíz transgénicos incrementan
los rendimientos. Por otra parte, las estadísticas sobre la producción
alimentaria en el mundo muestran que existen alimentos suficientes para
alimentar a la población humana; lo que sucede es que, contra toda lógica, 75
por ciento de la superficie agrícola del planeta, y notablemente los
transgénicos, se dedica a producir forrajes para reses y pollos o
biocombustibles para los autos, es decir, para la fracción pudiente de la
humanidad.
3) Las
dudosas virtudes del arroz transgénico. Como
escribió en estas páginas Silvia Ribeiro, sigue en
duda la efectividad del Golden Rice (GR), propiedad de la compañía Syngenta,
pues es necesario comer kilos y kilos de este variedad transgénica para
alcanzar las dosis diarias de vitamina A que requiere un individuo. Resulta
mejor comer zanahorias, espinacas o quelites. Por otra parte, la provitamina
del GR se oxida fácilmente, lo que disminuye sustancialmente (hasta 90 por
ciento) su riqueza vitamínica (ver: M. Hansen, 2013).
4)
Transgénicos, deforestación y calentamiento global. Hacia 2014
un total de 180 millones de hectáreas estaban sembradas con cultivos
transgénicos en el mundo. De ese total destacan las 40 millones de hectáreas
sembradas de soya transgénica en Sudamérica, superficie algo mayor a Alemania y
algo menor a España, en la cual fueron arrasadas selvas, bosques, matorrales
con alta biodiversidad para dejar una sola especie. Se trata de la mayor
deforestación en el menor tiempo conocida en la historia. Los transgénicos,
sembrados, cosechados, transportados y transformados de manera agroindustrial
(petroagricultura) contribuyen además al calentamiento global.
5) El
glifosato como cancerígeno. Tras décadas de denuncias, finalmente el 20
de marzo de 2015 la Organización Mundial de la Salud (OMS) aceptó que el
glifosato, el herbicida estrella de Monsanto que acompaña a los transgénicos,
es cancerígeno para animales de laboratorio y con pruebas de carcinogenicidad
en humanos. Existen cientos de casos documentados de cáncer, abortos
espontáneos o malformaciones en poblaciones cercanas a la soya y el maíz
transgénico en Sudamérica.
6) Lo que
significa comer maíz transgénico. Finalmente no pueden pasarse
por alto los experimentos realizados por el científico francés Gilles E.
Séralini y su equipo, quien demostró que ratas de laboratorio alimentados por
dos años con maíz transgénico NK603 y glifosato generaron tumores cancerosos.
¿Quiénes son
entonces los criminales? Como Gregorio Samsa, que en la novela de
Kafka se convirtió súbitamente en cucaracha, así los 110 premiados firmantes de
la carta se transformaron en obispos, porque se declararon mediante un acto de
fe, no a partir de una decisión fincada en evidencias científicas, por la
defensa de una tecnología perversa. Esta vez no fue el Papa, sino el mercado el
que los hizo adherirse en nombre de un dogma. ¡Que Dios los reciba confesados!