José I. González Faus
www.religiondigital.com/201014
Puedo garantizar la anécdota porque me la contó su
protagonista: un obispo (de cuyo nombre no debo acordarme) a quien
Francisco, el actual obispo de Roma, le dijo literalmente en conversación
privada: “reza por mí; la derecha eclesial me está despellejando. Me acusan de
desacralizar el papado”.
Permítaseme preguntar si lo que está haciendo
Francisco es desacralizar el papado o más bien cristianizarlo. Hace unos diez siglos, san Bernardo escribió
una carta al papa Eugenio III y lo que le pedía en ella viene a ser otra
“desacralización” del papado: que se parezca a Pedro y no a Constantino (o al
sumo sacerdote judío), y que recuerde que Pedro no necesitó grandes palacios,
ni mantos de armiño, ni lujosos medios de transporte para anunciar a Cristo.
Por si fuera poco, el nada sospechoso Benedicto XVI declaró poco antes de su
renuncia que esa carta de san Bernardo debería ser libro de cabecera para todos
los papas.
Pedro fue muy apreciado en la iglesia primera, pero
el libro de los Hechos de los Apóstoles no da ningún testimonio de que ello se
debiera a una sacralización de su persona o de su ministerio: se le quería
porque era perseguido y encarcelado, porque tenía intuiciones de líder sobre
los nuevos caminos que había de emprender la iglesia primera, quizá también
porque era humano y se le podían pedir cuentas cuando daba un paso que
algunos timoratos no entendían (como entrar en casa de un pagano), o
incluso se le podía reprender públicamente como hizo Pablo…
Algo parecido a lo que pedía san Bernardo es lo que
intenta Francisco. Pero eso es cristianizar al papado. ¿O acaso habrá que
acusar al mismo Jesucristo de “desacralizar” a Dios, por haberse vaciado de su
rango divino y haber asumido figura de siervo (Fil, 2,6 ss)? Pues no: más
bien hay que decir que un ministerio de Pedro sacralizado no hace más fácil la
evangelización, ni más auténtica la fe de los católicos. Sólo sirve para que la
curia romana se autosacralice a sí misma bajo la sombra del papa.
Tratando de comprender esa desviación cabría decir
que brota de lo que suele presentarse como lo más característico, la gran
virtud y el gran peligro de lo “católico”. Kat-hólico significa universal,
pero no en sentido cuantitativo sino cualitativo: significa que ninguna
dimensión natural queda fuera de lo cristiano (salvo el pecado que, por muy
metido que lo tengamos, es lo más antinatural). Católico deriva del mismo
vocablo griego (“holon”, en lugar de “pan”) de donde procede nuestra palabra
holístico puesta hoy tan de moda, y que se refiere a una totalidad, pero en
sentido distinto al que pueden evocar palabras como ”pan-germanismo” o
pan-sexualismo.
Por eso se decía antaño que la diferencia entre
catolicismo y protestantismo estaba sólo en una “y” (fe y razón, Dios y hombre,
Gracia y libertad, vertical y horizontal…). Ésta sería la gran virtud de lo
católico. Su gran peligro, de ahí derivado, es que puede contribuir a que nos
perdamos en detalles ensombreciendo lo esencial cristiano y creyendo que
comulgar en la boca (por ejemplo) es más santo y más piadoso que hacerlo en la
mano. Al querer afirmarlo todo, se da el mismo valor a todo y se difumina
la tremenda radicalidad cristiana.
La reforma de Lutero buscó en realidad una concentración
en eso esencial cristiano, que luego algunos tacharon de reducción. Pero
también se ha podido tildar a algunas personas y posturas católicas de ser “muy
católicas pero muy poco cristianas”, terrible aviso que ya lanzó Fernando de
los Ríos en 1933. Los shows multitudinarios del papa Wojtila con los gritos
de “totus tuus” o “santo súbito” podrían ser tachados de muy católicos pero
quizá poco cristianos. Y en fin: no sé si cabe decir que el protestantismo
es como el canto gregoriano y el catolicismo como la polifonía barroca (y esto
lo escribe un católico admirador del gregoriano).
Todos esos entornos de vestimentas especiales (y
con sastres especiales), residencias regias, genuflexiones, apelativos de
“santo padre”, viajes especiales… son en realidad muy secundarios. Cuando se
los exagera y se los absolutiza contribuyen a crear una aureola idolátrica
en torno al sucesor de aquel pescador de Galilea, llamado Pedro. Jesús no
se sirvió de esas auras sagradas para anunciar la paternidad de Dios y el reinado
de Dios. Y con el cristianismo se ha abolido la distinción entre lo sagrado y
lo profano: porque, según Jesús, lo único sagrado es el ser humano, que está
por encima de todos los “sábados” de la historia.
De modo que, seguramente, el Maestro repetiría hoy
a todo esos monseñores preocupados, sus palabras de antaño: “deja a los muertos
que entierren a sus muertos, y ve a anunciar el reinado de la libertad de los
hijos de Dios y la fraternidad de los hermanos en Cristo” (Lc 9,60).
Así pues: ¿que Francisco está desacralizando el
papado? Demos gracias a Dios por ello, porque contribuirá a purificar la
fe de los católicos facilitando además el acercamiento de otras iglesias
cristianas. Porque, aunque sea cierto que a Dios sólo llegamos a través de
mediaciones, eso no significa que debamos sacralizarlas.