01
oct 2014
Iñaki Berazaluce
La doctrina de
la Iglesia católica hacia el aborto no ha sido siempre la actual, que considera
a cualquier embrión como un “ser humano en potencia”. No fue hasta Pío IX
(1869) cuando Roma dejó de distinguir entre faetus animatus e inanimatus,
la censura que dividía lo moral de lo inmoral y, siendo la Ley Divina la ley de
los hombres, lo legal de lo ilegal.
Sin embargo, entre el
siglo XII y el XIX la idea predominante entre los teólogos era que “el
alma humana entraba en el feto masculino alrededor del día número 40, y en el
feto femenino en torno al día 80″. Esto es, unas seis semanas
para los varones y nada menos que 12 semanas para las hembras aunque, como no
era posible conocer el sexo del feto hasta el parto (o hasta el
aborto) “tan sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80″, según
cuenta Laura Bossi en su imprescindible “Historia
natural del alma”*.
Curiosamente la
doctrina actual, consagrada en el derecho canónico en 1917 y de nuevo en 1983,
papando Juan Pablo II, es la misma que imperó en el seno de la Iglesia desde el
siglo IV, cuando Basilio el Grande y Gregorio de Nisa “defendieron la
tesis de origen estoico de la animación en el momento de la concepción (el alma
se “inyecta” en el útero con el esperma)”, según recoge la neuróloga italiana.
El naturalista Alberto el Grande (fallecido en 1280 y maestro de Tomás de
Aquino) también era partidario de la “animación simultánea”, aunque su
propio discípulo Tomás y san Agustín se subieron al carro de
la animación progresiva del embrión, defendida por Aristóteles.
¿Y cómo es que los
embriones masculinos se animaban antes que los femeninos? Una vez más es una
idea aristotélica. En su “Historia de los animales” el filósofo griego “afirma
que los fetos masculinos se “articulan” con mayor precocidad, de
acuerdo con su idea de la superioridad masculina en la scala
naturae; y según la tradición del Antiguo Testamento (Levítico, 12,
1-5) la mujer es impura hasta 40 días después del nacimiento de un hijo
y 80 días después del nacimiento de una hija“. Lo que quiere decir que,
pasada la cuarentena de rigor, las mujeres se van equiparando en lo que al alma
se refiere a los hombres. Menos mal.