Immanuel Wallerstein
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¿Cuándo comienza
esta historia? Es difícil decidirlo. La historia moderna comenzó en el siglo
XIX, cuando los británicos y los rusos pelearon en el gran juego, compitiendo
por influir y controlar Afganistán. Lucharon directamente y mediante apoderados
afganos. Los británicos piensan haberlo hecho mejor, pero esto fue en gran
medida una mera ilusión. Yo diría que fue un empate.
En la década de los
60, el juego recomenzó con la llegada al poder de un gobernante que buscó
instituir una nueva Constitución liberal. Fracasó, pero abrió el camino para
que emergieran partidos a la izquierda y a la derecha. Su sucesor, Mohamed
Daoud, fue derrocado en 1978 por el Partido Democrático del Pueblo de
Afganistán (PDPA), en la actualidad un partido comunista. El PDPA estableció un
régimen totalmente laico, con igualdad total para las mujeres. Había
recomenzado el gran juego. La Unión Soviética respaldó el régimen del PDPA y
Estados Unidos (sucesor de Gran Bretaña) respaldó a los mujaidines que lucharon
contra él y en favor de un régimen islamita.
En 1979, la Unión
Soviética envió tropas para ayudar a que el régimen del PDPA se mantuviera en
el poder. La intervención soviética resultó contraproducente y eventualmente
los soviéticos retiraron las últimas de sus tropas hacia febrero de 1989. No
obstante, el PDPA se las arregló para mantenerse hasta 1992.
Durante los cuatro
años siguientes, varios grupos que se habían opuesto al régimen del PDPA
lucharon unos con los otros. Un grupo que emergió con fuerza se llamaba a sí
mismo Talibán y buscó reunificar el país bajo una estricta ley de la sharia en
un régimen encabezado por el Mullah Omar. El régimen talibán fue especialmente
rudo con las mujeres, casi encerrándolas en sus hogares, y clausuró todas las
oportunidades educativas.
Septiembre de 2001
fue un momento fatídico. Los talibanes pudieron asesinar al único oponente
principal que les quedaba en Afganistán dos días antes del ataque de Al Qaeda
en Estados Unidos el 11 de septiembre. La serpiente le había despertado a
Estados Unidos.
Habiendo ayudado a
los mujaidines a volverse una fuerza importante para combatir la influencia
soviética, ahora se encontraban con que este grupo estaba en el poder en
Afganistán y daba refugio a Osama Bin Laden, el presunto perpetrador de los
ataques del 11 de septiembre en Estados Unidos.
Así que de nuevo
llegaba una importante intervención del exterior, esta vez de Estados Unidos
contra los talibanes. La situación geopolítica se tornó bastante complicada.
Los principales aliados estadunidenses en la región –Pakistán y Arabia Saudita–
respaldaban a los talibanes. Los principales oponentes de Estados Unidos en la
zona –Irán y Rusia– se alinearon con Estados Unidos en su oposición a los
talibanes.
La estrategia
estadunidense fue la de ayudar a instalar a Mohamed Karzai como gobernante
interino y luego como presidente electo de un nuevo régimen. La mayor virtud de
Karzai era ser pashtún en términos étnicos, y por tanto de la misma tierra que
era corazón de las fuerzas talibanes. El problema, de nueva cuenta, era que la
serpiente podía despertar. Al paso de los años, Karzai comenzó a estar más y
más incómodo con la presencia de Estados Unidos y en particular con sus métodos
militares. Para 2012, era ya abiertamente muy crítico de Estados Unidos y
hablaba de negociaciones políticas con los talibanes.
El presidente
estadunidense Barack Obama había llegado al poder en 2009, llamando guerra
buena a la intervención en Afganistán (en contraste con la de Irak). Sin
embargo, también prometió retirar todas las fuerzas estadunidenses (o casi
todas) para el momento en que abandonara el cargo. Esto resultó ser una vana
promesa en tanto las fuerzas talibanes crecieron constantes en fuerza y el
gobierno y el ejército afganos no fueron lo suficientemente fuertes para
contener a los resurgentes talibanes. Estados Unidos quiso dejar tropas en el
país para entrenamiento pero Karzai se negó a firmar el protocolo que habría
permitido que las tropas estadunidenses permanecieran.
No obstante, en 2014
Karzai se bajó al final de su segundo periodo en el cargo y permitió elecciones
entre Ashraf Ghani (visto como el preferido de Karzai para sucederlo, además de
ser pashtún) y Abdullah Abdullah (cuya madre es étnicamente tajik, la etnia con
la que él se identifica). Abdullah había sido un fiero oponente de Karzai. Los
resultados de la elección presidencial fueron muy cuestionados. Pero al final
Ghani y Abdullah entraron en el frágil acuerdo de compartir el poder: Ghani
como presidente y Abdullah como el equivalente a un primer ministro. Muchos
observadores son escépticos de que el acuerdo dure mucho tiempo.
Ghani prometió
firmar el protocolo con Estados Unidos que Karzai no quiso, tomando a la vez
algo de distancia de Estados Unidos. Ghani mismo pasó muchos años en Estados
Unidos, tiene la ciudadanía afgana, pero también la estadunidense y ha
trabajado por años en el Banco Mundial. No es un radical en modo alguno.
Ghani llamó de
inmediato a negociar con los talibanes, como lo había hecho Karzai. Los
talibanes lo rechazaron con prontitud, y su vocero dijo: Ashraf Ghani fue
designado por los estadunidenses en la Embajada. Es un títere y no tiene
derecho a invitarnos a unas pláticas de paz.
Afganistán ha
continuado rechazando, durante dos siglos, las intervenciones del exterior, de
forma abierta y encubierta. Siempre que los intrusos extranjeros parecían haber
ganado, pronto se daban cuenta que no habían obtenido nada. Peor aún, sus
intervenciones parecen voltear en su contra a los afganos a los que apoyaban.
Hay pocas razones para asumir que los extranjeros logren más ahora que en el
pasado. ¿Pero se dan cuenta de esto
quienes intervienen desde fuera?