Raúl Zibechi
www.jornada.unam.mx/031014
La crisis sigue
develando todo aquello que permanecía oculto en los periodos de normalidad.
Esto incluye los proyectos estratégicos de la clase dominante, su forma de ver
el mundo, la apuesta principal que hacen para seguir siendo clase dominante.
Este es, a grandes rasgos, su objetivo central, al que subordinan todo lo
demás, incluyendo los modos capitalistas de reproducción de la economía.
Puede pensarse que
la crisis es apenas un paréntesis luego del cual todo seguiría, más o menos,
como funcionaba antes. No es así. La crisis no es sólo un revelador, sino el
modo en que los de arriba están remodelando el mundo. Porque la crisis es, en
gran medida, provocada por ellos para mover de lugar o hacer desaparecer lo que
limita sus poderes. Básicamente, los sectores populares, indígenas, negros y
mestizos en nuestro continente.
Por otro lado, una
crisis de esta envergadura (se trata de un conjunto de crisis que incluyen
crisis/caos climático, ambiental, sanitario y, lo que atraviesa todo, crisis de
la civilización occidental) significa mutaciones más o menos profundas de las
sociedades, de las relaciones de fuerzas y de los polos de poder en el mundo,
en cada una de las regiones y países. Me parece necesario abordar tres
aspectos, que no agotan todas las novedades que aporta la crisis pero son, a mi
modo de ver, los que más pueden influir en las estrategias de los movimientos
antisistémicos.
En primer lugar, lo
que llamamos economía ha sufrido cambios de fondo. Un cuadro elaborado por la
economista Pavlina Tcherneva, con base en los estudios sobre la desigualdad de
Thomas Piketty, revela cómo está funcionando el sistema desde la década de
1970, agravado por la crisis de 2008 (www.vox.com/xpress/2014/9/25/6843509/income-distribution-recoveries-pavlina-tcherneva).
El cuadro abarca 60
años de la economía estadunidense, desde 1949 hasta la actualidad. Describe qué
parte del crecimiento de los ingresos es apropiada por el 10 por ciento más
rico, y cuánto le corresponde al 90 por ciento restante. En la década de 1950, por ejemplo, el 10 por ciento rico se apropiaba
de entre el 20 y el 25 por ciento de los nuevos ingresos anuales. Así
funciona una economía capitalista normal, que consiste en una apropiación mayor
por los empresarios del fruto del trabajo humano, que Marx denominó plusvalor.
Es la acumulación de capital por reproducción ampliada.
A partir de 1970 se produce un cambio importante que es bien
visible en la década de 1980: el 10 por
ciento rico empieza a apropiarse del 80 por ciento de la riqueza y el 90 por
ciento se queda apenas con 20 por ciento de lo que se genera cada año. Este
periodo corresponde a la hegemonía del capital financiero, lo que David Harvey
ha llamado acumulación por desposesión o despojo.
Pero algo
extraordinario se produce desde 2001.
Los ricos se quedan con todos los nuevos ingresos y, desde 2008, arrebañan además
una parte de lo que tenía el 90 por ciento, como ahorros o bienes. ¿Cómo
denominamos a este modo de acumulación? Es un sistema que ya no es capaz de
reproducir las relaciones capitalistas porque consiste en el robo.
El capitalismo
extrae plusvalor y acumula riqueza (aún por desposesión), pero expandiendo las
relaciones capitalistas, por eso se asienta en el trabajo asalariado y no en el
trabajo esclavo (debo estas reflexiones a Gustavo Esteva, quien las formuló en
los días de la escuelita zapatista y en posteriores intercambios).
Es probable que
estemos ingresando en un sistema peor aún que el capitalismo, una suerte de
economía de robo, más parecida a la forma como funcionan las mafias del
narcotráfico que a los modos empresariales que conocimos en la mayor parte del
siglo XX. Es probable, también, que esto no haya sido planificado por la clase
dominante, sino sea el fruto de la búsqueda desmesurada de lucros en el periodo
financiero y de acumulación por desposesión, que ha engendrado una generación de
buitres/lobos incapaces de producir otra cosa que no sea destrucción y muerte a
su alrededor.
En segundo lugar, que el sistema funcione de este modo
implica que los de arriba han decidido salvarse a costa de la entera humanidad.
En algún momento hicieron una ruptura afectiva con los demás seres humanos y
están dispuestos a producir una hecatombe demográfica, como sugiere el cuadro
mencionado. Lo quieren todo.
Por lo mismo, el
modo en que está funcionando el sistema es más apropiado denominarlo cuarta guerra
mundial (como el subcomandante insurgente Marcos) que
acumulación por desposesión, porque el objetivo es la humanidad entera. Parece
que la clase dominante decidió que con el actual grado de desarrollo
tecnológico puede prescindir del trabajo asalariado que genera riquezas, y ya
no depende de consumidores pobres para sus productos.
Más allá de que esto
sea un delirio inducido por la soberbia, parece evidente que los de arriba no
pretenden ordenar el mundo según sus viejos intereses, sino generar regiones
enteras (y a veces continentes) donde reine el caos absoluto (como tiende a
suceder en Medio Oriente) y otras de seguridad absoluta (como partes de Estados
Unidos y Europa, y los barrios ricos de cada país).
En suma, han
renunciado a la idea de una sociedad, idea que es sustituida por la imagen del
campo de concentración.
En tercer lugar,
esto tiene enormes repercusiones para la política de los de abajo. La
democracia es apenas un arma arrojadiza contra los enemigos geopolíticos
(empezando por Rusia y China), que no se aplica a los regímenes amigos (Arabia
Saudita), pero ya no es aquel sistema al que alguna vez otorgaron alguna
credibilidad. Lo mismo debe decirse del Estado-nación, apenas un obstáculo a
superar como lo demuestran los ataques en Siria violando la soberanía nacional.
No nos cabe otro camino que organizar nuestro mundo, en nuestros
espacios/territorios, con nuestra salud, nuestra educación y nuestra autonomía
alimentaria. Con nuestros poderes para tomar decisiones y
hacerlas cumplir. O sea, con nuestras propias instituciones de autodefensa. Sin
depender de las instituciones estatales.