El 26 de octubre se
realizaron varias elecciones importantes (en Brasil, Uruguay, Túnez y Ucrania).
En el país centroeuropeo no se produjeron sorpresas porque la parte
sudoriental, separatista, pro-rusa, simplemente no votó y en la Duma de Ucrania
no hay, por consiguiente, diputados regionalistas o comunistas. En Túnez, como
se esperaba, ganó la tendencia laica y conservadora y la izquierda conserva su
fuerza extraparlamentaria.
En Uruguay, Tabaré
Vázquez obtuvo más votos que los partidos conservadores tradicionales
(Nacional, o Blanco, y Colorado) e irá a la segunda vuelta con una ventaja
importante porque la educación democrática de un electorado más anciano,
educado y organizado que el brasileño juega en este caso a favor del
centroizquierda y, en general, de las ideas progresistas (el electorado bochó,
por ejemplo, la propuesta liberticida de rebajar la edad para la
responsabilidad penal de 18 a 16 años).
En cambio, en
Brasil, el país más grande y más poblado de nuestro continente, el electorado
castigó a los gobiernos del Partido de Los Trabajadores, a pesar de que Lula
lanzó todo su peso político a la campaña por la reelección de Dilma Rousseff,
que ésta logró por tres millones de diferencia (menos de tres puntos de
porcentaje) sobre su adversario, el neoliberal declarado Aécio Neves.
En cada elección,
desde la primera de Lula, el porcentaje de votos del PT cae. Además, Dilma
Rousseff no puede considerar suyos todos los poco más de 50 millones de votos
que obtuvo porque una buena parte del millón y medio de votantes en la primera
vuelta de Luciana Genro, la trotskista ex parlamentaria del PT, optó en la
segunda contra el peligro revanchista de Neves y dio su voto muy crítico a la
candidata del PT y también millones de electores, que antes votaron por Marina
Silva contra el PT, en 47 de las 51 ciudades donde la evangélica había sacado
más votos que Dilma desacataron la orden de votar por Neves y lo hicieron,
según una clara línea de clase, contra el hombre de los banqueros. En
Pernambuco, por citar sólo un ejemplo, Silva había obtenido más del 60 por
ciento y Dilma logró 71 por ciento, contra cerca de 40 de Neves.
En la pelea entre
dos sectores de la burguesía brasileña y dos políticas burguesas que tienen
muchos puntos en común, la representada por el PT y dirigida por los
centroderechistas que encabeza Lula logró en efecto el apoyo electoral de los
sectores más pobres mientras los sectores decisivos de la burguesía nacional e
internacional conseguían canalizar a los más conservadores y ricos desde las
clases medias más acomodadas hasta los financieros, terratenientes,
especuladores. De las urnas salen dos Brasiles contrapuestos con casi el mismo
apoyo popular, uno con un poco más del 51 por ciento de los votos y otro con
casi 49 por ciento.
Pero el menos
numeroso hace bajar la Bolsa, las acciones de Petrobras, la moneda nacional
como forma de “votar” contra el PT y canaliza la movilización no forzosamente
derechista de la mayoría de los estudiantes y de buena parte de las clases
medias (que en realidad protestan por la corrupción y protestaron antes del
Mundial de fútbol por el transporte y por la utilización insensata de los
recursos públicos). El atraso político tradicional y la desinformación
imperantes en el país facilitan también la acción intoxicadora de los medios de
información dirigidos por grandes capitales.
El gobierno del PT sale de los comicios políticamente debilitado y no
tiene una firme base social, aunque tuvo el apoyo crítico de los
sindicatos y de los campesinos más radicales, como los del Movimiento de los
Sin Tierra, muy descontentos frente a la alianza de los gobiernos de Lula y de
Dilma con los soyeros y el gran capital. Tiene además un Senado
mayoritariamente conservador, muy hostil y una Cámara de Diputados con 28
partidos diferentes, la gran mayoría oportunistas y reaccionarios, con los que
tendrá que negociar cada medida que proponga para tener o mantener una base
popular.
Neves fue apoyado por el gran capital, la extrema derecha, los sectores
más reaccionarios (como la mayoría de las sectas evangélicas
brasileñas que son, en realidad, una simple creación de gente sin escrúpulos y
semianalfabeta que aprovecha para hacerse millonaria la extrema ignorancia de
muchos brasileños).
El mero asistencialismo de Lula y Dilma efectivamente sacó de la extrema
pobreza a millones de personas, pero las hizo dependientes de las
bolsas de comida y los subsidios del Estado providencia, no las educó
políticamente sino de un modo muy elemental (los “ricos” contra los “pobres”.
Sobre todo, impidió que fueran políticamente independientes y creadores de su
propio destino. El extractivismo a toda costa (soyero,minero, maderero), la
idea capitalista del crecimiento económico a cualquier costo, incluso del
desarrollo social, la expulsión del PT de los críticos de izquierda y la visión
de Brasil como una unidad impidieron que los trabajadores se separasen de los
explotadores y les contrapusieran su propio programa.
La crisis mundial no
deja margen para las soluciones a medias ni los compromisos podridos. La
política distribucionista y paternalista está acabada. El PT está, como dicen
los italianos “en la fruta”, terminando el banquete “progresista”. Una parte
del PSOL y de la izquierda anticapitalista, responsablemente, votó en la
segunda vuelta contra Neves. Otra parte del mismo partido y otros grupitos de
extrema izquierda como el PTSU y el PCR prefirieron en cambio seguir diciendo
que “todos son iguales”, porque todos son partidos procapitalistas y llamar a
sumarse a los 30 millones que, por atraso y pereza mental, prefieren dejar que
otros decidan por ellos.
Una de las
conclusiones de este peligrosísimo proceso es que hay que reconstruir una
izquierda anticapitalista en Brasil para enfrentar los choques que se
aproximan.