Juan
Masiá, sj
www.religiondigital.com/141014
Con ocasión del
Sínodo extraordinario sobre la familia, proliferan los debates sobre la llamada
-impropiamente- indisolubilidad matrimonial. Pero se echa de menos una
reflexión antropológica y teológica que asuma con lucidez y serenidad el
carácter procesual de la relación de "dos personas uniéndose" en
"comunión de vida y amor".
Por eso cuestiono
con interrogación, en el título de estas líneas, las metáforas clásicas del
yugo y el vínculo, insuficientes para expresar la riqueza y belleza de la
imagen definitoria de comunión, que es la que usa el Concilio Vaticano II en la
Constitución Gaudium et spes, n. 48 al describir el matrimonio como
"comunidad de vida y amor".
El yugo que unce
forzadamente la pareja animal para tirar de la carreta se coloca en un momento.
El vínculo que empalma con candado los eslabones de la cadena se cierra en un
momento. Los trámites legales que certifican el consentimiento conyugal se
firman en un momento. Pero la unión de
dos personas en comunión de vida y amor no es momento, sino proceso; no es
efecto instantáneo de una declaración legal, ni de una fusión biológica, ni de
un sortilegio mágico, ni siquiera de una bendición religiosa; no es una foto estática
y muerta, sino un proceso dinámico y vivo.
Se tarda toda una vida en realizarlo, pero a veces no se logra, se
interrumpe o se vulnera. Requiere, en unos casos, sanación; en otros, rehacer
el camino de la vida.
Por eso no he puesto en el subtítulo "la pareja unida", sino "la pareja uniéndose". La boda es un momento (aunque la ceremonia dure tres cuartos de hora), pero el matrimonio es un proceso. La indisolubilidad matrimonial (no jurídica, sino antropológica) no es un carácter sellado a fuego como la divisa de un toro de lidia, sino una meta, fin y horizonte del proceso para hacerse una persona en dos personas. "Serán los dos un solo ser" (Gen 2, 24; Mt 19, 4). Es decir, lo serán... si realizan esa unión a lo largo de la vida, pero no lo son ya automática y mágicamente en este instante de decir "sí, quiero".
El "sí,
quiero" no es una fórmula mágica que produzca automáticamente un vínculo
indisoluble. Y el coito completo de una primera noche (que no será
necesariamente la primera...) tampoco basta para producir automáticamente lo
que los canonistas llaman "consumación del matrimonio". Para la boda,
basta media hora. Para la consumación del matrimonio "de manera
humana" (¡como dice hasta el mismísimo derecho canónico!, en el canon n.
1061: humano modo), si y cuando se consuma, se tarda toda una vida. Una pareja
engendradora de familia numerosa puede, al cabo de los años, descubrir que no
ha consumado su matrimonio como comunión de vida y amor y puede encontrarse
ante el dilema de separarse o reconciliarse...
Los guionistas de
telefilmes cuidan mucho el dramatismo de la escena del "Sí, quiero",
sobre todo si el guión exige que la novia diga "No" y haga las
delicias de cámaras y espectadores, batiendo records de audiencia con su salida
apresurada hacia la puerta de la Iglesia. Pero ni el "sí" emocionado
es un abracadabra que cree el vínculo, ni una noche juntos en cama produce una
unión indisoluble, ni siquiera aunque resulte un embarazo.
En el latín de los
canonistas, tras un coito completo se llama al matrimonio consummatum, es decir, consumado. El derecho canónico se refiere al
"acto conyugal mediante el cual los cónyuges se hacen una sola
carne". Pero en el lenguaje bíblico, en hebreo, "carne" no son
solo proteínas, tejidos, órganos, genitalidad, etc., sino "cuerpo animado
y personal".
Bíblicamente y
antropológicamente, unión carnal no es sinónimo de coito, sino de unión
corpóreo-personal duradera. La unión física de decenas de coitos puede ser
compatible con la realidad de que la unión de esas dos personas siga siendo
sinfonía incompleta. La unión y consumación personal es un proceso que lleva
tiempo y a veces se interrumpe a mitad de camino. Unas veces por causa de una
de las partes; otras veces, por causa de las dos partes; otras veces, sin ser por
causa de ninguna de los dos, sino por circunstancias externas a ambas partes.
Si la ruptura es reparable, se buscará recomponer lo vulnerado. Si es
irreversible, habrá que buscar sanación para ambas partes y apoyo para rehacer
el camino de la vida.
Los guionistas de
telefilmes destacan en primer plano tres frases socialmente correctas, pero mal
interpretadas; también religiosamente correctas, pero que se prestan a
confusión. Se trata de las tres palabras siguientes, que corren peligro de
convertirse en sortilegios ominosos: 1) Los declaro marido y mujer. 2) Hasta
que la muerte los separe. 3) Lo que Dios ha unido no lo separemos los humanos.
Repensemos
antropológica y teológicamente estas tres frases.
1) "Los declaro marido y mujer". Estas palabras,
dichas por un oficiante (civil o religioso) no es un "abracadabra"
que produzca mágicamente la unión matrimonial. Debería interpretarse así:
"Doy fe (como testigo, en nombre de la sociedad civil o, en su caso, en
nombre de la iglesia) de que se han prometido mutuamente comprometerse, a
partir de ahora, con el proceso de convertirse en marido y mujer, re-eligiendo
cada día esta elección mutua que han hecho hoy (que eso es, al fin y al cabo,
la fidelidad: re-elegir una elección continuamente para convertirla así en algo
indisoluble). Diría el oficiante: no los caso yo (ni un juez civil, ni un
oficiante religioso), sino que se casan ustedes; más exactamente, se prometen
ir casándose día a día a partir de ahora. Hoy
es la ceremonia de la boda. A partir de ahora comienza el proceso del
matrimonio.
2) "Hasta que la muerte los separe". Podría
parafrasearse así: "Hasta que la vida los una, hasta que la realización de
esta promesa de hoy a lo largo de una vida hasta la muerte los una por
completo, hasta que logren convertir esta unión en algo indisoluble,
construyendo juntos una "comunión de vida y amor" que los acabe de
unir por completo. Y si se produce, lamentablemente, otra clase de muerte que
la muerte física, por ejemplo, la muerte del amor o la muerte de condiciones
que apoyaban la fidelidad a la promesa, y resulta una ruptura irreversible,
entonces en ese caso, ojalá tanto ustedes como quienes los acompañamos sepamos
y podamos hallar recursos de sanación, reconciliación o reanudación del camino
de la vida.
3) "Lo que Dios ha unido no lo separemos los humanos". Esta
frase bíblica, dicha en el colofón de la ceremonia de la boda, necesita
reformularse así: "Lo que Dios ha bendecido hoy, es decir, esta promesa
que se han hecho los esposos, cooperemos a que se cumpla". Cuando a lo
largo de la vida se logre esa unión, entonces podrá decirse por primera vez que
Dios los ha unido. Porque la manera que tiene Dios de unirlos es mediante el
cumplimiento por ellos de la promesa de fidelidad que se han hecho. Y en los
casos en que la vulnerabilidad humana impida la consumación de esa unión y sea
necesario sanar, recomponer, reparar o, en su caso, perdonar o ayudar a rehacer
de nuevo el camino de la vida, entonces también estará ahí Dios para acoger,
acompañar y apoyar los pasos siguientes. En el caso de una segunda y nueva
promesa de unión habrá que decir (mal que les pese a los fundamentalistas
religiosos condenadores): "Lo que Dios ha perdonado, sanado o restaurado,
que no lo condenen los eclesiásticos"...