José Steinsleger /I
www.jornada.unam.mx/190417
A los
maximalistas de izquierda asisten razones para criticar al Pepe Mujica. Pero
junto con los cínicos de derecha, coinciden que la ética, integridad y dignidad
del ex presidente de Uruguay (2010/15) contrastan con el abyecto perfil de Luis
Almagro Lemes, secretario general de la OEA.
En mayo de
2015, la autoridad moral del Pepe fue determinante para que Almagro asumiera la
jefatura de la OEA. Entonces, muchos se ilusionaron creyendo que bajo su
gestión, podría paliarse la merecida fama de ministerio de colonias del
organismo internacional parido por Washington en Bogotá, hace 69 años (abril de
1948).
¿Acaso
Almagro no había impulsado la Unión de Naciones Suramericanas (Unasur, 2008) y
la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac, 2010), concebidas,
justamente, para terminar con la OEA? ¿Acaso en la delegación especial de la
Unasur a Venezuela (2014) no había sido un promotor del diálogo entre el
gobierno y la oposición? ¿Acaso en este mismo año, la revista Foreign Policy no
lo había elegido entre los “10 pensadores globales del mundo (sic)…”?
Un año
después, a seis meses del nombramiento, el Pepe divulgó la carta enviada a su
ex canciller, con motivo de su actitud frente a Venezuela:
Sabes que
siempre te apoyé y te promoví. Sabes que tácitamente respaldé tu candidatura
para la OEA. Lamento que los hechos reiteradamente me demuestren que estaba
equivocado. No puedo comprender tus silencios sobre Haití, Guatemala y
Asunción. Entiendo que sin decírmelo, me dijiste adiós.
Sigue: “La
preocupación mía no es como nos ven o entienden los medios de prensa o los
políticos. No, la línea de preocupación es cómo incidir algo a favor de la gran
mayoría de los venezolanos (…) Lo central no es cómo nos ven sino ser útil o no
a la mayoría de la gente corriente (…) Todos sabemos que Venezuela es reserva
petrolera para los próximos 300 años. Allí radica su riqueza y su desgracia,
porque Estados Unidos es adicto al petróleo…”.
Sigue:
“También esto hizo posible la deformación sociológica de acostumbrarse a vivir
de la renta petrolera y terminar importando hasta lo elemental: el grueso de la
comida. La revolución bolivariana no pudo escapar con voluntarismo de esa
realidad, aunque derramó recursos y reservas en favor de los siempre
postergados (…). Venezuela nos necesita como albañiles y no como jueces (…) La
verdadera solidaridad es contribuir a que los venezolanos se puedan
autodeterminar respetando sus diferencias, pero esto implica un clima que lo
posibilite…”.
La carta del
Pepe, termina así: lamento el rumbo por el que enfilaste y lo sé irreversible,
por eso ahora formalmente te digo adiós y me despido.
Sin embargo,
hasta junio del año pasado, Almagro no encontraba en la OEA el consenso
requerido para aplicar a Venezuela la llamada Carta Democrática, inventada en
2001 para intervenir (en contra de sus estatutos) la política interna de los
países miembros.
El Consejo
Permanente adoptó una declaración en apoyo al diálogo y ni siquiera Estados
Unidos invocó la carta por alteración del orden constitucional, tal como lo
querían Almagro y los gobiernos derechistas de América Latina.
Incluso, la
correveidile Susana Malcorra (canciller de Mauricio Macri) manifestó que la
carta no necesariamente servía “…para resolver los problemas”. Es más: dijo que
su uso estaba inflado (sic) y ponderó que en Venezuela hubiera un presidente
elegido democráticamente y una oposición con mayoría en el Poder Legislativo.
Así las
cosas, el Consejo Permanente respaldó la iniciativa de José Luis Rodríguez
Zapatero (ex presidente del gobierno español), Leonel Fernández y Martín
Torrijos (ex presidentes de República Dominicana y Panamá, respectivamente),
para reabrir un diálogo efectivo. Pero en esos momentos, Almagro estaba en su
despacho con el dirigente opositor Carlos Vecchio, quien decía tener un acuerdo
de la Asamblea Nacional en favor de invocar el bendito documento
intervencionista.
En realidad,
Almagro empezaba a jugar sus propias cartas para dar el golpe que, a inicios
del mes en curso, tuvo lugar en la OEA. Bueno, no tan propias, luego de que
trascendieron las pláticas que el 25 de febrero de 2016 sostuvo con el
almirante Kurt Kidd, comandante en jefe del Comando Sur, poco antes de que se
llevaran a cabo las elecciones parlamentarias que en la Asamblea Nacional
dejaron en minoría al poder bolivariano.
Prueba de
aquello fue el documento de inteligencia Venezuela Freedom-2 (elaborado por
Kidd con la cooperación de la OEA), cuyo propósito apunta a implementar un
enfoque de cerco y asfixia terminal sobre la sociedad y el gobierno venezolano.
Maniobras desestabilizadoras que en septiembre del mismo año gravitaron en la
toma de Caracas para exigir el referendo revocatorio contra el mandado del
presidente Nicolás Maduro. Y ocasión en la que ondearon banderas de Israel,
entre las de la oposición. Dato que al diario Haaretz de Tel Aviv llevó a decir
que “…los israelíes están en el centro de la batalla por el cambio económico en
Venezuela”.
Luego todo
cambió para peor: ganó Trump. Y con Trump se fortalecieron personajes de la
extrema derecha como el senador cubano americano Marco Rubio y otros de su
banda, que denunciaban las supuestas vinculaciones del gobierno bolivariano con
el terrorismo y el narcotráfico.