José M.
Castillo S.
www.religiondigital.com / 290417
La visita,
que el papa Francisco acaba de hacer a Egipto, ha dejado más patente (si cabe)
que el actual obispo de Roma tiene una idea del papado, que no coincide
exactamente con la idea dominante que han mantenido – durante siglos y a toda
costa - los papas anteriores, desde Gregorio VII (s. XI) hasta Benedicto XVI
(s. XXI).
Al decir
esto, no me refiero simplemente a las costumbres, a la sencillez y cercanía a
la gente o a la espontaneidad de Jorge Mario Bergoglio. Todo eso, sin duda,
tiene su importancia. Pero aquí estoy hablando de algo mucho más serio y más
profundo. Una cuestión que se resume en la pregunta que he puesto como título
de esta reflexión: el proyecto determinante de este pontificado, ¿es potenciar
el “poder” de Roma o fomentar la “unión” de los cristianos?
Por
supuesto, habrá quien piense y diga que los papas anteriores han afirmado y
fortalecido el poder del obispo de Roma precisamente para mantener unidos a los
cristianos con más eficacia. Pero, en realidad, ¿han conseguido y mantenido los
papas esa unión de todos los creyentes en Cristo? Me refiero, como es lógico, a
la unión de todos los cristianos entre sí. Y de todos, así unidos, con el
obispo de Roma. De sobra sabemos que, por desgracia, esgrimiendo títulos y
poderes, ostentaciones, amenazas y anatemas, lo que, de hecho, se ha logrado ha
sido una serie interminable de fracturas, enfrentamientos y divisiones, que han
hecho trizas el deseo supremo de Jesús, el Señor: “Que todos sean uno” (Jn 17).
Por esto,
puedo asegurar que he sentido una enorme alegría por las noticias que nos han
llegado de la visita del papa Francisco a El Cairo. Para estar con los
cristianos coptos de Egipto, para abrazar al patriarca Tawadros II, para rezar
con aquellos hermanos nuestros.
Y conste que
Francisco ha hecho estas cosas y ha tenido el comportamiento, que nos han
explicado los medios de comunicación, a sabiendas de que la fe de los coptos en
Jesucristo no es exactamente como la nuestra. Los coptos son “monofisitas”, es
decir, no creen que Jesús fuera un hombre de condición humana. O por lo menos,
ponen serios reparos a la “naturaleza humana” de Cristo. Una doctrina
“demasiado espiritual”, que fue condenada por el concilio de Calcedonia, en el
siglo V. Además, como es sabido, sus leyes y su liturgia no coinciden con la
doctrina y la praxis de Roma.
Francisco ha
visto que la solución a estas divisiones no está en las condenas. Francisco no
ha hecho sino un intento de recuperar lo que tan celosamente defendió, a
finales del s. VI y comienzos de VII, uno de los papas más grandes que ha
tenido la Iglesia, san Gregorio Magno. La idea de este gran papa fue clara y
tajante: rechazó el título de “Papa Universal”. Se conservan más de 60
documentos, en los que Gregorio Magno, afirma que el título “universal” es falso
e intolerable. Y llega a calificarlo como un título “criminal”, “sacrílego”,
“blasfemo”, “estúpido”, “temerario”… Así lo demostró, con toda la documentación
necesaria y exacta el profesor Manuel Sotomayor, en un excelente estudio,
publicado en la “Miscellanea Historiae Pontificiae” (vol. 50, 1983, 57-77).
Aquí sí cabe
decir con firmeza: ¿vamos a ser nosotros “más papistas que el papa”? En todo
caso, lo que yo veo cada día más claro es que Francisco ha optado más por el
Evangelio que por los rigores de un poder que se parece más al de los Sumos
Sacerdotes que al despojo de poderes y dignidades que asumió y vivió Jesús. Por
eso yo me pongo de parte de Francisco.