José M.
Castillo S.
www.religiondigital.com/090716
Para nadie
es un secreto que ahora mismo, en España, en Europa, en Estados Unidos, y de
forma más apremiante aún en otros países, se vive y se siente con inquietud la
necesidad de un nuevo gobierno, estable, firme, que ponga orden
("kosmos") donde hay tanto desorden ("kaos"). Con las
consiguientes preocupaciones que provoca una situación así.
Los obispos
españoles, en un reciente documento, que ha presentado el presidente de la
Comisión Episcopal de la Doctrina de la Fe, Adolfo González Montes, expresan
también la inquietud que ellos sienten, y que siente Europa, sobre todo a
partir del "Brexit", que puede ser el punto de partida de la descomposición
de la Unión Europea.
Y, por si
fuera poco, no faltan los que se quejan de la gestión del gobierno de la
Iglesia, que está haciendo el papa Francisco, al que censuran porque no toma
decisiones firmes y concretas para cambiar las cosas dentro de la Iglesia. Por
no hablar de la violencia y el desorden total que palpamos y padecemos por
causa de otros grupos religiosos que con frecuencia desencadenan el terror y la
muerte.
No pretendo
analizar aquí todos estos casos y sus causas. Ponerse a hacer eso en la
reducida entrada de un blog sería una insensatez. Ni yo estoy capacitado -ni
soy quién- para hacer con autoridad semejante análisis. Lo que a mí me da que
pensar es otra cosa.
Cuando los
seres humanos nos vemos en dificultades, lo que más deseamos es que nos pongan
un gobernante con poder, prestigio y capacidad de decisión para que haga las
cosas como a nosotros nos parece que se tienen que hacer.
Nuestra
reacción espontánea, por tanto, no es pensar en la propia responsabilidad que
cada uno tenemos en el hecho de haber llegado a donde estamos. Lo que
espontáneamente se nos viene a la cabeza es criticar, censurar y condenar a los
que gobiernan o a los que pretenden gobernar. La cuestión es cargar la culpa en
las espaldas de otros, nunca en las nuestras. Y, por supuesto, pedir a gritos,
si es preciso, que nos pongan un mandatario con mando, que ponga orden y haga
las cosas "como se tienen que hacer".
Por
supuesto, al decir estas cosas, yo no pretendo ni insinuar que todos somos
igualmente responsables de que las cosas estén como están. Si tenemos leyes
deficientes o injustas es porque tenemos malos legisladores. Y si tenemos malos
gobernantes, es evidente que el gobierno no puede funcionar. Esto es tan
patente, que nadie lo va a poner en duda.
Pero también
es verdad que si un país va mal, el
desastre no se debe sólo a los políticos. Normalmente, los pueblos tienen
los gobernantes que se merecen. Y en todo caso, no olvidemos que si fulano nos
gobierna, eso ocurre porque somos nosotros los que hemos elegido al tal fulano.
Pero hay
algo mucho más grave en todo este asunto. Se trata del miedo a la libertad.
Cuando F. Dostoyevsky, en el discurso del "Gran Inquisidor" afirma
que "no hay para el hombre deseo más acuciante que el de encontrar a un
ser en quien delegar el don de la libertad", con esta afirmación estaba
poniendo el dedo en la llaga. La genialidad del Evangelio lo deja en evidencia.
El relato de las tres tentaciones, que Jesús venció en el desierto, lo explica
con claridad meridiana.
El
"espíritu del mal" (Satanás) le propone a Jesús el proyecto de la más
contundente eficacia para arreglar este mundo: convertir las piedras en pan
(crisis económica resuelta), caer desde la torre del Templo, como llovido del
cielo entre palmas de ángeles (crisis de autoridad y credibilidad resuelta),
todos los reinos del mundo son tuyos (dominación total, resuelta). Un
"Salvador", que se presenta en el mundo con esos poderes, impone el
Reino de Dios en veinticuatro horas. ¿Quién ni qué se le podría resistir?
Y, sin embargo,
Jesús vio enseguida que en eso estaba la
"tentación satánica" por excelencia. La tentación del poder. La más seductora y la peor de todas las
tentaciones. Porque es la tentación que nos despoja de la libertad. Y por
tanto, la tentación que nos deshumaniza. Y por eso, nos destroza.
"El
miedo a la libertad", del que habló con tanta elocuencia y acierto Erich
Fromm, se ha apoderado de nosotros otra vez. Nuestro futuro no está en poner
gobernantes que nos sometan, sino en recuperar la libertad que nos robaron
haciéndonos pensar que somos más libres que nunca. No, amigos. El "poder opresor" se ha
transfigurado en "poder seductor". La seducción del bienestar, la
seguridad, la eficacia, por más que cada día nos tengan más controlados, eso es
lo que alimenta nuestros mutilados anhelos, en la ceguera de una sociedad que
no sabe exactamente ni lo que quiere, ni a dónde se encamina.
Así las
cosas, desde mis limitados conocimientos y mi más limitada experiencia, me
atrevo a proponer que el relato simbólico de las tentaciones de Jesús, y el
proyecto de vida que él presentó, nos abren un horizonte de esperanza. Una
esperanza que vemos. Pero que no la creemos, ni la aceptamos. Nos va mejor con
el bienestar controlado y maltratado que nos ofrecen. Exactamente lo que
tenemos.