Javier Ávila
Aguirre
www.cpalsocial.org/160716
La presencia
de los jesuitas en Tarahumara, bien lo sabemos, tiene historias antiguas que
han ido respondiendo a realidades diversas y retos constantes a través de los
años. Desde antiguo los primeros misioneros supieron exigir respeto para estos
pueblos y nos dejaron herencias de lucha por la justicia, herencias que hoy se
continúan frente a opresiones que van tomando formas diferentes.
Responder a
esta pregunta de lo que los jesuitas estamos haciendo en Tarahumara por la paz
nos lleva necesariamente a ubicar acciones a favor de la justicia que se
realizan de manera permanente, de siembra, de cultivo, de mucho cuidado que
quizá para algunos ojos resulten sin fruto y de poca trascendencia, pero con
una perspectiva grande de esperanza.
Tarahumara
está inmerso en un estado sin paz y con dolores constantes frente a las
muertes, las impunidades y las injusticias diarias, y los jesuitas que hemos
sido destinados a este territorio enfocamos el trabajo a fortalecer nuestra
opción por la defensa de la fe y la promoción de la justicia como camino para
conseguir la paz.
Pretendemos
ser, como nos recuerda Mons. Casaldáliga, “jesuitas de estos tiempos…, en
fidelidad a la misión que está marcando a la Compañía, incluso con abundante
sangre mártir, en estas últimas décadas: la fe y la justicia, desde la
tradición espiritual ignaciana, radical en el seguimiento de Jesús, entretejida
de inculturación.”
No hemos
estado ajenos a amenazas -incluso de muerte- y señalamientos al mantener
nuestra fidelidad a los pueblos indígenas en una lucha diaria por defender sus
derechos y ser congruentes con esa defensa de la fe y promoción de la justicia,
y estamos convencidos que no podemos llevar a cabo la misión sin graves
conflictos.
Pero no
dejamos de sentimos invitados a seguir en esta búsqueda del Reino, ante el reto
que nos plantea la Compañía a través de las palabras del P. General: “…en estas
comunidades no geográficas, sino humanas que reclaman nuestra asistencia: los
pobres, los marginados, los excluidos…” Y añadiría, específicamente, los
indígenas.
Por eso
tenemos que subrayar la esperanza de las respuestas de la Compañía de Jesús en
Tarahumara, sea de sus miembros, sea de sus colaboradores.
Exigimos
justicia a favor de las víctimas de la violencia, pedimos protección para los
familiares de las víctimas, insistimos en que se realicen las investigaciones
correspondientes cuando familias enteras o particulares sufren agresiones,
hostigamientos, e incluso la muerte.
Exigir el
esclarecimientos de los hechos, exigir la investigación a fondo, exigir la
detención de los culpables es un trabajo hormiga para el que necesariamente hay
que llenarse de fortaleza por los riesgos que esto conlleva, pues pareciera que
en estos tiempos para hablar de derechos humanos hay que pedir permiso o pedir
perdón; y si hablamos de justicia y la exigimos en voz alta, es mejor
esconderse porque la vida peligra. En Chihuahua y en Tarahumara lo tenemos muy
experimentado.
Acompañamos
el dolor y la lucha de las familias que han sufrido las consecuencias de la
violencia, del crimen organizado, de las mafias que impunes se pasean abierta y
descaradamente frente a las autoridades cuya responsabilidad es guardar el
orden, asegurar la justicia y defender los derechos humanos de todos.
Dos casos
ejemplificarían: la masacre de 13 personas en Creel, Chih., sucedida el 16 de
agosto de 2008, y el homicidio del defensor de los derechos de los pueblos
rarámuri del municipio de Carichí, Lic. Ernesto Rábago Martínez, en Chihuahua
capital, el 1° de febrero de 2010. Dos hechos que sirven como paradigmas de las
acciones de muchos y muchas entre los que estamos los jesuitas y quienes
colaboran con nosotros en nuestro trabajo por construir la paz.
Acudimos a
las autoridades para seguir exigiendo justicia, limpiamos lágrimas y buscamos
fortalecer esperanzas y luchas desde nuestra óptica de fe, marchamos con las
familias para recordarles a las autoridades municipales, estatales y federales
que la paz se construye cimentada en la justicia y en la verdad; elaboramos
pancartas y redactamos oficios para que la memoria no muera y evitar así que la
impunidad triunfe.
Acompañamos
reclamos y exigencias; pero sobre todo mantenemos la esperanza de una Sierra
Tarahumara nueva, de un Estado de Chihuahua nuevo, de un re-estreno de los
derechos de los pueblos indígenas a sus territorios.
Experimentamos
también una perspectiva desconocida por el mundo occidental. Es el fomento, la
defensa y el respeto que los jesuitas vivimos ante el trabajo por la justicia
que realiza el pueblo rarámuri. Esta impartición de justicia es el fruto de las
semillas del Verbo inscritas en el corazón de este pueblo pobre y ágrafo que se
empeña en mantener su vida con las armas de la equidad, de la resistencia, de
la no violencia, de la justicia retributiva y restaurativa.
La justicia
que las autoridades indígenas procuran y ejecutan es un tesoro poco conocido
por occidente y que ciertamente vivifica la orientación de quienes hemos tenido
el privilegio de estar cerca de esta cultura.
Nos vamos
formando asomándonos lenta y tímidamente, con temor y temblor, a la corrupción,
a la denuncia, al dolor, a la realidad y a la esperanza; y vamos saltando de
piedra en piedra, entre las aguas de un río peligroso, entre la denuncia, la
protesta enérgica y pública. Y encontramos así un nuevo significado de la vida,
para atacar de frente la injusticia y la hipocresía de tantos personajes que
van pasando por el mundo de Tarahumara.
Y aunque no
miramos como miran los indígenas, ni soñamos como sueñan, ni amamos como aman,
ni vivimos su vida ni morimos su muerte, a muchos nos van enseñando a mirar, a
soñar, a amar, a vivir, a servir… Con ellos aprendemos; con ellos, los que
luchan desarmados, los que sienten desaliento pero continúan esperando, como
tantas veces lo comentamos con Ricardo “Ronco” Robles.
El caminar
ha sido largo, pero lleno de frutos; pesado, pero en compañía de los demás,
indígenas y no indígenas.
No podemos
vivir con entusiasmo en un mundo tan golpeado como el de ahora. De hora en hora
uno espera las noticias. No podemos evitar leer los periódicos, ver la
televisión, escuchar el radio, y al mismo tiempo sentirnos oprimidos por la
preocupación sobre el destino de parientes cercanos y amigos. No se puede
callar, no se pueden cerrar los ojos, no se puede voltear la cabeza y fingir no
ver.
La muerte se
ha vuelto cotidiana y sinónimo de impunidad. El dolor del pueblo frente a las
masacres sigue a flor de piel, y el grito en la garganta.
En nuestra
realidad la justicia se arrebata al pobre, al desvalido, al pequeño, al
marginado, al indígena, a cualquier ciudadano, y es necesario rescatarla,
restaurarla, hacerla vida.
Queremos ser
“… los jesuitas que necesita hoy el mundo y la Iglesia. Hombres movidos por el
amor de Cristo, que sirvan a sus hermanos sin distinción de raza o de clase.
Hombres que sepan identificarse con los que sufren y vivir con ellos hasta dar
la vida en su ayuda. Hombres valientes que sepan defender los derechos humanos hasta
el sacrificio de la vida, si fuera necesario”, como nos dejó escrito el P.
Arrupe.
Finalmente
pretendemos y buscamos ser “personas útiles con espíritu de justicia y de
servicio…”; “no los mejores jesuitas de la Misión, pero sí los mejores jesuitas
para la Misión”.