Maciek Wisniewski*
www.jornada.unam.mx/100415
Pedro o las
ambigüedades es una novela experimental de Herman Melville.
Publicada aún en el aura del éxito de Moby Dick, en principio fue
rechazada, por su enigmático e inaccesible estilo (y motivos homosexuales);
décadas después fue redescubierta por la crítica y tratada como una joya de
ficción sicológica.
Con el papa
Francisco (heredero de San Pedro) ocurre algo al revés: desde el principio
(casi) todos aplaudieron su estilo y lenguaje directo; pero conforme pasa el
tiempo –el 13 de marzo se cumplieron dos años desde su investidura– sus
pronunciamientos resultan cada vez más confusos y sus gestos cada vez más
efímeros.
Mucha de esta
ambigüedad viene de los tiempos cuando Francisco aún era Bergoglio (véase: El
Papa de todas las ambigüedades, en La Jornada, 7/4/13), una
particularidad que en vez de desaparecer con el cambio de nombre se volvió
recurrente en su pontificado.
A pocos días del
cónclave, Juan Gelman (1930-2014), el poeta argentino a contrapelo de la
euforia que contagió aun a la gente antes crítica a Bergoglio (como Adolfo
Pérez Esquivel), recordó una rara historia que tuvo con él en los años 90,
cuando aún era arzobispo de Buenos Aires.
Tratando de
averiguar algo sobre la suerte de su nieto (o nieta, aún no sabía; en 2010 por
fin encontró a Macarena) fue a entrevistarse con él. Su respuesta: No puedo
hacer nada. Pero más tarde, declarando como testigo en el juicio por el robo de
bebés, Bergoglio puso a Gelman como ejemplo de sus amplios esfuerzos en la
búsqueda de los nietos, y aseguró que seguía en contacto con el poeta.
Nunca volví a verlo
y por ninguna vía supe de sus presuntas gestiones ni de su falta de éxito,
escribió Gelman, poniéndole un nombre a esta actitud –ambigüedad– y lamentando
que tan fácil pasan al olvido los costados oscuros del papa Francisco (Página/12,
25/3/13).
Decir una cosa y
luego otra. O no decir nada. También le pasa.
Como eso de que este
gran defensor de los derechos humanos –que siempre hacía todo para boicotear la
búsqueda de justicia en Argentina– nunca dijo nada (¡sic!) sobre los 30 mil
desaparecidos durante la guerra sucia (1976-1983). Aún no se ha
enterado, dice Rubén Dri, teólogo y ex cura tercermundista (Agencia Paco
Urondo, 8/1/14).
O decir demasiado.
Como eso de que se
animó a justificar lo injustificable saliendo en defensa de Pío XII, que nunca
dijo nada sobre el Holocausto y la suerte de los judíos exterminados por los
nazis: Fue el contexto de su tiempo, dijo (La Vanguardia, 12/6/14).
¿Hablaba sólo del
silencio de Roncalli, papa germanófilo para quien Stalin, no Hitler, fue la
principal amenaza a la civilización europea? ¿O fue también una voz en su
propio caso de silencio ante el genocidio a manos de los militares-trogloditas
que –según ellos– defendían del comunismo a la civilización occidental? Desde
luego también fue el contexto de su tiempo.
Hasta aquí la
historia. Miremos al presente:
• Si bien todos
(casi) aplaudieron su apertura hacia los homosexuales (Quién soy yo para
juzgar...), pocos notaron que no tocó en absoluto la doctrina sobre el tema; o
que comparó las personas trans, con... las armas nucleares –¡sic!–, ambos
igualmente peligrosos para la humanidad, o llamó a abolir la ley del matrimonio
igualitario en Francia (2015), cosa que no logró parar en Argentina (2010).
• Si bien hay
quienes dicen que este es un papa feminista (¡supersic!), su visión hacia el
papel de la mujer es igual de progresista que la de... Juan Pablo II; o peor,
juzgando por lo que piensa de la teoría de género (el nuevo bogeyman de
la Iglesia): una colonización ideológica comparable con nazismo y fascismo
(¡sic!).
• O esto: Nadie ha
hecho más que la Iglesia en la lucha contra la pederastia, dice Francisco (Corriere
della Sera, 5/3/14), a lo que se antoja contestar simplemente que nadie ha
hecho más para generar y luego encubrir estas prácticas.
• Y –last but not
least– una frase que sintetiza el maquiavelismo de Bergoglio y su afán de
reinventarse en la piel de Francisco: Jamás he sido de derechas (La Civiltà
Cattolica, 20/9/13). ¿No? ¡Viejo zorro! Los engañaste a todos. A la junta
que pensaba que eras uno de los duros, al kirchnerismo que pensaba que eras un
líder de la derecha peronista y a los curas tercermundistas que creían que
estabas en contra de sus ideas cuando hoy resulta que a escondidas simpatizabas
con ellos.
Pero lo más ambiguo
de Francisco es la brecha entre las expectativas que genera y los hechos.
¿Tiene más razón la gente como Dri que asegura que la suya es la misma Iglesia
de Juan Pablo II y Benedicto XVI, sólo con otro ropaje (idem), o los que
dicen que la suya es la misma Iglesia del Concilio Vaticano II (1962-1965) y
sus principios renovadores?
Hasta ahora tuvimos
el sínodo de obispos donde Francisco orquestó un crash test entre
conservadores como él y los sectores más retrógrados –en la Iglesia post
wojtyliana ya no hay izquierda– pero el resultado fue sólo mucho polvo y
vaguedades; él mismo aseguró que no fue tocado ningún punto de la doctrina de
la Iglesia (La Nación, 7/12/14). Falta la segunda ronda (en octubre),
pero ¿de veras alguien cree que por ejemplo en las cuestiones de la sexualidad
Bergoglio irá más allá de la encíclica Humanae vitae (1968) con la que
Pablo VI frenó la apertura post concilio?
Para eso –y en general
para reformar la Iglesia– se necesitaría un debate y una efervescencia
teológica como la que hubo en los años 60, que Francisco no es capaz, ni está
dispuesto a suscitar. No es un teólogo (ni tiene buenos teólogos); es un pastor
que ofrece sólo gestos y soluciones ad hoc (como el trato más humano a
los homosexuales).
No es poco, pero no
alcanza para cambios duraderos. Él mismo dice que su pontificado será breve de
cuatro o cinco años ( El País, 13/3/15); y después de dos apenas, sigue
preparando su asalto al poder. Así su apertura corre riesgo de quedarse en lo
anecdótico.
Y ahora un golpe
así: la prensa italiana revela que el Papa, este campeón de austeridad
personal... engordó; too much pizza y postres argentinos (La Jornada,
3/4/15). Parece que por fin los lobos de la curia se infiltraron al hotel
de Santa Marta (y su cocina), dejando al desnudo –de una vez por todas– a
Francisco y/o sus ambigüedades.
*
Periodista polaco