Sergio
Ramírez M.
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A estas alturas es ya un lugar
común repetir que el encuentro entre Barak Obama y Raúl Castro durante la
Cumbre de las Américas en Panamá, representa un hito histórico. Por supuesto
que lo es, y tiene consecuencias para todo el continente, porque cambia la
naturaleza de las relaciones entre América Latina y los Estados Unidos,
dándoles un nuevo tono. Y echa la última palada de tierra a la Guerra Fría y a
su retórica altisonante.
Si el entendimiento entre los
dos países sigue progresando, hay dos fantasmas que parecen destinados a
regresar a sus tumbas, y son el antimperialismo y el anticomunismo, aunque por
supuesto seguiremos escuchando sus aullidos. La extrema derecha del tea party en Estados Unidos, y los
adalides del socialismo del siglo XXI entre nosotros, van a agitar esos
fantasmas mientras su vocinglería pueda darles réditos políticos.
La frase bien meditada de Raúl
Castro exculpando a Obama de las agresiones imperialistas del pasado, y dándole
la calificación de “hombre honesto” encuentra un complemento adecuado en otra
del propio Obama, cuando dijo: “Nuestras naciones deben liberarse de los viejos
argumentos, debemos compartir la responsabilidad del futuro. Este cambio es un
punto de inflexión para toda la región”.
Es un acercamiento que
promete; pero para que pueda volverse irreversible, será necesario que algunos
de los pasos previstos se den a lo inmediato, como son el que Estados Unidos
ponga a Cuba fuera de la lista de países terroristas, y que se establezcan las
plenas relaciones diplomáticas. Esto abriría el camino para que las
restricciones del bloqueo económico puedan seguir siendo aliviadas, y el
sucesor de Obama en la Casa Blanca se encuentre con una situación de no retorno,
si es que ese sucesor viene de las filas republicanas más radicales.
El argumento de quienes
adversan este entendimiento en marcha, es que el Gobierno de Cuba pone muy poco
de su parte, en cuanto a derechos humanos y libertades democráticas, mientras todas
las concesiones vienen a ser hechas por Estados Unidos. Pero, a su vez, la
concesión fundamental que Cuba espera, el levantamiento del bloqueo, es bien
sabido que no está en manos de Obama, y de aquí a que en el Congreso en
Washington haya una mayoría favorable a esa medida, falta aún mucho camino que
recorrer. Ya Raúl Castro lo sabe, y por eso ha insistido en repetir que hay que
tener mucha paciencia.
Mucha paciencia. Cuando se
habla de derechos humanos y libertades civiles en Cuba, no se trata de meras
concesiones, sino de asuntos que conciernen a la naturaleza del sistema
político: el poder de un solo partido, el control de la sociedad civil, y el
monopolio de los medios de comunicación. Aquí es donde Raúl Castro se ha
mostrado intransigente al afirmar que Cuba no cambiará su sistema, y entonces
todo parece quedar en un punto muerto.
Pero no hay puntos muertos de
aquí en adelante. Obama, que se acerca al fin de su último mandato, y quiere
que su apertura con Cuba sea parte visible de su legado presidencial, tiene al
otro lado de la mesa de negociaciones a un líder histórico de la revolución
cubana que pasa ya de los 80 años, y que ha anunciado él mismo que no buscará
un nuevo periodo a la cabeza del régimen. Raúl Castro representa
una generación que se despide. Por tanto, en Cuba habrá necesariamente un
relevo generacional, con dirigentes que ya nada tendrán que ver con la familia
Castro. Si estos nuevos dirigentes se atendrán a la ortodoxia política, y se
aferrarán a la idea del partido único, es algo que está por verse.
Seguramente todo está siendo
minuciosamente planeado para que los actores del relevo no se aparten de la
línea tradicional, y sigan tolerando la apertura económica, pero no la apertura
política. Pero la historia ha demostrado reiteradamente que el futuro no puede
ser dictado para que se cumpla al pie de la letra. Una vez que una generación
desaparece, ni desde la tumba ni desde el lecho de muerte se pueden controlar
los acontecimientos del mañana, que no dependen de una voluntad conservada en
formol, sino de un sinfín de elementos que chocan y se entrecruzan: nuevas
concepciones del mundo, nuevas necesidades, nuevas realidades, cambios abruptos
del entorno: la vieja dialéctica que vuelve siempre por sus fueros.
El cambio generacional se
vuelve determinante para derribar barreras, dejando la intransigencia para los
viejos, y esto tendrá que ver también con los cubanos de dentro y de fuera, los
que viven en la Isla y los que viven en la Florida. Los jóvenes nunca quieren
el pasado entregado en bandeja, para que se repita de manera incesante. Tienen
su propia idea de futuro, que desborda el corsé ideológico, sobre todo en un
país como Cuba, donde han demostrado creatividad en tantos sentidos, empezando
por el artístico, el cine, la música, la literatura, la pintura; y sin
duda el económico, como emprendedores, desde que se autorizó el funcionamiento
de pequeños negocios, y han aprendido a moverse en aguas antaño prohibidas, las
de la iniciativa privada.
Por otro lado está la cercanía
geográfica, que ha jugado un papel esencial, aunque no pocas veces negativo, en
la historia moderna de Cuba. Si nos acordamos bien, señalar que Cuba y Estados
Unidos se encuentran a una distancia de apenas 90 millas el uno del otro, se
volvió recurrente durante la Guerra Fría en el discurso de las dos partes: los
gobernantes de Estados Unidos para señalar el peligro de tener tan cerca de su
territorio continental un país comunista; y los dirigentes cubanos para realzar
su orgullo de llevar adelante una revolución en las propias barbas del Tío Sam. Hoy, al levantarse las
barreras, esa cercanía tendrá sin duda un signo positivo.
Por eso es que ese encuentro
de Panamá entre los gobernantes de dos países largamente enfrentados es
histórico, porque ha quitado cerrojo a las puertas del futuro, que será sin
duda novedoso.
Masatepe, abril 2015