Guillermo Almeyra
www.jornada.unam.mx/010315
¿El programa
electoral de Syriza fue traicionado en nombre del realismo político o el
gobierno tuvo que hacer una retirada táctica medida para lograr unos meses de
tregua que le permitieran asentarse? Para responder a esta pregunta es
indispensable tener claro qué es Syriza y cuál es el nivel de conciencia
política de los electores que apoyan a ese partido y hay que huir de las
afirmaciones impresionistas de los periódicos de derecha o de ultraizquierda
(todos los cuales coinciden en sustentar la tesis de la traición) y leer
cuidadosamente los documentos del gobierno griego y lo resuelto por el
Eurogrupo.
Empecemos por este
punto, para no pedirle una política revolucionaria a un grupo que no lo es o,
por el contrario, para no caer en la idealización del grupo de honestos
reformistas nacional-populares que pretenden seguir la senda desastrosa
intentada en Italia en 1956 por Togliatti-Berlinguer (el comunismo nacional que
ambicionaba participar en un gobierno de unidad nacional).
Alexis Tsipras
encabezó el Synapismos, partido eurocomunista griego y, aunque en Syriza existe una fuerte minoría
anticapitalista y revolucionaria, su partido no se declara anticapitalista sino que busca reformas al capitalismo en
Grecia y en Europa, funciona verticalmente mediante el decisionismo de un
pequeño grupo de dirigentes, más que
socialista es radical-democrático avanzado y no pretende liderar a los
trabajadores de todo tipo contra el capitalismo y los capitalistas sino al
“pueblo’’, a los pobres, contra la dictadura de la Troika, encabezada
por Alemania y los pocos muy ricos de la oligarquía naviera griega.
El electorado de
Syriza votaba hasta hace poco al Pasok (la socialdemocracia griega) del cual fue
incluso ministro el economista y teórico de Syriza, Yanis Varoufakis, o a la
derecha neoliberal (Neademocracia). Esos electores no quieren una revolución
anticapitalista y temen incluso la salida del euro y la ruptura con la Unión
Europea y con Alemania, en particular, hacia donde van muchos griegos
desocupados y que aporta gran cantidad de turistas al país.
Por eso, aunque
algunos como Manolis Glezos –que nunca hizo un análisis clasista– sufrieron una
decepción con el acuerdo con la Unión Europea y hablan de que todo sigue igual,
disfrazado sólo con otras palabras, la gran mayoría de su electorado sigue
dando su apoyo a Syriza (que, sin embargo, se cuida mucho de consultarlo y
movilizarlo).
La realidad es que
Syriza para ganar un préstamo-puente y cuatro meses de tiempo hizo concesiones
importantes, como el reconocimiento de la deuda, que es impagable, y de las
resoluciones de la Comisión Europea, el Fondo Monetario Internacional y el
Banco Central Europeo (la famosa Troika hoy bautizada instituciones).
Pero, al mismo tiempo, no firmó la exigencia de un crecimiento imposible de 4
por ciento –que quedó reducido a un 1.5 por ciento igualmente imposible–,
eliminó todas las frases odiosas a la soberanía griega en la redacción del
documento y metió incluso el principio de una renta básica para los ciudadanos
entre 50 y 65 años para mantenerlos en el mercado.
La alternativa hubiera sido nacionalizar sin pago los bancos,
cambiar la moneda y devaluarla para licuar la deuda externa y suplir en parte
la caída del nivel de vida con la autogestión en las empresas, el cierre de las
importaciones no prescindibles, el recurso al trueque y al trabajo cooperativo
esperando el aumento de la competitividad –debida la
devaluación– de las mercancías y servicios de Grecia y el aumento del turismo.
Pero ni Syriza ni su electorado creen posible tal camino alternativo y
anticapitalista ni hay tampoco en Europa o en cualquier otra parte del mundo
grandes movimientos anticapitalistas que podrían darle apoyo solidario.
Tsipras, por tanto,
en la difícil relación de fuerzas existente, consiguió una doble y frágil
tregua: con el Eurogrupo, mediante la división del gobierno alemán entre el
conciliante canciller y el durísimo ministro de Finanzas, pero también con su
propio partido y con el pueblo griego (en el que la izquierda de Syriza y el
Partido Comnista de Grecia (KKE) aumentarán sus críticas pero no ofrecen una
alternativa).
¿Cómo y para qué
utilizará el poco tiempo obtenido así pateando la pelota hacia adelante hasta
junio próximo? Esa es otra cuestión.
En mi opinión, pese
a todas las limitaciones de Syriza y de Tsipras y a su utópico y reaccionario togliattismo,
hay que hacer todo lo posible para ayudar al gobierno griego a salir del paso y
a subsistir, mientras crea nuevas grietas en el frente de los gobiernos y busca
apoyos financieros alternativos (¿China, Rusia?).
Un desarrollo en el
Estado español de la cuestión nacional catalana y vasca, una derrota de Mariano
Rajoy en Andalucía, el desarrollo del ambiguo Podemos que amenaza el gobierno
de las clases dominantes, serían acontecimientos que podrían frenar el
deslizamiento hacia la derecha en el resto de Europa y estimular las
condiciones para un movimiento democrático radical de masas, contra la
corrupción y la derecha, al estilo de las abortadas –por el momento– primaveras
árabes (que a su vez fueron fruto tardío del 1848 europeo y del 1968 francés),
movimiento democrático plebeyo en cuyo seno podría reorganizarse y crecer la
maltrecha izquierda socialista.
El capitalismo llevó a la humanidad de vuelta a un nuevo siglo XIX, el de
la explotación sin límites, la miseria masiva, la ignorancia. El movimiento
obrero y el socialismo salieron, en el pasado, de la izquierda democrática
radical, en la que se fortalecieron y de la cual debieron después
diferenciarse. Con ella hoy hay que actuar, didáctica y fraternalmente, sin
identificarse con sus límites e ilusiones, tratando de hacerla avanzar paso a
paso hacia las conclusiones de sus políticas más resueltas.
Las transformaciones sociales profundas no son obra de los esclarecidos
sino de la gente común a la que la realidad de la crisis educa, cambia y
organiza.