José
Steinsleger
www.jornada.unam.mx/201113
En el vertiginoso y
largo documental JFK (1991), el cineasta Oliver Stone muestra que el
asesinato del presidente con más glamour de la historia estadunidense
fue el resultado de una conspiración de la CIA, la FBI, la mafia, los cubanos
anticastristas, los proveedores de armas interesados en atizar la guerra en
Vietnam, y el presidente Lyndon B. Johnson, quien actuó como encubridor.
El filme coincidió
con lo manifestado hace medio siglo por Fidel Castro, el establishment progre
occidental y las conclusiones del Comité Selecto de la Cámara de Representantes
sobre asesinatos (1979). Negando implícitamente la tesis del asesino solitario
de la Comisión Warren (1964), el comité se adhirió (sin pormenorizar) a la
hipótesis de una conspiración.
Recordemos los
hechos acaecidos en Dallas (Texas). El 22 de noviembre de 1963, a las 12.30 pm,
el cerebro del presidente Kennedy estalló en mil pedazos. Horas más tarde, un
oscuro personaje llamado Harvey Oswald (ex miembro del cuerpo de marines),
fue detenido como principal sospechoso del magnicidio. Oswald estaba casado con
una rusa, y era amigo íntimo de Carlos Marcello, jefe de la mafia de Nueva
Orleáns.
En el interrogatorio
de la FBI, Oswald negó rotundamente su culpabilidad. No obstante, sus
declaraciones no fueron grabadas ni transcritas en su totalidad. Dos días
después, mientras era conducido de una prisión a otra por 70 policías, fue
asesinado frente a las cámaras de televisión por Jack Ruby. Los policías no
movieron un dedo para impedir el crimen.
Dueño de varios
clubes nocturnos en Texas, Ruby había estado días antes del magnicidio con
Marcello, el jefe de la mafia de Florida, Santo Trafficante, y el líder del
poderoso sindicato de camioneros Jimmy Hoffa, asediado en aquellos años por el
procurador Robert Kennedy, hermano de John.
Al año de la muerte
de JFK, el presidente Johnson estableció al más alto nivel la llamada Comisión
Warren. Entre sus miembros figuraban el ex jefe de la CIA Allen Dulles
(1953-61), y el futuro presidente Gerald Ford. La comisión ofreció un informe
desconcertante sobre el asesinato.
En efecto, Oswald
habría sido un desequilibrado solitario que desde el sexto piso de un depósito
de libros, disparó tres veces contra la limusina que transportaba al presidente
y su esposa Jackie. Del informe se deduce que un solo proyectil, uno
solo, habría recorrido la trayectoria en zig-zag (sic), atravesando la garganta
del presidente, el pecho y la muñeca del gobernador John Conally, quien estaba
en el vehículo de la comitiva.
Ruby murió en
prisión de un cáncer vertiginoso en 1967, y nunca pudo ser entrevistado por la
prensa. Y luego, empezó una increíble cadena de asesinatos, desapariciones y
suicidios de aproximadamente un centenar de personas vinculadas al caso. Entre
estas Marcello, y el propio Robert Kennedy.
A finales de los
años 60, el abogado y fiscal del distrito de Nueva Orleáns Jim Garrison reabrió
el caso. Sin embargo, no consiguió reunir todas las pruebas exigidas por el
jurado para que el fallo de conspiración le fuera favorable. En todo caso,
Garrison realizó una investigación exhaustiva, y su libro En la pista de los
asesinos sirvió de base para el filme de Stone.
Garrison terminó
convencido de que la razón más importante del asesinato de Kennedy habría sido
su deseo de terminar con la escalada militar del imperio en el sudeste
asiático. De hecho, una semana después, los secuaces de la CIA en Saigón
asesinaron al presidente Ngo Din Diem, quien al parecer andaba negociando con
el Frente de Liberación Nacional de Vietnam.
En las primeras
semanas de exhibición, el discurso de barricada y sin sutilezas de Stone
conmovió a 15 millones de espectadores. Pero dejó impávido al sistema político
yanqui. Sólo el New York Times encontró lugar para publicar una veintena
de artículos adversos a la película, y un columnista del Chicago Tribune acusó
a Stone de amenaza a la historia nacional.
Para el cineasta, “…la Comisión Warren nunca descubrió los lazos
de los asesinos con la mafia porque la mayoría de los miembros de esta comisión
estaba involucrada en el complot de la CIA para asesinar a Fidel Castro… El
asesinato fue el primer golpe de Estado en Estados Unidos, y funcionó porque
nunca supimos qué había ocurrido” (Página 12, Buenos Aires, 5/9/92).
La interpretación de
los hechos en torno a lo que realmente ocurrió hace 50 años en Dallas continúa
creciendo en forma exponencial. Miguel Marín Bosch, por ejemplo, apuntó en días
pasados que la bibliografía sobre John F. Kennedy asciende a unos 40 mil libros
(JFK+50, La Jornada, 31/10/13). Un dato que lleva a imaginar que si cada
una de esas obras contara con 300 páginas promedio, se necesitaría, a razón de
2 mil páginas por investigador, un equipo de 6 mil personas…
¿Tiene sentido
seguir conjeturando acerca del asesinato de JFK? ¿O sus causas profundas
estaban ya configuradas en la distópica novela futurista Un mundo feliz
(1932), de Aldous Huxley, fallecido también en aquel fatídico 22 de noviembre
de 1963?