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“Iglesia de los pobres”: La prueba para el Papa reformador

Hans Küng
www.alainet.org/031013

El Papa Francisco demuestra ser valiente: no sólo por su aparición audaz en las favelas de Río. También por la inclusión de un diálogo abierto con los no creyentes críticos. Así, le responde al líder de los intelectuales italianos Eugenio Scalfari, fundador y editor durante muchos años del diario romano liberal de izquierda "La Repubblica". Entre las preguntas que esta le hace me parece que la cuarta tiene una relevancia especial para una dirección de la iglesia abierta a las reformas.

Para Jesús su reino no era de este mundo. "Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios". Pero precisamente la Iglesia Católica habría sucumbido demasiado a menudo a la tentación del poder terrenal y reprimido, a favor de la mundanidad la dimensión espiritual de la Iglesia. Scalfari pregunta: "¿Representa el Papa Francisco por fin la prioridad de una Iglesia pobre y pastoral sobre una institución eclesial secularizada?"

Atengámonos a los hechos: El Papa Francisco renunció desde el principio a la pompa pontifical y ostentosa y busca el contacto espontáneo con la gente. En sus palabras y gestos se ha presentado no como el señor espiritual de los señores, sino como el "siervo de los siervos de Dios" (San Gregorio Magno). Cara a numerosos escándalos financieros y a la codicia de ciertos hombres de la iglesia ha iniciado reformas del Banco Vaticano y del Estado Pontificio y exigido transparencia. Hizo hincapié, con el establecimiento de una comisión de ocho cardenales, en la necesidad de la reforma de la Curia y de la colegialidad de los obispos.

Pero la prueba de que sí es un papa reformador aún la tiene por delante. Que los pobres en los suburbios de las grandes ciudades estén para los Obispos latinoamericanos en el primer plano, es comprensible y positivo. Sin embargo, no puede un Papa de la Iglesia universal, no ver que en otros países hay otros grupos de personas que sufren de otras formas de "pobreza", y esperan mejorar su situación.

Ya en los evangelios sinópticos es reconocible la ampliación del concepto de pobreza. En el Evangelio de Lucas, la bienaventuranza de los pobres significa obviamente, sin calificación ninguna a las personas realmente pobres, los pobres en el sentido material. En Mateo, sin embargo la bienaventuranza de los "pobres de espíritu", es decir, los que sufren pobreza en su espíritu, que como mendigos ante Dios son conscientes de su pobreza espiritual. Significa así en el mismo sentido de las demás bienaventuranzas no sólo a los pobres y hambrientos, sino a todos los que lloran, a los que la vida a privado de muchas cosas, a los marginados, los excluidos, rechazados, los explotados y los desesperados.

Y así se multiplica mucho el número de personas pobres, que esperan ayuda. Ayuda directamente del Papa, cuando gracias a su ministerio él puede ayudar más que cualquier otros. Ayuda de él como representante de la institución eclesiástica y de la tradición significa algo más que consolar y alentar con palabras, significa actos de misericordia y amor. Espontáneamente le viene a uno a la mente tres grupos inmensos de personas que se encuentran en "situación de pobreza" dentro de la Iglesia Católica.

En primer lugar, los divorciados: Hay en muchos países millones de personas, que son excluidos de los sacramentos de la Iglesia de por vida por haberse vuelto a casar. El aumento de la movilidad, la flexibilidad y liberalidad en las sociedades actuales, y esperanza de vida mucho mayor confrontan a las parejas a mayores exigencias frente a un compromiso de por vida. Ciertamente, el Papa defenderá vigorosamente aun en estas circunstancias la indisolubilidad del matrimonio.

Pero no se comprenderá esta ley como una condena apodíctica de quienes fracasan y no pueden esperar ningún perdón. También se trata aquí de un mandamiento que apunta a una meta y que exige la fidelidad para toda la vida, lo que de hecho también es vivido por innumerables parejas, pero no puede ser garantizada absolutamente. Precisamente la misericordia exigida por Francisco permitiría la admisión de los divorciados vueltos a casar a los sacramentos si lo desean fervientemente.

En segundo lugar, las mujeres que debido a las actitudes de la Iglesia en materia de la anticoncepción, el aborto y la reproducción asistida son condenadas por la Iglesia y a menudo padecen sufrimientos morales. También de estas hay millones en todo el mundo. La prohibición papal de anticonceptivos "artificiales " no es tenida en cuenta sino por una ínfima minoría de católicas y se practica la reproducción asistida por muchas con la conciencia tranquila. El aborto no debe ser trivializado o incluso servir de medio de control de la natalidad. Pero las mujeres que, la mayor parte de veces experimentando graves conflictos de consciencia, deciden por razones serias practicarlo merecen comprensión y la compasión.

En tercer lugar, los sacerdotes que tuvieron que renunciar a su cargo porque se casaron: Su número llega en los diferentes continentes a decenas de miles de personas. Y muchos jóvenes adecuados no son sacerdotes a causa de la ley del celibato. Un celibato como opción libre para los sacerdotes, sin duda seguirá teniendo su lugar en la Iglesia Católica. Pero un celibato obligatorio para quien ejerce un ministerio eclesial contradice la libertad garantizada en el Nuevo Testamento, la tradición ecuménica de la Iglesia del primer Milenio y los derechos humanos modernos. La abolición del celibato obligatorio sería la medida más eficaz contra el verdadero espíritu de la catastrófica escasez de sacerdotes y el colapso asociado del cuidado pastoral. Si el celibato obligatorio se mantiene, no hay ni que pensar en la ordenación de las mujeres para el sacerdocio, a pesar de que es deseable.


En su extensa entrevista del 20 septiembre publicada en la revista jesuita "La Civiltà Cattolica" Francisco Papa reconoce la importancia de temas como la anticoncepción, la homosexualidad y el aborto. Pero él se opone a que estas preguntas ocupen demasiado el centro de la proclamación. Él llama con razón, a un "nuevo equilibrio" entre las cuestiones morales y los principales impulsos del propio Evangelio. Sin embargo, este equilibrio sólo puede lograrse si por fin se implementan las reformas tanto aplazadas, para que estas cuestiones básicamente secundarias de moral no le roben "la frescura y el atractivo" a la proclamación del Evangelio.