Bernardo
Barranco V.
www.jornada.unam.mx/201113
Los cambios
institucionales y de estructuras como en la Iglesia católica no son tareas
sencillas ni fáciles de aplicar. La teoría de los cambios institucionales sea
en gobiernos, partidos y empresas, se sustenta en la capacidad de adaptación de
las organizaciones a las diferentes transformaciones que sufra el entorno y las
particulares circunstancias internas y externas, así como la herencia e
identidad, que inciden en la interacción de las fuerzas que desean cambios y
aquellas que se oponen.
La Iglesia católica
ha experimentado cambios a lo largo de toda su historia de más de 2 mil años de
existencia. La capacidad de adaptación del cristianismo ha sido notable, no
sólo a las diferentes culturas, sino que ha pasado diferentes civilizaciones.
La globalización contemporánea confronta a la Iglesia no por disputas políticas
ni ideológicas. El centro de la confrontación se mueve en el terreno de la
cultura y de las identidades.
La Iglesia católica y
muchas otras religiones enfrentan quizá uno de sus mayores retos, pues se
oponen a una cultura secular, que promueve pluralidad y tolerancia, desdeña los
privilegios de antaño, lo que desemboca en una mayor diversidad cultural y la
pluralidad religiosa. La actual cultura secular, a través de la laicidad,
limita el uso político con que contaron las iglesias en el pasado, que inducían
a los gobiernos, a la clase política y los partidos a privilegiar y poner sus
intereses en la agenda pública.
En el siglo XX
diversas corrientes religiosas radicalizaron su mensaje, confrontándose en
diversos campos. El fundamentalismo conservador cristiano promovió el regreso a
la literalidad de la Biblia y promovió regresiones, como el creacionismo. El
islamismo convoca a una yihad o guerra santa contra los
valores occidentales. El catolicismo con Ratzinger –intelectual de cabecera
primero de Juan Pablo II y después como papa– desencadena una confrontación
contra los valores y prácticas de la sociedad moderna en temas de sexualidad y
moral social, como matrimonio, homosexuales, etcétera. La Iglesia colisiona con
la cultura moderna con un saldo negativo, pues su discurso moralizador se
desgasta. Benedicto XVI fracasa al pretender conmocionar a Europa para retomar
la herencia cristiana como apuesta civilizatoria futura.
La crisis mediática
global de la estructura religiosa, los escándalos de pedofilia clerical y
encubrimiento institucional y las marcadas disputas internas en la curia romana
por el poder clerical, conducen a la Iglesia a transitar por una de sus crisis
más profundas. En ese contexto se inscribe la renuncia inédita de Benedicto XVI
y en ese contexto se comprende un cónclave en que los cardenales de todo el
mundo tomaron un largo periodo para analizar la crisis interna y externa en las
congregaciones y un breve lapso para determinar la entronización del sucesor
pontifical en Mario Bergoglio.
Consideramos que los
cambios institucionales de la Iglesia podrán tocar andamiajes estructurales y
formas de gobierno hacia tesituras más colegiadas, pero difícilmente el corpus
doctrinal, los dogmas y la identidad serán trastocados por ahora. Los cambios
no vienen de abajo, de las bases ni de las raíces de las prácticas de los
católicos. Es una necesidad fruto de una combinación de factores: una pérdida
de capital moral ante la sociedad mundial y un desgaste interno de los actores,
especialmente de los núcleos más conservadores.
Los cambios han sido
identificados por un sector influyente de la Iglesia que ha colocado a
Francisco en la cima pontifical y apostaron mediante un mandato de cambio hacia
abajo. Un proceso arriba-abajo. Sin embargo, no toda la Iglesia ni todos
los grandes actores simpatizan con cambio de actitudes, discurso y formas diferentes
de gobierno.
Por ello es
importante observar la respuesta no sólo de los episcopados locales, sino de
los diversos tejidos católicos compuestos por congregaciones religiosas,
asociaciones y comunidades laicales, intelectuales, universidades y centros
sociales católicos. Dicho de otra manera, los
cambios son necesarios no sólo para la curia romana sino para las iglesias
nacionales, que también requieren cambiar actitudes, formatos y prioridades.
El papa Francisco
con toda delicadeza ha planteado que la Iglesia ya no puede seguir obsesionada
con temas de condena moral en la sexualidad y las prácticas ético-culturales de
la sociedad. El cuestionario para el Sínodo de la Familia, a pesar de inercias,
es buen ejemplo de mayor apertura. El Papa, es claro, no se propone cambiar los
fundamentos doctrinales tan estropeados, pero si en los énfasis. Reabre la
agenda de la justicia social y de los derechos humanos que tanto prestigio le
otorgó a la Iglesia en América Latina. Sobre todo, enfatiza en la agenda pastoral
que la Iglesia recupere una actitud misionera perdida y de acercamiento sutil
con la feligresía, sobre todo popular, que año con año emigra hacia otras
ofertas religiosas particularmente neopentecostales.
Si se operara un
proceso cambio entre las pinzas, de arriba-abajo y abajo-arriba; es decir, de
cambios estructurales en la cúpula vaticana y cambios efectivos en la iglesias
locales, se podría pensar en verdaderas transformaciones a mediano plazo en la
vida de la Iglesia. Quedaría trunca toda iniciativa que viniera de arriba y que
no encontrara resonancia local o un débil eco entre un clero que se conforma
con las inercias y el confort.
Los laicos tienen en Francisco una interpelación, dejar su
clericalización y sumisión. Deben salir de su capilla y aportar su
experiencia secular y sacudir la mediocridad placentera en que está sumido el
clero. Los intelectuales católicos, aun aquellos que están en una obligada
diáspora, deben ser más osados e incisivos en sus análisis y propuestas.
Las mujeres y religiosas
no desfallecer hasta colmar sus legítimos derechos de equidad y reconocimiento
en una estructura eclesial compuesta de varones ancianos. Los jóvenes aportar
toda su experiencia tecnológica y nuevas maneras de entender la realidad y
abrir al clero de su provincianidad parroquial. Los homosexuales también.
Francisco no puede
solo. Al reordenar las finanzas de la Iglesia trastocó los intereses de la
mafia italiana que no ha tardado en amenazarle. ¿Usted cree que los sectores conservadores católicos que ha detentado
el poder en los últimos 50 años le dejarán las manos libres a Francisco?