Osorno es más que Osorno
"Desliz
desafortunado e injustificable"
Jorge
Costadoat
www.religiondigital.com/161015
Soy admirador de
Francisco. Este Papa está haciendo cambios en la dirección exacta. Admiro
especialmente la libertad que genera un papa que habla sin temor a equivocarse.
Él mismo facilita la posibilidad de criticarlo.
Muchos consideramos
un error que el Papa haya nombrado a Juan Barros como obispo de Osorno. Los
católicos no podemos desconocer que él tenga la última palabra en los
nombramientos episcopales. Mediante esta prerrogativa el sucesor de Pedro puede
garantizar la unidad de la Iglesia.
Pero la última
palabra en las elecciones episcopales no debiera ser la única palabra. También
los obispos locales ha de poder pesar en los nombramientos. Esta nominación, en
particular, ha sido hecha en contra del querer de la conferencia episcopal de
Chile y en contra de buena parte de los osorninos.
Lo que está en juego
en esta oportunidad es el respeto a una iglesia local. Tratar el Papa de
"tonta" a la ciudad de Osorno por oponerse a este nombramiento, es un
desliz desafortunado e injustificable. Pero la resistencia de Osorno a aceptar
a Juan Barros como obispo también indica que hay en juego algo mayor. Los osorninos
nos llevan la delantera: ellos exigen otro modo de gobierno en la Iglesia
católica.
A lo largo de la
historia la Iglesia ha adoptado más o menos las estructuras de gobierno al uso
de la época. El problema es que la actual estructuración del poder en la
Iglesia corresponde a la de la época de las monarquías absolutas europeas. ¿Se
refería a esto el cardenal Martini poco antes de morir cuando afirmó que la
"Iglesia está atrasada en doscientos años"? Creo que sí. Ya Juan
Pablo II había pedido ayuda para repensar el ejercicio del primado de Pedro.
El caso es que la
institución eclesiástica, que en los últimos siglos ha debido lamentar a
llantos el desmoronamiento de la cristiandad, ha desoído los anhelos de
participación y la cultura democrática de sus fieles, y tampoco ha querido
tomar en serio el mandato de ejercicio colegial del episcopado que le dio el
Vaticano II.
La gente hoy desea
participar de alguna manera, en algún grado, en el nombramiento de sus
autoridades. Pero en la Iglesia los laicos participan poco. Peor es la
situación de las mujeres. Ellas no son tenidas en cuenta en ninguna decisión
que se tome a alto nivel. De muestra un botón: en el Sínodo sobre la familia no
vota ninguna madre.
Este modo de
gobierno de la Iglesia es histórico, no siempre fue igual, puede y debe cambiar
para estar a la altura de los tiempos. Su lenguaje y sus estructuras se han
vuelto incomprensibles a los contemporáneos. El Papa Francisco ha recibido del
cónclave una sola misión: reformar la curia romana que hasta ahora ha tratado a
las iglesias locales como a infantes.
Lo que falta en la
Iglesia de hoy es mayor autonomía: elección de las propias autoridades y
respeto para las iglesias regionales y locales; y, aún más, integración de los
laicos y las mujeres a todo nivel.
Cabe aquí recordar
qué lamentable fue que los documentos de la última conferencia del episcopado
latinoamericana tenida en Aparecida (2007), hayan vuelto de Roma alterados.
Peor aún fue la intervención de la curia romana en la conferencia de Santo
Domingo (1992). En esa ocasión el episcopado regional fue atropellado sin
miramientos.
Nos consta que el
Papa avanza en la reforma de la curia. No sacará mucho con diagnosticar a la
curia las enfermedades de que padece. Entre otros males, dijo a los dignatarios
que lo escuchaban que padecían de "alzheimer espiritual" (22/12/14).
El lenguaje directo
no basta. Se necesitan cambios estructurales que dolerán especialmente a los
purpurados que no tienen ninguna gana de introducir accountability en su gobierno ni tener que exponerse escrutinio
público.
La Iglesia en su
larga historia se ha gobernado a sí misma de formas diversas. Hoy, cuando ella
se ha mundializado, cuando está de hecho presente en continentes culturalmente
muy diversos, tiene que asumir modos de estructurarse mucho más democráticos.
El Papa san
Celestino pedía: "Nadie sea dado como obispo a quienes no lo quieran.
Búsquese el deseo y el consentimiento del clero, del pueblo y de los hombres
públicos. Y solo se elija a alguien de otra iglesia cuando en la ciudad para la
cual se busca el obispo no se encuentre a nadie digno para ser consagrado (lo
cual no creemos que ocurra)" (A los obispos de
Vienne, PL, 434).
Nullus invitis detur episcopus, pedía Celestino,
"ningún obispo impuesto". Muchos en Osorno piensan lo mismo. Pero
Osorno es más que Osorno. Los osorninos nos representan a todos los católicos
que queremos que en la Iglesia haya más participación.