Hacia un nuevo ciclo de luchas
Raúl
Zibechi
www.jornada.unam.mx/021015
La estrepitosa caída
en los precios de las materias primas cierra un ciclo económico, pero también
político. La ilusión de que se tratara de un declive momentáneo va cediendo
ante la convicción de que los bajos precios pueden arrastrarse durante un buen
tiempo, hasta 20 años según especialistas citados por Bloomberg (http://goo.gl/fAFktC).
Las razones de tal
declive son discutibles. Hay quienes atribuyen la caída del precio del petróleo
a una maniobra de Estados Unidos para afectar a Rusia, Venezuela e Irán,
mientras otros sostienen que es impulsada por la monarquía saudita para
inviabilizar la extracción por fracking en aquel país, que amenaza desplazarla
como primer productor global. La menor
demanda de China es la explicación más plausible sobre la caída de otras
mercancías, sin descartar la impronta de la especulación financiera con
todas las commodities.
Lo cierto es que el
índice del precio de las commodities elaborado por Bloomberg, que
incluye oro, petróleo y soya, ha caído a la mitad desde su máximo histórico del
primer semestre de 2011. La multinacional Glencore-Xstrata, que controla la
mayor parte de la producción de minerales y de granos en el mundo, registra
pérdidas en la bolsa de Londres superiores a 30 por ciento en las últimas
semanas, totalizando una caída de 74 por ciento en lo que va de este año (http://goo.gl/HTi1Wu). Otras
multinacionales del sector enfrentan situaciones similares.
En América Latina
este cambio de ciclo anticipa graves problemas y algunas oportunidades. Todos
los países enfrentan dificultades fiscales y comerciales que los llevan a
reducir los presupuestos del Estado y el gasto público. En algunos países, como
Ecuador, se contempla una reducción de 5 por ciento del gasto, y el presupuesto
del próximo año se calculará con una base de 40 dólares en el precio del
petróleo.
Como señala el
economista ecuatoriano Carlos Larrea en reciente entrevista, todo esto está
bien, pero el problema es que es insuficiente. Esto sería una muy buena
estrategia si es que tenemos una recuperación de los precios del petróleo
pronto, pero si eso no se da, como es bastante probable, entonces esta estrategia
no funciona (http://goo.gl/LFzxYV).
El nuevo ciclo
económico ya está afectando las políticas sociales que fueron posibles gracias
a los superávit por los altos precios de las exportaciones. En varios países,
como el propio Ecuador, ya hubo reducción de funcionarios estatales. En Brasil
se aplica un ajuste fiscal que, en opinión del economista Eduardo Fagnani en la
revista IHUOnline de septiembre, está provocando una grave regresión
social (http://goo.gl/D9D4oq).
En opinión de muchos
economistas la mejor política social es el empleo. En Brasil el salario mínimo creció 70 por ciento por encima de la
inflación en la última década y el desempleo llegó a mínimos de 4.8 por ciento
en diciembre de 2014. Pero hoy ya se sitúa en 7.5 por ciento (8.6 millones
de desocupados) y se estima que finalizará el año en 9 o 10 por ciento. En los
demás países comienzan a erosionarse los índices sociales, aún de forma lenta,
con aumentos en los niveles de desocupación y pobreza.
Estos son, muy
someramente, algunos de los problemas derivados del cambio en el ciclo
económico que se agudizarán si, como todo indica, la Reserva Federal de Estados
Unidos eleva las tasas de interés en los próximos meses. Estamos ante una crisis que puede tomar dos direcciones: ajustes
fiscales o cuestionamiento del modelo extractivo.
En el primer caso,
los gobiernos sufrirán una fuerte erosión de sus bases de apoyo, ya que buena
parte de los sectores populares que los llevaron al gobierno comenzarán a
desertar. Unos pueden intentar retomar la movilización para presionar por sus
demandas, pero otros pueden apostar por partidos conservadores y de derecha.
Algo así parece estar sucediendo en Brasil, donde el ajuste que impone el
gobierno de Dilma Rousseff ha provocado un agudo descenso de su popularidad,
que cayó hasta 7 por ciento del electorado.
Una situación
semejante no puede saldarse, en el mediano plazo, sino con un triunfo electoral
de las derechas, que también pueden conseguir el desplazamiento de la presidente
por la vía parlamentaria.
Estamos ante una
oportunidad para salir del modelo actual, o sea un crecimiento basado en la
exportación de commodities. Para ello es imprescindible romper con la
política de inclusión a través del consumo, para encarar reformas estructurales
que hasta ahora no se han realizado o han sido demasiado tímidas: reformas
tributaria, agraria, urbana, de la salud y del sistema político, esta última
pendiente aún en Brasil.
Pero la salida del modelo extractivo presenta,
en esta coyuntura, dos grandes desafíos.
El primero es que el
escenario mundial camina en una dirección opuesta. Por un lado, las clases
dominantes parecen estar empujando a las sociedades de retorno hacia el siglo
XIX, a través de la desmodernización y la desdemocratización, como apunta
Aníbal Quijano, de la mano del capital financiero que está promoviendo una
fuerte reconcentración del poder global. Por otro, las potencias emergentes
como China apuestan al mismo modelo extractivo que el imperio.
El segundo desafío
se desprende del primero: no hay salida
del modelo sin crisis política. Salir del modelo supone derrotar al capital
financiero que lo sostiene y a las élites locales que lo implementan. Será un
conjunto de duras batallas, como lo demuestra el caso de Perú, donde se produjo
estos días una nueva masacre contra comunidades que resisten la minería, en la
región andina de Apurímac.
Los sujetos de la
derrota del extractivismo serán los pueblos y comunidades organizados en movimientos.
Los gobiernos y los partidos están más preocupados por mantener sus privilegios
que por encarar la batalla contra el modelo. Los hechos dicen que el nuevo
ciclo de luchas que derribará el modelo está siendo protagonizado por los
campesinos y las comunidades indígenas, seguidos por los pobres de las
periferias urbanas, los jóvenes y las mujeres de los sectores populares.