Cisma blanco, cisma rojo
Jorge
Costadoat
www.religiondigital.com/011015
Años atrás Juan
Bautista Libanio, célebre teólogo brasileño, ya muerto, diagnosticó un cisma
blanco en la Iglesia. Dentro de muy poco también puede hacer un cisma rojo.
Libanio tuvo razón: el
distanciamiento entre los católicos y la institución eclesiástica es enorme y
creciente. ¿Quién tiene la culpa del foso que se ha creado? Es difícil atribuir
responsabilidades. La cultura ha cambiado una enormidad. En quinientos años ha
dejado de ser teocéntrica para convertirse en antropocéntrica. A la gente de
nuestra época le interesa más esta vida que la eterna. Con este divorcio entre
la fe y la cultura se ha desplomado también la cristiandad: se acabó la alianza
entre el poder político y el poder eclesiástico.
El poder eclesiástico
ha perdido la posibilidad que le facilitaba el poder político de reunir a sus
fieles bajo un mismo ordenamiento civil y moral. Todo lo cual ha desembocado en
una significativa liberación de los fieles respecto de la enseñanza oficial.
Hoy, de hecho, las mayorías católicas no se sienten interpretadas por la
jerarquía eclesiástica, al menos en las regiones tradicionalmente cristianas.
Muchos se van. Otros se quedan pero emocionalmente descolgados. Hay cisma blanco:
los que se quedan prescinden de la institucionalidad eclesial, salvo cuando les
conviene.
Últimamente, la
discordia ha eclosionado en el ámbito más sensible. El sínodo sobre la familia
a realizarse entre el 4 y 25 de octubre, comienza a agitar las aguas. En ningún
terreno la distancia entre la enseñanza del Magisterio y la opinión de los
católicos es mayor que en el de la moral sexual y familiar. Desde el Sínodo
celebrado en 2014 hasta ahora, se ha levantado una discusión eclesial de
extraordinaria importancia. No es fácil para una institución de dos mil años
avanzar unida manteniendo una doctrina común para culturas de cinco
continentes, y que por otra parte deje conformes a conservadores y
progresistas.
El Papa Francisco con
un arrojo impresionante lanzó a los católicos treinta y ocho preguntas sobre
todos los asuntos atingentes, incluidos los “intocables”. Entre las respuestas,
la principal de todas confirma que la distancia señalada es real. El cardenal
Kasper, mano derecha del Papa en esta materia, ha hablado recientemente de
“cisma práctico”.
Los temas en los que la disparidad entre la doctrina y el parecer mayoritario de los católicos son:
la enseñanza de la
encíclica Humanae Vitae (1968) contraria a los métodos artificiales de control
de natalidad;
las relaciones sexuales
fuera del matrimonio;
la homosexualidad;
y dar o no dar la
comunión en misa a los divorciados vueltos a casar.
Este último asunto
concentra la discordia porque compromete la doctrina. Unos dicen que esta no
puede cambiar porque el mandato de la indisolubilidad del matrimonio remonta a
Jesús mismo. Como ha indicado el cardenal Medina, las personas que conviven en
un segundo matrimonio lo hacen en adulterio y, en consecuencia, no pueden
comulgar.
Otros piensan que esta
exclusión es despiadada. Creen, en cambio, que la tradición de la Iglesia
debiera admitir innovaciones doctrinales. El Evangelio sería el fin, las
formulaciones doctrinales meros medios. Si la Iglesia ha innovado en su
enseñanza muchas veces en su historia, no se ve por qué no pueda hacerlo en
este campo.
La batalla se libra al
más alto nivel. Se sabe que el Papa Francisco quiere un cambio. Pero el
cardenal Müller, el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, está
decididamente en contra. ¿Podría un ministro de educación, por ejemplo, diferir
en un asunto fundamental con el presidente de la república? Se sabe además que
la conferencia episcopal alemana ha dado sólidos argumentos teológicos para
hacer un cambio. Pero también que la conferencia episcopal polaca se ha
declarado muy contraria a cualquier modificación. Del resto de los episcopados
no se tiene noticia. Ha llamado la atención, sí, que la conferencia episcopal
argentina no envió su respuesta al último de los cuestionarios enviados por el
Vaticano. ¿Temor a una división o imposibilidad de ponerse de acuerdo?
Una vez que el próximo sínodo
entregue sus conclusiones, el Papa Francisco tendrá que resolver. Probablemente
promulgue luego un documento en el cual tome una decisión sobre estos asuntos.
La decisión será soberana suya. ¿Representará esta la sabiduría creyente del
Pueblo de Dios, el llamado sensus
fidelium?
En la Iglesia en todas
las materias se trata de discernir la voluntad de Dios. Esta puede no coincidir
con la opinión de las mayorías. Pero no por esto se puede desestimar la
experiencia de vida de la mayor parte de los cristianos. Cabe recordar que
Pablo VI en Humanae Vitae no hizo
caso a la opinión mayoritaria de la comisión que él constituyó, opinión
partidaria de entregar a los esposos de la decisión sobre qué métodos usar para
ejercer la paternidad responsable. La encíclica, empero, no ha sido recibida
por los católicos. Ha sido rechazada casi por completo.
El cisma blanco es una
realidad independientemente de la moral sexual y familiar de la Iglesia. Pero
si en estas materias no hay progreso, la desidentificación con la institución
eclesiástica se agudizará. La Iglesia corre el riesgo de no transmitir el
Evangelio a las generaciones jóvenes para las cuales la actual enseñanza es aberrante.
Tan grave como lo anterior podrá ser un cisma rojo: que agrupaciones católicas
o iglesias particulares rechacen innovaciones doctrinales, se alcen en rebeldía
y abandonen la catolicidad.
No se sabe qué
ocurrirá. Es doloroso para nosotros los católicos que esté en cuestión la
unidad de la Iglesia. La superación de los diferendos y aporías siempre debiera
ser posible en una Iglesia que quiere ser “católica” (universal) y no una
“secta” (de pocos pero “buenos”). Ideal sería que no hubiera cisma ni blanco ni
rojo.