Conversión del Papado
José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com/18.10.15
El papa Francisco lo ha dicho sin rodeos: es
necesaria y urgente la “conversión del papado”. No se trata, por supuesto de
que el papa se convierta. Francisco no ha dicho esto refiriéndose a una
persona, el papa; sino afirmando que es una institución, el papado, lo que
tiene que cambiar, es decir, organizarse de otra manera y funcionar de forma
distinta a como lo viene haciendo desde hace ya bastantes siglos.
El mismo Francisco explicó
ayer, en el Sínodo de Obispos, en qué tiene que consistir este cambio. Lo que el papa ve que es urgente cambiar en
la Iglesia es el ejercicio del poder. Concretamente el ejercicio del poder
por parte del papado. Se trata de “descentralizar” el modo de gobernar. Para
que la Iglesia vuelva a ser gobernada como lo fue durante casi mil años, hasta
el s. X.
Durante aquellos
siglos, el gobierno ordinario de las Iglesias locales, regionales y nacionales
lo ejercían los Sínodos de cada región o de cada país. Sólo en circunstancias
extraordinarias, y para asuntos que no se podían resolver en el ámbito local,
intervenía el obispo de Roma, que, durante siglos, se resistió a ser llamado
“papa”, tema en el que insiste con palabras fuertes el papa Gregorio I, San Gregorio
Magno (s. VI).
Sería atrevido y
desacertado precisar ahora en qué va a quedar esto. Y cómo se van a organizar
las cosas de la Iglesia en los próximos años. Sea como sea, una cosa es cierta:
la Iglesia no puede seguir viviendo en
la enorme contradicción, en que vive ahora, en este orden de cosas.
¿En qué
cabeza cabe que la autoridad oficial, que hoy habla en el mundo, en nombre de
Jesús y su Evangelio, sea el único monarca absoluto que queda en Europa?
¿Con qué autoridad puede este monarca ponerse a explicar el Evangelio, en el
que “los primeros tienen que hacerse los últimos”? ¿Cómo puede decirle a la
gente que los discípulos de Cristo no pueden ejercer el poder como lo ejercen
los grandes y poderosos de este mundo? (Mc 10:35-45; Mt 20:20-28; Lc 22:24-27).
¿Y va a seguir diciendo esto un jefe de Estado que acepta (según el Derecho
Canónico) ser el único hombre en la tierra que posee una potestad “suprema,
plena, inmediata y universal, que puede ejercer siempre libremente”? (can. 331,
2).
O sea, el papado se atribuye un poder que no es
como el de los “jefes de los pueblos”, sino más fuerte que todos los demás
poderes. ¿Qué sentido tiene entonces la prohibición tajante del Evangelio: “No
ha de ser así entre vosotros” (Mc 10:43; Mt 20:26)?
Impresiona la lucidez y
la honradez de Francisco. Como impresiona (quizá más) la ceguera y la
hipocresía de quienes se empeñan en que Francisco será la ruina de la Iglesia. Difícil va a ser la conversión del papado.
Pero más lo va a ser la conversión de los fariseos. Porque ellos son los
que se sienten más seguros en la posesión de la verdad.