Según Jesús, también los casados pueden y deben ser célibes (sínodo
2015)
Xavier
Pikaza
www.religiondigital.com/081015
Los 270 "padres
célibes" deliberan y en parte definen sobre la familia cristiana en el
Sínodo 2015.Siempre me ha importado el tema, como "religioso" que he
sido felizmente, y como teólogo casado que soy, aún más felizmente. He
presentado además en este blog media docena de artículos sobre asuntos
vinculados con el celibato de Jesús, y ahora lo hago otra vez, partiendo del
mensaje de Pablo, que es quien mejor ha definido el tema en el NT.
Tesis Paulina: Ni el
celibato en sí importa, ni el matrimonio como tal, sino la nueva vida de amor
en Cristo, y el servicio a los hermanos.
Antítesis a: De
experiencia. Hay, gracias a Dios, muchísimos célibes que son cristianos según
el evangelio...., pero hay también algunos que egoístas, resentidos o miedosos,
que huyen buscando el poder o se "consuelan" con trucos poco
edificantes.
Antítesis b: También de
experiencia. Hay millones de casados que son también cristianos según el camino
del evangelio.... pero también hay otros que son egoístas a dos, o cada uno por
separado, con trucos, trampas y mentiras particulares o comunes...
Conclusión. Por eso, lo
que importa no es el celibato, ni el matrimonio (ni los problemas jurídicos o
canónicos), ni las normas que se cierran y enroscan en sí mismas, sino el
evangelio: Que célibes y casados estén
al servicio de la vida, de la felicidad del amor, de la familia pequeña y
grande, del servicio a los demás, de la entrega a los necesitados.
Desde ese fondo quiero
tratar del celibato propio de Jesús, cuya esencia no ha estado en casarse o no
casarse, sino en compartir y regalar la vida, en gratuidad, al servicio de los
excluidos y marginados, iniciando con ellos un camino de Reino.
Por eso, el celibato de
los padres sinodales, para entenderlo en sentido cristiano, no se mide por el
hecho de que estén casados o no, sino por el servicio de amor y libertad que
prestan en la Iglesia y para la humanidad.
El Sínodo sobre la
Familia es un sínodo de 270 "padres" célibes:
-- 183 han sido
escogidos por conferencias episcopales de varios países.
-- 42 participan por su cargo en el Vaticano (dicasterios, etc.)
-- 45 han sido
directamente designados por el Papa. Hay además expertos y observadores sin
voto.
Lo que quiero es que
esos 270 "padres" sean generosos y sinceros, al servicio de la vida y
de los más pobres... No me parece "claro" verlos en este Vaticano,
que para muchos es signo de poder, más que de servicio cercano, encarnado… pero
eso puede ser un "accidente", pues también desde el Vaticano puede
entenderse el celibato de Jesús...
-- El celibato de Jesús
(es decir, su visión de la familia) ha de ser la base de las deliberaciones y
propuestas del Sínodo. Me gustaría que la perspectiva del celibato de Jesús
(abierto a los pobres y a las diversas formas de familia) influyera en estos
270 padres célibes.
-- No me atrevo a
ofrecer conclusiones... Dejo el tema planteado sobre el celibato de los 270
"padres" y su visión de la familia... Hoy me limito a presentar ante
ellos (y con ellos) el ideal y camino del celibato de Jesús, para tratar en el
fondo de las varias formas de familia cristiana. Buen día a todos... y perdonen
los lectores atentos las posibles repeticiones del tema, tomado en parte de los
libros antes citados.
Jesús,
proyecto de Reino, una familia mesiánica
Su experiencia de Dios
"padre" no le distanció o separó, sino que le unió con otros hombres
y mujeres, pues se sintió llamado a compartir con ellos su camino. Vivió para
los demás, como hijo de Dios, siendo hermano y amigo de los carentes de
familia, de forma que tras su muerte en cruz «aquellos que antes le habían
amado, no dejaron de hacerlo…» (Josefo, Ant. XVIII, 63-64).
1. Debió ser célibe. No lo fue por exigencias de pureza legal o
espiritualismo (huída de este mundo), ni para cultivar de esa manera una
“virtud” más alta, como varón liberado para el servicio de los auténticos
“valores”, sino para identificarse con
los pobres, en especial con aquellos que no podían tener familia, pues no
contaban con medios materiales, sociales
o personales que les permitieran casarse (=mantener una casa), y así vino a
situarse en el nivel de los “eunucos” a quienes en general se acusa de “falta
de hombría”.
Un texto de la
tradición (Mc 6:4) le presenta como artesano (tektôn), pero no conocemos su estilo de vida anterior, y el Nuevo
Testamento (cuidadoso en situar a su madre y hermanos en la Iglesia, cf. cap.
12) no ha transmitido la memoria de su esposa o de sus posibles hijos, como
haría si los hubiera tenido. Y otro pasaje muy significativo le presenta como
“eunuco por el Reino de los Cielos” (Mt 19:12), en un contexto donde esa
palabra tiene un sentido muy peyorativo.
Todo
nos lleva a suponer que era célibe, pero no por opción espiritual (intimista),
sino por experiencia concreta de comunión con miles de personas que habían
perdido su familia (o no podían tenerla), y porque buscó otro tipo de comunión donde cupieran los excluidos,
solitarios, enfermos, y de un modo especial los eunucos, con las prostitutas.
Siendo célibe pudo
vincularse más los pobres sin casa y familia (leprosos, prostitutas, enfermos,
abandonados), que no podían mantener una relación de vida estable, socialmente
reconocida como indica el pasaje en el que habla de los eunucos que los son
desde el vientre de su madre y de aquellos que han sido castrados por los
hombres, comparándose con ellos, y presentando a sus discípulos como “eunucos
por el Reino de los cielos” (cf. Mt 19:12).
En su forma actual (inserto
en la disputa sobre el matrimonio) ese logion
puede haber sido recreado por una comunidad posterior...pero, en su origen,
conserva un recuerdo de Jesús y de su grupo, pues su celibato (eunucato) no nació por ascesis, sino por
despliegue de una afectividad no patriarcal, que le permitió vivir en
solidaridad con los marginados y pobres (y en especial con los eunucos).
2. Con los marginados sexuales. No ha sido célibe por alejamiento y
pureza inmaterial, sino por una experiencia superior, que le permitió descubrir
y suscitar una forma distinta de familia, superando las limitaciones del orden
patriarcal, con personas del último estrato humano y afectivo, marginados e
incapaces de construir su propia “casa”. Su
celibato le vinculó con aquellos a los que nadie quería vincularse
(eunucos: Mt 19:10-12), abriendo nuevas
formas de relación (comunidad y Reino), con varones y mujeres que no tenían (o no podían tener) familia o la habían abandonado por un
tiempo, para crear nuevos tipos de solidaridad y comunión (cf. Lc 8:1-3; Mc 15:40-41).
En esa línea, abandonó un modelo de familia dominante de
su entorno, pues no aceptó la función patriarcal de un “padre de familia”,
ni los esquemas de relación jerárquica, propios de su entorno, y así quiso
caminar rodeado de varones y mujeres de diversos estratos sociales, sin miedo a
mantener con ellos/ellas unas relación que muchos juzgaban ambigua, en apertura
real a los niños (cf. Mc 9:10-13 par.).
Su
celibato ha de entenderse así como potenciación afectiva y familiar, no desde
arriba, de un modo impositivo, sino como gesto de solidaridad con aquellos que
vivían en los márgenes de la sociedad establecida. No quiso recrear una sociedad patriarcal,
con superioridad de varones (padres), sino una
comunidad donde cupieran todos (varones y mujeres, casados y solteros,
niños y mayores).
Celibato
y familia de Reino
No fue célibe por
oposición al matrimonio, que él entendió como signo del Reino de Dios, lugar y
camino de fidelidad humana (cf. Mc 10:1-9; cf. cap. 11), sino para explorar un
nuevo camino de Reino. Su proyecto de vida no pudo tomarse en clave de rechazo,
sino de creación de una familia abierta a todos, especialmente a los más
necesitados, entre los que se inserta. Por eso, no excluía, sino que incluía en su camino el signo de las bodas y el de
la familia extensa (cf. Mc 2:18-19; Mc 3:31-35; 10:30).
1. Una vida radical. Existían por entonces muchos hombres y mujeres
que no se podían casar por razones económicas o sociales, psicológicas o
biológicas. Pues bien, Jesús quiso compartir su camino con ellos, para suscitar
un modelo más alto y más amplio de familia, en fidelidad personal (cf. Mc 10:11),
abriendo un espacio afectivo donde pudiera hablarse de cien madres, hermanos e
hijos (cf. Mc 10:30).
Jesús fue célibe por
descubrimiento de la nueva familia de Reino y por solidaridad con los
pobres-eunucos, pudiendo presentarse así como creador de una nueva familia en
un contexto de relaciones rotas, superando el patriarcalismo dominante de
algunos y la marginación de otros. En esa línea, asumiendo y transformando la
tarea de los profetas antiguos, él despertó gran amor y entusiasmo, pues le
escucharon y siguieron multitudes de pobres y enfermos, excluidos de la vida,
que provenían, casi siempre, de las clases oprimidas de Galilea. De esa forma,
pudo ser signo de familia para muchos sin familia, tanto varones como mujeres.
No fue
patriarca-progenitor (en la línea de Adán o Abraham), pues no tuvo hijos
carnales, sino hermano universal, capaz de abrirse en amor y palabra a los
rechazados del sistema. No ha sido garante del orden establecido, ni profeta
excluyente, sino mensajero de un Reino que debía empezar por los pobres, una
comunión de vida, desde el margen de la sociedad, iniciando, con los carentes
de familia y tierra, un proyecto universal de comunicación en Dios (Mc 10:30;
cf. Mc 3:31-35).
2. Célibe al filo de la vida. No
creó una “religión” en sentido actual, sino un movimiento de renovación, es
decir, de recreación de la familia, desde los estratos inferiores de la
sociedad, entre los pobres y excluidos. No quiso fortalecer el orden imperante
(con sacerdotes y rabinos), sino iniciar y promover un estilo nuevo de
comunidad universal.
No
fue padre de familia, con poder para mandar sobre el resto de la casa, no fue un
hombre poderoso, en el sentido dominante, sino hermano y amigo de todos. No fue
buen marido para instaurar muevas formas de relación jerárquica esponsal, sino un hombre (ser humano) para los demás,
creando un grupo inclusivo y abierto, de varones y mujeres, ancianos y
niños, entre los que había lugar para los eunucos. En ese sentido podemos
presentarle como “varón” ejemplar, no patriarcalista.
‒ No decretó a los suyos que se casaran y tuvieran hijos. No aceptó
las tradiciones dominantes que exigían que tanto varones como mujeres asumieran
el matrimonio, para ser así fieles a un supuesto mandato de la creación que
decía: ¡Creced, multiplicaos…! (Gen 1:28). No negó ese mandato, pero no lo puso
en el centro de su mensaje, como podían haber hecho otras tradiciones. A su
juicio, más que casarse y tener hijos importaba crear espacios y redes de
solidaridad personal y de acogida a los pobres y excluidos, para esperar así la
llegada del Reino. Su opción fundamental fue la familia de Dios, abierta a
todos los hombres y mujeres, no un tipo de pequeña familia al servicio de sí
misma y de sus hijos.
‒ Su movimiento surgió
en un contexto de desintegración familiar que se extendía en Galilea tras la
ruptura del orden antiguo (con la pérdida de propiedad de la tierra), desde su
propia experiencia de Reino. Los nuevos impulsos sociales y laborales habían
destruido un orden secular, fundado en la estabilidad e independencia de cada
familia, entendida como unidad central de vida y generación para hombres y
mujeres. En consecuencia, una parte considerable de la población (sin trabajo
estable, ni heredad: casa/tierra) tenía dificultad para fundar una familia en
sentido antiguo. Pues bien, en ese contexto él buscó y puso en marcha un tipo
de fidelidad y familia que rompía el orden patriarcal, para abrirse en clave de
solidaridad y comunión desde los pobres.
Su
celibato no fue por tanto una forma
de aislarse, en línea de separación que le situaría sobre un plano de mayor
pureza sexual y dignidad ontológica (para contemplar el misterio de Dios, sin
mancharse con las cosas de la tierra), sino expresión de una forma distinta de amar y solidarizarse con hombres y
mujeres del último estrato social y afectivo, carentes de apoyo, sexualmente
marginados, desde la experiencia del Reino.
En aquel contexto (en
Galilea), ser célibe (¡y más aún eunuco!) como Jesús no era un signo de
superioridad, sino de carencia, una debilidad o maldición (iba contra el
mandato primero: ¡creced, multiplicaos!: Gen 1:28). Pero Jesús convirtió esa
carencia en abundancia, en una forma de expresar la felicidad de Reino y de
solidarizarse con los más pobres, abriendo para ellos una esperanza distinta de
familia, invirtiendo así las relaciones de poder.
De esa forma protestó
contra una visión legalista y jerárquica de tipo patriarcal, como dice
implícitamente Mc 12:15 al afirmar (en el contexto de la “ley del levirato” por
la que un hombre estaba obligado a casarse con la viuda de su hermano difunto)
que en la resurrección, hombres y mujeres no se casarán, esto es, no se atarán
por ley, en la forma actual, donde los varones tienen preferencia sobre las
mujeres, sino que serán todos «como ángeles del cielo», en libertad de amor.
Lo
que importa es la persona
Se dice a veces, en
perspectiva teológica, que Jesús ha realizado su obra mesiánica o salvadora
como “varón”, de manera que sólo los varones pueden representarle. Pues bien,
en contra de eso, partiendo de la primera tradición cristiana, debemos afirmar
que él ha sido “redentor” como persona,
es decir, como ser humano, no como varón en cuando opuesto a la mujer (y
superior a ella). En esa línea, los grandes concilios (Nicea
y Calcedonia, 325 y 431) le presentan como anthropos, ser humano, (en sentido abarcador), no como aner (varón) ni como gyne (mujer).
Contra esa visión no patriarcalista de Jesús podrían elevarse y a veces se elevan algunas objeciones fundamentales, afirmando que él ha elegido sólo unos “apóstoles” varones (los Doce) y que ha invocado a Dios con el nombre masculino de Padre (Abba). Según eso, él habría vuelto a introducir en su movimiento unos principios patriarcales. Pero esas objeciones no son pertinentes:
‒ Jesús aparece como
“eunuco por el reino de los cielos” (Mt 19), palabra que va en contra de todos
los estereotipos masculinos, en línea de virilidad o de supremacía de los
hombres sobre las mujeres. Jesús no realiza las obras de un hombre muy varonil,
sino la de un “eunuco”, un rechazado sexual, alguien que ha comenzado a recrear
la sociedad desde el reverso de los valores establecidos (en una línea que
había entrevisto ya Sab 3:13-14 e Is, 56:3-6. Todos los intentos de convertir a Jesús en un varón ejemplar en línea
de poder masculino (y en el fondo patriarcal) son contrarios al evangelio.