José Comblin (1923-2011) In Memoriam
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Con
motivo del despido de sacerdote JORGE COSTADOAT, de la Universidad Católica de
Chile, de parte del cardenal EZZATI, presentamos este artículo.
José
Comblin, teólogo de la teología de la liberación nos da algunas luces a través
del siguiente texto, para que un teólogo que reflexiona en su cátedra y que
vive consecuente y decentemente su cristianismo entregado a la docencia y a sus
comunidades de base, como Jorge Costadoat y tantos otros, no sean
abusados y acallados en su expresión profética.
Fraternalmente,
Enrique Orellana
Introducción
Siempre más queda
claro que la cuestión fundamental para
los cristianos hoy día es la cuestión del poder. La cuestión del poder es
la principal novedad, el principal reto que la cultura contemporánea dirige a
la Iglesia después de Vaticano II. El
Concilio no trató de la cuestión. Trató de evitarla, porque en aquel tiempo
la cuestión del poder todavía no era un tema dominante de la cultura
occidental.
En Lumen Gentium el
Concilio trató de evitar la palabra poder cuando se refiere a la jerarquía. Usa
la palabra “munus”, oficio o palabras que dicen servicio. En esa forma se evita
abordar la cuestión del poder. Es evidente que evitó voluntariamente la palabra
poder (salvo en algunos pocos casos como en 18-a, en donde la palabra “poder
sagrado” es inmediatamente suavizada por la palabra servicio).
La jerarquía trata
de apartar el asunto pensando que es una cuestión irrelevante, pero su
relevancia está siempre más evidente. El clero, formado para manipular
conceptos edificantes, rechaza la idea de que algo pudiera ser motivado por
cuestiones de poder en la Iglesia. Se presume que todo se hace por amor. Aún la
condenación de los herejes se hace por amor. Es un servicio a la Iglesia.
Sucede que, como en cualquier sociedad humana, la cuestión del poder es
relevante en la Iglesia. Más aún: ella es inevitable.
La actual relación de poder todavía es la relación definida en la
cristiandad medieval. Las formas han cambiado, pero el fondo quedó igual.
En la eclesiología tradicional, desde los orígenes en el siglo XIV, la
palabra poder ocupa el centro del tratado. Pues, la Iglesia
se define por los poderes que la constituyen. Lo que hace la Iglesia son los
poderes de la jerarquía. La palabra poder siempre tiene un sentido positivo y
únicamente positivo. El poder es uno de los principales atributos de Dios, tal
vez el atributo más importante, por lo menos en la devoción católica. En la
misma liturgia siempre se añade el adjetivo poderoso o todo-poderoso a la
invocación de Dios. Dios es el Todo-poderoso. El poder de Dios es puramente
positivo. Es creador y salvador. Es lo que produce todo lo que existe y conduce
la creación, actuando por los medios de salvación.
Ahora bien, el poder de Dios actúa por medio de poderes
humanos. Dios no actúa sin la mediación de hombres. Estos mediadores
revestidos de una participación del poder de Dios para realizar las obras de
Dios son la jerarquía de la Iglesia. El poder de la jerarquía es también
puramente positivo, porque es el mismo poder de Dios. Se dice que la jerarquía
es la causa eficiente de la Iglesia. Ella produce la Iglesia pues la acción
salvadora de Dios pasa por esa mediación. El poder de la jerarquía solo se
compara con el poder creador de Dios: ellos crean a la Iglesia. Es el poder
salvador de Dios: ellos realizan la salvación. Dios eligió a algunos hombres
para ser los salvadores de la humanidad. Los laicos se salvan por la
intervención de la jerarquía. Sin la jerarquía no son nada. Todo reciben y nada
producen.
Este poder
sobrenatural de la jerarquía tiene su punto culminante en la eucaristía. Como
el Papa recién lo recordó, el sacerdote ordenado pronuncia las palabras de la
consagración como si fuera el mismo Cristo. Cristo habla por su boca y produce
por la boca del sacerdote el milagro de la transubstanciación, el mayor milagro
que se puede imaginar. El ministro ordenado tiene la misma fuerza de Dios
cuando celebra la eucaristía. Los laicos
miran, admiran, adoran, y reciben a Dios por las manos del sacerdote.
Esta teología es la
imagen de la Iglesia en la eclesiología tradicional que todavía es común hasta
Vaticano II aunque haya sido refutada por los mejores biblistas y los mejores
historiadores católicos. Es todavía la teología del Papa.
Este poder es el
servicio de la jerarquía. Ejercer su poder divino es el servicio que el
ministro ordenado ofrece a la Iglesia a la que dio vida. No puede haber ninguna
oposición entre poder y servicio. El poder es el mayor servicio.
Es evidente que esta identificación entre poder y servicio
no viene del Nuevo Testamento. Ella procede de la ideología imperial. En
esta ideología, todo poder es positivo porque todo poder es servicio a la
sociedad. “Dominar para servir”, es la definición de todo los colonialismos,
hasta de la guerra de Irak que es el mayor servicio prestado al pueblo iraki.
Los teólogos de aquel
tiempo conocen muy bien todos los defectos personales de la jerarquía y de los
presbíteros y diáconos. Pero esto no cambia la teoría. Los peores sacerdotes
continúan creando la Iglesia por medio de sus sacramentos, de sus palabras y de
su gobierno. Los abusos de poder son tratados como si fueran puros problemas
personales que se solucionan por medio de la conversión del sacerdote. No
reconocen que esta situación no es inevitable, que está ligada en gran parte al
modelo de sociedad que se quiso imponer a la Iglesia y que por lo tanto se
trata de un problema de política en la Iglesia.
Ahora bien, los
miembros de la jerarquía no pueden ser puros representantes del poder de Dios.
Al ejercer su poder, no comunican sencillamente el mensaje de Dios, sino
también toda una teología. Al administrar los sacramentos, manipulan la
religiosidad popular con su magia y sus supersticiones. Al gobernar sus
parroquias o sus diócesis actúan como patrones de empresas. Crean una cierta
orientación de la Iglesia, no crean la Iglesia que es producto del Espíritu
Santo, por medio de la mediación de todos los cristianos, cada cual con su
carisma.
Si la orientación dada por el clero no es corregida y mejorada por el
pueblo cristiano, ella se transforma en dominación. Entonces, el poder
se hace dominación, como en todas las instituciones humanas. Por eso existe
siempre un problema político en la Iglesia, que es el problema de que los
miembros del clero son seres humanos y no puros depositarios del poder de Dios.
Su poder no es como el poder de Dios pura fuerza creadora, no es puro don de la
vida. Es también imposición, arbitrariedad, dominación del hombre sobre el
hombre. No solo por vicios personales, sino por estructuras de pecado.
La concepción
medieval del poder en la Iglesia, y el consecuente abismo entre el clero y el
pueblo están en crisis desde hace dos siglos, aunque la jerarquía haya negado
la crisis hasta Vaticano II y muchos la nieguen todavía hoy en día.
Ahora bien, esa
relación está en crisis desde hace tiempo, y la crisis se acentuó más en el
siglo XX. Millones abandonan la Iglesia católica, y la causa fundamental,
consciente o inconsciente, es la cuestión del poder. Con el Papa actual ni
siquiera se puede levantar la cuestión porque su poder es más absoluto que el
poder de cualquier Papa del pasado, incluso que el poder de Pio XII. La
jerarquía niega el problema porque siente que sería el primer objeto de la
contestación.
Sin embargo, está
claro que la nueva sociedad urbana, alfabetizada y desarrollada culturalmente
no acepta más el tipo de relación de poder que nació en la edad media. No puede
aceptar que Dios reserve toda su mediación a algunos cuando el Nuevo Testamento
anuncia que el Espíritu es dado a todos. Que haya diversidad de funciones y de
servicios, es lo que todos afirman. Que haya personas destinadas a gobernar, no
se discute. Pero no se acepta la identificación de un poder humano con el poder
de Dios.
No se puede negar
que la Iglesia, como cualquier grupo humano, necesita una organización de
poder, pero no eternamente la organización nacida en determinada época
histórica en virtud de una situación histórica limitada en el tiempo. Nadie
ignora que la autoridad es necesaria. Pero el actual sistema de autoridad hace
que millones de católicos, exactamente los que participan en la nueva cultura
urbana, se aparten de la Iglesia, o sencillamente pierdan inconscientemente el
sentimiento de pertenencia a ella.
Es necesario ver y
examinar críticamente el sistema de poder que existe en la Iglesia, regido por
un derecho canónico siempre relativo. Es necesario ver claramente la diferencia
entre lo que es permanente en la Iglesia y lo que la historia ha hecho en los
siglos ulteriores. De lo contrario seremos prisioneros de la historia,
prisioneros de un pasado muerto.
La eclesiología del Nuevo Testamento y el poder
La eclesiología de
Pablo está centrada alrededor del concepto de pueblo de Dios que es el cuerpo
de Cristo y el templo del Espíritu Santo. Este concepto es subyacente en todos
los capítulos de sus cartas. Todo lo que dice de la Iglesia ser refiere a este
pueblo de Dios. La doctrina del poder de Pablo se encuentra implícita en su
doctrina sobre la Ley y el Espíritu.
El pueblo de Dios
pasa por dos etapas. Primero, hubo el régimen de la Ley, y ahora, con Jesús
comenzó el régimen del Espíritu. En el régimen de la Ley, la relación con Dios
es una relación de sumisión. El pueblo de Dios es el pueblo que se somete a la
Ley. La obediencia a la Ley es la virtud suprema. Ahora bien, la Ley no
entraría en la realidad, si no fuera presentada por dirigentes humanos. La Ley
no existiría como Ley, si no hubiera en la tierra, por encima del pueblo una
autoridad que obligue a respetarla. Esta autoridad estaba representada por los
doctores y los sacerdotes que fueron los que condenaron a Jesús. La sumisión a
la Ley se traduce por la sumisión a sus representantes. Obedecer a Dios se traduce
en la práctica por obedecer a las autoridades que la imponen.
Para Pablo, la Ley
–o sea todo el sistema centrado en la Ley- no salva, porque no cambia el ser
humano. Hace que la persona se someta por miedo al castigo, pero no se renueve
personalmente. Solo el Espíritu puede renovar la humanidad. Para el régimen de
la Ley, la autoridad actúa imponiendo la Ley. Por el Espíritu, la persona se
siente movida, empujada por una fuerza interna que la hace capaz de seguir el
camino de Jesús sin ninguna imposición. Hace el bien de fuente propia, no por
imposición.
En el régimen de la
Ley, los representantes de la Ley hacen uso de ella para imponer su propia
voluntad. Interpretan, aumentan, cambian los preceptos de la Ley para que
coincidan con su voluntad y con sus ventajas, aún materiales.
Con su doctrina del
Espíritu, Pablo no da atención al problema del poder, ya sea el poder de la
Iglesia en la sociedad, ya sea el poder dentro de la Iglesia, o lo que se llama
actualmente los ministerios. Para él, el poder apostólico consiste en la
autoridad para anunciar el evangelio de Jesús con fuerza al mundo. Es el poder
de Dios, que es poder de conversión y de vida nueva. Pero el mismo no elabora
una doctrina del apostolado como poder en la Iglesia.
Para Pablo, en la
comunidad cristiana, el poder de Dios se manifiesta en la abundancia de los
carismas, que son fuerzas donadas a algunos miembros o a todos. Los carismas
parecen tener una fuerza intrínseca que hace que los miembros de la comunidad
se dejan llevar por ellos. El mismo Pablo, como apóstol de Jesucristo, ejerce
el poder de denunciar, exhortar, orientar, el poder de recordar las enseñanzas
de Jesús. El mismo no define ese poder de los apóstoles.
Pero, la
eclesiología de los evangelios, ella sí, está centrada en la cuestión del
poder. En la mente de Jesús el problema del poder es el problema esencial y
prioritario de la Iglesia. La misma palabra Iglesia está casi ausente de los
evangelios, pero la realidad está presente en los discípulos. Cuando Jesús se
dirige a los discípulos como conjunto, él enuncia su eclesiología.
Los textos
principales están en el capítulo 18 de Mt (sobre todo 1-7;12-35), en Mt
20,20-28, 23, 8-12 y Jn 13.
No es necesario
hacer una exégesis muy minuciosa para ver que
Jesús instala un nuevo modo de ejercer la autoridad, una nueva relación de
poder. Durante siglos se leyó estos textos como consejos morales, como
recomendaciones hechas a todos los jefes para que sean mejores en sus
comportamientos. Pero, Jesús no vino para hacer exhortaciones morales, sino
para cambiar las estructuras del pueblo de Dios. Para las exhortaciones morales
había los sabios que dejaron muchos escritos de sabiduría. Jesús vino a destruir la estructura de poder que había en su pueblo y a
construir una nueva estructura de relaciones dentro de ese pueblo.
Durante siglos se
interpretó las palabras de Cristo en el sentido que el discípulo de Jesús debía
ejercer las mismas estructuras de poder de siempre con un espíritu nuevo, de
una manera diferente. El resultado fue que se ejerció la autoridad como siempre
pero con buenos sentimientos.
La Iglesia cayó en
la misma deformación que afecta las sociedades civiles o el pueblo de Israel,
es decir, cometer la injusticia con buenos sentimientos. Dio a la destrucción
de personas un sentido edificante. Así fue la Inquisición y todas las
imitaciones de la Inquisición. Todo se justifica por el bien de la persona
perseguida, torturada o muerta. El ser cristiano actuaría como todo el mundo, y
añadiría solo buenos sentimientos y sentido religioso: todo por el bien de Dios
y de su Iglesia.
Jesús no viene a cambiar solamente la subjetividad, sino la misma
estructura de las relaciones sociales. Su ejemplo enseña
la estructura de autoridad que debe prevalecer.
Jesús no usa ninguna
forma de coerción para imponer su voluntad. No tiene armas, no puede amenazar,
no quiere castigar (Lc 9,51-56). No tiene medios de defensa contra sus
adversarios ni siquiera a la hora de la prisión, de la condenación o de la
ejecución. Está incapacitado de ejercer la más mínima violencia. No solo no
practica la violencia, sino que no tiene los medios de practicarla si quisiera.
No tiene los medios de violencia en la reserva, lo que constituye una amenaza.
Una sabiduría política tradicional dice que se necesita mostrar las armas para
no tener que usarlas. Jesús no puede mostrar las armas que no tiene.
Este es el sentido
de la comparación con los niños (Mt 18,1-4). Los niños no tienen poder para
imponer su voluntad. En aquel tiempo no existía aún el poder de chantaje que
ejercen hoy día los niños de las familias ricas. El niño es el ser débil. Jesús
eligió la debilidad.
Jesús no define
leyes ni impone su autoridad por medio de leyes. Las leyes son hechas para
imponer una voluntad superior a una persona que no quiere ejecutarla y solo lo
hace por medio del castigo. La ley gobierna por medio del miedo del castigo. La
ley está basada en el miedo.
Esto no quiere decir
que Jesús todo lo acepta. No se acepta que se proceda como hacen las
autoridades de Israel. Con los pecadores la regla es el perdón, perdón sin
límite. En realidad, su autoridad es tal que las personas hacen lo que él
enseña con total libertad y con mucho gusto. No lo hacen por miedo, sino por
amor. La autoridad de Jesús está basada
en el amor que despierta. No necesita definir leyes porque las personas lo
siguen voluntariamente y con convicción. No amenaza porque las personas quieren
lo que él quiere por convicción.
Su autoridad está en
su misma persona y en su modo de actuar en el que se manifiesta su valor
absoluto: ¡esto viene de Dios!
La autoridad de
Jesús se manifiesta en la búsqueda de la oveja perdida, en el perdón de las
deudas. En lugar de imponer el castigo,
se propone el perdón. Esto sería considerado en la sociedad como
anarquismo, desorden y desintegración de la sociedad. Sin embargo, no consta
que sea así. Todos saben que los pequeños pagan sus deudas. Solo las grandes
corporaciones no pagan. El problema es la existencia de grandes corporaciones,
las cuales de todas maneras no se inclinan ante la ley, sino que más bien
cambian la ley para que les sea más favorable.
Jesús quiere que
entre los discípulos las relaciones de poder sean diferentes (Mt 20-28). La
diferencia no está solo en la subjetividad, sino en las mismas estructuras del
poder. De lo contrario no cambiaría nada. Pues en todas las sociedades hay
príncipes buenos que hacen más tolerables las relaciones de poder sin cambiar
las estructuras y así dejan la puerta abierta para que un sucesor venga a
ejercer un poder riguroso.
Cuando Jesús dice:
“No os dejéis llamar “Rabí”, porque uno solo es vuestro Maestro; y vosotros
sois todos hermanos. Ni llaméis a nadie “Padre” vuestro en la tierra, porque
solo uno es vuestro Padre: el del cielo. No tampoco os dejéis llamar “Doctor”,
porque uno solo es vuestro doctor: Cristo” (Mt 23, 8-10), las autoridades de la
Iglesia que quieren estos títulos, dicen que es una cuestión sin importancia, o
bien, que Jesús habla así para dar un ejemplo de humildad, más no quiere
definir un modo de ser. Suprimen sencillamente la instrucción de Jesús.
Sin embargo, en la
cultura de Jesús, los nombres son muy importantes porque representan la
realidad. El que tiene el nombre de doctor cree que tiene una autoridad
superior que le permite imponer sus ideas a otros. Con esta cuestión de nombre,
Jesús quería cambiar las estructuras.
El problema de las
estructuras está claro en la Iglesia de hoy. Hay obispos más humanos, párrocos
más humanos –cristianos- que no insisten en su poder, que consultan o toman en
cuenta las opiniones de los otros, que gobiernan con paciencia y tolerancia,
que abren espacio para la libertad y responsabilidad de los laicos.
Pero, en cualquier
momento, puede venir otro que se contenta con la aplicación rigurosa de la ley
canónica que le atribuye poderes exclusivos. Las estructuras del actual código
atribuyen a la autoridad un poder absoluto, sin derecho de defensa, un poder
exclusivo sin participación. Cualquier obispo o párroco puede destruir toda la
libertad que un antecesor había creado. Los casos no son pocos en América
latina. Los autores de tales destrucciones pueden invocar la ley que les
atribuye un poder absoluto, dictatorial.
El mismo Jesús
denuncia la forma como los escribas y los fariseos ejercen la autoridad. “Atan
cargas pesadas y las echan a las espaldas de la gente, pero ellos ni con el
dedo quieren moverlas” (Mt 23,4).
Como las palabras de
Jesús no definen en forma jurídica las relaciones que quiere establecer entre
sus discípulos, en el curso de la historia fue posible tratar sus palabras como
puros símbolos o formas literarias sin contenido jurídico. De hecho, en veinte
siglos muchas de las antiguas relaciones de dominación en las sociedades
humanas, han entrado en la Iglesia. Las
relaciones de poder que existen hoy no proceden de la voluntad de Jesús sino de
la penetración de estructuras de dominación propias de las culturas en las que
la Iglesia se estableció.
La iglesia y el poder en la cristiandad
No es necesario
recordar toda la estructura de poder construida en la cristiandad, sobre todo
la occidental. Hubo cuatro etapas
principales que dieron como resultado aquello que conocemos hoy en día.
La primera etapa ya empezó en la tercera
generación cuando se destacaron los presbíteros y al frente de ellos siempre
más los obispos monárquicos. Era una imitación de la estructura de las
sinagogas y de las hermandades romanas. Pero en nombre de los apóstoles, los
obispos conquistaron una autoridad siempre mayor sobre los presbíteros y sobre
la organización de las Iglesias. En el
siglo cuarto los obispos ya han concentrado casi todo el poder y todos los
carismas. El Concilio de Nicea, convocado por el emperador, excluyó todos
los que no eran obispos y dio a estos la totalidad del poder.
La segunda etapa vino con Constantino y sus sucesores que
hicieron del cristianismo la religión oficial y obligatoria. En ese
momento se creó el clero como casta separada y aislada del pueblo, El clero
concentró todo el poder en la Iglesia, suprimió las comunidades y sometió a los
laicos a una pasividad total sin ninguna responsabilidad. Se creó un abismo
entre el clero y el pueblo, aunque los textos evangélicos sobre el servicio
siempre se recordaban, pero sin ninguna conexión con la realidad. Siempre más
la Biblia sirve como libro de símbolos que justifican el sistema dándole una
ideología con la cual se trataba de convencer a los pueblos. La liturgia del
lavatorio de los pies es de una piadosa ironía.
La tercera etapa comenzó con los Papas benedictinos o gregorianos desde el
siglo XI. Comienza la movilización progresiva, que durará 10 siglos, del
clero para que se transforme en ejército del Papa por lo cual el Papa ejerce un
poder total sobre la cristiandad. El clero se hace ejército en manos del Papa.
Sobre todo los Mendicantes a los que los Papas imponen la ordenación
sacerdotal, van a favorecer esta exaltación del poder del Papa ejerciendo
presión sobre todo el clero diocesano. Desde entonces se hace una concentración
creciente el poder del clero en manos del Papa.
La cuarta etapa vino con el Concilio de Trento que consagra la
estructura del clero, afirmando con fuerza sus fundamentos y aumentando el
poder centralizador del Papa. Siempre más el Papa es el jefe del clero. Después
de la Revolución francesa esta concentración del poder del clero en manos del
Papa relaciona el auge que conocemos hoy en día.
Todo esto es muy
conocido. No hay necesidad de repetir lo que se encuentra en los libros de
historia de la Iglesia.
Nuestra cuestión es
la siguiente: ¿cómo fue que se legitimó
este crecimiento de la concentración del poder en manos del clero y después en
manos del Papa?
Hubo tres grandes motivaciones: la defensa de la ortodoxia de la fe, la
defensa de los sacramentos y la defensa de la unidad de la Iglesia.
En primer lugar, se
invocó la necesidad de defender la
ortodoxia. Para eso era necesario concentrar la autoridad en el clero y en
el Papa que solos podían defender la autenticidad de la fe. Aparecieron
innumerables herejías y para defender la fe contra las herejías se necesita un
poder fuerte: el poder de condenar hasta la muerte en muchos casos. Se montó
todo un sistema que incorpora ese poder del clero y del Papa. La Inquisición
fue la manifestación histórica más visible y más temida.
La concentración del
poder está aumentando todavía hoy en día con los documentos del cardenal
Ratzinger. Según estos documentos aparecieron herejías totales que niegan todo
el contenido de la fe: así fue la teología de la liberación, y así es la
teología de las religiones.
La experiencia de la
historia muestra que después de algunos siglos se hace siempre más evidente que
las dichas herejías no estaban tan distantes de la ortodoxia. El acuerdo entre
católicos y luteranos al respecto de la doctrina de la justificación es un buen
ejemplo. Las herejías podían expresar otra manera de presentar la doctrina de
la fe.
¿No será que
doctrinas enunciadas en forma diferente fueron tratadas como herejías por la
necesidad de tener herejías? Sin herejías el poder del magisterio no se
manifiesta y no tiene oportunidad para crecer. Las herejías son necesarias para
justificar y aumentar el poder del magisterio. ¿Las herejías no serían
inventadas para aumentar el poder del magisterio?
Por otro lado, la
mayoría de las herejías medievales son contestación de lo que confiere tanto
poder al Papa y al clero. Es una acusación dirigida al poder del clero. Es una
contestación de todo lo que sirve para aumentar el poder del clero. Fue lo que
sucedió en el segundo milenio. La herejía es la manera como los laicos se
defienden de la dominación intelectual y cultural el clero y del Papa que cada
vez más está al frente del clero.
La herejía es una
contestación de poder. ¿Y la defensa contra las herejías no será la defensa del
poder del clero? Por detrás de tantas condenaciones –que más tarde se revelan
muy relativas, históricas y situadas– ¿no habrá una defensa del poder del clero
que se siente amenazado cuando pierde el control de las palabras y no permite
que se diga lo mismo con otras palabras? ¿Tantas condenaciones no eran antes de
todo una afirmación de poder de la jerarquía y de todo el clero con ella? ¿Las luchas de doctrina no eran en realidad
luchas por el poder y por la definición de los poderes?
La segunda
motivación del poder del clero es la defensa
de los sacramentos. También aquí las herejías atacan los sacramentos, el
sistema completo de siete sacramentos. ¿Por qué condenan ese sistema? ¿No será porque los sacramentos son el
fundamento del poder clerical? Gracias a los sacramentos que, solo los
sacerdotes pueden administrar, los laicos no pueden salvarse sin pasar por las
manos del clero, o sea sin someterse a todas las condiciones impuestas por el
clero.
En teología rigurosa,
los sacramentos son signos de la fe, signos del amor de Dios. Sin embargo, los sacramentos fueron vividos durante siglos
como obligaciones. Los sacramentos son los ritos necesarios para la
salvación. Sin ellos no hay salvación. Esta es la ley que los cristianos deben
aplicar, y si no la aplican, cometen pecado mortal y pierden la salvación. Los
sacramentos siempre son acompañados por amenazas. Son recibidos con temor.
Incluso el clero toma nota de aquellos malos cristianos que no reciben los
sacramentos en su debido tiempo.
Los sacramentos son el sistema por el que los sacerdotes hacen el paso
por su ministerio indispensable. Ellos tienen el monopolio de los
sacramentos y todos deben someterse a su monopolio. El sacramento es lo que hay
que recibir para evitar el infierno. Los predicadores sabían despertar el
terror ante las penas del infierno, y en esa forma lograban empujar a los
recalcitrantes para los sacramentos.
Por lo demás los
sacramentos son también uno de los
principales fundamentos del poder financiero del clero. Este es otro motivo
por el que los laicos se resisten a los sacramentos. Con el tiempo el miedo al
infierno fue disminuyendo y las personas más formadas se declararon
independientes. Antes de la Revolución francesa más del 90% de los franceses
iban a misa todos los domingos. Veinte años después el número era de 20%.
Habían perdido el miedo al clero que ejercía un control. Antes de la
Revolución, los que no recibían los sacramentos eran fichados en la policía y
tratados como sospechosos. Después de la revolución ese poder del clero
desapareció.
Hoy en día ya no se
frecuentan tanto los sacramentos, lo que muestra la poca comprensión del valor
de señal, y el sentido de dependencia o de obediencia que tiene en la mente del
pueblo. El pueblo ya no teme el infierno como antes, en esa forma pierde la
motivación para recibirlos.
En la mente del
clero, esta situación es una decadencia. Para el clero los sacramentos son su
vida, la manera como se relacionan con el pueblo y su razón de ser. Están allá
para celebrar los sacramentos. Para un gran número la vida clerical son los
sacramentos. Por eso son también su actividad profesional, su búsqueda de los
medios de sobrevivencia. El padre es el que celebra los sacramentos: este es su
trabajo profesional. Los sacramentos son la fuente principal del poder del
clero y pueden reducirse a eso.
En tercer lugar
existe el poder de gobierno. Todos
los seglares tienen que subordinarse al clero en todos los actos de una vida
cristiana, sobre todo en su comportamiento moral y social. También aquí reina
el temor al infierno. En principio esa sumisión tiene por finalidad defender al
pueblo cristiano contra el peligro de sus enemigos. En la práctica el gobierno
del clero tiende siempre a aumentar su poder. El principio de León XIII
prevaleció desde el momento en que la Iglesia se desligó de las monarquías: en
materia política hay siempre que buscar alianza y apoyo entre los que más
favorecen a la Iglesia, es decir al clero o al Papa. Este principio es de un
oportunismo total y muestra la actuación política que es sumisión a los
intereses del clero.
Esto nos lleva a
contemplar el poder del clero y del Papa en la sociedad. En la cristiandad, el clero constituye la primera clase, la clase más
privilegiada, la que tiene más poder, que interviene en todos los asuntos.
Controla la economía, controla el poder de los reyes, domina toda la cultura.
Este era el ideal. En la práctica, muchos reyes y príncipes no aplican lo que
el clero manda: durante la mitad del tiempo los reyes católicos y los
emperadores fueron excomulgados. Siempre hubo una cultura subterránea crítica
del poder sacerdotal. Y había el poder económico de los judíos, de los
banqueros, que no se sometían a las leyes condenando la usura. Pero el clero
siempre permaneció fiel al mismo sistema, tratando de recuperarlo siempre, y
trató de mantenerlo aún después de las revoluciones liberales del siglo XIX.
El clero no aceptó
fácilmente la ruina de la cristiandad que para él significaba una pérdida de
poder y una derrota política, económica, cultural. Después de haber dominado
durante quince siglos, está ahora expuesto a todas las críticas que
permanecieron clandestinas durante esos siglos. Pues la acusación hecha al clero
de que a nombre de Jesucristo, quería dominar la sociedad, se repite
incansablemente desde los últimos siglos.
Por supuesto jamás
el clero aceptará esa acusación, porque siente que sus intenciones son
diferentes. El clero invoca sus buenas intenciones en lugar de contemplar los
hechos y las estructuras. En sus intenciones, se trata de defender el pueblo
cristiano contra el poder económico (de los otros), el poder político (de los
otros) y contra las amenazas de corrupción que emanan de una cultura no
controlada por el clero. Sin embargo, los seglares miran las cosas con más
objetividad.
Esta objeción se ha
hecho al clero durante siglos. Siempre fue rechazada con indignación por el
clero. Este no acepta un examen objetivo y crítico del significado objetivo de
sus actos. Cree que está viviendo una vida de servicio y su vida puede ser una
vida de dominio en la que los seglares practican el servicio de modo permanente
y no los sacerdotes.
Siempre se repitió
la acusación de que el clero quería dominar las conciencias. Que quisiera
dominar la sociedad, era todavía soportable. Pero el dominio sobre el
pensamiento, la conciencia moral, los valores, esto era insoportable y engendró
una reacción terrible. Porque se sabía que el control de las conciencias era
aceptación del orden establecido, de la sociedad establecida.
El control de las
conciencias tenía por finalidad la sumisión de los católicos a la sociedad
establecida, la sociedad de cristiandad. Era esencialmente conservador y muchos
laicos lo sentían así. En lugar de ser un fermento de libertad, la Iglesia era
el principal obstáculo a la libertad. El clero aparecía como clase ligada a la
mantención de los poderes constituidos.
La cristiandad ya no
existe como totalidad. Sin embargo subsiste en fragmentos de la sociedad, los
fragmentos más conservadores que mantienen un pequeño mundo en el que todavía
se practica la fidelidad a los comportamientos tradicionales de la sociedad
rural medieval. Todavía el clero se preocupa con mantener y fortalecer lo que
le queda de poder en la Iglesia. Mantiene por los mismos medios, su poder sobre
la fracción de la población que le permanece fiel.
Vaticano II
Vaticano II recibió
durante sus asambleas muchas denuncias de clericalismo, juridicismo,
burocratismo, etc. No pudo ocultar las críticas que se hicieron durante quince
siglos y nunca fueron acogidas. De allí salió una teología renovada del pueblo
de Dios y del papel de la Iglesia en el mundo.
Sin embargo, cuando
se trata de definir el papel de los obispos, del clero ya sea en Lumen Gentium
o en los documentos dedicados explícitamente al clero, la doctrina es
tradicional y no se toma en cuenta los problemas levantados. Se multiplican las
exhortaciones morales, pero nada cambia en las estructuras. No se toca el
problema del poder y la relación entre la búsqueda del poder y la definición
del clero que prevaleció durante muchos siglos.
Volvieron a la doctrina conservadora tradicional. En esta, todos los problemas sociales se
reducen a problemas morales. Si los sacerdotes tuvieran más virtudes, no
habría problemas. En realidad si tuvieran más virtud no soportarían la actual
estructura. Es imposible imaginar un clero hecho de puros santos. El
comportamiento del promedio depende de las estructuras. Si estas estructuras
son estructuras de dominación que no conceden al pueblo cristiano ninguna
participación en el poder, la exhortación moral será inútil. Se convertirán los
que no necesitan conversión y los que la necesitan no irán a darse cuenta de la
dominación que ejercen.
Los textos de
Vaticano II no entran en el mayor problema que, en la mente de muchos obispos,
era el mayor problema del siglo: el
problema del clero. Muchos otros no podían liberarse del modelo que tenían
en la mente y era el rol tradicional del sacerdote como miembro de la clase
privilegiada, como funcionario de los sacramentos y defensor del poder de la
Iglesia. Dada esta división en el episcopado, no se tocó en el problema.
No se tocó tampoco
en la cuestión de la relación entre el clero y el poder político. En realidad
muchos pensaban que el partido demócrata cristiano iba a solucionar todos los
problemas, restituyendo a la Iglesia una posición privilegiada e impidiendo un
cambio de las leyes que fuera desfavorable al clero, o sea, que signifique una
reducción del poder del clero en la sociedad, tanto en los códigos, como en la
cultura, la educación, los servicios de salud. Contaban con el apoyo de partido
políticos católicos para evitar que la Iglesia tuviera que renunciar totalmente
a su poder en la sociedad. El mundo cambia, pero la estructura histórica de la
cristiandad se mantiene por lo menos como ilusión en la mente del clero.
Una vez que el
Concilio no quiso o no pudo entrar en la cuestión del clero, lo que sucedió era
previsible. En el primer mundo las vocaciones desaparecieron: no había más
credibilidad. En el tercer mundo las vocaciones son numerosas pero basadas en
el principio de cristiandad: el sacerdocio ofrece poder en la sociedad y en la
Iglesia, lo que es un atractivo grande para los pobres que tienen pocos canales
de ascensión social.
Idealismo y realismo
Juan Pablo II tuvo como una de sus prioridades la restauración del poder
social del clero. Creyó que uno de los medios más eficientes sería
la restauración de la disciplina tradicional, lo que restablecería la
auto-estima del clero. Por lo menos trató de hacerlo y lo logró en parte por lo
menos. Restauró la separación entre el clero y los laicos, y entre el clero y
la sociedad, para evitar las tentaciones. Incansablemente hizo todo lo posible
para elevar el status del clero. Multiplicó los documentos dirigidos al clero,
por ejemplo, con ocasión del Jueves Santo de cada semana santa.
Estos documentos manifiestan
siempre una concepción idealista del sacerdocio. No toman en cuenta las
condiciones materiales, sicológicas y sociales de la vida sacerdotal. Ignoran
los problemas de los sacerdotes de los años 60, nunca superados, y que
continúan produciendo los mismos efectos (abandono del sacerdocio, crisis de
identidad). Toda esa problemática es tratada como una deficiencia moral. Se
soluciona por una afirmación más fuerte de la doctrina, o sea, por una
acentuación de la ideología tradicional del clero.
El Papa toma como punto de apoyo los movimientos sacerdotales como Opus
Dei, Legionarios de Cristo, Sodalitium y otros. Todos son integristas en la
doctrina, rigoristas en la moral, inflexibles en la disciplina. Son la
encarnación de la ley total. Su motor es la ideología clerical, tal como
ella fue definida después del Concilio de Trento. Estos movimientos deben
mostrar el ejemplo a la masa de los sacerdotes. Serían los conductores del
clero. El Papa les concedió el papel que tuvieron los jesuitas en la Iglesia
tridentina.
Sucede que estos
movimientos están fascinados por el poder. Manifiestan una voluntad férrea de
acumular riqueza material, prestigio social, poder político, poder cultural.
Fundan instituciones poderosas supuestamente destinadas a la evangelización. No
se dan cuenta del espectáculo que ofrecen a la sociedad, espectáculo de sectas
religiosas a la conquista del poder. No ven que les va a pasar lo que les pasó
a los jesuitas en el siglo XVIII. Hacen alianza con los poderosos, con las
instituciones dominantes de la sociedad occidental. Son absolutamente
ignorantes de la voz que se levanta desde el mundo de los oprimidos. Ignoran
este mundo porque su mundo es el de los dominadores.
En este momento en
América latina estos movimientos sacerdotales están de hecho conquistando
grandes poderes en todos los sectores, sobre todo en la economía y en la
política. Actúan por intermedio de elites laicales que les están totalmente
subordinadas. Se crean un laicado fanático totalmente desproveído de espíritu
crítico y de libre iniciativa.
El clero, inspirado
por tales ejemplos se hace puramente oportunista. Cree que el marketing
religioso va a solucionar los problemas de la evangelización. Creen que por
medio de la manipulación de los medios de comunicación será posible rehacer una
nueva cristiandad en la que la Iglesia de nuevo podrá gobernar el mundo.
Como en la
cristiandad, creen que van a evangelizar con el poder, por medio del poder, y
aumentando su poder. Creen que su poder va a convencer a los cristianos y someterlos
a su dominio. No ven que el mundo ha cambiado y que los laicos de hoy no son
todos como los laicos de otros tiempos. Creen que el ejemplo de los movimientos
sacerdotales integristas va a conquistar la sociedad y fundar un nuevo clero
semejante al antiguo y basado en la misma teología. Y creen que los laicos van
a someterse a la disciplina del integrismo.
¿Cuáles serían las orientaciones nuevas con relación al poder en la
Iglesia hoy día?
1. En primer lugar
se necesita reconocer el poder de los laicos,
basado en los carismas y dones espirituales que recibieron, las
responsabilidades evangelizadoras que asumen, etc.
2. En todas las
instancias, desde el concilio ecuménico hasta los consejos parroquiales los laicos deben tener voz deliberativa y
pueden decidir con el clero en todo lo que no se refiere a la doctrina
definida definitivamente.
3. Los laicos deben tener voz activa en las
elecciones en todos los niveles desde la elección del Papa hasta la
elección de los párrocos.
4. Los laicos deben tener voz deliberativa en
lo que se refiere a la liturgia, a la catequesis y la organización de la
Iglesia.
5. El principio básico es que el poder no
puede ser concentrado en una sola persona.
6. La base de toda
la reforma del sistema de poder es la publicidad.
La preparación de las decisiones debe
ser abierta, publicada y los documentos necesarios deben estar a
disposición de todos. No puede haber secreto de los nombramientos, ni de las
decisiones prácticas tomadas por una sola autoridad.
7. Es necesario crear una instancia jurídica independiente
en la que las personas que se sienten víctimas de injusticia puedan recurrir.
En la actualidad, un laico no tiene defensa frente al clero o a los religiosos;
las religiosas no tienen defensa frente al clero; los sacerdotes no tienen
defensa frente al obispo; y los obispos no tienen defensa frente al Papa.
El principio básico es que el poder está en todos los cristianos aunque
en grados distintos y que la estructura debe reconocer esta situación.
El segundo principio
es que ninguna persona humana representa sencillamente el poder de Dios y por
lo tanto puede ser corregido en todo lo que no es poder de Dios, sino
afirmación de sí mismo. Para eso debe haber una corrección fraterna que debe
ser pública.
El poder de Dios crea, construye, edifica, aumenta, confiere más
libertad. Todos los poderes eclesiásticos
que no actúan en ese sentido, no son poder de Dios y deben ser contenidos,
limitados, corregidos estructuralmente. Las estructuras deben sacar las
oportunidades de abusos de poder. Pues, en la Iglesia hay abusos de poder como
en cualquier sociedad, y para disminuirlos es necesario que haya normas que
equilibran los poderes de todos.