Ivone
Gebara
www.adital.com.br/130315
Adital: Observamos pronunciamientos del Papa
Francisco en apoyo a una mayor participación de la mujer en la vida sacerdotal,
aunque sepamos que en muchos casos su voluntad choca con el conservadurismo de
la Curia Romana. ¿Podemos esperar algún cambio concreto en ese sentido para su
papado?
Ivone Gebara: Creo que
antes de hablar de los pronunciamientos del Papa Francisco sobre las mujeres,
es preciso recordar tres puntos para que tengamos un poco más de claridad sobre
la situación actual de la Iglesia Católica Romana. El primero de ellos tiene el
objetivo de recordar que la función de las leyes eclesiásticas y de los dogmas
es también ejercer una cierta contención en la vida de los fieles. Se determina
qué debe ser objeto de creencia para evitar la multiplicidad de
interpretaciones y conflictos, que fragmentaron y fragmentan la comunidad de
fieles.
Sin embargo, no se
puede olvidar que las leyes, dogmas e interpretaciones nacen en contextos
históricos determinados. Éstos son mutables y nunca deberían ser establecidos
como normas absolutas o como voluntad divina, como ha ocurrido. Surge de ahí el
segundo punto, que se refiere al hecho de que se legitiman esas nuevas leyes y
creencias como voluntad de Dios o de Jesucristo. Esas voluntades, según muchos,
son inmutables. Se establece así un argumento de autoridad pronunciado o
promulgado por el magisterio de la Iglesia.
Y el último punto
que puede observarse claramente es que ese magisterio es masculino y, en
general, anciano y celibatario. Las mujeres no participan directamente de él
como si por orden divina debieran ser excluidas. Esta estructura e interpretación patriarcal, considerada sagrada,
dificulta los cambios más significativos en la actual cultura eclesiástica
transmitida al pueblo. A partir de ahí, se puede situar la cuestión en
relación con las mujeres.
El Papa Francisco
tiene buena voluntad, procura entender algunas reivindicaciones de las mujeres,
pero, viviendo dentro de una tradición sagrada masculina, no tiene condiciones
para dar pasos revolucionarios para promover de hecho la innovación necesaria
para el mundo de hoy. Él es fruto de su tiempo, de su formación clerical y de
los límites que la engloban. Me atrevo a decir que es la comunidad cristiana y,
en este caso, la católica romana, esparcida por tantos lugares, la que debería
ir exigiendo de sus líderes cambios de comportamiento a partir de sus
vivencias. Comenzar por abajo, aunque los de arriba también pueden ayudar, en
la medida en que sean más sensibles y receptivos a las señales de cada tiempo y
de cada espacio, es un camino para ajustarnos a las necesidades actuales de las
mujeres y de los hombres de nuestro tiempo.
Adital: En su nuevo libro “Evangelio e Institución”, el monje Marcelo Barros afirma que la
Iglesia Católica debería retornar a sus orígenes (primeros siglos), cuando las
mujeres ejercían un papel más activo en la Iglesia. En su opinión, ¿cómo
debería ser esa reinserción?
Ivone Gebara: Pienso
que la idea de ”retorno”, en este caso, retorno a los orígenes
cristianos, debe ser revisada, pues muchas veces podemos caer en anacronismos,
incluso involuntarios. La referencia a los orígenes es una especie de nostalgia
de algo bueno que se gustaría tener. Es una esperanza en forma de discurso
sobre los orígenes.
En general, pensamos
que el antes, el pasado, los orígenes, son siempre más coherentes y verdaderos.
La vuelta al útero materno, por ejemplo, es una aspiración de pretendida paz
del deseo humano, como si ’en aquel tiempo’ todo hubiera estado bien. En
realidad, en los orígenes, podemos encontrar muchas cosas, inclusive
aberraciones e inadecuaciones para nuestro tiempo. Cada tiempo es un tiempo y
tiene sus grandezas y sus miserias.
El tiempo “que se
llama hoy” es nuestro tiempo real y en él debemos buscar nuevas formas de
convivencia, teniendo conciencia de que éste es, como otros, un tiempo
limitado. No se trata, por lo tanto, de una reinserción de las mujeres en la
Iglesia, como si las mujeres tuvieran que insertarse en un lugar que no es el
suyo. Además, el lenguaje eclesiástico y el lenguaje de muchos de nosotros
evidencia la dificultad de reconocer a la Iglesia como una comunidad de
hermanas y hermanos que viven una diversidad de situaciones. A veces tengo la
impresión de que el término Iglesia significa para muchos, prioritariamente, la
jerarquía, las funciones de poder y la autoridad.
El Papa Francisco ya defendió una mayor participación femenina en la Iglesia, pero descartó el permiso de las mujeres para ejercer el sacerdocio.
Es preciso afirmar
que lo que está ocurriendo hoy tiene que ver con un movimiento cultural y
social mundial, que viene mostrando un protagonismo y un papel femenino
diferente de aquel que conocíamos hasta pocos años atrás. Ser sólo madre o hija
o esposa u ocuparse de las cosas domésticas ya no corresponde a la realidad
actual de las mujeres. Las identidades femeninas están pasando por una mutación
muy grande.
Otro aspecto
importante es el de percibir los límites de la pregunta sobre en qué Iglesia
nosotras mujeres queremos insertarnos o reinsertarnos. Da hasta la impresión de
que la Iglesia es una realidad fuera de nosotros. Por eso, muchos afirman que “nosotros
somos Iglesia” y quieren vivir en la práctica esta afirmación. ¿Sería sólo
retórica? En mi opinión, sí y no.
Sí, en la medida en
que el discurso de muchos no corresponde a los comportamientos que se viven
cotidianamente de las relaciones humanas. No, en la medida en que se percibe el
compromiso de muchos en buscar caminos de mayor participación e igualdad en las
relaciones de la comunidad eclesial. La cuestión de la igualdad entre los seres
humanos es insoluble.
Hablar de igualdad
significa buscar, en cada nuevo contexto y en cada nuevo momento de la
historia, sanar el egoísmo visceral que nos lleva a preferir siempre nuestros
intereses en detrimento de los demás. Creamos la esclavitud de todos los tipos,
establecemos colores y etnias superiores unas a otras, sexos superiores a
otros, orientaciones sexuales más normales que otras. Y quien está del lado del
poder y de la normalidad no duda en mantener relaciones excluyentes y
culpabilizar a “los diferentes” por muchos males del mundo. No existe
una pre definición de igualdad.
Lo que nosotras,
pensadoras feministas, hacemos es alertar a las personas para no establecer
modelos teóricos e idealistas y mostrarlos como metas absolutas a ser
alcanzadas. Esto no funciona. Lo que parece que ha surtido algún efecto es
colocarnos en estado de educación continúa, una educación que despierte en
nosotros el valor de cada ser, sin la tentación de querer justificar a partir
de visiones jerárquicas pre establecidas.
El Papa Francisco ya
defendió una mayor participación femenina en la Iglesia, pero descartó el
permiso de las mujeres para ejercer el sacerdocio.
Adital: ¿Qué es la Teología Feminista? ¿Cómo esa
corriente de pensamiento entiende el mundo actual? ¿Cuáles son los desafíos en
este comienzo de siglo XXI?
Ivone Gebara: El gran
esfuerzo de la mayoría de las teologías feministas ha sido el de denunciar el
absolutismo de las interpretaciones bíblicas y teológicas del pasado, aún
vigentes en la mayoría de las Iglesias. Interpretaciones absolutistas son
aquellas que usan a Dios y a las Escrituras para justificar su ideología de
mantenimiento de poderes y privilegios religiosos, muchas veces disfrazados con
capas de santidad y solidaridad. Esos poderes son ejercidos en nombre de Dios y
son controladores de los cuerpos femeninos, tanto a nivel individual como
cultural y social.
El control religioso
de los cuerpos se da, en primer lugar, en el interior de la dimensión simbólica
de la vida simbólica, o sea, en la estructura subjetiva, en la que valores y
culpas se entrelazan y convierten a la persona en cautiva de un imaginario
impuesto de afuera hacia dentro. Jugar con la voluntad de Dios para manipular
cuerpos queriendo mantener un orden imaginario denominado divino es impedir el
derecho al pensamiento y a la libertad.
Afirmar a Dios como
masculino, afirmar que existe una voluntad poderosa pre-existente, justificar
el sacerdocio masculino a partir del sexo de Jesús, valorizar el cuerpo
masculino como el único capaz de representar el cuerpo de Dios son afirmaciones
teológicas aún vigentes que tocan, en forma especial, los cuerpos femeninos.
Estas afirmaciones son, muchas veces, productoras de violencia, de exclusión y
del cultivo de relaciones de sumisión ingenua a la autoridad religiosa.
Lamentablemente, en
este comienzo de siglo, el espacio dado a las teologías feministas está muy
restringido. Su acceso a los centros de formación teológica oficial en América
Latina es bastante limitado. Por eso, está ocurriendo una migración
significativa de los lugares de producción teológica hacia afuera de las
instituciones oficiales, ya que las formas de control eclesiástico parecen
desconocer los avances vividos por las mujeres a nivel nacional y mundial.
Adital: El mundo todavía convive con los
femenicidios (muchos de los cuales terminan impunes), mutilaciones genitales,
poca participación femenina en la política... ¿Cuáles son los principales
obstáculos para la plena dignidad femenina en la actualidad?
Ivone Gebara: La
producción de la violencia cultural y social contra grupos considerados
inferiores por las razones más diversas es una constante en las culturas
humanas. La afirmación de la superioridad de unos en relación con los otros,
las jerarquías de raza, género, cultura, de saberes y poderes son parte de la
historia humana. Las mujeres fueron y son, en muchas culturas, consideradas
seres subalternos, dependientes, objetos de la voluntad masculina, aunque
actualmente los discursos oficiales de los Estados y de las religiones hablen
de igualdad en la diferencia.
Muchos adeptos a los
discursos igualitarios son capaces de denunciar, por ejemplo, la mutilación
genital, sin duda una aberración y un delito, pero no son capaces de darse
cuenta de la producción de violencia contra los cuerpos femeninos en los
discursos de bondad difundidos por las diferentes expresiones del Cristianismo.
Denuncian los asesinatos de mujeres, la violencia física directa, los
femenicidios, pero no perciben que la reproducción de violencia contra las
mujeres está todavía muy presente en los procesos educacionales.
La marca jerárquica excluyente, presente en nuestras relaciones, sin duda necesaria para la continuidad de la actual forma de capitalismo, mantiene socialmente esa violencia. Necesita de ella y de otras para continuar fabricando nuevas formas de privilegio y exclusión social. Las mujeres a pesar de las muchas conquistas de los últimos años todavía son, en el imaginario de la cultura capitalista económica y social, buenos chivos o cabras expiatorias para ser acusadas de incompetencia en los asuntos públicos. Esa cultura excluyente, presente en las instituciones sociales y culturales es, sin duda, un obstáculo para que hombres y mujeres construyan nuevas relaciones y reconozcan sus diferentes dones y saberes.
Adital: Algunos movimientos feministas, para
obtener espacio, utilizan como estrategia producir un shock en la sociedad,
exponiendo el cuerpo desnudo, autodenominarse “putas”... ¿Cómo entiende usted esa forma de protesta? ¿Es
válida, válida con salvedades o colabora negativamente al movimiento feminista?
Ivone Gebara: Hay una
ingenuidad en los analistas de los movimientos sociales en la medida en que
pretenden limitar las protestas y reivindicaciones a sus propias concepciones
de decencia, de lo permitido y de lo prohibido. Es claro que nos chocamos con
el quebrantamiento de los grupos en las manifestaciones de calle y reclamamos
cuando eso entorpece nuestra vida cotidiana. Es claro que el diálogo sobre las
reivindicaciones sería el mejor camino.
Pero no siempre el sistema capitalista reconoce
el mejor camino, y él mismo incita a la violencia sin control, aquella que
deja salir lo peor de nosotros contra los demás, aquella que es capaz de
bombardear campos de arroz y destruir obras de arte milenarias, aquella que me
lleva a robar a mi mejor amigo y mandar a matar a aquel que entorpece mis
planes políticos. Muchas formas radicales de protesta de las mujeres nos chocan
porque no estamos habituados a un comportamiento público de las mujeres, sobre
todo cuando exponen el cuerpo desnudo como forma de protesta.
El cuerpo desnudo de las mujeres continúa siendo expuesto para vender
mercaderías masculinas, para excitar deseos, pero ese desnudo es soportable por
la mayoría. Ese desnudo aprobado por el mercado da dinero y
favorece emprendimientos económicos, puede ser como máximo criticado por
algunos religiosos puristas. Sin embargo, ¿quién se preguntó por qué ese grupo
de mujeres se autodenominó “putas”? ¿Cuál es su historia? ¿Qué reclaman
con su irreverencia? Google puede hasta dar una respuesta breve a esas
pertinentes preguntas. Esas formas de protesta, pienso, no afligen al
movimiento feminista mundial, ya que éste es plural y tiene formas variadas de
expresión.
Adital: Durante las últimas elecciones brasileras,
algunos analistas políticos afirmaron que una de las razones enfrentadas por
Dilma Rousseff para su reelección se debió al hecho de que es mujer. La
afirmación suena un poco extraña, vista la presencia de mujeres en la
Presidencia de países como Argentina, Chile, Alemania... En su opinión, ¿esa
afirmación tiene sentido? Nosotros, los brasileros, ¿todavía somos un país
machista?
Ivone Gebara: Creo
que, en la mayoría de los países del mundo, inclusive las figuras femeninas
tradicionales fuertes como Margaret Thatcher e Indira Gandhi vivieron los
límites del poder impuestos por la condición femenina. De hecho, hay un cierto
susto de tener a una mujer en el tope del poder de una nación. Recluidas en los
límites de la vida privada para el ascenso público el recorrido es grande por
demás. Tal vez el título de reina sea hasta más soportable porque está
involucrado con todos los aspectos fantasiosos del pasado y de la actual
disminución real de ese poder. En ese sentido, es casi espontáneo atribuirle al
gobierno de una mujer deficiencias, flaquezas y otras cosas por el estilo.
Dilma Rousseff
enfrenta, como otras mujeres, las dificultades de estar en el tope político de
la nación. Sin embargo, lo que la mayoría de las personas no ve es que la
política de un país no depende sólo de la o del presidente, sino que depende
igualmente de las fuerzas económicas y políticas en juego, así como de la
participación de los ciudadanos. Combinar políticas y prebendas, intereses
corporativos y bien común, partidos de intereses sectarios con la
administración de un país de proporciones continentales es un difícil juego de
ajedrez.
De hecho, el
machismo persiste en Brasil, pero la falta de carácter y de visión del bien
común es una enfermedad mucho más difundida y peligrosa. Asola a políticos y
empresarios, contagia a la clase media y a las clases populares, se instala en
las instituciones sociales y en las iglesias como plaga a ser combatida
diariamente.
Adital: A fin del año pasado, asistimos a la
infeliz declaración de un parlamentario brasilero, que afirmó que “no estupraría” a una colega
parlamentaria sólo “porque así no lo
quería”. ¿Cómo analiza usted este y otros casos parecidos?
Ivone Gebara: La falta
de carácter y de visión del bien común convierte a hombres y mujeres en ciegos
a cualquier visión humanista de respeto a todo ser humano en la igualdad y en
la diferencia de unos en relación con otros.
El parlamentario
brasilero que usó ésa y otras expresiones durante sesiones de la Cámara se
mantiene en el poder porque la cultura política brasilera lo permite. Él es
útil al ’vale todo’, que se puede ver en las acciones y discursos de los
políticos. La falta de decoro parlamentario es moneda de intercambio de
privilegios políticos y satisface a aquellos que buscan la justicia y la
injusticia por sus propias manos. En esa situación, las mujeres no están exentas
de esos pecados, aunque los cometan con menor intensidad pública. Somos todas y
todos esa mezcla contradictoria y paradójica y es dentro de ella que podemos
encontrar caminos que hagan la vida ciudadana algo más respetado.