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Visto desde la
capital china a comienzos del Año de la Cabra, el malestar que afecta Occidente
parece un espejismo en una galaxia lejana, muy lejana. Por otra parte, la China
que te rodea parece demasiado sólida y en nada parecida a la nación agobiada
que presentan los medios occidentales con sus cifras industriales descendentes,
su burbuja inmobiliaria y sus amenazantes desastres ecológicos. A pesar de las
profecías catastrofistas, mientras los perros de la austeridad y de la guerra
ladran enloquecidos a lo lejos, la caravana china pasa en lo que el presidente
Xi Jinping llama “nuevo modo normal”.
La actividad
económica “desacelerada” todavía significa una impresionante tasa de
crecimiento anual del 7% en la que es ahora la principal
economía del globo. En el interior, una reestructuración económica
inmensamente compleja tiene lugar mientras el consumo supera a la inversión
como principal impulso del desarrollo económico. Con el 46,7% del producto
interno bruto (PIB) la economía de servicios ha sobrepasado la manufactura, que
llega a un 44%.
Geopolíticamente
Rusia, India y China acaban de enviar a
Occidente un poderoso mensaje: están ocupados poniendo a punto una compleja
estrategia trilateral para establecer una red de corredores económicos que los
chinos llaman “nuevas rutas de la seda" a través de
Eurasia. Pekín también está organizando una versión marítima de la misma,
modelada según las proezas del almirante Zhen He, quien en la dinastía Ming,
navegó siete veces por los “mares occidentales”, comandando flotas de más de
200 navíos.
Por el momento Moscú
y Pekín trabajan en la planificación
de una nueva versión de un tren de alta velocidad del legendario
Tren Transiberiano. Y Pekín se ha comprometido a convertir su
creciente cooperación estratégica con Rusia en una crucial ayuda financiera y
económica si Moscú, asediado por las sanciones, y enfrentando una desastrosa
guerra de precios del petróleo, lo pide.
Al sur de China
Afganistán, a pesar de los 13 años de guerra que los estadounidenses siguen
librando allí, se mueve rápidamente hacia su órbita
económica, mientras un oleoducto China-Myanmar
planificado aparece como una reconfiguración trascendental del flujo de
energía euroasiática a través de lo que he llamado hace tiempo “Ductistán”.
Y esto solo es parte
de la frenética acción que forma lo que la dirigencia en Pekín define
como "Cinturón Económico de la Nueva Ruta de la Seda" y Ruta
Marítima de la Seda del Siglo XXI". Estamos hablando de una visión de
creación de una infraestructura
potencialmente alucinante, empezada en gran parte desde cero, que
conectará China con Asia Central, Medio Oriente y Europa
Occidental. Semejante desarrollo incluirá proyectos que van de una
actualización de la antigua ruta de la seda a través de Asia Central al
desarrollo de un corredor económico Bangladesh-China-India-Myanmar, un corredor
China-Pakistán a través de Cachemira, una nueva ruta marítima de la seda que se
extenderá por todo el camino del sur de China, como en un camino de Marco Polo
al revés, hasta Venecia.
No hay que ver esto
como una versión china del siglo XXI del Plan Marshall de EE.UU. para Europa
después de la Segunda Guerra Mundial, sino como algo mucho más ambicioso y con
un alcance potencial mucho más vasto.
China como
megaciudad
Si se considera este
frenesí de planificación económica desde Pekín, se termina con una perspectiva
inexistente en Europa o en EE.UU. Aquí las vallas publicitarias en rojo y
oro promueven la nueva consigna, lanzada con tanto alboroto por el presidente
Xi Jinping para el país y el siglo, “el sueño chino” (que recuerda el “sueño
estadounidense” de otra era). No hay estaciones del metro que no las tenga.
Recuerdan por qué se considera que 65.000
kilómetros de nuevos trenes de alta velocidad son tan esenciales
para el futuro del país. Después de todo, no menos de 300 millones de chinos
han realizado, en las últimas tres décadas una migración que rompe todos los
paradigmas del campo a áreas urbanas en plena explosión en busca de ese sueño.
Se espera que otros
350 millones se pongan en marcha, según un estudio de McKinsey
Global Institute. De 1980 a 2010 la población urbana de China
creció 400 millones, dejando al país con por lo menos 700 millones de
habitantes de las ciudades. Se espera que esa cifra llegue a mil millones en el
año 2030, lo que significa un tremendo esfuerzo para las ciudades, la
infraestructura, los recursos y la economía en su conjunto así como niveles
de contaminación del aire casi apocalípticos en algunas de las
principales ciudades.
160 ciudades chinas
ya tienen más de un millón de personas. Europa solo tiene 35. No menos de 250
ciudades chinas han triplicado su PIB per cápita desde 1990 mientras la renta
disponible ha aumentado en un 300%.
En la actualidad no
hay que pensar en China en términos de ciudades individuales sino en grupos
urbanos, agrupaciones de ciudades de más de 60 millones de habitantes. El área
Pekín-Tianjin, por ejemplo, es en realidad un grupo de 28 ciudades. Shénzhen,
la más importante megaciudad de migrantes en la provincia sureña de Guangdong,
es ahora también un centro de tránsito en un grupo de ciudades.
De hecho China tiene
más de 20 grupos semejantes, cada uno del tamaño de un país europeo. Muy pronto
los principales grupos representarán un 80% del PIB de China y un 60% de su
población. Por eso el frenesí de trenes de alta velocidad y sus dinámicos
proyectos de infraestructura –parte de una inversión de 1,1 billones (millones
de millones) de dólares en 300 obras públicas– todos tienen que ver con la
administración de esos grupos.
No es sorprendente
que este proceso esté íntimamente vinculado con lo que Occidente considera
una notoria “burbuja de la vivienda” que en 1998 no podría haber existido.
Hasta entonces todas las viviendas eran todavía de propiedad del Estado. Una
vez liberalizado, el mercado de la vivienda provocó paroxismos de inversión en
la emergente clase media china. Sin embargo, en raras excepciones, los chinos
de clase media todavía pueden permitirse las hipotecas porque los ingresos
rurales y urbanos también han aumentado.
De hecho el Partido
Comunista Chino (PCC), presta cuidadosa atención a este proceso y permite que
los agricultores alquilen o hipotequen sus tierras, entre otras cosas, y así
financien su migración urbana y sus nuevas viviendas. Ya que estamos hablando
de cientos de millones de personas, sin embargo, es posible que haya
distorsiones en el mercado de la vivienda, incluso la creación de completas
desastrosas ciudades fantasmas con extraños y vacíos centros
comerciales asociados.
El frenesí de la
infraestructura china es financiado por un pool de inversiones de
fuentes del Gobierno central y local, empresas de propiedad estatal y el sector
privado. El negocio de la construcción, uno de los mayores empleadores del
país, incluye más de 100 millones de personas directa o indirectamente. El
negocio de bienes raíces representa hasta un 22% de la inversión nacional total
en activos fijos y todo esto está vinculado a la venta de electrodomésticos,
menaje y un volumen de negocios anual de un 25% de la producción china de
acero, 70% de su cemento, 70% de su vidrio de plancha y 25% de sus plásticos.
Por lo tanto no es
de extrañar que durante mi reciente estadía en Pekín los hombres de negocios me
aseguraran continuamente que la permanente posibilidad de que la “burbuja de la
vivienda estalle” en realidad es un mito en un país en el cual, para el
ciudadano promedio, la inversión absoluta son los bienes raíces. Además el
vasto impulso de la urbanización asegura, como el primer ministro Li Keqiang
destacó en el reciente Foro Económico Mundial en Davos, una “demanda a largo
plazo de viviendas”.
Mercados, mercados,
mercados
China también está modificando su base manufacturera, que se multiplicó
por 18 en las últimas tres décadas. El país sigue produciendo un 80% de los acondicionadores
de aire, 90% de sus ordenadores personales, 75% de sus paneles solares, 70% de
sus teléfonos celulares y 63% de sus zapatos. La manufactura representa un 44%
del PIB chino, empleando directamente más de 130 millones de personas. Además
el país ya concentra el 12,8% de la investigación y desarrollo global, mucho
más que Inglaterra y la mayor parte de Europa Occidental.
A pesar de todo el
énfasis se orienta ahora a un mercado interior en rápido crecimiento, que
significará aún más inversión en infraestructuras, la necesidad de la llegada
de aún más talento de ingeniería y una base de suministro en rápido desarrollo.
Globalmente, a medida que China comienza a enfrentar nuevos desafíos –aumento
de los costes laborales, una cadena global de suministro cada vez más
complicada y volatilidad del mercado– también emprende un agresivo impulso para
pasar de montaje de baja tecnología a manufactura de alta tecnología. La mayor parte de las exportaciones chinas
ya son teléfonos inteligentes, sistemas de motorización, coches (y pronto
aviones).
En el proceso tiene
lugar una transferencia geográfica en la manufactura de la costa sur a China
Central y Occidental. La ciudad de Chengdu en la provincia sudoccidental de
Sichuan, por ejemplo, se está convirtiendo en un grupo urbano de alta
tecnología mientras expande alrededor de firmas como Intel y HP.
Por lo tanto China
intenta modernizar audazmente en términos de manufactura, interior y
globalmente al mismo tiempo. En el pasado las compañías chinas se han destacado
en la entrega de cosas básicas a precios reducidos con niveles aceptables de
calidad. Ahora muchas compañías están modernizando rápidamente su tecnología y
se mudan a ciudades de segundo y primer nivel mientras las firmas extranjeras,
tratando de reducir costes, pasan a ciudades de segundo y tercer nivel.
Mientras tanto,
globalmente, los directores ejecutivos chinos quieren que sus compañías lleguen
a ser verdaderas multinacionales en la próxima década. El país ya tiene 73 compañías en las 500 de Fortune Global, con
lo que se posiciona en el número dos después de EE.UU.
En términos de
ventajas chinas hay que recordar que el futuro de la economía global reside
claramente en Asia con su aumento récord en ingresos de clase media. En 2009 la región Asia-Pacífico tenía solo
un 18% de la clase media del mundo; en 2030, según el Centro de Desarrollo de
la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico, esa cifra
aumentará hasta un sorprendente 66%. Norteamérica y Europa tenían el
54% de la clase media global en 2009. En 2030 será solo un 21%.
Sigamos la pista del
dinero y también del valor que se obtiene por ese dinero. Por ejemplo, no menos
de 200.000 trabajadores chinos estuvieron involucrados en la producción del
primer iPhone, supervisados por 8.700 ingenieros chinos. Fueron reclutados en
solo dos semanas. En EE.UU. ese proceso habría necesitado más de nueve meses.
El ecosistema de manufactura chino es
ciertamente rápido, flexible, e inteligente y está respaldado por un sistema
educativo cada vez más impresionante. Desde
1998 el porcentaje del PIB dedicado a la educación casi se ha triplicado,
el número de universidades se ha duplicado y solo en una década China ha
construido el mayor sistema de educación superior del mundo.
Pros y contras
China tiene más de
15 billones de dólares en depósitos bancarios que aumentan en la friolera de 2
billones de dólares al año. Las reservas de moneda extranjera se aproximan a 4
billones de dólares. Todavía no existe un estudio definitivo de cómo circula
este torrente de fondos dentro de China entre proyectos, compañías,
instituciones financieras y el Estado. Nadie sabe realmente, por ejemplo,
cuántos préstamos hace realmente el Banco Agrícola de China. Altas finanzas,
capitalismo de Estado y gobierno de un partido se mezclan y combinan todos en
el campo de los servicios financieros chinos, en los cuales la realpolitik
se une al gran dinero.
Los cuatro grandes
bancos de propiedad estatal –Bank of
China, Industrial and Commercial Bank of China, China Construction Bank, y
Agricultural Bank of China– se han desarrollado todos de organizaciones
gubernamentales a entidades semicorporativas de propiedad estatal. Se
benefician magníficamente de bienes patrimoniales y conexiones gubernamentales,
o guanxi, y operan con una mezcla de objetivos comerciales y
gubernamentales. Son los impulsores que hay que considerar cuando se trata del
formidable proceso de rediseño del modelo económico chino.
En cuanto al ratio deuda a PIB de China todavía no es
gran cosa. En una lista de 17 países se encuentra muy por debajo de los de
Japón y EE.UU., según Standard Chartered
Bank y a diferencia de Occidente el crédito al consumidor es solo una
pequeña fracción de la deuda total. Por cierto, Occidente muestra una
particular fascinación por la industria bancaria paralela de China: productos
de la administración de riqueza, finanzas soterradas, préstamos fuera del
estado de cuentas. Pero semejantes operaciones solo representan cerca de 28%
del PIB, mientras, según el
Fondo Monetario Internacional, es un porcentaje mucho más elevado en
EE.UU.
Es posible que
resulte que los problemas de China provengan de áreas no económicas en las que
la dirigencia en Pekín ha resultado más propensa a dar pasos en falso. Es, por
ejemplo, en la ofensiva en tres frentes, cada uno de los cuales puede tener su
propia forma de bumerán: aumentar el control
ideológico sobre el país bajo la rúbrica de soslayar “valores
occidentales”, reforzar el control de la información
en línea y redes de medios sociales, incluyendo el refuerzo de “el
gran contrafuegos de China” para controlar internet y aumentar su control sobre
minorías
étnicas inquietas , especialmente sobre los uigures en la crucial
provincia occidental de Sinkiang.
En dos de estos
frentes –la controversia sobre “valores occidentales” y el control de Internet–
los dirigentes en Pekín podrían obtener muchos más beneficios promoviendo el
debate, especialmente entre la vasta cantidad de ciudadanos más jóvenes, bien
educados, con conexiones globales, pero la hipercentralizada maquinaria del
Partido Comunista Chino no funciona de esa manera.
Cuando se trata de
esas minorías en Sinkiang es posible que el problema esencial no tenga que ver
con los principios guía de la política étnica del presidente Xi. Según el
analista residente en Pekín, Gabriele Battaglia, Xi quiere gestionar el
conflicto étnico local aplicando las tres “J”: jiaowang, jiaoliu, jiaorong
(“contacto interétnico”, “intercambio” y “mezcla”). Sin embargo lo que
representa un impulso desde Pekín a favor de la asimilación han/uigur puede significar
poco en la práctica cuando la política cotidiana en Sinkiang es manejada por
cuadros han inexpertos que tienden ver a la mayoría de los uigures como
“terroristas”.
Si Pekín echa a
perder el manejo de su Lejano Oeste, Sinkiang no se convertirá, como se espera,
en el nuevo centro pacífico, estable, de una parte crucial de la estrategia de
la ruta de la seda. A pesar de todo ya se considera una conexión esencial en la
visión de integración eurasiática de Xi, así como un conducto crucial para el masivo
flujo de suministros de energía de Asia Central y Rusia. El gasoducto Asia
Central-China, por ejemplo, que lleva gas natural de la frontera
turkmena-uzbeka a través de Uzbekistán y el sur de Kazajstán, ya está agregando
una cuarta línea a Sinkiang. Y uno de los gasoductos Rusia-China acordado
recientemente también llegará a Sinkiang.
El libro de Xi
La dimensión y
complejidad de la miríada de transformaciones de China, apenas pasan el filtro
de los medios de información estadounidenses. Las informaciones en EE.UU.
tienden a subrayar la “decreciente”
economía del país y el nerviosismo sobre su futuro papel global, la
manera en que ha “engañado” a
EE.UU. sobre sus intenciones y su naturaleza como una “amenaza” militar
para Washington y el mundo.
Los medios de
información estadounidenses tienen una fiebre china que conduce a informaciones
típicamente febriles que no reflejan el pulso del país o a su líder. Como
resultado, se pierde mucho. Una receta podría ser que lean The Governance of
China, (una compilación de discursos, conferencias y entrevistas editada
por Foreign Language Press el año
pasado). Ya es un éxito de ventas de tres millones de copias en su edición en
mandarín y ofrece una visión notablemente digestible de lo que significará el
muy proclamado “Sueño de China” de Xi en el nuevo siglo chino.
Xi Dada (“Xi Big
Bang”, como lo apodan aquí) no es una deidad post-Mao. Se parece más a un
fenómeno pop y no es en realidad sorprendente. En este remix
“enriquecerse es glorioso”, no se podría lanzar la tarea sobrehumana de
reconfigurar el modelo chino siendo un burócrata frio como el acero. En su
lugar, Xi ha tocado una vena colectiva al subrayar que la gobernanza del país
debe basarse en competencia, no en el uso de información privilegiada y
corrupción partidaria, y ha presentado hábilmente la transformación que se
propone como un “sueño” al estilo estadounidense.
Tras la estrella pop
se encuentra evidentemente un hombre de inteligencia y sustancia que los medios
occidentales deberían asumir. Después de todo no se dirige por accidente una
semejante historia de éxito económico. Puede ser particularmente importante
tomar su medida ya que él ha tomado la medida de Washington y Occidente y ha
decidido que la suerte y la fortuna de China se encuentran en otro sitio.
Como resultado, en
noviembre pasado oficializó un trascendental cambio geopolítico. Desde ahora
Pekín dejará de tratar a EE.UU. o a la Unión Europea como su principal
prioridad estratégica y se concentrará en los vecinos asiáticos de China y
en los demás países de los BRICS (Brasil, Rusia, India y Sudáfrica, en especial
en Rusia), también conocidos aquí como “las principales potencias en
desarrollo” (kuoda fazhanzhong de guojia). Y solo para que conste, China
ya no se considera como un “país en desarrollo”.
No es sorprendente
que haya habido últimamente semejante guerra relámpago de megaacuerdos y
meganegociaciones chinas a lo largo de
“Ductistán”. Bajo Xi, Pekín está cerrando rápidamente la brecha con
Washington en el poder de fuego intelectual y económico y a pesar de todo su ofensiva de
inversiones globales apenas ha comenzado, incluyendo
las nuevas rutas de la seda.
El exministro de
exteriores de Singapur, George Yeo, considera que el nuevo orden mundial
emergente es un sistema solar con dos soles, EE.UU. y China. La nueva
Estrategia de Seguridad Nacional de Obama afirma que “EE.UU. ha sido y seguirá
siendo un poder del Pacífico” y señala que “aunque habrá competencia rechazamos
la inevitabilidad de un enfrentamiento” con Pekín. Las “principales potencias
en desarrollo”, intrigadas como están por el extraordinario ímpetu infraestructural
de China, internamente y a lo largo de esas Nuevas Rutas de la Seda, se
preguntan si un sistema solar con dos soles podría no funcionar. La pregunta
es, por lo tanto: ¿Qué “sol” brillará sobre el planeta Tierra? ¿Podría
tratarse, de hecho, del siglo del dragón?
Pepe Escobar es autor de Globalistan: How the
Globalized World is Dissolving into Liquid War (Nimble Books, 2007), Red
Zone Blues: a snapshot of Baghdad during the surge (Nimble Books,
2007), y Obama does Globalistan (Nimble Books, 2009). El nuevo libro de Pepe Escobar es Empire of Chaos . Seguidlo en Facebook .