José
Mª Castillo S.
www.atrio.org/260215
Ayer (24.II.2015), escuchando el debate sobre “el estado de la
nación” (España), caí en la cuenta de la importancia y de la significación de
una de las enseñanzas más fuertes que nos ofrecen los evangelios. Los grandes
números de la economía, que manejan los ricos, cuando esos números son buenos
para los potentados, tales números están gritando en desierto la ruina, el
hambre y la miseria del resto de los ciudadanos. Esto es lo que ocurrió ayer en
el debate de los políticos.
En el que quedó
patente que los mismos números, que ponían locos de contentos a quienes
representan los intereses de los ricos satisfechos, son los números que ponen
indignados y rabiosos a los que en el parlamento se sientan en la bancada de
enfrente. Y, al revés, cuando el que representa a la gente de la calle pone al
descubierto la desesperación de los parados, de los sin papeles, de los
que tienen que huir de España para buscarse la vida…, entonces fue cuando los
de enfrente se ponían nerviosos hasta mostrar una indignación que no podían
reprimir.
La gente se pregunta
ahora quién ganó el debate y quién lo perdió. Pero, ¿no nos damos cuenta de que
lo que ayer quedó en evidencia fue algo mucho más grave, algo que entraña un
peligro inmensamente más fuerte? ¿Qué más da que gane uno o que gane otro? Esto
no es un juego. Ni es un deporte.
Lo más esperpéntico,
que vimos ayer, es que el sistema económico-político, que nos rige, está
pensado y organizado de tal manera que la economía no puede funcionar si los
grandes números, que maneja la gran economía, no van bien. Lo cual quiere decir
que podemos tener un país en el que la economía está creciendo imparable,
cuando eso, en realidad, lo que representa es que los ricos son cada día más
ricos, al tiempo que la gran masa de la población se hunde en la miseria.
Por eso, cuando
alguien tiene la posibilidad de decir, a micrófono abierto, lo que realmente
está pasando y soportando la enorme mayoría de la población, los que manejan
los grandes números se quedan al descubierto y pierden hasta la exquisita
educación que aprendieron en un colegio de pago.
La consecuencia de
este estado de cosas da miedo. Mucho miedo. Porque no se trata ya de que este
sistema está sosteniendo y fomentando la sociedad cainita de “las dos españas”.
Eso, con ser tan grave, no es lo más malo. Lo peor de todo es que se está
reproduciendo la sociedad de los esclavos.
En la antigua
Grecia, en el Imperio romano, en la Edad Media, la sociedad se mantuvo porque
el “poder opresor” de los señores fue eficaz y tuvo medios para tener sometidos
a la inmensa mayoría de los que trabajaban y sostenían a los de arriba. El
problema –tranquilizante para los insensatos y aterrador para los que piensan–
es que la sociedad actual ya no se
sostiene sobre la base del “poder opresor”. La sociedad que hoy tenemos
funciona sobre la base del “poder seductor”. Y lo que más miedo da es que
quienes tienen el poder que proporcionan los grandes números, por eso mismo
tienen el “poder seductor”, al que todos nos sometemos encantados y pensando,
además, que somos libres. Cuando en realidad somos los nuevos esclavos que
estamos, y estaremos, a merced de lo que decidan por nosotros, y para nosotros,
los señores de los grandes números.
¿Se comprende así
mejor lo que ocurrió ayer entre Rajoy y Sánchez? No sé si con esto queda más
claro. En cualquier caso, lo que, a mi modo de ver, quedó en total evidencia es
que de este estado de cosas no nos saca la economía que tenemos. Porque es una
economía pensada para concentran la riqueza cada vez más y más en menos y menos
personas. Tendrían que ser unos santos los que manejan los grandes números para
no sacar tajada, cuando son tantas las suculentas tajadas que tiene al alcance
de la mano.
Así las cosas, ¿qué
solución nos puede quedar? Yo no veo otra, que una solución que venga de fuera
del sistema y basada, por tanto, en otros supuestos de base. Y tales supuestos,
se les llame como se les llame, son los que yo encuentro en el Evangelio. El
proyecto de vida de aquel “campesino judío” (John D. Crossan) al que llamaban
Jesús el Nazareno.
El fenómeno
inesperado del papa Francisco me ha dado mucho que pensar. ¿Cómo se explica que
este papa de Occidente se haya plantado en un país del lejano Orienta y, con su
sola presencia, haya concentrado a seis millones de personas hundidas en
carencias y miseria? Sin duda, porque en este hombre, como símbolo, han visto
un horizonte de esperanza. En esta “economía canalla” (Loretta Napoleoni) en
que vivimos, por pervertir, hemos pervertido hasta el Evangelio. De aquel
“proyecto de vida”, que se nos presentó como humanidad e igualdad para todos,
hemos hecho una “religión de poderes, rituales y ceremonias”. Total, un
mecanismo más de poder para los bien situados.
Y un argumento
potente de resignación para los que no pueden tirar de la vida. ¿Por qué los de
los grandes números y los de este modelo de religión se llevan como uña y
carne? Sin duda por la misma razón por la que quienes sueñan con una sociedad
igualitaria y justa ponen de los nervios a los que no soportan oír lo que pasa
en la calle.
Y termino con una
advertencia capital. Que nadie me venga diciendo que yo defiendo al PP o al
PSOE o a PODEMOS o a CIUDADANOS…. Mi convicción es que el sistema económico que
tenemos, lo maneje quien lo maneje, no nos saca de donde estamos metidos. Lo
que digo sobre el Evangelio se justifica porque el Evangelio entraña un
“proyecto de vida” que, por su profunda humanidad, nos puede humanizar a todos.
Y sólo así es como yo veo salida al sombrío estado de cosas en que nos han
metido.