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¿Por qué fracasan los feminismos religiosos?

Nazanin Armanian
www.publico.es/210315

Pasan algunas décadas desde que los planteamientos generales de un feminismo sin adjetivos, adaptados a las circunstancias concretas de cada país, mostraban su gran capacidad y eficacia en reclutar a millones de mujeres y algunos hombres deseosos del progreso, para acabar con los escándalos de discriminación que sufre la mitad de la humanidad por razón de género. Sus conquistas forman parte de la revolución silencioso-social más importante del siglo pasado.

Logros frágiles que desde finales del 1970 han sido duramente atacados por un agresivo y desenfrenado capitalismo que, en alianza con los fundamentalistas religiosos, ha llegado incluso a borrar del mapa a estados y pueblos enteros con el fin de ampliar sus propiedades y su maldito mercado.

En este desorientador marco es donde aparecen las nuevas “olas” del feminismo con nuevos retos y desafíos. Pero también el movimiento de los “feminismos” religiosos, que viste con disfraces modernos los demacrados conceptos con el fin de teorizar el estatus inferior de la mujer “por su destino bilógico”. Se confirma así la relación directa entre el sexismo, el racismo y el especismo, para que la diferencia sea sinónimo de la privación de derechos. Hijas de la derecha religiosa integrista, con los cambios que piden a sus jerarcas masculinos, consolidan el poder de sus padres y sus padrinos.

Los feminismos cristianos y judíos

Empecemos por diferenciar entre las “feministas religiosas” y las “religiosas feministas”. Unas son el principal componente del movimiento secular feminista global. Desde su espiritualidad e independencia de las instituciones religiosas abogan por los derechos de todas las mujeres en general. Las otras respaldan organizaciones y estados teocráticos. Y dentro de ellos reclaman un trato igualitario para “sí mismas”. Las cristianas católicas piden la ordenación para la mujer en la Iglesia, y las judías, dentro del Estado semiteocrático israelí, demandan al Gran Rabinato poder rezar libremente en el Muro de los Lamentos, o reconocer su igualdad con el hombre en la Ley de Familia.
Súplicas que, a pesar de ser inofensivas (aun alcanzando el máximo poder, ellas divulgarán el mismo plan de los textos sagrados para las mujeres), han sido rechazadas por sus jefes varones. Hasta el aperturista Papa Francisco, que con el fin de recuperar la influencia de la iglesia es capaz de cambiar de actitud hacia los divorciados y homosexuales (sin que se agriete la homofobia), considera también una tontería la ordenación de la mujer. ¿Mujer y poder? ¡Y mañana estas brujas pedirán la disolución de la familia tradicional, el pilar del patriarcado, del sistema de mercado y de la propiedad privada!

Fuera de la iglesia, las mujeres de la teología cristiana de liberación o de la interesante teología eco-feminista, construyen con sus manos una sociedad justa para todos y todas.

¿Y el Feminismo Islámico?

Existen dos diferencias esenciales entre el “feminismo islámico” (FI) y los antes mencionados: que sus precursoras lo consideran una doctrina válida para todos los tiempos, lugares y grupos humanos, y que no se centran en demandar cargos y oficios dentro de las instituciones religiosas. La razón se debe a las circunstancias concretas en las que nacieron:

Como corriente político-religiosa, el FI aparece en el Irán del principio los 1990 cuando el veterano movimiento feminista liderado por organizaciones de izquierda fue declarado prohibido por quienes pensaron que, eliminando a las portavoces de un grave problema social, éste desaparecería de forma automática. ¡Error! Poco después, las propias mujeres vinculadas con el poder –como Faeze Hashemi, hija del entonces presidente Rafsenyani- descubrieron la humillación legalizada en su propia piel, y que la Ley de Familia del 1960 les reconocía más derechos que la de 1990.

Indagaron en los textos sagrados en busca de algún versículo o cita de las autoridades islámicas de hace mil años para reinterpretarlos y presentarlos como alternativa a un apartheid que bajaba el estatus de la mujer del segundo sexo de la era de Pehlevi al subgénero actual. Pretendían así cambiar el pensamiento de los islamistas de extrema derecha que ostentan el poder para acusarles de herejía.

Pronto, estas activistas se dividieron en tres corrientes diferentes:

Las conservadoras. Las de “cásate y sé sumisa” y las de las que la mujer decente sólo existe en términos de madre y esposa, con deberes que están por encima de ser mujer y libre. Consideran que su naturaleza débil y emocional es incompatible con las tareas asignadas a los hombres, creados fuertes y racionales, y de allí su rol y la defensa de la separación entre los géneros en los centros educativos y laborales. Acusan a otros grupos feministas de ser transmisores de la corrupción moral y causante del aumento espectacular de divorcios y de violencia machista, sin dejar de pedir la restricción legal de la poligamia.

Las moderadas. Rechazan la Sharia por ser misógina y anticuada y sólo recurren al Corán para exigir cambios en la legislación, en la política de paridad en los puestos de mando del país, en que el pañuelo sustituya al hijab obligatorio, en que aumente la edad nupcial de las niñas que fue reducida de 20 años en 1978 a 13 actuales, o que la violencia contra la mujer sea delito.

Sin embargo, sus interpretaciones fueron desautorizadas por los y las fundamentalistas, con contundentes versículos del Corán en la mano. Así les recordaban que, por ejemplo, Dios sólo ha enviado profetas de sexo masculino y sólo a ellos les ha hecho revelaciones (Corán, 21:7) o que “los hombres tienen la autoridad sobre las mujeres en virtud de la preferencia que Dios ha dado a unos sobre otros (4:34), o que si no les obedecen, ellos tienen derecho a “corregirlas” con la venia del Creador, o que para denunciar una violación se requiere el testimonio cuatro hombres que la hayan presenciado. Ante la imposibilidad de introducir cambios en el sistema, la mayoría de sus promotoras, como Shirin Ebadi, la premio Nobel de la Paz, han pasado al tercer grupo.

Las “radicales”. Reclaman la separación entre la religión y el poder, y la voluntariedad del velo, ya que no es uno de los cinco pilares del Islam. En su evolución, no sólo han entablado contacto con sus compatriotas exiliadas, sino que empiezan a apreciar los logros de las feministas europeas, dejando de llamarles “corruptas e antimorales”.

Razones del ocaso del FI

Sus propuestas pertenecían a los pueblos semitas y de un pasado lejano: pedían literalmente que la Ley de Talión, extraída del código Hammurabi, del siglo XVIII a.C., respete la igualdad de la mujer: que el valor de un “ojo” del hombre no sea equivalente a dos ojos de mujer o que en la lapidación, ella también sea enterrada hasta la cintura como el hombre que no hasta los pechos, para poder disfrutar de la enmienda que indulta al condenado que consiga liberarse por sus propios medios. ¿Liberarse ella con las manos atadas y enterradas? ¡Aterrador el castigo y mezquina la propuesta de reforma, teniendo en cuenta que los iraníes del siglo XX desconocían este castigo, por lo que podían exigir directamente la abolición de la pena de muerte.

Ignoraron la pluralidad de la población femenina, excluyendo a millones de mujeres iraníes y del mundo, que no fuesen practicantes de su credo. Apoyaban la teocracia, que no el sistema del gobierno por y para el pueblo. Que pidiesen los mismos derechos que el hombre en unos sistemas dirigidos por una élite (como en Arabia Saudi) donde los derechos de los varones como ciudadanos tampoco son respetados tiene poca gracia.

El enfoque anticientífico de su doctrina creacionista justifica la razón de la existencia de la mujer al servicio de la “quietud del hombre” (Corán, 30:21) o “para que Adán no esté solo” (Génesis II: 18 y 22). Principio para justificar la supeditación sagrada de ella a él.

Sus tesis no eran debatibles por irracionales en unos momentos que el feminismo discute la teoría de Judith Butler de que hasta el sexo y la sexualidad pueden ser construcciones sociales que no naturales. Aun hoy, ellas se oponen a que una niña, a partir de los 7-8 años haga lo mismo que los niños de su edad: bailar, cantar, soltar una carcajada, hacer el tonto, etc. impidiendo que teja su identidad; le fuerzan para que empiece a vigilar su sexualidad, centrada además en su virginidad, su principal tesoro. Su cuerpo, al igual que su alma, dejará de cobijar sus propias ilusiones y deseos para ser rellenado con los deseos de sus vigilantes. Esta lucha contra su cuerpo, para que desde esta sutil alienación guste a otros, le perseguirá toda su vida, como la culminación de una sumisión glorificada de los dominados.

Al no dar la importancia la velo (por “no ser problema de la mujer”), ocultaron la profunda relación simbólica que existe entre el poder y la vestimenta ¿Quién lleva los pantalones en tu casa, en tu país? es una pregunta sabia y reveladora.

No criticaron las religiones como sistemas totalitarios que no deja ningún espacio a la libertad de la persona, ni siquiera del pensamiento; guardaron el silencio ante ideas que consideran a la mujer botín de la guerra (en una zona azotada por conflictos bélicos), mantienen el concepto de “esclavo” y también “esclava sexual” (concubina) a quienes se puede vender y comprar.

No tratan los derechos de las personas a la sexualidad libre, ni por ende, se posicionan frente al asesinato de mujeres y hombres por tener relaciones homosexuales o fuera del matrimonio.

Portavoces de las clases media y alta, nunca trataron con la pobreza y la exclusión económica de decenas de millones de mujeres en los países musulmanes. ¿Repartir limosna es lo mismo que la justicia social? La “feminización de la pobreza” significa que el 75% de los 1.300 millones de personas del mundo que viven bajo la umbral de la pobreza sean mujeres, y eso no se debe a una nefasta distribución de los recursos, sino a la propiedad privada sobre las principales fuentes de producción: solo el 1% de las mujeres de África es propietaria de la tierra, y mientras producen el 80% de los alimentos, sufren hambre.

Las FI ni siquiera han tratado la “feminización de las víctimas de las guerras (70%), ni la militarización de la prostitución, ni han promovido un movimiento por la paz.

¿Y las mujeres prostituidas? Ni consejos morales ni una pensión acaba con la raíz del problema que es la cosificación de la mujer en un mercado donde ella es un objeto sexual. ¿Qué se tape bien para dejar de serlo? El velo lo único que transmite a un hombre es justo esta función: ve una mujer, como proveedora de confort sexual y de hijos, y ve su velo, señal de su pudor: su acceso a ella será exclusivo, le será fiel, y eso es todo lo que quiere: sexo, vástagos y seguridad.

Este conjunto de hechos e ideologías son causantes de que en los países del área islámica, solo el 17% de las mujeres reciban un sueldo (mísero) para los trabajos que realizan. Privar a la sociedad de su aportación es el principal motivo del subdesarrollo de la mayoría de dichos Estados, muy por encima del colonialismo destructor.

El movimiento horizontal de la mujer

Aun así, en Irán las líderes del FI fueron detenidas, dejando el paso a una insólita experiencia: el movimiento horizontal y espontáneo de millones de mujeres que empezaron por resistir a las molestos controles del velo por los antidisturbios del “moral”, por “quejarse en público” en pequeños grupos de mujeres mayores (más inmunes a ser arrestadas),y desde un “sororidad” automática, no solo han conseguido alguna libertad en cuanto a la vestimenta, sino fundar decenas de ONGes – en defensa de los derechos de infancia, de los ancianos, por “el ecofeminismo” o los derechos de los animales, etc., llegando a conseguir la inclusión de estudios de género en algunas universidades, o recuperar parte de la Ley de familia de la década de los 1970, o la celebración del marzo, después de 30 años de prohibición.

Hoy, y en este Irán, donde una de cada tres mujeres entre 27 y 34 años vive sola y sin hijos -¡provocando una crisis poblacional!-, y que los divorcios ya superan las bodas, las FI no tienen nada que hacer: 12 directoras del cine de nivel internacional, 46 editoras que han publicado unos 700 títulos de libros firmadas por mujeres, escritoras o traductoras, mujeres alpinistas que conquistan picos del mundo, etc.

Pero el fin del FI en la tierra donde nació no ha impedido que en occidente lo presenten como panacea de la liberación de la mujer del “Tercer Mundo” musulmán, al tiempo que sus gobiernos respaldan a los fundamentalistas como Hermanos Musulmanes, gastando un ingente dinero en celebrar seminarios y conferencias para mantener la religión en la escena y expulsar el laicismo: recuerden que ninguna religión del mundo es post-patriarcal.