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18 de noviembre de
2014: es un día que debiera vivir para siempre en la historia. Ese día, en la
ciudad de Yiwú en la provincia Zhejiang de China, a 300 km al sur de Shanghái,
el primer tren transportando 82 contenedores con más de 1.000 toneladas de
mercaderías de exportación abandonó un inmenso complejo de almacenamiento en
dirección a Madrid. Llegó el 9 de diciembre.
Bienvenido al nuevo
tren trans-Eurasia. Con más de 13.000 kilómetros, atravesará regularmente la
ruta de carga ferroviaria más larga del mundo, 40% más lejos que el legendario
Transiberiano. Su carga atravesará China de este a oeste, luego Kazajistán,
Rusia, Bielorrusia, Polonia, Alemania, Francia y finalmente, España.
Es posible que no
tengáis la menor idea de dónde se encuentra Yiwú, pero los hombres de negocios que trabajan por toda Eurasia,
especialmente del mundo árabe, ya están relacionados con la ciudad “¡donde
sucede lo inaudito!” Hablamos del mayor
centro de venta al por mayor para pequeños bienes de consumo –desde vestimenta
a juguetes– posiblemente en todo el mundo.
La ruta Yiwú-Madrid
a través de Eurasia representa el comienzo de un conjunto de eventos que
cambian el panorama. Será un eficiente canal logístico de increíble longitud.
Representará una geopolítica con un toque humano, que junta a pequeños
comerciantes e inmensos mercados a través de una vasta masa continental. Ya es
un ejemplo gráfico de integración eurasiática en camino. Y sobre todo, es la
primera piedra de base en la “Nueva Ruta de la Seda” de China, concebiblemente
el proyecto del nuevo siglo e indudablemente la más importante historia comercial
en el mundo para la próxima década.
Viaja a Occidente,
joven chino. Un día, si todo sucede según el plan (y según los sueños de los
dirigentes de China), todo esto será para los jóvenes chinos – vía tren de alta
velocidad, nada menos. El viaje de China a Europa durará dos días, no los 21
días de la actualidad. De hecho, mientras ese tren de carga partía de Yiwú, el
tren bala D8602 salía de Urumqi en la provincia Sinkiang, en camino a Hami en
el lejano oeste de China. Es el primer tren de alta velocidad construido en
Sinkiang, y pronto otros semejantes recorrerán China a lo que probablemente
será una velocidad vertiginosa.
En la actualidad, un
90% del comercio global en contenedores sigue viajando por mar, y es lo que
Pekín quiere cambiar. Su embrionaria nueva ruta de la seda, representa su
primera innovación en lo que podrá ser una revolución en el comercio de
contenedores transcontinental por tierra.
Y será acompañada
por un conjunto de futuros acuerdos “win-win”, incluyendo menores costes
de transporte, la aún mayor expansión hacia “estanes” centroasiáticos, así como
hacia Europa, de compañías chinas de construcción, una manera más fácil y más
rápida de transportar uranio y metales raros de Asia Central hacia otros
sitios, y la apertura de una miríada de nuevos mercados, incluyendo a cientos
de millones de personas.
Por lo tanto si
Washington se propone “un giro hacia Asia”, China tiene su propio plan.
Consideradlo una cabriola hacia Europa a través de Eurasia.
¿Flujo hacia el
este?
La velocidad a la
que todo esto sucede es asombrosa. El presidente chino Xi Jinping lanzó el nuevo
cinturón económico de la Ruta de la Seda en Astana, Kazajistán, en septiembre
de 2013. Un mes después, mientras estaba en la capital de Indonesia, Yakarta,
anunció una Ruta de la Seda marítima del siglo XXI. Pekín define el concepto
general tras sus planes como “una ruta y un cinturón”, en realidad piensa en
una alucinante maraña de futuras carreteras, líneas de ferrocarril, rutas
marítimas y cinturones.
Estamos hablando de
una estrategia nacional que apunta a basarse en el aura histórica de la antigua
Ruta de la Seda, que cruzaba y conectaba civilizaciones, este y oeste, mientras
creaba la base para un vasto conjunto de zonas pan-eurasiáticas de cooperación
económica entrelazadas. La dirigencia china ya ha dado luz verde a un fondo de
40.000 millones de dólares, supervisado por el Banco Chino de Desarrollo, para
construir carreteras, líneas de trenes de alta velocidad, y conductos de
energía en diversas provincias chinas. El fondo se expandirá más temprano que
tarde para cubrir proyectos en el sur de Asia, el sudeste Asiático, medio oriente,
y partes de Europa. Pero Asia central es el objetivo crucial inmediato.
Compañías chinas
invertirán en, y participarán en licitaciones para contratos en, docenas de
países a lo largo de esas rutas de la seda planificadas. Después de tres
décadas de desarrollo mientras absorbía inversiones extranjeras a una velocidad
vertiginosa, la estrategia actual de China es hacer que su propio capital fluya
hacia sus vecinos. Ya cerró contratos por 30.000 millones de dólares con
Kazajistán y 15.000 millones de dólares con Uzbekistán. Ha suministrado a
Turkmenistán 8.000 millones de dólares en préstamos y 1.000 millones más han
ido a Tayikistán. En 2013, las relaciones con Kirguistán fueron actualizadas a
lo que los chinos llaman “nivel estratégico”.
China ya es el mayor
socio comercial de todos ellos excepto Uzbekistán y aunque las antiguas
repúblicas socialistas centroasiáticas de la Unión Soviética siguen vinculadas
a la red de conductos energéticos de Rusia, China también trabaja en ese caso,
creando su propia versión de Ductistán, incluyendo un nuevo gasoducto a
Turkmenistán, al que seguirán más.
La competencia entre
provincias chinas por gran parte de este negocio y la infraestructura que lo
acompaña será feroz. Sinkiang ya está siendo reconfigurada por Pekín como un
centro clave en su nueva red eurasiática. A principios de 2014, Guangdon –“la
fábrica del mundo”– recibió la primera exposición internacional en la Ruta
Marítima de la Seda y representantes de no menos de 42 países asistieron a la
fiesta.
El propio presidente
Xi promociona ahora entusiásticamente su provincia natal, Shaanxi, que otrora
albergó el comienzo de la histórica Ruta de la Seda en Xian, como un centro de
transporte del siglo XXI. Hizo su presentación de la nueva ruta de la Seda a su
favor a, entre otros, Tayikistán, las Maldivas, Sri Lanka, India y Afganistán.
Exactamente como la
Ruta de la Seda histórica, hay que ver la nueva en sentido plural. Imaginadla
como un laberinto ramificador de carreteras, líneas ferroviarias, y conductos.
Un trecho clave va a pasar por Asia Central, Irán y Turquía, con Estambul como
encrucijada. Irán y Asia Central ya están promoviendo activamente sus propias
conexiones con ella.
Otro trecho clave
seguirá el Transiberiano con Moscú como nodo crucial. Una vez que sea
completado ese remix transiberiano de alta velocidad, el tiempo de viaje entre
Pekín y Moscú descenderá de los actuales seis días y medio a solo 33 horas. Al
final, Rotterdam, Duisburg y Berlín podrían todas ser nodos en esta futura
“autopista” y los ejecutivos de negocios alemanes se muestran entusiasmados por
la perspectiva.
La ruta marítima de
la Seda comenzará en la provincia Guangdong en ruta al estrecho de Malaca, el océano
Índico, el cuerno de África, el mar Rojo y el Mediterráneo, terminando
esencialmente en Venecia, lo que ciertamente sería una justicia poética. Pensad
en ella como Marco Polo a la inversa.
La terminación de
todo esto está prevista para 2025, suministrando a China el tipo de futuro
“poder suave” que ahora carece gravemente. Cuando el presidente Xi saluda la
iniciativa de “romper el cuello de botella de la conectividad” a través de
Asia, también promete créditos chinos a una amplia gama de países.
Ahora bien, mezclad
la estrategia de la ruta de la Seda con el aumento de la cooperación entre los
países del BRICS (Brasil, Rusia, India, China y Sudáfrica), con una cooperación
acelerada entre los miembros de la Organización de Cooperación de Shanghái
(SCO), con un papel chino más influyente en el Movimiento de No-Alineados (NAM)
de 120 miembros – no es sorprendente que exista la percepción en el sur global
de que, mientras EE.UU. sigue embrollado en sus interminables guerras, el mundo
está fluyendo hacia el este.
Nuevos bancos y
nuevos sueños
La reciente cumbre
de la Cooperación Económica Asia-Pacífico (APEC) en Pekín fue ciertamente una
historia de éxito chino, pero la mayor noticia de la APEC pasó virtualmente
inadvertida en EE.UU. Veintidós países asiáticos aprobaron la creación de un banco
asiático de inversión en la infraestructura (AIIB) sólo un año después de la
propuesta inicial de Xi. Esto será otro banco, como el Banco de Desarrollo
BRICS, que ayudará a financiar proyectos en energía, telecomunicaciones, y
transporte. Su capital inicial será de 50.000 millones de dólares y China e
India serán sus principales accionistas.
Hay que considerar
su establecimiento como una respuesta sino-india al Banco Asiático de
Desarrollo (ADB), fundado en 1966 bajo el patrocinio del Banco Mundial y
considerado por la mayor parte del mundo como un artilugio para el consenso de
Washington. Cuando China e India insisten en que los préstamos del nuevo banco
serán hechos sobre la base de “justicia, equidad, y transparencia”, quieren
decir que estará en fuerte contraste con el ADB (que sigue siendo un asunto
estadounidense-japonés en el cual esos dos países contribuyen un 31% del
capital y poseen un 25% de su derecho de votación) – y una señal de la llegada
de un nuevo orden en Asia. Además, a un nivel puramente práctico, el ADB no
financiará las verdaderas necesidades del impulso de infraestructura asiática
con el que sueña la dirigencia china, motivo por el cual el AIIB será tan útil.
Hay que recordar que
China ya es el principal socio comercial de India, Pakistán y Bangladesh. Está
en segundo lugar cuando se trata de Sri Lanka y Nepal. Vuelve a ser número uno
cuando se trata de virtualmente de todos los miembros de la Asociación de
Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN), a pesar de recientes conflictos bien
publicitados de China sobre quién controla aguas ricas en depósitos de energía
en la región. Hablamos en este caso del apremiante sueño de una convergencia de
600 millones de personas en el sudeste asiático, 1.300 millones en China y
1.500 millones en el subcontinente indio.
Solo tres miembros
de APEC –fuera de EE.UU.– no votaron por aprobar el nuevo banco: Japón, Corea
del Sur y Australia, todos bajo intensa presión del gobierno de Obama (Indonesia
firmó unos pocos días después). Y a Australia le es cada vez más difícil
resistir el atractivo de lo que, en la actualidad, está siendo llamado
“diplomacia del yuan”.
De hecho, cualquier
cosa que la abrumadora mayoría de las naciones asiáticas sobre el “ascenso
pacífico” descrito por la propia China, la mayoría ya está dando la espalda a
un mundo comercial dominado por Washington y la OTAN y el conjunto de pactos
–de la Asociación Transatlántica para el Comercio e Inversión (TTIP) para
Europa y del Acuerdo de Cooperación Trans-Pacífico (TPP)– que lo acompaña.
Cuando el dragón
abraza al oso
El presidente ruso
Vladimir Putin tuvo un fabuloso APEC. Después que su país y China llegaron a un
masivo acuerdo sobre gas natural por 400.000 millones de dólares en mayo –en
relación con el gasoducto Poder de Siberia, cuya construcción comenzó este año–
agregaron un segundo acuerdo por 325.000 millones en relación con el gasoducto
Altai que sale de Siberia occidental.
Esos dos acuerdos
mega-energéticos no significan que Pekín va a depender de Moscú en lo que se
refiere a energía, aunque se calcula que en 2020 suministrará un 17% de las
necesidades de gas natural de China. (El gas, sin embargo, representa
actualmente solo un 10% de la mezcla energética de China). Pero esos acuerdos
muestran hacia dónde sopla el viento en el corazón de Eurasia. Aunque los
bancos chinos no pueden reemplazar los afectados por las sanciones de
Washington y la UE contra Rusia, están ofreciendo a Moscú golpeado por la
reciente caída de los precios del petróleo un cierto alivio en la forma de
acceso a créditos chinos.
En el frente
militar, Rusia y China están ahora comprometidos a ejercicios militares
conjuntos en gran escala, mientras el avanzado sistema de defensa aérea contra
misiles S-400 será pronto enviado a Pekín. Además, por primera vez en la era
posterior a la Guerra Fría, Putin mencionó recientemente la antigua doctrina de
la era soviética de la “seguridad colectiva” en Asia como un posible pilar para
una nueva cooperación estratégica sino-rusa.
El presidente chino
Xi tiende a llamar todo esto “el árbol perenne de la amistad sino-rusa –o se
podría verlo como un “giro” estratégico de Putin hacia China. En ambos casos,
Washington no está exactamente feliz al ver que Rusia y China comienzan a
entrelazar sus fuerzas: La excelencia aeroespacial rusa, su tecnología en la
defensa, en la fabricación de equipamiento de producción coincidente con la
excelencia china en la agricultura, la industria ligera y la tecnología
informática.
También es un hecho
evidente que, en toda Eurasia, prevalecerán los conductos rusos, no
occidentales. La última espectacular ópera de Ductistán –la cancelación por
Gazprom del eventual gasoducto South Stream que debía transportar aún más gas
natural ruso a Europa– solo garantizará, finalmente, una aún mayor integración
energética de Turquía y Rusia en la nueva Eurasia.
Despido de la era
unipolar
Todos estos eventos
interconectados sugieren un desplazamiento tectónico geopolítico en Eurasia que
los medios de comunicación estadounidenses no han comenzado a comprender. Lo
que no significa que nadie se dé cuenta de nada. Se puede oler el pánico
incipiente en el establishment en Washington. El Consejo de Relaciones Exteriores
ya ha comenzado a publicar lamentos sobre la posibilidad de que el momento excepcionalista
de la antigua única superpotencia se está “deshaciendo”. La Comisión de Estudio
de Economía y Seguridad EE.UU.-China solo puede culpar a la dirigencia china
por ser “desleal”, adversa a la “reforma” y enemiga de la “liberalización” de
su propia economía.
Los sospechosos
habituales critican que la advenediza China está perturbando el “orden
internacional”, condenará la “paz y prosperidad” en Asia para toda la eternidad,
y podría estar creando una “nueva especie de Guerra Fría” en la región. Desde
la perspectiva de Washington, una China en ascenso, por supuesto, sigue siendo
la mayor “amenaza” en Asia, si no en el mundo, incluso mientras el Pentágono
gasta gigantescas sumas para mantener intacto su esparcido imperio global de
bases. Esas historias basadas en Washington sobre la nueva amenaza china en el
Pacífico y el sudeste asiático, sin embargo, nunca mencionan que China sigue estando cercada por bases de
EE.UU., mientras no tiene una sola base propia fuera de su territorio.
Por cierto, China
enfrenta problemas titánicos, incluyendo las presiones aplicadas por la “única
superpotencia” del globo. Entre otras cosas, Pekín teme amenazas a la seguridad
de su suministro marítimo de energía desde el extranjero, lo que ayuda a
explicar su masiva inversión en la ayuda a crear un Ductistán eurasiático de
Asia central a Siberia. Temores por su futuro energético también explican su
deseo ardiente de “escapar de Malaca” consiguiendo suministros de energía de
África y Sudamérica, y su muy discutida ofensiva por conseguir áreas ricas en
energía en los mares del este y del sur de China, que Pekín apuesta a que
podría convertirse en un “segundo golfo Pérsico”, que produzca finalmente
130.000 millones de barriles de petróleo.
En el frente
interno, el presidente Xi ha descrito en detalle su visión de un camino
“orientado hacia la obtención de resultados” durante la próxima década.
Hablando de mapas de ruta la lista “por hacer” de reformas de China es
realmente impresionante. Y preocupado por mantener la economía de China, que ya
es la número uno del mundo por su tamaño, desarrollándose a un ritmo febril, Xi
también acelera la lucha contra la corrupción, los sobornos, y el desperdicio,
especialmente dentro del propio Partido Comunista.
La eficiencia
económica es otro problema crucial. Las empresas chinas de propiedad estatal
están invirtiendo asombrosos 2,3 billones [millones de millones] de dólares al
año –43% de la inversión total del país– en infraestructura. Sin embargo,
estudios en la Escuela de Administración de la Universidad Tsinghua han
mostrado que una variedad de inversiones en instalaciones que van de acerías a
fábricas de cemento solo han contribuido a la sobrecapacidad y por lo tanto
reducen actualmente la productividad de China.
Xiaolu Wang y Yixiao
Zhou, autores del trabajo académico “Profundizando la reforma para el
crecimiento y desarrollo de China a largo plazo”, afirman que a China le será
difícil dar el salto del estatus de ingresos medianos a altos –un requerimiento
clave para una verdadera potencia global. Para esto, una avalancha de fondos
gubernamentales adicionales tendría que ser destinada a áreas como la seguridad
social/prestaciones de cesantía y de atención sanitaria, que actualmente ocupan
9,8% y 15,1% del presupuesto 2014 –alto para algunos países occidentales pero
no suficientemente elevado para las necesidades de China.
A pesar de todo,
cualquiera que haya seguido de cerca lo que China ha logrado durante los
últimos tres decenios, sabe que no colapsará, sean cuales sean sus problemas,
sean cuales sean las amenazas. Como medida de las ambiciones del país para una
reconfiguración económica de los mapas comerciales y del poder del mundo, los
dirigentes de China también piensan sobre cómo, en el futuro cercano, también
las relaciones con Europa, podrían ser rediseñadas de maneras que serían
históricas.
¿Qué pasa con esa
“comunidad armoniosa"?
En el mismo momento
en que China propone una nueva integración eurasiática, Washington ha optado
por un “imperio del caos”, un sistema global disfuncional, que ahora alimenta
el caos y el retroceso en todo el gran medio oriente hacia África e incluso a
las periferias de Europa.
En este contexto,
una “nueva” paranoia de la “Guerra Fría” aumenta en EE.UU., Europa, y Rusia. El
ex líder soviético Mikhail Gorbachov, que tiene una cierta experiencia con las guerras
frías (habiendo terminado una), está extremadamente alarmado. Los planes de
Washington de “aislar” y posiblemente inhabilitar a Rusia son peligrosos en
última instancia, incluso si a largo plazo también podrían estar condenados al
fracaso.
Por el momento, sean
cuales sean sus debilidades, Moscú sigue siendo la única potencia capaz de
negociar un equilibrio estratégico global con Washington y de poner algunos
límites a su imperio del caos. Las naciones de la OTAN todavía siguen
dócilmente la oleada de Washington y a China todavía le falta la autoridad
estratégica.
Rusia, como China,
apuesta a la integración eurasiática. Nadie, por supuesto, sabe cómo terminará
todo esto. Hace solo cuatro años, Vladimir Putin propuso “una armoniosa
comunidad económica que se extienda de Lisboa a Vladivostok”, involucrando un
acuerdo de libre comercio transeurasiático. Sin embargo actualmente, con
EE.UU., la OTAN y Rusia bloqueados en una batalla parecida a una guerra fría en
la sombra por Ucrania, y con la Unión Europea incapaz de librarse de la OTAN,
el nuevo paradigma más inmediato parece ser menos integración total que el que
la histeria bélica y el temor a un futuro caos se extiendan a otras partes de
Eurasia.
Sin embargo, no hay
que excluir un cambio en la dinámica de la situación. A largo plazo, parece ser
posible. Algún día, Alemania podría conducir a partes de Europa lejos de la
“lógica” de la OTAN ya que los dirigentes empresariales e industrialistas
alemanes piensan en el futuro potencialmente lucrativo en una nueva Eurasia.
Por extraño que pueda parecer en medio de la actual guerra de palabras respecto
a Ucrania, todavía es posible que el juego final involucre una alianza
Berlín-Moscú-Pekín.
Hoy la alternativa
entre los dos modelos disponibles en el planeta parece ciertamente sombría:
Integración eurasiática o extensión del imperio del caos. China y Rusia saben
lo que quieren, y parece que también lo sabe Washington. La pregunta es: ¿qué
camino escogerán las otras partes en movimiento de Eurasia?
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último libro de Pepe Escobar es Empire of Chaos (Nimble Books).