Las bases estadounidenses de la guerra en Oriente
Medio
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Desde 1980, con el lanzamiento de una nueva guerra contra el
Estado Islámico (EI) en Iraq y Siria, EEUU
se ha embarcado ya en acciones militares agresivas al menos en
trece países del gran oriente medio. A partir de ese año, cada
uno de los presidentes estadounidenses ha invadido, ocupado, bombardeado o
emprendido la guerra en al menos un país de la región. La cifra total de
invasiones, ocupaciones, operaciones de bombardeo, campañas de asesinatos con
aviones no tripulados y ataques con misiles de crucero llega a varias docenas.
Al igual que en las
anteriores operaciones militares en el gran oriente medio, las fuerzas
estadounidenses que combaten al EI han contado con la ayuda que supone poder
acceder y utilizar toda una colección sin precedentes de bases militares.
Ocupan una región que se asienta sobre la mayor concentración del mundo de
reservas de petróleo y gas natural, desde hace mucho tiempo considerada como el
lugar más importante del planeta a nivel
geopolítico.
En efecto, desde
1980, el ejército de EEUU ha ido acuartelando gradualmente el gran oriente medio
de forma tal que sólo podría encontrarse rival en el acuartelamiento de Europa occidental
exhibido durante la Guerra Fría o, en términos de concentración, en las bases
levantadas para emprender las pasadas guerras de Corea y Vietnam.
Sólo en el golfo Pérsico, EEUU tiene
bases importantes en todos y cada uno de los países, excepto en Irán. Hay una
base cada vez más importante y más grande en Yibuti,
a pocos kilómetros de la península Arábiga, atravesando el mar Rojo. Hay bases
en Pakistán, en una punta de la región, y en los Balcanes, en la otra; así como
en las islas de Diego García y Seychelles, de configuración estratégica.
En Afganistán e Iraq, llegó a haber en otro tiempo hasta 800
y 505
bases, respectivamente. Hace poco, la administración Obama firmó
un acuerdo con el nuevo presidente afgano Ashraf Ghani para mantener alrededor
de 10.000 soldados en al menos nueve bases importantes en su país más allá de
la fecha final de las operaciones de combate de finales de año. Las fuerzas de
EEUU, que nunca se fueron totalmente de Iraq después de 2011, están ahora
volviendo allí a cada vez más bases
y en cifras incluso aún mayores.
En resumen, casi no
hay forma de enfatizar cuán plenamente el ejército estadounidense cubre ahora
la región con bases y tropas. Esta infraestructura de guerra lleva en vigor
mucho tiempo y se da por sentado que los estadounidenses raramente piensan en
ello y los periodistas casi nunca
informan sobre la cuestión. Los miembros del Congreso gastan cada año en la
región miles de millones de dólares en la construcción
y mantenimiento de esas bases, pero hacen pocas preguntas de adónde va a parar
el dinero, por qué hay tantas bases y qué papel juegan realmente. Según una
estimación, EEUU ha gastado en las
últimas cuatro décadas 10 billones
de dólares en proteger los suministros de petróleo del golfo Pérsico.
Al acercarse su 35
aniversario, la estrategia de mantener esas estructuras de guarniciones,
tropas, aviones y buques en oriente medio ha constituido uno de los grandes
desastres en la historia de la política exterior estadounidense. La rápida
desaparición del debate sobre nuestra más reciente y posiblemente ilegal
guerra, debería recordarnos cuán fácilmente esta inmensa estructura de bases ha
hecho que cualquiera en la oficina oval se ponga a lanzar una guerra que parece
garantizar, al igual que las de sus predecesores, la puesta en marcha de nuevos
ciclos de muerte y miseria.
Esas bases, por su
mera existencia, han ayudado a generar radicalismo y sentimientos
antiestadounidenses. Como quedó claro en el caso
de Obama bin Laden y las tropas estadounidenses en Arabia Saudí, las bases han
fomentado la militancia y los ataques contra EEUU y sus ciudadanos. Les han
costado a los contribuyentes miles de millones de dólares, a pesar de que no
sean realmente necesarias para asegurar el libre flujo global del petróleo. Han
desviado los impuestos del posible desarrollo de fuentes de energías
alternativas y de la satisfacción de otras necesidades internas importantes. Y
han servido también para apoyar a dictadores y represivos regímenes
antidemocráticos, ayudando a bloquear la extensión de la democracia en una
región controlada desde hace mucho tiempo por gobernantes coloniales y
autócratas.
Después de 35 años
construyendo bases en la región, es hora ya de mirar cuidadosamente los efectos
que el acuartelamiento del gran oriente medio ha tenido en la región, en EEUU y
en el mundo.
“Inmensas reservas
de petróleo”
Aunque la
construcción de bases en oriente medio empezó decididamente en 1980, hacía
tiempo que Washington había intentado utilizar la fuerza militar para controlar
esta franja de Eurasia tan rica en recursos y, con ella, la economía global.
Desde la II Guerra Mundial, como el difunto Chalmers
Johnson, experto en la estrategia de las bases de EEUU, explicaba en
2004: “EEUU ha ido inexorablemente adquiriendo enclaves militares permanentes
cuyo único objetivo parece ser el dominio de una de las áreas más importantes
estratégicamente del mundo”.
En 1945, después de
la derrota de Alemania, los secretarios de Guerra, Estado y Marina presionaron,
de forma reveladora, para que se completara una base parcialmente construida ya
en Dharan,
Arabia Saudí, a pesar de la determinación del ejército de que no era necesaria
para la guerra contra Japón. “La construcción inmediata de este campo [aéreo]”,
postulaban, “mostrará el firme interés estadounidense en Arabia Saudí y, por
tanto, tenderá a fortalecer la integridad política de ese país donde inmensas
reservas petrolíferas están ahora en manos estadounidenses”.
En 1949, el
Pentágono había establecido una pequeña fuerza naval permanente para oriente medio
(MIDEASTFOR) en Bahrein.
A principio de los sesenta, la administración del presidente John F. Kennedy
empezó a instalar fuerzas
navales en el océano Índico, justo al lado del golfo Pérsico. En el
plazo de una década, la Marina había creado en la isla de Diego García,
bajo control británico, los cimientos de lo que se convertiría después en la
base más importante de EEUU en la región.
Mientras, en esos
primeros años de la Guerra Fría, Washington buscaba por lo general aumentar su
influencia en oriente medio apoyando y armando a poderes regionales como el reino
de Arabia Saudí, el Irán del Shah e Israel. Sin embargo, en los meses de la invasión
de Afganistán por la Unión Soviética en 1979 y la revolución en Irán de 1979
para derrocar al Shah, ese enfoque relativo de no intervención había dejado de
existir.
Acumulando bases
En enero de 1980, el
presidente Jimmy Carter anunció la catastrófica confirmación de la política
estadounidense que llegaría a conocerse como Doctrina Carter. En su discurso
del estado de la Unión, advirtió de la potencial pérdida de una región “que
contenía más de las dos terceras partes del petróleo exportable del mundo” y
“ahora amenazado por las tropas soviéticas” en Afganistán, lo que representaba
“una grave amenaza al libre movimiento del petróleo del oriente medio”.
Carter advirtió que
“cualquier intento por parte de una fuerza exterior para hacerse con el control
de la región del golfo sería considerado un ataque contra los intereses vitales
de los Estados Unidos de América”. Y añadió explícitamente: “Un ataque de esa
clase será repelido por todos los medios necesarios, incluida la fuerza
militar”.
Con estas palabras,
Carter lanzaba una de los mayores esfuerzos de construcción de bases de la
historia. Él y su sucesor, Ronald Reagan, presidieron la expansión
de bases en Egipto, Omán, Arabia Saudí y otros países de la región para que
albergaran una “Fuerza de
Despliegue Rápido”, con la misión de realizar una guardia permanente
sobre los suministros de petróleo del oriente medio. Especialmente la base área
y naval en Diego García se amplió a un ritmo más rápido que cualquier otra base
desde la guerra en Vietnam. En 1986, se habían invertido más de 500 millones de
dólares. En poco tiempo, el total subió a miles de
millones.
Muy pronto, esa
Fuerza de Despliegue Rápido creció hasta convertirse en el Mando Central de
EEUU, que ha dirigido ya tres guerras en Iraq (1991-2003, 2003-2011, 2014-); la
guerra en Afganistán y Pakistán (2001-); la intervención en el Líbano
(1982-1984); una serie de ataques a escala menor en Libia
(1981, 1986, 1989, 2011); Afganistán
(1988) y Sudán
(1998); y la “guerra de los buques-cisterna petroleros”
con Irán (1987-1988), que llevó al derribo
accidental de un avión civil iraní, matando a 290 pasajeros.
Mientras tanto, en
Afganistán, durante la década de los ochenta, la CIA ayudó a financiar y a
orquestar una importante guerra
encubierta contra la Unión Soviética apoyando a Osama bin Laden y
otros muyahaidines extremistas. El mando ha jugado también un papel
destacado en la guerra de aviones no tripulados en Yemen
(2002-) y en la guerra tanto abierta
como encubierta
en Somalia (1992-1994, 2001-).
Durante y después de
la I Guerra del Golfo de 1991, el Pentágono amplió de forma espectacular su
presencia en la región. Se desplegaron cientos de miles de soldados en Arabia
Saudí en preparación de la guerra contra el autócrata iraquí y antiguo aliado
Sadam Husein. Y tras esa guerra, en Arabia Saudí y Kuwait se dejaron miles de
soldados y una infraestructura de bases significativamente ampliada. En otros
lugares del golfo, el ejército extendió su presencia naval a una antigua base
británica en Bahrain, que alberga allí ahora a la V Flota.
Las principales instalaciones aéreas se construyeron en Qatar, y las
operaciones de EEUU se ampliaron a Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y Omán.
La invasión de
Afganistán en 2001 y de Iraq en 2003 y las consiguientes ocupaciones de ambos
países llevaron a una expansión aún más espectacular de las bases en la región.
En el momento más crítico de las guerras, había más de mil
puestos de control, puestos de avanzadas y bases importantes estadounidenses
sólo en los dos países. El ejército construyó también nuevas bases
en Kirguizistán y Uzbekistán (ya cerradas), exploró
la posibilidad
de hacer lo mismo en Tayikistán y Kazajstán, y al menos sigue
utilizando varios países centroasiáticos como rutas logísticas para suministrar
a las tropas en Afganistán y orquestar la actual retirada parcial.
Aunque la
administración Obama no consiguió mantener 58
bases “duraderas” en Iraq tras la retirada de EEUU de 2011, ha firmado un
acuerdo con Afganistán que permite que permanezcan tropas estadounidenses en el
país hasta 2024 y mantiene
el acceso a la base aérea de Bagram y al menos a ocho importantes instalaciones
más.
Una infraestructura
para la guerra
Incluso sin una gran
infraestructura permanente de bases en Iraq, el ejército estadounidense ha
contado con todas las opciones posibles en lo que se refiere a emprender su
nueva guerra contra el EI. Tras la retirada de 2011, sólo en ese país sigue habiendo una
importante presencia estadounidense en forma de instalaciones parecidas a una
base del departamento de Estado, así como la mayor
embajada sobre el planeta en Bagdad y un gran contingente de
contratistas militares privados.
Desde el comienzo de
la nueva guerra, han regresado allí al menos 1,600
soldados, que están operando desde un centro de operaciones conjuntas en Bagdad
y en una base en la capital del Kurdistán iraquí, en Irbil. La pasada semana,
la Casa Blanca anunció que iba a pedirle al congreso que autorizara 5,600
millones de dólares para enviar 1,500
asesores más y otro personal diverso destinados al menos a dos
nuevas bases en Bagdad y la provincia de Anbar. Las fuerzas de operaciones
especiales y otros efectivos están seguramente operando ya desde lugares aún no
revelados.
También son muy
importantes instalaciones como el Centro de operaciones aéreas combinadas en la
base al-Udeid
de Qatar. Antes de 2003, el centro de operaciones aéreas del mando central para
todo oriente medio estaba en Arabia Saudí. Ese año, el Pentágono lo trasladó a
Qatar y, oficialmente, retiró las fuerzas de combate de Arabia Saudí. Eso fue
en respuesta al bombardeo en 1996 del complejo militar de las torres Jobar en
el reino, otros ataques de al-Qaida en la región y la creciente ira, explotada
por este grupo, por la presencia de tropas no musulmanas en la tierra santa
musulmana. Al-Udeid alberga ahora alrededor de 9,000
soldados y contratistas que están coordinando gran parte de la nueva guerra en
Iraq y Siria.
Kuwait
ha sido un enclave igualmente importante para las operaciones de Washington
desde que las tropas estadounidenses ocuparon el país durante la I Guerra del
Golfo. Kuwait sirvió de área principal de preparación y centro logístico de las
tropas terrestres en la invasión y ocupación de Iraq de 2003. Se estima que en Kuwait siguen aún 15,000
soldados y, según se
informa, el ejército estadounidense está bombardeando las posiciones
del EI utilizando aviones que despegan de la base aérea Ali al-Salem en Kuwait.
Como un
transparentemente promocional artículo del Washington Post confirmaba
esta semana, la base aérea de al-Dhafra, en los Emiratos Árabes Unidos, ha
lanzado más ataques aéreos en la actual campaña de bombardeos que cualquier
otra base en la región. Ese país alberga alrededor de 3,500 soldados sólo en
al-Dhafra, así como el puerto más activo de la marina en ultramar. Los
bombarderos de largo alcance B-1, B-2 y B-52 estacionados en Diego García
ayudaron a lanzar las dos guerras del golfo y la guerra en Afganistán. Es
probable que esa base insular esté también jugando un papel en la nueva guerra.
Cerca de la frontera iraquí, alrededor de mil soldados estadounidenses y
aviones de combate F-16 están operando desde una base jordana.
Según el último recuento del
Pentágono, el ejército de EEUU tiene 17
bases en Turquía. Aunque el gobierno turco ha impuesto restricciones en su
uso, al menos algunas de ellas se están utilizando para enviar aviones no
tripulados de vigilancia sobre Siria e Iraq. Puede que en Omán
estén utilizándose hasta siete bases.
Bahrein es ahora la
sede de todas las operaciones en Oriente Medio de la Armada, incluyendo la V
Flota, generalmente dedicada a asegurar el libre flujo de petróleo y otros
recursos a través del golfo Pérsico y vías navegables de los alrededores. En el
golfo Pérsico hay siempre hay al menos
un portaaviones preparado para el ataque, toda una base flotante. Por el
momento, el USS Carl
Vinson está estacionado allí, una crucial plataforma de lanzamiento
para la campaña aérea contra el Estado Islámico. Otros navíos que operan en el golfo
y el mar Rojo han lanzado misiles de cruceros hacia Iraq y Siria. La Armada
tiene incluso acceso incluso a una “base flotante
de concentración de tropas” que sirve de base “nenúfar” para helicópteros y
barcos patrulleros en la región.
En Israel,
hay hasta seis bases secretas estadounidenses que pueden
utilizarse para armamento y equipamiento de uso rápido en cualquier lugar de la
zona. Hay también una “base de facto estadounidense” para la flota de la Armada
en el Mediterráneo. Y se sospecha que hay también en uso otros dos lugares
secretos. En Egipto, las tropas de EEUU han mantenido al menos dos instalaciones y ocupado al
menos dos bases en la península del Sinaí desde
1982 como parte de una operación de mantenimiento de la paz de los Acuerdos de
Camp David.
En otros lugares de
la región, el ejército ha establecido un conjunto de al menos cinco bases para
aviones no tripulados en Pakistán;
ampliado una base fundamental en Yibuti
en el estratégico cuello de botella entre el canal de Suez y el océano Índico; creado o
adquirido el acceso a las bases en Etiopía,
Kenia
y las Seychelles;
y establecido nuevas bases en Bulgaria y Rumania,
en combinación con la base en Kosovo
de la época de la administración Clinton, a lo largo de la orilla occidental
del mar Negro, rico en gas.
Incluso en Arabia
Saudí, a pesar de la retirada pública, sigue allí presente un pequeño contingente militar de EEUU con objeto de
entrenar al personal saudí y mantener “calientes” las bases como potenciales
apoyos en caso de conflagraciones inesperadas en la región o, presumiblemente,
en el mismo Reino. En años recientes, el ejército ha establecido incluso una
base secreta para aviones no
tripulados en el país, a pesar de los reveses que Washington ha experimentado
en sus anteriores aventuras con las bases saudíes.
Dictadores, muerte y
desastre
La presencia actual
de EEUU en Arabia Saudí, aunque modesta, debería recordarnos los peligros de
mantener bases en la región. El acuartelamiento de la tierra santa musulmana
fue para al-Qaida una importante herramienta de reclutamiento y parte del motivo
profesado por Osama bin Laden para los ataques del 11-S. (Osama denominó
la presencia de tropas estadounidenses “la mayor de las agresiones sufridas por
los musulmanes desde la muerte del profeta”.)
De hecho, las bases
y tropas estadounidenses en oriente medio han sido un “importante catalizador
del antiamericanismo y la radicalización” desde que un suicida-bomba mató a 241
marines en el Líbano en 1983. Otros ataques se produjeron en Arabia Saudí en
1996, el Yemen en 2000 contra el portaaviones USS Cole y durante las guerras en
Afganistán e Iraq. Las investigaciones
han mostrado una fuerte correlación entre la presencia de las bases
estadounidenses y el reclutamiento de al-Qaida.
Parte del sentimiento de rabia contra EEUU se deriva del apoyo que las
bases estadounidenses ofrecen a regímenes opresores y antidemocráticos. Pocos
de los países del gran oriente medio son totalmente democráticos y algunos
están entre los peores violadores de los derechos humanos del mundo. Y es
escandaloso que el gobierno estadounidense haya ofrecido sólo tibias críticas
al gobierno bahreiní cuando este reprimió
violentamente, con la ayuda de saudíes y emiratíes, a los manifestantes que
defendían la democracia.
Aparte de Bahrein,
las bases estadounidenses se encuentran en la lista de lo que el índice de democracia
del Economist llama “regímenes autoritarios”, incluyendo a Afganistán,
Bahrein, Yibuti, Egipto, Etiopía, Jordania, Kuwait, Omán, Qatar, Arabia Saudí,
EAU y Yemen. El mantenimiento de bases en esos países sirve para sustentar a
autócratas y otros gobiernos represivos, hace a EEUU cómplice de sus crímenes y
socava
gravemente los esfuerzos para extender la democracia y mejorar el bienestar de
los pueblos por todo el mundo.
Desde luego, el uso
de bases para lanzar guerras y otro tipo de intervenciones cumple el mismo
papel, generando rabia, antagonismo y ataques antiestadounidenses. Un informe
reciente de la ONU sugiere que la campaña aérea de Washington contra el EI ha
llevado a militantes extranjeros a unirse al movimiento a “una escala sin
precedentes”.
Y así, lo más
probable es que continúe el ciclo bélico iniciado en 1980. “Aunque EEUU y las
fuerzas aliadas consigan derrotar a este grupo militante”, escribe
el coronel retirado del ejército y científico político Andrew Bacevich sobre el
EI, “hay pocos motivos para esperar” un resultado positivo en la región. Al
igual que Bin Laden y los muyahaidines afganos se transformaron en
al-Qaida y los talibán, y al igual que los ex baazistas iraquíes y seguidores
de al-Qaida en Iraq se han transformado
en el EI, dice Bacevich, “siempre hay esperando al acecho cualquier otro Estado
Islámico”.
La doctrina Carter
de la estrategia de construcción de bases y reforzamiento militar, y su
creencia en que “la hábil utilización del poder militar de EEUU” podría
asegurar los suministros de petróleo y resolver los problemas de la región
estuvo, añade, “viciada desde el principio”. En vez de proporcionar seguridad,
la infraestructura de bases en el gran oriente medio ha facilitado aún más el
hecho de emprender guerras lejos de casa. Ha posibilitado toda una variedad de
guerras y una política exterior intervencionista que ha propiciado repetidos desastres
en la región, en EEUU y en el mundo. Desde 2001, las guerras de EEUU en
Afganistán, Pakistán, Iraq y el Yemen han causado como mínimo centenares de
miles de muertes y posiblemente más de un
millón de muertos sólo en Iraq.
La triste ironía es
que cualquier deseo legítimo de mantener el flujo libre del petróleo regional
para la economía global podría haberse ejercido mediante otros medios mucho
menos caros y letales. Es innecesario mantener decenas de bases, que cuestan
miles de millones de dólares al año, para proteger los suministros de petróleo
y asegurar la paz mundial, especialmente en una era en la que EEUU sólo
consigue de la región alrededor del 10%
de su petróleo
y gas natural neto.
Además de los daños
directos que nuestro gasto militar ha causado, ha desviado el dinero y la
atención del desarrollo de fuentes energéticas alternativas que podrían liberar
a EEUU y al mundo de la dependencia del petróleo del oriente medio y del ciclo
de guerras que nuestras bases militares vienen alimentando.
David
Vine es profesor adjunto de antropología en la American University en
Washington DC. Es autor de Island of Shame: The Secret History of the U.S. Military Base on Diego Garcia
(Princeton University Press, 2009). Ha escrito para New York Times, Washington
Post, The Guardian, y Mother Jones, entre otras publicaciones. Su nuevo libro Base Nation:
How U.S. Military Bases Abroad Harm America and the World, aparecerá publicado
en 2015 en Metropolitan Books. Su página web es: www.davidvine.net
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