Fuerza y debilidad de Francisco
Carlos Martínez García
www.jornada.unam.mx/300915
Si se miran las
multitudes que movilizó el papa Francisco en Cuba y Estados Unidos, la
conclusión podría ser que el obispo de Roma tiene enormes audiencias que lo
siguen con fervor. Por otra parte, si se evalúa al dirigente religioso por la
influencia cotidiana que tiene la Iglesia católica en la vida de sus
feligreses, los resultados no son tan alentadores.
En una institución
tan anquilosada y cautiva del ceremonial, en el cual el Papa recibe trato de
monarca medieval, es de subrayar el estilo personal con que ejerce Francisco el
papado. No viste con la suntuosidad que exhibía su antecesor, Benedicto XVI, ni
tiene el trato lejano de éste con su feligresía. Tampoco hace uso del faraónico
papamóvil, componente esencial del show en las giras de Juan
Pablo II. Francisco mismo carga su portafolio y no le gusta que sus ayudantes
le muestren excesiva cortesanía. Ha sorprendido a clérigos y monjas residentes
en el Vaticano al llegar sin previo aviso a reuniones y a tiempo de compartir
los alimentos. Tiene un estilo personal de ejercer su ministerio que rechaza el
boato y parece repelente al servilismo.
Las reacciones de la
comentocracia a los discursos de Francisco en Cuba y Estados Unidos han sido,
en general, elogiosas y hasta entusiastas. En cada lugar el Papa dijo lo que el
contexto demandaba. Buena parte de las opiniones publicadas resaltaron que
Francisco está transformando a la Iglesia católica, incluso le llamaron
revolucionario que está cambiando caducas estructuras eclesiales.
Es claro que el
estilo de Francisco no solamente es una fortaleza personal, sino que funciona
para reposicionar mejor a la Iglesia católica entre quienes se identifican con
ella y buena parte de la población que tiene otras creencias. En su agenda
externa, la de una institución cuyo liderazgo es respetado por las élites
gobernantes del mundo y sirve de puente para lograr entendimientos y acuerdos
(como el reciente restablecimiento de relaciones Cuba-Estados Unidos), Francisco puede presentar casi puros puntos
a su favor, pero en la agenda interna, la de reformar a fondo a la institución
que encabeza, el Papa tiene muchos pendientes que difícilmente podrá enfrentar
y hacerlo con éxito.
Una de las anomalías
que con el paso de los siglos se fue normalizando es que la Iglesia católica es
al mismo tiempo un Estado. Esto le ha dado una ventaja para presionar en foros
internacionales y cabildear en favor de sus intereses doctrinales y
geopolíticos. Tal doble naturaleza ha sido criticada no nada más por
adversarios de otras confesiones cristianas y librepensadores, sino también por
católicos que consideran la simbiosis un lastre del que es necesario
despojarse.
José María Luis
Mora, sacerdote y consejero clave de Valentín Gómez Farías en 1833-1834,
fundamentó sus ideas para limitar el poderío económico y político de la Iglesia
católica mediante un interesante recorrido teológico e histórico. Mora demostró
que no eran necesarios enormes recursos económicos para que la institución
eclesial pudiera llevar a cabo sus funciones. En su lectura del Nuevo
Testamento encuentra que la autoridad civil tiene derecho a regular ciertos
aspectos temporales, como son los bienes poseídos por la Iglesia católica. Para
él, en el libro de los Hechos de los Apóstoles se probaba que la Iglesia podía
subsistir, como lo había hecho durante tres siglos antes de la conversión de
Constantino, sin la posesión de los bienes temporales.
Francisco, en su
discurso en la Organización de Naciones Unidas, hizo eco a críticas que en
otras ocasiones ha realizado al capitalismo, que excluye y flagela a millones
de pobres por todo el orbe. Es muy compartible lo sostenido por el Papa.
Sin embargo, si de
lo que se trata es de tener autoridad moral en el tema, entonces Francisco
tendría que comenzar a decidir qué hacer con el Instituto de las Obras de
Religión (IOR), mejor conocido como Banco del Vaticano. ¿Es fundamental para la
misión de la Iglesia católica poseer un banco? El IOR ha sido señalado de institución
financiera que ha participado del lavado de dinero y de tener inversiones en
negocios que difícilmente se pueden justificar desde principios éticos
enarbolados por la Iglesia católica en su doctrina social.
Para Francisco debe
estar claro que si por un lado concentra cientos de miles de personas en sus
actos públicos, como hizo en Cuba y Estados Unidos, por el otro continúa el
descenso porcentual de su feligresía. En América Latina viven más de 425
millones de católicos, 40 por ciento de la población católica mundial. Con
variaciones por país, durante la mayor parte del siglo XX (de 1900 a 1960) la
población católica fue de 90 por ciento. Es a partir de la década de los 60
cuando tal porcentaje comienza a descender constantemente. A fines de 2014,
cuando el Centro de Investigación Pew concluyó el levantamiento de datos para
su investigación Religion in
Latin America: Widespread Change in a Historically Catholic Region,
los católicos romanos adultos en Latinoamérica representaron 69 por ciento.
Para hacer frente al
continuo descenso de católicos el mejor recurso es la movilización de los que
la jerarquía llama laicos. Pero es precisamente el clericalismo de la Iglesia
católica el principal obstáculo para la movilización e involucramiento de los
creyentes en las tareas eclesiásticas cotidianas. El verticalismo clerical
inhibe la participación del laicado, y no se vislumbra que Francisco pueda
revertir esta realidad que erosiona lenta, pero eficazmente, a la institución
que preside.