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Todos acompañamos, a través de los medios, el flujo
migratorio, rumbo a Europa occidental, de africanos y árabes procedentes de
países en conflicto, como Siria, Iraq, Eritrea y Libia. En este año 2015 ya han
llegado al viejo continente 332 mil emigrantes indocumentados.
Además, las aguas del mar Mediterráneo han
sepultado, de enero a agosto de este año, 2.500 fugitivos de la miseria y de la
violencia, en busca de un poco de pan y de paz. En el 2014 fueron 3.500.
Uno de los casos más dramáticos es el de los 71 inmigrantes encontrados muertos en un camión frigorífico en las proximidades de Viena, asfixiados debido a la falta de ventilación. Lo que hicieron los nazis en las décadas de 1930 y 40 se repite ahora a menor escala aunque de modo no menos trágico.
Uno de los casos más dramáticos es el de los 71 inmigrantes encontrados muertos en un camión frigorífico en las proximidades de Viena, asfixiados debido a la falta de ventilación. Lo que hicieron los nazis en las décadas de 1930 y 40 se repite ahora a menor escala aunque de modo no menos trágico.
El papa Francisco ha hecho insistentes llamadas en
defensa de las víctimas de un mundo hegemonizado por un sistema en el cual la
libre circulación de monedas no encuentra reciprocidad en la libre circulación
de personas. Al capital se le abren
todas las fronteras. Para las personas se cierran todas, sobre todo si esas
personas son negras o musulmanas, pues por prejuicio se las considera como
potenciales terroristas.
La Unión Europea ha decidido que cada país miembro
debe acoger una determinada cuota de inmigrantes. Sin embargo quien huye del
hambre y de la guerra desconoce las estadísticas. Lo que quiere es tener un
lugar al sol en este mundo marcado por la desigualdad y la indiferencia.
Qué triste es ver a niños deambulando por las
carreteras y ancianos arrastrándose por debajo de las cercas de alambre
espinoso, blancos de los policías que tratan de repelerlos con bombas de gas,
perros rastreadores, alambres electrificados y golpes.
Europa occidental recoge el
fruto de la siembra maligna que plantó: siglos de colonialismo en África y de
apoyo a regímenes dictatoriales en Oriente. Después de esquilmar las riquezas naturales y de
mantener a dictadores sanguinarios, los europeos dejaron un rastro de miseria y
violencia. Si hubieran promovido la democracia y el desarrollo de aquellos
países no estarían ahora levantando muros para detener a la horda de inmigrantes,
y éstos no arriesgarían su vida en las aguas del Mediterráneo agarrados a la
frágil esperanza de una vida mejor.
La Unión Europea apoyó la
brutal intervención de los Estados Unidos en los países árabes. Después de
mantener a Saddam Hussein, Kadafi y Bashar al-Assad, las potencias occidentales, con el ojo puesto en
el petróleo de dichos países, apelaron
al pretexto del terrorismo para derribar a sus antiguas marionetas y dejar en
dichos lugares el caos.
Los europeos occidentales se olvidan de su pasado.
Entre 1890 y 1910 más de 17 millones de europeos emigraron a los EE.UU., o sea
570 mil cada año. Y otros muchos miles vinieron a América del Sur. Y eso en
aquel entonces en que la población mundial era apenas un cuarto de la actual.
El flujo migratorio del Atlántico fue mucho más intenso que el actual.
¿Por qué Europa occidental no cerró sus fronteras
tras la caída del muro de Berlín, cuando se intensificó el movimiento
migratorio del Este rumbo al Oeste? ¿No sería porque los pueblos del Este tienen
rasgos eslavos, piel blanca como la nieve y ojos claros? Nada mejor que tener
como empleados -en hoteles, restaurantes, tiendas y residencias domésticas-
gente de "buena apariencia”.
El prejuicio mata: a sus
víctimas y los valores humanos que teóricamente defendemos. La discriminación
saca a relucir nuestro verdadero rostro.