José M. Castillo S.
www.religiondigital.com/200815
El conocido empresario
multimillonario Warren Buffet lo dijo seguro de sí mismo: “Durante los últimos
20 años ha habido una guerra de clases y mi clase ha vencido”. Este multimillonario
voceaba el triunfo de los empresarios desde su sólida instalación en lo que el
Nobel de Economía, Paul Krugmann, ha calificado como “el moderno
conservadurismo (que) se entrega a la idea de que las claves de la prosperidad
son los mercados sin restricciones y la búsqueda sin trabas del beneficio
económico y personal”.
Esto es lo que importa. Y esto es lo que manda
ahora mismo en la economía y en la política mundiales. Y si no, que se lo
pregunten a los millones de parados, de desplazados, de inmigrantes y de gentes
que cada día se mueren de hambre y de desesperación, como vemos y escuchamos en
los informativos que nos dicen lo que realmente está ocurriendo en este
momento.
Por eso esta mañana, leyendo el Evangelio,
encontré un texto genial que me ha dado que pensar. Me refiero a la parábola
del propietario que buscaba trabajadores para su viña (Mt 20, 1-16). No entro
en las cuestiones discutidas que analizan los especialistas en el estudio del
Nuevo Testamento. Sea lo que sea de esas cuestiones, yo encuentro en la
parábola tres cosas que - según creo - están muy claras:
1) El empresario de la viña se pasó el día
buscando parados para darles trabajo.
2) El empresario de la viña apostó por la
igualdad de todos a la hora de pagarles el jornal.
3) El empresario de la viña empezó por los
últimos (Mt 20, 8) y privilegió a los últimos (Mt 20, 16), los que, habiendo
trabajado menos, ganaron lo mismo que los que había trabajado más.
Es
evidente, por tanto, que lo importante, para este extraño empresario, no era la
ganancia, sino remediar el paro, acabar con las desigualdades y, si es que queremos
privilegiar a alguien, a los primeros que tenemos que privilegiar es a los que
están más abajo, a los últimos de este mundo.
¿Es esto realmente posible ahora mismo? Un
empresario de nuestro tiempo y que tenga los pies en la tierra, ¿puede
realmente asumir, con todas sus consecuencias, el proyecto de empresario que
nos presenta esta parábola? Y sobre todo, ¿se puede aplicar a los empresarios
una parábola que, en realidad, de quien hablaba es de Dios y no de ningún
empresario de este mundo?
Por supuesto, que la interpretación tradicional
de la parábola nos habla del comportamiento que tiene Dios con los mortales, no
de las relaciones de los empresarios con sus trabajadores. Pero, ¿quiénes somos
nosotros para ponerle limitaciones al Evangelio, en su fuerza y en sus
posibilidades, para decirnos, a nosotros hoy, una palabra elocuente y exigente
para la situación que estamos viviendo?
Yo comprendo que es más cómodo poner al
“empresario” en el cielo; y quedarnos nosotros con nuestras manos libres aquí
en la tierra, para organizar las cosas como nos interesa o nos conviene. Pero,
¡por favor!, seamos honestos y no le pongamos límites al Evangelio. Ya nos
advirtió el gran exegeta, que es Ulrich Luz, que, desde Orígenes hasta nuestros
días, los intentos de aplicar esta parábola a situaciones actuales, indican las
“nuevas potencialidades de sentido que tiene el viejo texto”. Y así lo suelen
hacer no pocos profesores y predicadores cuando explican las parábolas.
En todo caso, lo más serio y apremiante, que
tenemos que afrontar en este momento, es que la economía y la política
actuales, tal como vienen funcionando, lo que hasta ahora han conseguido es
crear una brecha tan asombrosa entre ricos y pobres, que ya es (y será)
insalvable durante décadas y quizás siglos.
¿Tiene esto arreglo? Está visto que ni la economía, ni la política, tal como funcionan
actualmente, son capaces de resolver, ni siquiera detener, el asombroso
desastre. Esto sólo tendrá arreglo en la medida en que surjan personas que,
con un espíritu grande y al margen de cuanto nos dicen economistas y políticos,
sean capaces de emprender con firmeza un nuevo camino. El camino que nos marca
el Evangelio de los empresarios.
Ya sé que esta solución no es realista. Es una
auténtica utopía. Pero también es cierto que, en situaciones límite, sólo
quienes tienen el coraje y la audacia de emprender en serio caminos de utopía,
ésos son los que pueden ofrecernos una palabra de esperanza con futuro.